AVISO PARA QUIEN QUIERA COMENTAR

¿Dónde está la sabiduría que perdimos en el conocimiento?
¿Dónde el conocimiento que perdimos en la información?
T. S. Eliot, Coros de La roca, I



lunes, 30 de abril de 2012

A punto de dejarlo, de Enrique Baltanás: cuatro notas de lectura



I.
Dice Enrique Baltanás que “hay tres clases de personas: no fumador, fumador y ex fumador. Pero todos tenemos una historia personal con el tabaco, y cada cual cuenta la feria como le va". Yo viajo en la primera clase; si bien, por esa identidad narrativa nicotínica, esa historia personal con el tabaco que todos tenemos, forzosamente hube de tener mi encuentro —desencuentro— con el ente de humo. Fue una fugacísima aventura de niño, veraniega, entre los amigotillos díscolos del lugar, que bajo las pinochas de una pinada, envolvían y soterraban un paquete de chester mentolado. “Aaaj”, todavía me recuerdo haciéndole ascos. “¿Pero esto…?” Salvé la menta, que efusivamente saludo cuando me la encuentro de consustancia en un After Eight. Y lo demás es humo. (Bueno, siendo totalmente sincero, me he dado varias oportunidades con la pipa, pero la llama de la pasión nunca llegó a prender).

II.
Novela de arqueo vital (personal, matrimonial, ideológico, político…) nel mezzo del cammin… Y el balance para Julián Arjona —el protagonista, que ejerce de primera persona narradora— no es precisamente positivo. El entusiasmo utópico de la contestación marxista-leninista universitaria (con su inversión de valores) en los años previos a la Transición viene a ser el paquete de tabaco recién abierto… que tras los años, y en el momento de la escritura, se certifica como claramente agotado. Y en ese arqueo el humor y la ironía van a ser el Virgilio que conduzca entre los humos infernales de la narración, en busca de un paraíso. Humor e ironía para templar —pero no invalidar— la crítica constante: el narrador implícito va componiendo el entreverado de razonabilidades y despropósitos que manifiestan el propio y desorientado Julián, su ex pragmática, chaquetera y socialdemócrata Mayte, su médico Salvador —ironía— con sus cultas justificaciones para sus curiosas posturas filosóficas y religiosas, el camaleónico Pepín…

III.
Ante el naufragio y la pretensión de que aquí no ha pasado nada, Baltanás y Arjona parecen querer retener una higiénica cordura; y de este modo, el tono y la pretensión de la novela no es de lúdica parodia (solo). No es el autor un postmoderno. Quizás, precisamente, se trate de no caer ahí, de que el humor en semejantes asuntos no sea simplemente humo/r. Este humo/r no nos trae en anexo una teoría de la liquidez y liquidamiento del sujeto, de la historia y bla, bla, bla. Es verdad que no parece emerger  ninguna posición fuerte tras el arqueo y desecho de muebles desportillados. Pero aquí y allá, el autor va dejando caer algunas certezas, o semicertezas con que reconstruir desde este grado cero vital alcanzado: la sinceridad de unas lágrimas que no consiguen salir y de una sequedad interior frente a lo que murió, el Sentido Común, el reconocimiento de las pequeñas realidades que sí hacen la vida más humana, la narratividad de la vida que parece comprehender la esperanza en un futuro, una vez aprendido lo aprendido…

IV.
Novela que se beneficia del poeta que es Enrique Baltanás; en la que “tabaco”, “humo”, “fumar” son términos exprimidos en sus significados, y multiplicados en su posibilidad simbólica, en sus aperturas al guiño cómplice al lector. Otra tramoya sabiamente urdida es la ordenada presentación de los diversos ámbitos de desconcierto, que son los de toda una generación: ideológicos, sentimentales, sexuales (aquí me pareció un tratamiento un tanto reiterativo y descarnado). Y, desde luego, la novela se beneficia del vasto y curioso lector con inquietud literaria, filosófica y metafísica, que es su autor: los diversos debates presentados, intencionalmente inconclusos, revelan una claridad de análisis nada enturbiada por cualquier moda postmoderna de anteayer.

Bajo el manto de la sonrisa irónica, queda el ambiguo final de la vida de Julián Arjona y de la novela: no porque “continuará”, sino porque el último paquete de esa vida —¿ya finalmente sin humos?— se esfumó, dejándonos la literatura para seguir interpretando y proyectando la propia vida. 


lunes, 23 de abril de 2012

"Perspectivas" de José Saborit: cuatro notas de lectura


Perspectivas
de José Saborit

Hace ya mucho tiempo
que cruzaste el umbral y ahora braceas
en aquel porvenir que imaginaras,
en las aguas extrañas de un presente
que nunca te pudiste imaginar,
en esta edad adulta irreversible
en que todo se cumple de algún modo.

Caminas por la calle y mudo observas
tu propio caminar desde el pasado,
la ciega expectativa que trazaste
en los días remotos,
abiertos al transcurso de los años,
en esa breve edad
en que todo se intuye de algún modo.

De los muchos posibles
que tú pudiste ser,
ninguno tan ajeno, tan distante,
como el que ahora eres y, a la vez,
ninguno tan cercano
en el clan familiar de lo posible.

El que fuiste soñaba un yo seré,
y el que ahora ya eres evalúa
los sueños del que fueras:
en ellos reconoce
las cifras del fracaso y las ganancias.

Qué extraño es ir cambiando y ser el mismo,
seguir desconociendo uno tras otro
a todos los intrusos que circulan
bajo tu faz versátil;
dejar que el tiempo pase succionando
las arterias abiertas de la vida,
dejar que el tiempo pase y ser el tiempo.


I.

“Darse cuenta”. Al leer “Perspectivas”, de José Saborit, me puse a cavilar esta expresión. Porque “Perspectivas” habla de darse cuenta: percibir, tal como lo entendemos en su sentido directo, habitual; pero cuando, además, es percibirse, darse cuenta es darse a sí mismo una relación, un relato, un cuento. Darse un cuento para percibirse. Narrarse. Y a eso vienen estos versos narrativos.

II.
Que todos le vamos dando vueltas a la cuestión de la identidad, ya desde hace largo tiempo, es algo bien sabido: serán estos tiempos penumbrosos, de los que no puede salir un clásico, según asegura Eliot, que con los dedos de una mano contaba los clásicos que en el mundo han sido, y les ponía de causa-condición una armonía de homogeneidades lingüístico-literario-culturales-espirituales que nuestro hoy moderno desconoce.

Y sin embargo tiene algo de clásico “Perspectivas”, aunque no sea clásico de pole position eliotiana –ya digo que lo de la mano es tal cual-. Pero clásico horaciano, sí: tiene de esa dicción alta, de ese vocabulario en el fiel de lo escogido y esmerado que la metáfora o la imagen sin ambigüedades precisan –si bien en este poema, por su carácter, la discursividad y la idea toman la voz-. Y también moderno, por esos artificios con que el yo se “da cuenta”: el desdoblamiento en voz admonitoria y tú silente y desconcertado; la ilustración de la paradoja de los muchos y el uno en una continuidad problemática, pero continuidad.

III.

José Saborit lleva toda la vida mirando; es decir, atento. Ser pintor al tiempo que profesor de pintura significa transitar el espacio entre lo icónico y lo verbal. Espacio distinto del espacio acotado de los polos, otro espacio en su sustancia, porque es espacio intermedio. Riesgo, creatividad… las “miradas cruzadas” o que se cruzan ahí, tienen su alto paisaje y su cortante responsabilidad.

Mirar: pintar, decir. Estrategias, usos y finalmente hábitos -no todos- del “darse cuenta”.


IV.

Meditación sobre el tiempo, no solo como erosión física, sino como condición antropológica. La antropología, esa metafísica de lo humano. Y ahí, la extrañeza: su expresión en la última estrofa, donde el doblete yo y tú parece desestabilizarse levemente, porque la enseñanza moral conmueve a la propia voz admonitoria, que se reconoce inerme ante la misma temporalidad que ilustra. Esos “qué” admirativos aporticando la estrofa lo delatan.

Mirada y temple estoicos –y asombrados- para el tiempo; y sobre todo para ese hiato de uno consigo mismo, “Cómo tiembla y descorre / la trémula cortina del instante / precario del ahora”, canta en otro poema, dedicado a los seísmos, donde intuimos otros suelos que los de basalto, arena y arcilla maleables… aún más precarios. Mirada y temple para esos raros momentos –pero inexorables- en que la vida y el arte imponen un alto y un re-cuento. Un darse cuenta. 

En La eternidad y un día, Valencia, Pre-Textos, 2012

domingo, 22 de abril de 2012

miércoles, 11 de abril de 2012

"Apunte biográfico" de José Luis Piquero: cuatro notas de lectura

"Apunte biográfico"

de José Luis Piquero

                                             Like dogs to bark at my world
                                                     Stephen Spender

Pero también a mí­ me partieron la cara
en más de una ocasión. En aquel tiempo
temí­a -como Spender- a los chicos del barrio,
matones con jerseis de Benasque y playeras
que odiaban a las madres y a los niños con gafas.

El miedo, pienso ahora,
es una presa fácil. No se explica
de otro modo la astucia, aquella maña
que se daban para atraparme siempre,
aunque volviera por otro camino
de la escuela o bajase a comprar el pan
a donde era más caro pero estaba más cerca.

Eran hábiles con el cigarrillo,
conocí­an las zonas donde la quemadura
podí­a doler más. Algunas veces
les bastaba el insulto desde lejos.
En los dí­as de fiesta eran más peligrosos
porque tení­an tiempo de sobra por delante
y el escenario idóneo de una calle aburrida.

Y lo que más lamento ya no son los cuadernos
de dibujo manchados de tinta o los tebeos
que un dí­a me quitaron, sino el otro
expolio de mi infancia ignorante y feliz,
la fe ciega en un orden de las cosas,
la armoní­a del mundo que, prematuramente,
hicieron mil pedazos en medio de la calle.

Y sobre todo el odio, el rencor insensato
de tantos años hacia los adultos:
Pasaban en silencio, sin mirarnos.
Siempre llegaban tarde a impedir las peleas.


I
En este, como en otros poemas de Piquero, me sorprende esa difícil facilidad para conectar el habla cotidiana a la red de voltaje poético. Y ahora me refiero solo a la métrica. Ahí van esos endecasílabos, alejandrinos (esa conjura de acento en sexta con que el diapasón de la poesía de la experiencia templó nuestros oídos en los 80s) como si la adquisición del castellano por cualquier hijo de vecino, dotara del mágico instinto. Pero no, no viene de fábrica. Hay que currárselo. Y mira que cuando uno se arrima a la tradición es fácil volverse sentencioso y grave. Así que, sin duda, aquí se cumple esa renovación-dentro-de-la-tradición que el lector de poesía siempre espera, como si fuera lo más natural. Cuando es al revés.

II
"Pero también a mí..." casi que nos hemos encontrado, in medias res, al girarnos en nuestra butaca de enea como viniendo de otra conversación, con el monólogo del capitán Marlow, atento a los misterios de la vida. La cualidad oral del poema es patente. Es el monólogo dramático de Browning, la segunda de las tres voces de la poesía según Eliot, que se dirige a una pequeña audiencia a la que hemos sido invitados, y ese asentimiento poético nuestro nos aguza los oídos, porque nos sabemos hablados; monólogo que, al final, en el "mirarnos" nos abraza a todos en una experiencia compartida, universal que remonta la anécdota. (Y aquí me acuerdo de Jim y del "uno de los nuestros" de Conrad).

III
La experiencia bien enfocada y delimitada, la luz natural, la secuencia ágil de flashes, el laconismo de la cámara que resume... cine clásico europeo; el léxico en su punto de propiedad, ni crudo ni muy hecho... la mejor poesía de la experiencia siempre ha ejercido una pedagogía de la lectura poética, simultánea al propio poema.

IV
Es notable la inteligencia del autor para conceptualizar lo experimentado, sintetizar su esencia existencial-moral y lirificarlo al fin, o al paso de todo el proceso (aunque a veces uno -yo- no esté vitalmente de acuerdo con las experiencias y síntesis de otros poemas suyos). No he tenido una experiencia tan traumática, pero puedo identificarme con la voz del poema en este universal asunto del desvalimiento ante el mal; esos momentos en que se palpa el sinsentido, y que en la niñez tienen primera parada; y en esa responsabilidad del adulto... en que uno acaba convirtiéndose.

Es verdad que se canta lo que se pierde; pero no solo: ¿merecen también un canto nuestras absoluciones? 

Pero ya me estoy yendo por las ramas. En todo caso, buen, muy buen poema con el que abrir esta antología de mis poemas favoritos.

viernes, 6 de abril de 2012

El soplete de J. S. Bach y Karl Richter




Acabo de escuchar una primera parte de la Pasión según San Mateo, de J.S. Bach. Más que escuchar, he visto el vídeo de la versión de Karl Richter, con el coro y orquesta Bach de Munich: 1980.

Es (casi) teatro. La producción es intencionalmente dramática: el escenario consta de planos desnudos, tintas planas (blancas, verdosas, grises), perspectivas, aristas, iluminaciones contrastantes, volúmenes grandes que pesan, casi comprimen (como la enorme cruz sin crucifijo que flota acostada sobre el coro)... para mí, una puesta en escena existencialista, donde el barroco de Bach atraviesa una atmósfera despojada, angulosa, fría, cortante... hasta las narices de soprano y contraalto, la de Richter -y sus brazos exactos- son enfocadas a sangre sobre el fondo neutralizado... Bach sale bien, sobresaliente, de ese careo con la nada de etiqueta; no conozco nada, todavía, que se haya resistido al soplete de Bach.

En mi propia maraña cordial, esta producción se constelaba con El espía que surgió del frío de Le Carré, la guerra fría, los espías, el flamante muro incapaz de sospechar 1989... 

Y Bach sigue volando, coreografiado por un existencialismo visual, o cantado en scat por Bobby McFerrin, o en el trío aswingado de Jacques Loussier... elevando a un plano espiritual todo lo que toca. 

lunes, 2 de abril de 2012

Cae la noche


Ahora que vienen los días fuertes de la Semana Santa, me he puesto a recordar algún pasaje especialmente expresivo de los Evangelios; algo en el lienzo de esas narraciones que cuentan la Pasión de Cristo. No he querido indagar más cuando me ha venido casi instantánea esta frase: “Era de noche” (Erat autem nox).

Es breve, y en mi mente siglo XXI podría ser un título de película —seguro que llego tarde—. Una frase que suena bien ahora, y hace dos mil años. En el Evangelio de Juan (XIII, 30) queda escrita punto y seguido de la salida de Judas, dispuesto a traicionar por dinero al amigo.

He de decir que lo que en mi memoria se ha mantenido no es exactamente “Era de noche”, sino “Cae la noche”. Si Juan refiere a la noche, tan escueto, tras el inicio de la traición; si quiere poner esta pincelada expresionista, cargada de sentido por la contigüidad de lo que ha contada inmediatamente antes… entonces yo no puedo dejar de sentir ese “caer”, esa contundencia expresiva, esa retórica fuerte de puñada visual en “Era de noche”, y supongo que por eso, inmediatamente pienso en “Cae la noche”.

Las noches caen, como los días nacen (ortus) y mueren (occasus). Flexiones del lenguaje que, sin embargo, son casi naturales, casi dictadas por el propio sol, o las sombras.

Cae la luz, la inocencia, la visión, como apagón que hace caer, que disuelve de un manotazo; y en otro sentido de caer, caen las tinieblas como pesado telón con su peso opaco, que cambia el escenario, que deja sin el sentido que asistía a las acciones que se representaban sobre aquel fondo —Benedicto XVI escribe en Jesús de Nazaret II, que Judas “sale para entra en la noche”—: es otra escena, otra hora.

Esto comparece cuando contemplo ese “Cae la noche”. Y pienso (casi) por instinto de supervivencia en un alzamiento, en un sol que nace. Y recuerdo que hace falta una travesía de sábado —y recuerdo que George Steiner escribe que solo caminará hasta el sepulcro del gran hombre, que no podrá ir más allá—. Yo acompañaré a Steiner, pero tampoco podría ir más allá; si no fuera por un don inmerecido, impensable e insospechado, como las buenas metáforas.