AVISO PARA QUIEN QUIERA COMENTAR

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¿Dónde el conocimiento que perdimos en la información?
T. S. Eliot, Coros de La roca, I



lunes, 2 de abril de 2012

Cae la noche


Ahora que vienen los días fuertes de la Semana Santa, me he puesto a recordar algún pasaje especialmente expresivo de los Evangelios; algo en el lienzo de esas narraciones que cuentan la Pasión de Cristo. No he querido indagar más cuando me ha venido casi instantánea esta frase: “Era de noche” (Erat autem nox).

Es breve, y en mi mente siglo XXI podría ser un título de película —seguro que llego tarde—. Una frase que suena bien ahora, y hace dos mil años. En el Evangelio de Juan (XIII, 30) queda escrita punto y seguido de la salida de Judas, dispuesto a traicionar por dinero al amigo.

He de decir que lo que en mi memoria se ha mantenido no es exactamente “Era de noche”, sino “Cae la noche”. Si Juan refiere a la noche, tan escueto, tras el inicio de la traición; si quiere poner esta pincelada expresionista, cargada de sentido por la contigüidad de lo que ha contada inmediatamente antes… entonces yo no puedo dejar de sentir ese “caer”, esa contundencia expresiva, esa retórica fuerte de puñada visual en “Era de noche”, y supongo que por eso, inmediatamente pienso en “Cae la noche”.

Las noches caen, como los días nacen (ortus) y mueren (occasus). Flexiones del lenguaje que, sin embargo, son casi naturales, casi dictadas por el propio sol, o las sombras.

Cae la luz, la inocencia, la visión, como apagón que hace caer, que disuelve de un manotazo; y en otro sentido de caer, caen las tinieblas como pesado telón con su peso opaco, que cambia el escenario, que deja sin el sentido que asistía a las acciones que se representaban sobre aquel fondo —Benedicto XVI escribe en Jesús de Nazaret II, que Judas “sale para entra en la noche”—: es otra escena, otra hora.

Esto comparece cuando contemplo ese “Cae la noche”. Y pienso (casi) por instinto de supervivencia en un alzamiento, en un sol que nace. Y recuerdo que hace falta una travesía de sábado —y recuerdo que George Steiner escribe que solo caminará hasta el sepulcro del gran hombre, que no podrá ir más allá—. Yo acompañaré a Steiner, pero tampoco podría ir más allá; si no fuera por un don inmerecido, impensable e insospechado, como las buenas metáforas.