AVISO PARA QUIEN QUIERA COMENTAR

¿Dónde está la sabiduría que perdimos en el conocimiento?
¿Dónde el conocimiento que perdimos en la información?
T. S. Eliot, Coros de La roca, I



domingo, 28 de noviembre de 2010

Cuatro notas sobre Blanca como la nieve, roja como la sangre, de Alessandro D'Avenia



I
En esta novela he vuelto a encontrarme al archiadolescente: llamo así a ese personaje adolescente que, además de estar bien construido en su individualidad, representa como un arquetipo a todos los adolescentes, y junto con eso goza de unas capacidades expresivas y reflexivas inusuales en un adolescente. De otro modo no habría novela, o una novela tan interesante. Me ha hecho recordar varias buenas novelas con archiadolescentes: El guardián entre el centeno, de J. D. Salinger, Me queda Madrid y Nocturno, de S. Herraiz, y Vigo es Vivaldi, de J. R. Ayllón. 


Leo, como les ocurre a todos sus predecesores en el género, tiene una deslumbrante capacidad para la metáfora y un vocabulario certero y rico en registros: poco coherente con su inexistente hábito de lectura; pero los archiadolescentes son así, y a mí no me incomoda porque son reglas del género.


II
Es la primera novela de un potencial gran escritor. D’Avenia sabe mucho, mucho, mucho de lo profundo y de lo superficial, de los jóvenes y de los mayores, de la literatura y de la vida, del bien y del mal, y sobre todo sabe de los lenguajes en que se expresa y comunica todo esto. Y sólo tiene 32 años.


III
El juego de colores, que es el hilo metafórico de toda la novela está muy bien puesto y sostenido en escena. Hablar del amor como color rojo podría parecer un recurso de escritor con poca inventiva. Pero D’Avenia sabe entrar en un tópico y trascenderlo, vivificarlo, actualizarlo y contártelo como si lo acabase de inventar él tras decenas de siglos de humanidad sin que nadie hubiese pensado en ello. Y eso es un potencial para la gran literatura.


IV
Novela para adolescentes, sí. Pero como si alguien se los tomara en serio, creyera en la gran verdad encerrada a presión en sus vidas, en esta sociedad de adolescentes crónicos, como si la adolescencia aún pudiera ser un segmento crucial en la vida, en la totalidad de la narración que es la vida, y no un sueño histérico inflado por la industria del ocio.


Novela altamente recomendable. Capaz de devolver esperanzas en estos tiempos de crisis profundas. 

viernes, 26 de noviembre de 2010

Tienes que beber más agua

-Tienes que beber más agua.
-Vale doctor.

Pero una cosa es hidratarse y otra lo que está pasando. Y la verdad es que ya me estaba comenzando a acomplejar: ¿por qué no llevaré una botella de agua mineral de dos litros conmigo, como hace "todo el mundo"? Hay un rito de canonización mediática y social de objetos, oficiado por futbolistas. Consiste en poner el objeto sobre la mesa mientras se habla ante las cámaras. Habitualmente es una botella de agua mineral. Por este rito, la botella de agua gana una nueva naturaleza, pasa a ser símbolo, magia, talismán. Y ya es difícil no escuchar el glup, glup en cualquier lugar público. Temo que pronto alguien se dirigirá a mí así: "Eh, usted, el que no lleva botella". O peor: "Buenas tardes, ¿me deja ver su DNI, por favor? Gracias y... ¿no lleva botella? ¿no sabe que no se puede circular por la acera así, por peligro de deshidratación? 200 euros".

El otro día, en el fragor de un coloquio sobre arte contemporáneo, una asistente entre el público recurría sin pudor a su práctica hidratante echando mano de este agua milagrosa secularizada -porque el milagro que se busca es el de la eterna juventud, aunque no se sea muy consciente de ello-. Luego, al contárselo a un amigo, me entero de que hay ingresos en hospitales por hiperhidratación, y que existe la potomanía: manía de beber demasiada agua para saciar el hambre y no engordar.

Bueno, lo que apartó finalmente mi mano del objeto mágico no fue el inevitable fastidio de cargar con unos quilos de más, ni el dispendio económico de comprar una mochila en la que introducirla -convirtiéndome en un literal acueducto-, ni los casos clínicos por hiperhidratación. No, no fueron condicionantes físico-económico-hospitalarios; fueron, simplemente, estéticos. No acabo de ver claro tanto plástico conmigo. Si me imagino empinando el codo con una botella de agua mineral de dos litros en medio de un coloquio sobre arte contemporáneo, me da un ataque de vergüenza anticipado. Bueno, quizás alguien pensaría que estoy realizando una performance, o remedando la postura del Laocoonte desde un irónico guiño postmoderno. 

Una cosa no quita la otra. Hay que hacer caso al médico. El problema no es hidratarse, sino perder el buen sentido de lo humano al hacerlo. Además, la botella de agua mineral es sólo el principio: no veo lejos el momento en que llevemos también en la mochila un bote de ketchup, un tupper con escarola, cereales all-bran, té rojo y verde y camomila, un pack de servilletas de papel, gel, cubiertos de plástico, un mantel de hule, sandwichera... Echaré entonces en falta el manual de instrucciones del sentido común, que parece que es lo que estamos olvidando... ¿será por deshidratación?  


miércoles, 24 de noviembre de 2010

El misterio del suelo del parque

Una de las revoluciones silenciosas que, sin duda, provocará un inminente cambio en las conductas sociales en los países del primer mundo es la aparición de pavimentos de caucho en los parques infantiles.

No sé si recordará usted, querido lector, sus caídas del columpio en el parque. Todos hemos tenido esa experiencia de la caída: una impresión inefable acuñada en los primeros años de vida, que sella nuestro desposorio irreversible con la realidad. Más tarde, mediante la religión, la filosofía, la sabiduría popular, pudimos descubrir el sentido del trauma: de esa y de las subsecuentes caídas de todo tipo, y pudimos humanizarnos, y evitar ser un animal violento y a la fuga.

Pero, ¿qué les estará ocurriendo a esos niños y niñas que, al caer, rebotan con una carcajada? ¿qué ocultación se les hace de la primera de las grandes leyes, la de la gravedad -física y moral-? Privados de esta experiencia primigenia y fundante, ¿cómo encajarán la caída, que sin duda vendrá inapelable en algún momento, sin este primer encuentro estructurador? ¿podrán entender un 10% de alguna de las grandes obras de la literatura universal? 

No estoy en contra de intentar evitar el dolor, cuando se pueda, faltaría más. Sólo ocurre que dudo de la bondad de esa gran ola pedagógica que consiste en evitar cualquier tipo de molestia a los niños. Hay ciertos intervencionismos que se revelan totalmente antinaturales. Seguramente mi invectiva contra el pavimento de caucho no es más que una hipérbole, y las hipérboles son para diluirlas en cuatro quintos de sentido común, y entonces dan el sentido que tienen que dar. 

El dolor es un misterio, como decía Gabriel Marcel, y los misterios, misteriosamente, nos humanizan.  

lunes, 22 de noviembre de 2010

Con dos pasas

La ambigüedad es deliberada: no me refiero a las tradicionales uvas pasas, no estoy abduciendo la Navidad a este final de noviembre. "Con dos pasas" es la contraseña liberatoria que los partisanos de 4º de la ESO se susurran mutuamente para soportar el paso de los días escolares e ingresar finalmente en 1º de Bachillerato, como un paquete de SEUR que será inexorablemente entregado en la puerta de destino. 

-"Como pasas de curso con dos asignaturas suspendidas, tacha del menú el par que menos te apetezca para este curso; si de todas formas vas a pasar... 

-"Tío, pues a mí me mola poco la lengua... y las matemáticas no te digo"... Zas, zas.

"Con dos pasas" es la consigna con que el movimiento de liberación anima a sus partisanos en la lucha contra el sistema. Curiosamente, el sistema a abatir es el del centro educativo particular; mientras que el gran sistema -oh paradoja-, el Gran Sistema Educativo Ministerial (me acaba de venir a la cabeza el proyecto Gran Simio, no sé por qué) es el inductor de la consigna, el pergeñador de la gran abstracción pedagógica legitimadora. 

Entonces... los docentes somos ¡los auténticos partisanos! entre dos trincheras de fuego amigo y, más que amigo, colega del buen rollo -ya se sabe que el colega del buen rollo es el que te arroya en cuanto te des la vuelta-. Esta es la toma de conciencia a que se nos empuja: con la progresiva politización de la escuela, en medio de esa mutación a democracia partitocrática, los profesores somos "el otro" inasiminable, el enemigo necesario  -como explica Carl Schmitt en Teoría del partisanopara la dialéctica del conflicto en que se quiere convertir la educación. Pero si no quieres ser asumir el avatar de enemigo previsto en esta playstation político-pedagógica, te has de convertir en partisano, en quintacolumnista del sentido común.

Pediré una bandolera y un trabuco a los Reyes Magos. Hace falta algo más que un par de pasas para afrontar esto.  

viernes, 19 de noviembre de 2010

Coca-Cola y moral universal

Acabo de leer una noticia sobre la campaña de Navidad de Coca-Cola: la verdad es que no he entendido mucho qué es lo que se pretende con lo de "intercambiar regalos". Supongo que es una iniciativa altruista, pero en cuanto he comenzado a leer la noticia me he perdido -también me pasa con las películas de intriga con guión pretencioso-. En esta noticia se dice algo de un "almacén virtual de ilusión" -no estaría mal analizar cuántas figuras retóricas hay en este sintagma-, y me hace pensar en si no es la crisis lo que hace poner la proa hacia los grandes almacenes virtuales, cuando el bolsillo empírico no está para hacerse muchas ilusiones. 

Pero bueno, sobre todo me llaman la atención los tres eslóganes de la campaña: "La ilusión no se crea, ni se destruye, se intercambia", "Busca la felicidad de los demás y encontrarás la tuya" y "Haz click en el corazón de alguien". El primero es un travestismo de la Ley de conservación de la energía de Lavoisier, el tercero me hace pensar en un corazón virtual, y el segundo es el que me parece especialmente interesante. Seguramente porque es una máxima moral, suscribible por varias grandes tradiciones culturales; y -aquí viene la razón poética y el efecto de extrañamiento- porque su presencia entre las otras dos me hace imaginar un profeta entrando en un McDonald's.

Bien, me gusta la Coca-Cola y me gusta que las máximas morales universales ampliamente compartidas resuenen con la fuerza contundente de la publicidad en medio de un ambiente postmoderno culturalmente relativista. ¿Qué más se puede pedir? 

Pero ya digo, no he entendido muy bien de qué va la campaña. 

 

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Hacia Nochevieja

Mis alumnos venden entradas para la fiesta de Nochevieja. No me ofrecen una por motivos obvios, y yo tampoco querría que mi calva asomara por el Tuenti de media blogosfera al día siguiente de la noche de autos.  

De algún modo, estas prisas, estos preparativos, es como querer que el final se adelante, convertir dos meses en una víspera. Julián Marías habla mucho y bien de tener proyectos, de biografiar el futuro, en ese librito Breve tratado de la ilusión. Pero estas urgencias de bachilleres, no sé, no sé. Más parece una huida hacia adelante cuando el presente se arrastra decepcionante. Y sin embargo... estos chavales viven de la ilusión.

Yo, la verdad, carpe diem. Como Diógenes a Alejandro Magno -o eso dicen, o dice Plutarco, o no sé quién-: que no le quitara el sol de aquel momento. En esto del carpo, creo que soy más Keating que el Keating de los poetas muertos: ahora esto, después aquello, luego lo que venga. ¿Nochevieja? Prefiero diajoven, aquí y ahora. Lo más cercano que veo es el Adviento -para preparar la Navidad-, y tengo una gestante idea de lo que pediré a Sus Majestades -crisis mediante-. 

La semana que viene, en el aula, tenemos que hablar de  neoepicureísmo cristiano. Igual mola, y me regalan una entrada.  

lunes, 15 de noviembre de 2010

Cuatro apuntes para Trece elegías y ninguna muerte de Enrique Baltanás



I
Trece elegías y ninguna muerte es un título contradictorio. El ajedrezado siena y blanco que se extiende por las cubiertas de este libro -tan bellamente editado por La Isla de Siltolá- parece reflejar algo de esto: a mí me sugiere un toma y daca entre contrarios, un proceso racional ad infinitum que pide un límite –de aquella razón, razón nada razonable, cuya modernidad advirtió Chesterton-. El propio libro lo limita con sus dimensiones, impide “a sangre” un desparrame de razón pura sub specie guttenbergis. Pero es el oxímoron del título el que finalmente ataja el juego irresoluble de contraposiciones, porque un oxímoron lleva en su interior un artilugio de desarme –o autodeconstrucción si nos ponemos postmodernos-: vuelve romos los términos antitéticos por rozamiento, al obligarles a un entendimiento mutuo. Entonces, si el oxímoron es de raza, si no procede del puro disparate o la demagogia, tomará vuelo hacia otro nivel superador de la contradicción aparente. Trece elegías y ninguna muerte ya promete ese otro nivel que ha de ser altura, ámbito, claridad, conocimiento, luz. Y cumple ya en la “Elegía I”.

II
Podemos llevar una linterna en el bolsillo, pero las luces que más iluminan son las altas, las inaprensibles, las que saludamos desde una desmesurada lejanía, paradójicamente tan cercanas y necesarias: las misteriosas. Y el misterio es la atmósfera de este poemario, belvedere donde los poemas respiran su sustancia humana y poética. Qué no haya de entenderse por misterio, no podría decirlo yo mejor que la “Elegía II” del poemario (un compendio de sabiduría en pocos versos). Es el misterio de la vida, el que han señalado los buenos existencialistas, como Gabriel Marcel, la puerta a la trascendencia que la razón sensata encuentra cuando, legítima, realiza sus operaciones pero retiene la temperatura de la humana circunstancia –misterios de dolor, de gozo- del aquí y ahora. Entonces pare la esperanza.

III
Desde el “Poema-prólogo” se aprecia un discurrir meditativo, grave, de quien va a paso quedo, afirmando las pisadas tras las muchas carreras, errores, desengaños. Se invoca Tan sólo un pensamiento que razona/y mide sus palabras, después del desengaño,/quedándose en los huesos. Me viene a la memoria ese gran poema de Eliot, Miércoles de Ceniza, igualmente escrito desde una dolorosa y lúcida madurez. Allí, para la apropiada expresión poética, se recurre a la sencilla y poderosa fraseología de las oraciones cristianas, al eco de versos de otros poetas -metafísicos y desengañados-, a la resonancia firme de la tradición y la cultura, a la repetición cadenciosa en estribillo… Aquí el proceder se acoge a las virtudes purgativas del entendimiento, a su fría luz con que huir la cálida ceguera de la pasión y de las especiosas apariencias. Baltanás pone en juego la tradición métrica de la silva como guante ajustado a la diestra mano; la repetición no de frases, sino de esquemas, movimientos, intuidos patrones de un tempo anímico traducido en ritmo verbal; la economía de las palabras, esplendente y sorpresiva en su libre necesidad; la imagen certera y novedosa, como una ventana inesperada: de la altura al barranco, y tantas otras; ecos machadianos: Por eso entre la niebla me confieso/aún buscando la luz (“Elegía VI”); incluso la referencia a pasajes evangélicos de luz, redención y resurgimiento, que expresan no un estado beatífico ya alcanzado –tan poco poético, tan nada humano-, sino una necesidad y un deseo:

Aún espero encontrarlo y encontrarme.
Quizá no me rechace. Y tal vez
me diga como a Lázaro: levántate…

IV
Así que no huye la emoción del poema, aunque haya sido pretendido desde el entendimiento. Y no lo hace por ser precisamente poema la forma que sustancia tal empeño. Como no deja de ser padre el padre por corregir ahora, cuando antes gozaba en el juego con el hijo. Al final, gobierno político, no despótico, de las pasiones, que decía Aristóteles. Baltanás es también profesor, quizás convenga en que la educación no sea más que el perenne ensayo de ese polifacético poema que es la vida con y para los otros. Ahí está ese “Ramo de rosas”, final de la segunda parte del oxímoron, la segunda parte del libro: Ninguna muerte:

Toma el ramo de rosas que te ofrezco,
no las desates, déjalas así
en un cristal con agua.
Su ofrenda te darán por unos días,
aunque serán muy breves.

No hagas caso del tiempo.
El tiempo es un engaño en ese ramo
y en otras tantas cosas de la vida.

Su brevedad no mires; sí, las rosas,
que son, igual que tú, que yo, fugaces,
pero rosas unidas en un ramo.

viernes, 12 de noviembre de 2010

La metonimia salvará al mundo

"La belleza salvará al mundo": se propone esta frase en el grupo Filosofía joven, de Facebook, para la discusión. A mí, esta frase de un personaje de Dostoievski me parece una metonimia -al fin y al cabo Dostoievski era un artista-. Una metonimia toma una parte por el todo, por lo que me parece que algo más que la belleza, algo con lo que la belleza va, salvará el mundo. Pero ¿que...?

No me quiero meter por esos cañaverales ahora mismo, pero lo que sí tengo claro es que, sea la salvación del tipo que sea, si es auténtica salvación, la belleza estará allí: podrá no ser condición suficiente, pero desde luego será condición necesaria.


Una salvación fea, ¿es razonable? ¿de qué puede salvar? ¿no sería una condenación? 


Intuyo firmemente que nuestra dignidad como personas, y por tanto cualquier pretensión de sincera salvación humana, exige la metonimia de la belleza.

jueves, 11 de noviembre de 2010

La cultura por barrer

Hablemos un poco de política... cultural. Me refiero a tendencias que, sin duda, no siempre se dan en actuaciones concretas -sobre todo cuando hay gestores con verdadero sentido prepolítico y metapolítico-. La cuestión es el diverso modo de encarar la cultura desde la izquierda o la derecha. 

El problema de la izquierda es de identidad: identifica la cultura consigo misma: o hay identidad entre cultura y propia ideología, o no hay cultura posible. De ahí las continuas rigideces de sus actuaciones.

El problema de la derecha es de visión: no ve la cultura porque no acaba de entender qué trascendencia puede tener el asunto. Cuando ejerce el poder público en cultura suele subcontratar a gestores de la izquierda, con lo que se suelen cocinar unos potajes considerables.

Sea unos u otros, sería de agradecer que los gestores políticos reconocieran los límites de su trabajo -la política es una dimensión humana más, y tiene el vicio ideológico de metastasiarse por toda la vida humana-, y dejaran que la propia cultura les trascendiera. La cultura es cercana, rica y plural. La política es un servicio.

Entre unos y otros, la cultura por barrer.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Toy Story 3 y Ortega y Gasset y la rica verdad

Hace unos días vi Toy Story 3, y creo que el guión está a la altura de su impresionante 3D, o diciéndolo con más propiedad, el 3D está a la altura de su gran guión. Me quedo sobre todo con ese paso de la adolescencia al inicio de la edad adulta, expresado a través de la entrega de los juguetes. Creo que hay mucha finura, sabiduría, en su tratamiento. Vemos la tensión, los forcejeos, la crisis de crecimiento. 

Resulta que, después de ver la película, estuve leyendo La existencia abierta. Para lectores de El Principito, del profesor venezolano Rafael Tomás Caldera: un grandísimo pequeño libro sobre uno de los más grandes libros de la historia de la humanidad.

-¿Estás seguro de lo que estás diciendo?

Of course. Otro día hablaremos de esto, ahora lo que quería comentar es que Caldera trae una cita de Ortega, de una carta a Zenobia Camprubí, que me ha hecho equilibrar la verdad del mensaje de Toy Story 3. Cito parte de la cita:

Somos poco leales con nosotros mismos y gravemente ingratos con nuestro niño interior. Él es, él es quien empuja nuestros días, llenos de desazón e insuficiencia, con el aliento caliente de sus fantásticas esperanzas. Sin él, señora, diez veces en la jornada nos tumbaríamos vencidos al borde del camino, como el can reventado (...) Todos los grandes espíritus ha sabido escuchar, por debajo de los ruidos exteriores de la vida, la alegría y el llanto del niño que llevamos dentro...

Digo equilibrar porque cuando Andy deja los juguetes y se va conduciendo el coche -otro signo de vida adulta- a la universidad, nos ha enseñado una verdad, pero es una verdad complementaria con la que señala Ortega, y con otras que no caben en este post del blog. Así de rica y profunda es la vida, y nuestro conocer, si nos ponemos a ello de verdad.

domingo, 7 de noviembre de 2010

No desencuentro, sino encuentro

Me refiero a ese controvertido diálogo entre Benedicto XVI y los periodistas en el avión rumbo a Santiago de Compostela. Me fijo en esta frase:


para el futuro de la fe y del encuentro – no desencuentro, sino encuentro – entre fe y laicidad, tiene un punto central también la cultura española


Ya se ve que "laicidad" no puede ser interpretada como algo malo, dentro de la semántica del discurso de Benedicto XVI; si no, sería como si el Papa estuviera pidiendo hora para una entrevista con el lado oscuro de la fuerza, con idea de llegar a fijar unos mínimos en el contexto de una agenda común que permita establecer acuerdos puntuales destinados a ulteriores medidas pragmáticas dentro de un gran pacto de viabilidad de comunicación bilateral que posibilite unos minutos más de presencia de la Iglesia en el prime-time del escenario mediático-político-económico de este mundo globalizado de acuerdo con shares de audiencia y encuestas de aceptación a cambio de unas contraprestaciones espiritu-político-culturales de modo que se pueda llegar a un entendimiento basado en el diálogo (tomar aire aquí) dirigido a llegar a fijar unos mínimos en el contexto de una agenda común que... (da capo senza fine, con la precaución de hacer la pausa respiratoria en el lugar adecuado)

El Papa, obviamente, se refería a otro tipo de encuentro.

sábado, 6 de noviembre de 2010

Impresiones tras la presentación de Leer o no leer en el Bibliocafé

Lo pasamos muy bien. Bastantes amigos, clientes del Bibliocafé, José Luis y María Fernanda -los creadores de un espacio cultural tan necesario y acogedor-, y el DúoMo, haciendo de las suyas una vez más: Billy Joel, James Taylor, Weather Report, Pink Floyd, McCartney, U2, The Beatles, Stevie Wonder, Clapton... Hubo un muy interesante coloquio sobre la enseñanza de las letras, la iniciación a la escritura, qué leer, el valor identitario de la lectura, la inspiración...

Luego, al terminar, cuando vas recogiendo los cables, desmontas el saxo, y vuelves a casa a través del tráfico que nada sabe de lo que acabas de hacer, en medio de ese ruido ajeno que hace resonar más fuerte tu runrún interior, no dejé de pensar en los temas tocados, en las relecturas de esos temas musicales. Entonces eres consciente de tu "momento de lectura", mezcla de don y fragilidad, de lo que aportaste y dejaste de aportar, de tus hallazgos y tus repeticiones, de los errores de lectura, de las intuiciones, de la improvisación, de las conexiones... de esa mezcla de temeridad, riesgo, tensión, vulnerabilidad, confianza, complicidad, instinto de supervivencia, comunicación... y de la imprescindible presencia de los amigos.

Vivir, leer, releer.  

viernes, 5 de noviembre de 2010

Conexiones

Wayne Shorter, el saxofonista tenor/soprano que trabajó con Miles Davis, y luego en la portentosa banda Weather Report, ha estado en Madrid, y fue entrevistado por ABC. Me quedo sobre todo con esto: 
La buena música no busca hacer dinero, sino elevar el nivel espiritual de la Humanidad, hacer de la condición humana algo más digno. El jazz significa luchar por ser mejor persona, el be-bop llegó porque queríamos ser mejores personas. Alguien que puede tocar una melodía preciosa y luego llegar a casa y maltratar a su familia, lo tendrá difícil para alcanzar la plenitud en el jazz.
Eso, eso último de la relación entre el arte y la moral, conectó con la famosa frase de Theodore Adorno de que después de Auschwitz, escribir poesía sería un acto inmoral. Una maldad masiva borraría la posibilidad de la belleza. Y la frase de Adorno conectó con esto de Benedicto XVI, cuando era cardenal:
Esta objeción, para la que existían ya motivos suficientes antes de Auschwitz en todas las atrocidades de la historia, indica que un concepto puramente armonioso de belleza no es suficiente. (...) Apolo, que para el Sócrates dé Platón era «el Dios» y el garante de la imperturbable belleza como lo «verdaderamente divino», ya no basta en absoluto. (...) En la pasión de Cristo la estética griega, tan digna de admiración por su presentimiento del contacto con lo divino que, sin embargo, permanece inefable para ella, no se ve abolida sino superada. La experiencia de lo bello recibe una nueva profundidad, un nuevo realismo. Aquel que es la Belleza misma se ha dejado desfigurar el rostro, escupir encima y coronar de espinas. (...) Precisamente en este Rostro desfigurado aparece la auténtica y suprema belleza: la belleza del amor que llega «hasta el extremo» y que por ello se revela más fuerte que la mentira y la violencia.
Pues eso, conectando.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Construir la realidad, ¿suena?

Quizás sea una de las frases que más hemos oído, y seguimos oyendo, desde hace tres décadas como mínimo. Es una eslogan postmoderno, funciona muy bien, tiene apoyos antropo-psico-pedagógicos bastante solventes, aunque la cosa se suele torcer por un desmedido entusiasmo: por la senda de las utopías y las ideologías, siempre se va demasiado rápido, o de noche, y no se ve bien todo el paisaje. Y se descarrila.

No me extraña esta inflación de constructivismo: desde hace unas décadas lo audiovisual es un agente rector en nuestros modos de vida, y ahí, sí que todo es construido. Construir la vida, como se construye una narración audiovisual, tiene su razonabilidad. Creo en la identidad narrativa, pero hoy por hoy, esa construcción audiovisual que empuja a su emulación en la construcción de identidad, se ha encerrado en lo virtual, en aspectos imaginativos, desiderativos, pulsionales. Nietzsche y Freud sonríen orondos desde los consejos de dirección de las multinacionales del sector. 

Yo propondría una conexión entre lo virtual y lo virtuoso: también sentaría a la mesa de negociación de la identidad a Unión General de Platónicos y a los de Comisiones Aristotélicas -no se lo va a quedar todo Zuckerberg o James Cameron o la MTV-.

Sobre todo ahora, que el sector de la construcción no está muy boyante, que digamos. 

lunes, 1 de noviembre de 2010

Tú no morirás

"Amar a un ser es decirle tú no morirás", eso dice el personaje de Antoine Framont, en la obra teatral La muerte del mañana (1931), de Gabriel Marcel. Marcel la repitió muchas veces después, en escritos filosóficos y en conferencias. 

Con el otro se palpa la misteriosa trascendencia de la persona, su sorprendente solidez, su paradójica fragilidad; la razonabilidad más allá de la razón; la esperanza contra toda esperanza; la promesa como fidelidad; la repetición como vocación.