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¿Dónde está la sabiduría que perdimos en el conocimiento?
¿Dónde el conocimiento que perdimos en la información?
T. S. Eliot, Coros de La roca, I



martes, 9 de octubre de 2012

Caminos de la filosofía, de Alejandro Llano: cuatro notas de lectura




I.

Llega una edad —y que el lector ponga la que quiera— en que cualquier pregunta por la propia identidad implica contarse una historia; o explicarse a uno mismo según una estructura narrativa. No digo que sea lo único que se puede hacer. Pero es que lo hecho parece pedir un modo historiado de recuperación, como mínimo. Y sin ese modo de volver a atrás, la vida pasada pierde atractivo hasta para uno mismo.

En Caminos de la filosofía se hace ese ejercicio de identidad a través de la memoria. Y además esa memoria es una “memoria asistida”. Podría ser de otro modo, pero qué justo es que se haga explícitamente así. Si la identidad se hace en contacto con el otro, con los demás, es sensato contar con ellos para una puesta en claro, un parón de luz con el que seguir caminando. Evidentemente, no vale del mismo modo cualquier interlocutor. Deberá ser un “otro significante”, alguien que tuvo algo de arte y parte en lo que fue, en quien se fue, se es.

II.

A lo que hay que añadir la dialogicidad. En algún otro libro de Llano —creo que Humanismo cívico—, le leí hace tiempo una frase que solo puedo citar en su sustancia: no se puede ser feliz sin buscar activamente la felicidad de los demás. Contar con el otro, además de para contarse uno mismo, para traerlo de agente a la propia historia. Idea de profundas raíces cristianas, retomadas postmodernamente. Una de esas pulsaciones de la postmodernidad, de comunicación inmediata alejada de la tecnoestructura -mercado, Estado, medios de comunicación- que Llano proponía en La nueva sensibilidad, después de darle un fregoteo enérgico pero cordial. 

Es hermoso contar con tres interlocutores, discípulos, colegas, amigos, para contar y contarse. Dice el genial pianista Novecento, en La leyenda del pianista en el océano —con su cosa nietzscheana bienintencionada—, que no estás acabado si tienes una buena historia y alguien a quien contársela. Esto aún me suena a demasiado poco; porque de lo que se trata es de ser historia, de ser una buena historia, y poderla contar con alguien.

III.

Una Metafísica tras el final de la metafísica, me gustó el título ya cuando salió. Yo creo que la vida es, o tiene los componentes para ser, una buena novela de género. Pongamos que de intriga. Y como se canta en alguna zarzuela, “Eh, que el género no se toca”. Si algo ha demostrado el constante toqueteo de los géneros por parte de perspicacísimas escuelas teórico-literarias, es que gente muy lista deja de leer literatura y se intoxica con conceptos y pone esquelas en los Journals académicos con el nombre de la difunta en mayúsculas. Pero la literatura siempre vuelve, como Fantomas. 

Y la vida tiene mucho de eso, de novela de género, donde la intriga y el misterio —llamémoslos metafísica— aseguran el deleite y el deseo de seguir leyendo. Una metafísica mínima, más existencial, más personal, podada de artificiosidades, que propone Llano, me hace pensar en lo que es innegociable para cualquier buen lector de novela de género. Lo que dice Steiner, “nadie transige con sus propias pasiones”. Por algo será. Todos los grandes vividores —entiéndaseme bien— que conozco son profundos metafísicos —la mayoría no lo saben…

IV. 

Termino de leerme El 19 de marzo y el 2 de mayo, de Galdós. El motín de Aranjuez ha acabado con Godoy, el Príncipe de la paz. Escarnecido por el vulgo, yace casi exánime en un calabozo, donde recibe la visita del cura D. Celestino, que pondera los imprevisibles caminos de la Fortuna, que encumbra hombres y los derriba en un segundo. Me acuerdo de este pasaje al leer en Caminos de la filosofía el sucedido en una mesa redonda sobre ética empresarial, donde un profesor dice que “Realmente, la ética es rentable”; y Llano añade “O no”. Dice Llano que se montó una pequeña bronca, aunque supongo que no sería como la de Aranjuez, pues se trataba de un debate entre gente educada, y las mismas condiciones del intercambio comunicativo –pongámonos semióticos- del género “mesa redonda entre académicos” parecen evitar estas derivaciones. Pero la cosa en sí tiene su potencial revolucionario. La contestación de Llano genera un desplazamiento de foco en la conversación: no se trata de qué puede hacer la ética por la rentabilidad de mi empresa, sino algo más sensible, humanamente sensible, y por lo tanto, prioritario: si las técnicas, estrategias para la rentabilidad de mi empresa son realmente éticas para mí. Supongo que una empresa ha de ser rentable, pero sé que un hombre o una mujer han de ser dignos.

A lo primero, venga aquí la meditación de D. Celestino, que la Fortuna es muy capaz de desfacer muy bienintencionados proyectos. A lo segundo, que, siendo arduo, a veces en extremo, no depende de hados ni de primas de riesgo, sino que es asequible y que tiene su hilo de Ariadna para seguirle y retomarle cuantas veces se perdiere. Hay caminos, como en este libro.