AVISO PARA QUIEN QUIERA COMENTAR

¿Dónde está la sabiduría que perdimos en el conocimiento?
¿Dónde el conocimiento que perdimos en la información?
T. S. Eliot, Coros de La roca, I



lunes, 23 de noviembre de 2015

Las propiedades del aire, de Enrique Baltanás: cuatro notas de lectura




I.
Este año, el poemario Las propiedades del aire vio la luz al recibir el premio Unicaja. Pasaban los meses y quería yo ponerle unas notas. Se me terminaba el tiempo, como a tantos poemas del libro, porque va del paso del tiempo, y quizás también del vaso del tiempo, donde queda y se precipita lo que no es solo el turbión de los minutos. De eso, algo de eso, va el libro. Comenzando por esa disposición progresiva —que progresista no; Baltanás y yo nos entendemos— de los poemas en una línea lumínica: de oscuridad cerrada a atardecer sereno, con refulgencias que conmueven. La luz del misterio y el misterio de la luz.


II.
Las propiedades del aire trae una propiedad legítima, la de la emoción poética: por humana y por poética, valga la tautología. Qué le vamos a hacer, los hombres y mujeres se emocionan —quizás he transgredido algún código cultural o el dogmatismo de la sospecha—, y nada grande —ni aun mediano— se ha vivido o padecido sin emoción. El poemario de Baltanás me ha hecho recordar que hay verdades sentimentales y que no son la cifra oscura de algo que con temor y vértigo palpamos en el interior de una caja oscura, en un cuarto oscuro; qué va. Son las verdades a las que se orientan los sentimientos, como los girasoles; luces que ellos mismos no pueden darse. No es que estas cosas, y alguna despistada poética, vuelvan —como piensa el espectador de la vida, curioseando un outlet retro—, sino que nosotros volvemos a ellas.
¿Línea clara?; escoplo preciso.


III.
El “Cancionerillo encontrado”, en clave de sol machadiano, es una de las secciones que más me entusiasman. Quede aquí esta copla —postestructuralistas, consulten a su médico antes de leer—:

No es soledad estar solo
sino creer que es tu nada
el principio y fin de todo.

Y otra, donde la fragilidad de nuestros quereres y comunicaciones no se trae para socavar ninguna antropología, sino para susurrar sabiduría cordial:

Soñé que un hilo delgado
tu sueño y mi sueño unía.
Y la mañana llegaba
y el hilo no se rompía.


IV.

Por poner en desordenada ristra un heterogéneo dechado: un poema mesanziano, en tono y tema, “Amor omnia vincit”; ironía, si no la hubiese, no habría Baltanás en estas páginas —pero las ironías se salvan, como todo, más allá de sí mismas, si al tirar la piedra no solo no esconden la mano, sino que muestran el corazón que las tiró—; hallazgos de imagen, alegoría de ley sin didactismos en “Reloj de sombra”; Ronsard, Pascal… Pero dejemos que el lector haga sus descubrimientos.