AVISO PARA QUIEN QUIERA COMENTAR

¿Dónde está la sabiduría que perdimos en el conocimiento?
¿Dónde el conocimiento que perdimos en la información?
T. S. Eliot, Coros de La roca, I



viernes, 10 de mayo de 2013

Inteligencia musical, de Íñigo Pirfano: cuatro notas de lectura



I.

A medida que lo iba leyendo, pensaba: “¡Qué bien le harán estas páginas a tantos músicos, sobre todo a los jóvenes”. El músico con formación “clásica” posee grandes hábitos, sabe de grandes renuncias en medio de una sociedad que grita sin desmayo: “No renuncies a nada”. Pero a menudo la perfección formal, la alta exigencia y competitividad, las inexorables verdades del cuerpo —del que radicalmente depende su trabajo—, generan ciertos espirales obsesivos y neuróticos que dejan poco tiempo y sensatez para cualquier otra cosa que no sea la lucha acérrima por mantener la forma… y los conservatorios —como las universidades de hoy— se sitúan programáticamente a salvo de lo que podríamos llamar “formación personal del músico” (basta recordar que si algo se repite como un mantra en la pedagogía de la educación obligatoria y el Bachillerato es esta meta insuperable: “formar para el mercado laboral”; el virus está en todas partes).
En este sentido, Inteligencia musical me ha recordado a otro fantástico libro, Estética musical, de Alfonso López-Quintás: el mismo empeño en ir a lo que verdaderamente necesita un músico cuando le pide a la música, a la que le está entregando todo, que le ayude a ser mejor persona, y a ayudar a sus oyentes.


II.

Pero no es un libro “para músicos”. O no solo. Se dirige a la persona, a cualquier persona, porque hay una falla profunda entre el hombre de hoy y la música: y a esa fractura, que es la que Pirfano quiere suturar (como diría Alejandro Llano), se alude, como si fuera su remedio, en el título del libro: se trata de inteligencia cordial, y por eso está latente en estas páginas esa robusta tradición de pensamiento que en el siglo XX ha reivindicado inteligentemente el corazón, tanto frente a su olvido en la modernidad, como a su apoteosis banal en la postmodernidad —qué bueno en este sentido el capítulo “Supertramp tenía razón”—. Y esa sutura Pírfano la acomete en un ir y venir entre términos y realidades de la profesión musical, y las aspiraciones de bien, verdad y belleza de la vida cotidiana. Metáforas, comparaciones, anécdotas, bien traídas y articuladas, magníficas orientaciones de audición de piezas concretas, iluminan las dos riberas para que dejen de mirarse con extrañeza. Se han construido puentes. Pasen, pasen.


III.

En nuestros tiempos alejandrinos, saturados de voces vanas, carcajadas huecas, siempre contrasta el sotto voce de los pocos maestros; su metrónomo y su diapasón nos retraen a las sencillas verdades. Y no perdemos nada: lo sencillo es enorme; la vida, hermosura enorme y sencilla. El yo, terrible y menesteroso, anhela voces sanadoras que reconoce en la sencillez. Y aquí Pirfano nos invita a una polifonía, conjuntada con verdadero arte musical: Shakespeare, George Steiner, Oliver Sacks, John Blacking, Unamuno, Orwell, Graham Greene, Orson Welles, Verlaine, Vargas Llosa… Y Bruno Walter, Giulini, Celibidache, Von Karajan… Y las numerosas audiciones sugeridas y comentadas, como un selecto “menú” espiritual, para quien se acerca por primera vez, y para quien se encuentra desde hace tiempo en su patria: Beethoven, Schubert, Ravel, Chopin, Rachmaninov, Bach, Stravinsky, Mozart, Haendel, Mahler…


IV.

Afectividad, relación, servicio, liderazgo, simpatía, silencio… ideas desde la cordialidad, expresadas con la afabilidad y la firmeza de un director de orquesta que ha escrito un libro urgente; pensamiento para traernos de nuevo por la vía musical, una vía insustituible, a lo humano, nunca demasiado humano.