AVISO PARA QUIEN QUIERA COMENTAR

¿Dónde está la sabiduría que perdimos en el conocimiento?
¿Dónde el conocimiento que perdimos en la información?
T. S. Eliot, Coros de La roca, I



martes, 25 de mayo de 2010

Leer textos, leer personas

Vaya por delante: los sustantivos, los adjetivos, los pronombres tienen género. Las personas tienen sexo. Confundir personas con sustantivos, adjetivos y pronombres resulta peligroso. Para las personas, y para la gramática, y para la sociedad, incluso para los intelectuales.

Érase una vez Michel Foucault, que gustaba de confundir lo diverso, las personas con el lenguaje, el género con el sexo. Cuando el 25 de junio de 1984 murió de una septicemia causada por el SIDA, las personas que le atendían no creyeron estar suministrando goteros a un adjetivo, o que en aquellas duras noches de sufrimiento acompañaban a un pronombre. Descanse en paz (él, no un sustantivo).

“Leer a una persona” no deja de ser una metáfora de “comprender a una persona”. Pero hay metáforas que traspasan el umbral de lo sagrado y se vuelven locas, ejemplo de la hybris griega, de la desmesura; son oleadas de lenguaje que golpean la realidad, hasta hacernos creer que la “Interrupción voluntaria del embarazo” es como la interrupción de un texto, que reanudaremos en algún otro momento, si queremos; que la “elección de género” es la elección del último o penúltimo morfema de una palabra, cuando la palabra es la persona.   

La auténtica “violencia de género” es la del lenguaje desmedido y antropocida, la de la confusión.