AVISO PARA QUIEN QUIERA COMENTAR

¿Dónde está la sabiduría que perdimos en el conocimiento?
¿Dónde el conocimiento que perdimos en la información?
T. S. Eliot, Coros de La roca, I



jueves, 30 de agosto de 2012

Solo se escribe en el margen (II)

Lo que me parece claro es que sin márgenes no se puede escribir la propia vida. 

Me he acordado de la imagen del burro con las orejeras: esos tabiquillos que no dejan márgenes a la visión. Bueno, es una tecnología que ha funcionado y funciona para fines muy concretos; pero es verdaderamente inhumano si se aplica como norma a la vida de las personas. 

El margen es distancia, y por lo tanto, espacio, aire, libertad. Si no eres capaz de hacer valer ese espacio, y ayudar a hacerlo valer a quienes amas, estás repartiendo orejeras. Y es en los márgenes donde nos encontramos.

Si no hay escritura verdaderamente personal, es porque apenas nos damos margen. Al final, uno es el peor torturador de sí mismo: el que se fuerza a vivir en un metro cuadrado, o a hacinarse con más gente que tampoco conoce el valor del margen.

Ay, esas cuartillas en blanco que desasosegaban a los románticos... pero donde está el peligro está la salvación, escribió Hölderlin. Seguro que en el margen.



lunes, 27 de agosto de 2012

Solo se escribe en el margen (I)

No soy particularmente amigo de los animales. Digamos que lo nuestro es un civilizado distanciamiento, solo incumplido por algún esporádico chucho que se salta la norma, o alguna estadística paloma practicando expresionismo abstracto norteamericano en mis solapas. Salvadas estas excepciones, la relación es tan fluida como inexistente. Creo que, por mi parte, se debe a la comprobación de que el animal no escribe en el margen.

Ya lo venía sospechando: el animal no tiene márgenes. Su hipoteca bestial es irreversible; su condición vital, densa y sorda como un agujero negro cósmico. El animal cumple su papel sin dejar márgenes, su absoluta pretensión de ser él y solo él es insoportable -para quien es un quien, y sabe que ha de estar inventándose un poco todos los días-, solo sorprendentemente superada por su efectivo y detalladísimo autocumplimiento, punto por punto.

Por estar a salvo de la marginación, la contrapartida positiva es su incapacidad para la escritura, para el cuento de su prodigiosa y aterradora vida -que por otro lado disfruta a lo bestia, como no podía ser de otro modo, y de lo que me alegro-. ¿Quién aguantaría el autorrelato de un qué, la metódica e implacable escritura de un vida metódica e implacable?

(Solo añado, para terminar este primer capitulillo, que no tengo nada en contra de los animales, y que Julián Marías escribió unos párrafos deliciosos sobre la asombrosa hominización pasiva de los perros cuando conviven con las personas).




miércoles, 22 de agosto de 2012

La escritura, tu espejo

Es enorme la cantidad de espejos que la sociedad nos presenta. Un espejo es esa superficie que pretende devolvernos nuestra imagen. Desgraciadamente, muchos espejos apenas nos dan una imagen mínimamente verosímil; con frecuencia se trata de esa imagen que ellos querrían que asumiéramos: ese alguien que necesita esa fama, ese placer, ese dinero, esa figura, ese poder... a toda costa.

Hay un espejo mucho más fidedigno: la escritura. Un espejo raramente propuesto en la sociedad de masas. Tiene esa ambivalencia de los espejos auténticos: muestra cosas que no gustan, y otras que sí. La hoja en blanco, el archivo digital recién inaugurado, te interrogan, y entonces surgen los anhelos, las necesidades profundas, las esperanzas, los proyectos. ¿Qué escribo?: si persistimos, si no nos apartamos por falta de coraje, se delinea una imagen que reconocemos como nuestra. Y una buena imagen de sí mismo es, en el fondo, un mapa para caminar. 

Escribir es ponerse ante el espejo de la escritura. Ponerse es exponerse. Siempre se escribe a la intemperie. Escribir es ese misterioso conocimiento personal: reconocerse y soñarse. Pasar el dedo por el hilo que une pasado con futuro. Escribir es escribirse. Es dibujarse. Es acuarela, el riesgo del agua: nunca sabemos con certeza el efecto final. Pero queda la imagen valerosa y valiosa. Imágenes, pequeñas luces que encendimos con esfuerzo, con alguna inquietud; farolillos con los que seguir caminando. 

No enseñamos a escribir a nuestros jóvenesen la escuela porque, en el fondo, nos da miedo la responsabilidad de enseñarles a ser ellos mismos. 

domingo, 19 de agosto de 2012

Paradojas de la lectura

Uno dice que es frágil, vulnerable, que casi nada perdura... todo eso que viene fácilmente, cuando uno se pone a escribir un poema, o a mirar fijamente unas nubes. Pero solo lo siente -lo siente de verdad- si acaba de romperse, o le ha llegado un don que lo compone, misteriosamente. 

Pensaba esto porque, llevo un agosto de lecturas. Tras mucho, mucho tiempo, he podido leer dos horas seguidas -reconozco que incluso tres, algunas veces, mea gloria!-. Y qué distinto se lee entonces: más entrega lectora, más matices... Cuando es invierno, en la trinchera, casi siempre es tiempo robado. Se mezclan los aromas de la vida. Y uno escribe sus cosas de lectura a menudo con algo de prisa. Piensa que con más tiempo escribiría, quizás, otras cosas; más hondas, también. No lo sabe con certeza. Pero luego, al llegar esos momentos de don, se sale uno del parapeto y corre con el libro en las manos, y ya no tiene tantas ganas de escribir. 

¿Y entonces, leí bien? 
¿Y ahora, es que leer es solo esos momentos de gracia?

Ay, qué fragilidad esta de la lectura, de uno. Será la levedad del ser. Pero se gana en ligereza, que al pasar del tiempo, no es pequeño tesoro.

lunes, 13 de agosto de 2012

Al escuchar "Claudia"... (poema)


Al escuchar “Claudia” por Paquito D’Rivera y Arturo Sandoval, en un parque

Oía yo los sones acordados
de un fliscorno y un saxo bien tocados.
La mañana era fresca y cuatro tilos
verdeaban la luz de los estilos.

Corrían las corcheas y las hojas
de verdes, en glissando, iban a rojas.
El cielo, bien plisado, en un allegro
cantaba en zarco azul, el mirlo en negro.

No preguntes por qué o cómo o cuándo:
los gorriones allí, todos piando
—y sin bachillerato— bien lo saben. 
(Y aún te diré más: no entra en examen).

lunes, 6 de agosto de 2012

Cose che nessuno sa, de Alessandro D'Avenia: cuatro notas de lectura


I. 
¿Mi pequeño italiano? Mejor, gracias. Sobre todo ahora, después de leer Cose che nessuno sa. Los idiomas se aprenden con todo el cuerpo. Siempre he desconfiado -nunca me han servido- de los métodos autogestionarios. Solo se aprende el idioma en el que se sufre, se ama, o se suelta una carcajada pronta y espontánea. La traducción siempre es antecámara, hay que ir más allá. Y leer en un idioma que medio sabes es un viaje que pide espíritu aventurero. Como leer en penumbra, con un candil en la mano izquierda: las palabras proyectan sombras inestables, y vas de claro en claro, descubriendo las monedas de oro que llevan al tesoro. Y Cose che nessuno sa es un pequeño gran tesoro de sabiduría sobre la vida.

II. 
En Blanca como la nieve, roja como la sangre… ya se veía que D’Avenia sabía muchas cosas. En Cose che nessuno sa, pese a lo que dice el título, ya se ve que se las sabe todas, o al menos las más importantes. D'Avenia es un apasionado profesor de literatura en un liceo de Milán, además de doctor en filología clásica, con una tesis sobre el pasaje de las sirenas de la Odisea de Homero. Y lo mejor de todo es que ha escrito algo tremendamente incorrecto: ha vuelto a reunir la belleza y el dolor, como si Platón acabase de escribir el Fedro la semana pasada. Nosotros, los (post) modernos, los hemos separado empeñados en llevarnos en cada bolsillo una y otra cara de una misma moneda. Y estamos contentos de consumir los dos simulacros resultantes: una belleza que no nos abre surcos en la carne; un dolor que no nos eleva. 


III. 
Mi preferido, el capítulo IX, donde el profesor de la novela da esa clase que todos querríamos haber recibido, si todos hubiésemos sabido mejor qué era la educación. Esa confirmación de que la literatura hace identidad. Ese drama del mito revivido, el de la vuelta a casa de Ulises, donde está en juego el descanso ansiado de los corazones de padre, de madre, de hijo cuando la unidad se ha roto. Y en el mismo capítulo, la terrible refutación de esa clase salvadora que ha puesto en camino hacia la belleza, cuando la cobardía enfría el corazón con excusas de relativista semiótico: parole, parole. Pero hay alguien que desvela la disfunción: Tu no sai cos'è amare. Tu ti esalti con i tuoi libri, ami loro, non le persone. Ami le parole, non la vita, perché la vita ha le ombre e fa male. Tu parli, parli, ma non ascolti. Tu prendi, prendi, ma non dai nulla.


IV. 
En Blanca... D'Avenia se limitaba a lo que el narrador, un adolescente, podía pensar, sentir, decir. En Cose... ya no hay restricciones, y se pone en juego una amplia serie de recursos del contar, y una sabiduría antropológica nada común. Metáforas, humor, pena, párrafos medidos y eficaces, caracteres psicológicos, ritmo, verdades, suspense, descanso... y esas cosas que, como dice San Agustín refiriéndose al tiempo, "Si no me lo preguntan, lo sé. Si me lo preguntan, lo ignoro". Una novela que incita a escuchar eso que se sabe en el hondón del corazón, de una belleza tantas veces dolorosa; que nos hace terrible y bellamente humanos.


viernes, 3 de agosto de 2012

A la esperanza, una estrofa de John Keats y una transversión mía


To Hope


When by my solitary hearth I sit,
And hateful thoughts enwrap my soul in gloom;
When no fair dreams before my "mind's eye" flit,
And the bare heath of life presents no bloom;
Sweet Hope, ethereal balm upon me shed,
And wave thy silver pinions o'er my head.


A la esperanza

Si otra vez, solitario, frente al fuego,
envolviesen mi alma negras brumas,
si otra vez, la belleza alzase el vuelo
y un páramo desnudo me abrazara,
dulce esperanza, pon aquí tu nido,
no me olviden tus alas de plata.