AVISO PARA QUIEN QUIERA COMENTAR

¿Dónde está la sabiduría que perdimos en el conocimiento?
¿Dónde el conocimiento que perdimos en la información?
T. S. Eliot, Coros de La roca, I



domingo, 21 de agosto de 2016

Dulcia in fundo... en la escritura creativa

Decían los clásicos que lo dulce está en el fondo, al final. ¿De qué? De un camino, de un proceso. Una idea esencial de la escritura creativa es que escribir es un proceso. La tradición norteamericana de la enseñanza de la escritura conecta con la idea clásica de que hay que caminar con el deseo de llegar al final. 

Caminar así nos hace llegar a lo dulce, pero también nos hace dulces. Las asperezas, lo inservible, lo paralizante, lo tóxico... va desapareciendo cuando hay una voluntad que se despoja de lo que desdibuja la ruta, que desestima lo que aparta del proceso.

*
Descubro estos días unos tilos en un bosquecillo cercano. Mi app para identificar árboles dice que el tilo es el árbol sagrado de los antiguos pueblos germánicos y bálticos. Ha llegado una brisa y las hojas del tilo difunden un rumor, como un secreto de muchos en una lengua que aún no sé leer.

lunes, 15 de agosto de 2016

Golfo norte

Ya es tarde. Hasta la terraza del “Golfo Norte” asciende el salitre del vaho marino, entre vaharadas de eucaliptus. Un frescor húmedo se adhiere a los antebrazos. Frente al mar, a la izquierda los cabos se ordenan en la lejanía y se entonan por fajas de gris cada vez más blanquecino. El sol espejea sobre el agua en miles de láminas que se encienden y se apagan. Una malla de nubes compacta, quieta, retiene el cielo.

(Golfo Norte, en Barrika, Vizcaya)

viernes, 12 de agosto de 2016

La estepa infinita, de Esther Hautzig: cuatro notas de lectura

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I.
Un libro pide un momento: si puede ser leído a cualquier hora, de cualquier manera, pienso que debe de ser intercambiable, prescindible; pero también puede ser tan apasionante que venza la circunstancias. Para rematar, también creo que cuando se es muy joven, es más fácil tener estas experiencias de lectura hipnótica, incluso con libros de discutible calidad. Es misteriosa la lectura, ese encuentro entre la obra y el lector. Así que, si sigo afirmando que un libro pide un momento, lo afirmo con moderada convicción; quizás con reservas. Pero lo sigo afirmando, porque me parece que, con todas la salvedades, es verdad.

II. 
La estepa infinita, de Esther Hautzig, ha encontrado en mí su momento, físico y anímico. Ha sido una lectura buena. El interés humano es indudable: la deportación de la familia de judíos polacos a Siberia, la vida dura... Pero sobre todo me ha gustado la voz. Pertenece a alguien que cuenta desde décadas después. Una mujer adulta que cuenta unos años cruciales en la vida de una niña y luego una adolescente. Pienso que hay historias que solo se pueden, incluso se deben, contar mucho después de los hechos. Los hechos yacen pacientes a ese "momento de narración" justo. Justo en la vida del narrador, cuando la historia puede ser integrada en la historia más grande de quien narra. Quizás inmediatamente después de los hechos, estos todavía se resisten; podemos narrarlos, pero ejercemos una violencia sobre ellos, perdemos el sentido. Creo que habitualmente los hechos piden un periodo de paciente diálogo para ser asimilados, y los asimilamos al narrarlos. Esto es lo que supongo, y me cautiva, de La estepa infinita.

III. 
Por algunos momentos, la narración se deja llevar por detalles y anécdotas, de algún modo poco relevantes, aunque entretenidos. Pero también es verdad que la autora está contando los hechos, y así la narración transmite ese "efecto realidad" que cualquier puede reconocer porque le recordará el transitar de sus propios días, la impredictibilidad, la condensación inopinada de acontecimientos problemáticos durante una temporada y su contraste con épocas de atonía, de iluminación, de gozo.

La parte final es la que más me ha gustado, pero su buen efecto resulta en buena medida del ritmo contrastante de lo anterior. Creo que cuando Hautizg se permite alguna pequeña conclusión, sabia, le da una especial hondura a la anécdota narrada. Algunas veces no le hace falta, basta con la narración de los acontecimientos y el blanco de los espacios en la página.

IV.
¿Heroísmo de lo cotidiano? ¿Lo ordinario en lo extraordinario? Una sabiduría recorre las páginas... tan acostumbrados como estamos a narrativas-río, rebosantes de detalles, líquidas y sin cauce a alguna esperanza existencial, al descubrir una narración como La estepa infinita podemos experimentar un consuelo. Narrar desde un alejado "momento de narración", hechos tan duros, con una mirada tan humana, es un ejemplo ético para quien se plantee con sentido solidario el sentido de entregar una nueva narración a este mundo de todos. 

La estepa infinita, Esther Hautzig, Salamandra.

miércoles, 10 de agosto de 2016

Wilde en San Sebastián, Guipúzcoa

De esa multitud de placeres asequibles que descuidamos por pura negligencia, he rescatado hoy el de elegir una lectura para un momento determinado. Iba a dar un paseo por San Sebastián, el tiempo para leer sería limitado, así que tomo el librito de Cuentos, de Oscar Wilde.

La luz de la primera tarde pone un granito de azafrán en todos los colores y deja una cálida bendición sobre cosas grandes y pequeñas. Una invisible mano de gigante alborota la fronda de un gran tilo y agita el sonajero de hojas. Al poco se hace el silencio y se escuchan otros sones más tenues e indefinidos. Los fondos del paisaje, mirando hacia el interior, también parecen adormecidos. 

De los Cuentos de Wilde escojo "El gigante egoísta". La nieve, el hielo, el viento del Norte, el granizo resultan aún más fantásticos bajo esta tibia tarde. El jardín del gigante es de simples y breves trazos. Jardín de cuentos, al que los lectores asentimos con una imaginación idealista. No nos detenemos a disfrutar de la oscilación nerviosa de las frondas: los jardines de los cuentos son diseñados para que no nos distraigan de la trama moral. 

“Tengo muchas flores bellas —decía el gigante—; pero los niños son las flores más bellas”. De una piscina cercana llega una algarabía infantil. La tarde continúa, la luz va borrando sus brillos, la textura de todas las cosas se concentra y adensa. “Hoy vendrás conmigo a mi jardín, que es el Paraíso”.

sábado, 6 de agosto de 2016

Después del baile, de Lev Tolstói: cuatro notas de lectura

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I. 
Fue en clase de Literatura y medios de comunicación: si hay que entender la relación entre las dos, será esencial tener una razonable experiencia de leer literatura; luego podremos comprender mejor por qué las tecnologías comunicativas se han enamorado siempre del arte de las palabras, incluso por qué algunas han nacido a su sombra. Podremos comprender mejor lo que ocurre cuando se funden la fuerza dialógica de la literatura con la fuerza de la tecnología. Así que todo un semestre para leer literatura de calidad, para dejarnos interpelar por ella y contestar. 

II. 
Fue en clase de Literatura y medios de comunicación: en el menú de lecturas -junto con Edipo Rey, Othello, cantos de la Divina Comedia, cuentos de Chejov, artículos de Natalia Ginzburg, reportajes de Kapuszinski, capítulo de Susanna Tamaro... entre otros- estaba el cuento de Tolstói. Nos hizo viajar hasta la Rusia de inicios del XX, a esas tertulias burgués-aristocráticas, donde un hombre de cierta edad, Iván Vasilievich recuerda su traumático episodio sentimental con Varenka. Tan lejos, y sin embargo tan cerca. El comportamiento de Iván concitó respuestas diversas en clase: tonto, extraño, superficial... Quizás se le juzgó con la expectativa de visión clara que la juventud exige a todo. A mí el testimonio de Iván me pareció complejo y tan real... como tantos momentos que no podemos comprender del todo, o solo cuando pasa el tiempo. 

III. 
Por aquellos días, en uno de los zaguanes de la parada de metro de Facultades solía tocar el violín un músico joven. Y frecuentemente coincidía mi paso con una de sus piezas en particular. Era algo tremendamente ruso, era un vals, repartido entre un tema marcial y otro lírico. A veces conseguía emocionarme y yo ralentizaba el paso para escuchar durante más tiempo; desconocía el título de la pieza y su compositor, y esto me intrigaba. Una noche, hablando entre amigos conté mis encuentros con el violinista, tarareé la melodía, como el que lanza al aire un deseo y Enrique Banús la relacionó con una melodía hispana, echó mano de internet, y aclaró la relación entre las dos, el título y el autor: Vals nº 2 de Shostakovich. 

IV.
Días después, leyendo el cuento de Tolstói, pensé: "Me resulta evidente que este vals cuenta la historia de Iván Vasilevich y su amor por Varenka". Luego, al terminar de dialogar en clase sobre el cuento, puse la música para que pudiesen escuchar mi personal asociación de literatura y música. Meses más tarde, una alumna, en su cuaderno de lecturas contaba que desde aquella clase, cada vez que pensaba en el cuento, sonaba en su cabeza el vals, como algo ya inseparable. Misterioso el arte. Misterioso como el amor de Iván, como la vida de todos.