AVISO PARA QUIEN QUIERA COMENTAR

¿Dónde está la sabiduría que perdimos en el conocimiento?
¿Dónde el conocimiento que perdimos en la información?
T. S. Eliot, Coros de La roca, I



miércoles, 29 de junio de 2011

Llegar a tiempo

Esta entrada me ha salido filosófica. Y con un tono algo sentencioso. En fin.

"Hay que llegar a tiempo". Sí. Es una consigna que rige nuestras vidas, asumida hasta no verla; pero férrea. Me recuerda a esos cables de acero que atraviesan el hormigón pretensado. Y pensamos que el tiempo es el de los relojes.

Cuando quieres llegar a tiempo, al de los relojes, siempre llegas tarde. El tiempo siempre va por delante. "Hubiera hecho falta un poco más de tiempo", dices, y confirmas el destino y tu sentencia. Y un día, definitivamente, continuará su tictac sin ti.

Pero hay otro tiempo al que siempre se puede llegar "a tiempo". Es el tiempo del otro: siempre se puede llegar al misterioso tiempo de la persona, donde no hay manecillas, ni arena que resbala por el vidrio. Es el tiempo de la apertura infinita; un tiempo al que se llega por apertura al otro. El tiempo que se descubre al abrirse a un gran libro, a la música de Bach... al perdón, a la entrega... 

Siempre se llega a tiempo de leer el Quijote, o un buen poema, o de sanar, o de sanar al otro. Aunque sea en el último momento, donde se derriten las manecillas y se raja el cristal, hasta que ha escupido todo su prestigio de arena. El hombre no es una pasión inútil. Creo que la fisonomía de ese tiempo humano rebelde es la esperanza. Sin ella, o sin nuestra perpetua pregunta por ella, ¿qué gran literatura, qué arte tendríamos, o nos cabría esperar?