AVISO PARA QUIEN QUIERA COMENTAR

¿Dónde está la sabiduría que perdimos en el conocimiento?
¿Dónde el conocimiento que perdimos en la información?
T. S. Eliot, Coros de La roca, I



domingo, 19 de febrero de 2012

Mi tía Jane Austen


SI EXISTIERA UNA PEQUEÑA isla desierta a la que solo pudiera llevarme un libro, una isla con colinas lentas como siestas de gato, portillos entre campo y campo de cebada, ovejas de contrapunto lanudo al verde perpetuo... entonces no estaría, seguramente, tan desierta; pero da igual: si existiera esa isla -que seguramente se llamaría Inglaterra- y solo pudiera llevarme un libro, sería Persuasión, de Jane Austen.

La tía Jane. Uno no elige a sus tíos y tías, ni en la vida ni en la literatura. La tía Jane llegaba sin avisar y sin alharacas; como trayéndote siempre algunas golosinas, y echando una mano en lo que hiciera falta, como las tías de verdad -no digo, reales, sino de verdad, que de todo hay-; una señora bien educada en contar historias, y con ese misterio de lo femenino, tan bien llevado, que apuntala lo masculino de sus masculinos sobrinos. 

DECÍA UN ESCOCÉS, Alasdair MacIntyre, que la tía Jane sostuvo ella solita -en pleno romanticismo inglés- aquella antigua y amable tradición que venía de Aristóteles y la buena gente buena de antaño, aquella tradición de las virtudes que no se volvían de cartón piedra, ni de granito, las virtudes con corazón. Yo sé que es así, porque se lo leí.

BUENO, PUES acaba de salir una biografía, la primera que se escribió, por James Edward Austen-Leigh, sobrino de la tía -y supongo que entonces tataraprimo mío-. A ver si pronto la leo. Es de bien nacidos ser agradecidos. Pero mientras tanto, releeré algunas páginas de Persuasión -mi novela favorita-, intentaré encontrar aquella versión cinematográfica, hecha muy a lo cine europeo, que comienza con un lento movimiento de sonata de piano -¿Mozart?- mientras caminamos entre los muebles en guardapolvera de una mansión de una pequeña isla desierta, una isla con colinas lentas como siestas de gato...