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T. S. Eliot, Coros de La roca, I



domingo, 2 de septiembre de 2012

Qué hacer con tus recuerdos del verano: un consejo en 7 pasos

Esa frontera entre agosto y septiembre siempre me ha parecido mucho más importante que la que hay entre diciembre y enero. Ha pasado un verano, unas vacaciones: lugares nuevos, gente distinta, proyectos preparados con ilusión... Ah, todo acaba de pasar... y vuelta al trabajo. No es una tontería.

¿Ligero o no tan ligero mareo de viajes, gentes? ¿Al final, cuatro anecdotillas para contar en el café?  ¿Regusto estoico a que "ya sabía yo que tampoco iba a ser la cosa la repanocha"? ¿Sensación de que el meollo de este verano han sido las siete horas por los pasillos del aeropuerto J.F. Kennedy como un estropajo a punto de la histeria? ¿El tiempo, esa papilla donde todo termina tomando un color marrón poco presentable? ¿Yo, un serpentín de experiencias sin ton ni son?

Aún hay remedio. El tiempo se gana, generalmente, en el segundo tiempo (válgame el fútbol aquí). El segundo tiempo es el de la interpretación, donde se asimilan los hechos, e incluso el viacrucis por el J.F. Kennedy puede convertirse en un elemento positivo. 

Puedes tener 1200 fotos digitales de tu viaje por el Egeo, pero si no tienes palabras, pasará el tiempo y aquello quedará como algo un poco más interesante que el periplo con flotador por la piscina de tu urbanización que acabas de realizar. Ah, el presente, ese disolvente. 

Para que eso no ocurra, aquí van 7 pasos de probada eficacia:

1. Nunca es tarde para la arqueología
Sí, corre a por esas fotos, esos folletos de la catedral, la botella de orujo, el tícket del espectáculo con delfines, el libro que te terminaste en la cima... por no hablar del pequeño cuadernillo, si lo hubo; invita a tu amigo a un café para recordar. Todo dice algo, más o menos importante, pero eso se verá más tarde.

2. Selecciona tu víctima-lector
Vas a rescatar por la escritura lo más relevante del verano, pero relevante ¿para quién? En primer lugar para ti, pero seguramente también para alguien más. Piensa quién querrías que leyera eso tan interesante, divertido, profundo, importante que vas a escribir. Que lo lea o lo escuche va a fortalecer tu vínculo con esa persona. Los recuerdos no son una tontería. 

3. Estruja esa foto hasta que hable
Sí, las fotos son mudas. Escoge las que pueden decir algo, míralas con atención: hay una pequeña gran historia tras ese instante en el que sale un codo y se te olvidó el flash. 

4. Operación tormenta de septiembre
Todo el mundo sabe lo que es una tormenta de ideas, pero muy pocas personas la practican. Ha llegado el momento: tienes la foto, el tícket, la canción... quizás nada. Es el momento de hacer un esfuerzo por dejar que fluyan asociaciones. Apunta, apunta, apunta, como venga, como venga, como venga. 

5. Del grano a la paella
Tras la tormenta, con todo el material del aluvión ante ti, ve al grano. Cuenta lo que fue, del modo más conciso. Con los granos justos, comienza ahora a elaborar el plato, pon las metáforas, las comparaciones, las sugerencias... tu estilo. Ponte. 

6. Dale un aire de familia
Para tu crónica personal, sentimental, sugerente, divertida escribe varias pequeñas historias, pero dales un mismo aire de estilo, un denominador que las unifique. El verano va ganando ahora, globalmente, el significado que entonces no pudo tener.

7. Limpio y aseado
Piensa el formato que mejor le va al tipo de comunicación que vas a establecer mediante tu texto: 20 copias de un folleto que recibirá cada miembro de la familia; una serie de entradas de blog; ejemplar único para leer en la cena de Navidad; diario que, salvo tú, nadie leerá nunca, pero que te afianza como persona.