AVISO PARA QUIEN QUIERA COMENTAR

¿Dónde está la sabiduría que perdimos en el conocimiento?
¿Dónde el conocimiento que perdimos en la información?
T. S. Eliot, Coros de La roca, I



sábado, 29 de noviembre de 2014

Más sobre La sociedad del cansancio de Byung-Chul Han

I.
Estos días pasados, bajo un Madrid de lluvias, releía La sociedad del cansancio para comentar en un seminario de filosofía. Los trenes de cercanías y los vagones de metro como escenario de la lectura, y por lo tanto la lectura como acción dramática. Leer contra el tiempo que corre, lectura transformadora del tiempo cronológico -en este caso, el tiempo frío y ajeno de los horarios ferroviarios- en tiempo humano, en tiempo con sentido personal: de la biología y la tecnología, a la bioanágnosis -me permito hacer este neologísmo: 'lectura de la vida'-. Conversión del transcurrir-sin-mí al transcurrir-mío por obra y gracia del ejercicio de leer.

II.
Bueno, pues me intrigaba el fondo del que Han extrae los recursos intelectuales para elaborar su propuesta, especialmente sus críticas a autores posmodernos. Lo que voy a decir lo podrá valorar quien haya leído La sociedad del cansancio (Herder), y es: ese estilo condensado, que entrega opiniones tan sintetizadas, oculta al lector un arsenal, unas conexiones y un rico proceso intelectual. No me extraña: en La sociedad de la transparencia Han aboga por una intimidad que se sustraiga a la inquisición de una cultura que quiere transparencia absoluta, como si eso fuese posible, y aún conveniente. Pero volviendo al asunto: el no-estilo de Han contrasta con el vedettismo de un Foucault -siempre tan pedagogizante en las lúcidas explicaciones y sistematizaciones de sus teorías- o de un Sloterdijk -siempre tan arrollador en sus frases redondas, en su desbordante erudición creativamente articulada-. No-estilo que, inevitablemente, no puede dejar de ser estilo; porque todo va con su retórica, como todo bicho viviente va con su piel -qué curioso, ahora que pienso la metáfora, la piel es lo último que persiste, cuando el sujeto es ya cadáver y por lo tanto ha perdido la sustancia: qué cualidad tan vital y persistente la del estilo-.

III.
Bien, pues ese escondite de Han: no hago más que escuchar armónicos de filosofía realista, de sentido común, de filosofías de la persona, de trascendencia, de pensamiento dialógico, de paideia, de humanismo, de cristianismo, de autoayuda, de redención, de intimidad, de respeto, de la otredad ...

IV. 
¿Demasiado tiempo leyendo en los túneles ferroviarios de Madrid? Precisamente.

martes, 18 de noviembre de 2014

A diestra y siniestra, de Joseph Roth: cuatro notas de lectura



I. 
Terrible como las epifanías, la excepcionalidad cuando aparece. Digo un talento excepcional. Porque hay técnicas para escribir bien, con su no poco trabajo, y sus merecidos réditos, cuique suum. Pero el talento excepcional lo atraviesa todo, como el espíritu la materia, y no sabes de dónde viene ni adónde se encamina. Pasa, y en su fulgor te deja el rostro iluminado. Terrible.

II.
Roth, una vez más, excepcional en A diestra y siniestra: son sus temas de siempre, su nostalgia austrohúngara, su ironía… pero un nuevo vuelo de su talento lo vuelve a transfigurar todo, y qué importa que te esté contando, en el fondo, otra vez la misma historia.

III.
Amplitud y densidad de observación de la vida, en todos sus registros, altillos y bodegas. Condensación y trallazo de luz en pocas palabras, donde comparece un personaje, un vicio, un error, un terror, una dificultad anímica, una felicidad intuida, un imposible de asir…

IV.
Y esa crítica inteligente y rigurosa de las mezquindades, la pintura de una decadencia social de plutocracias y arribistas; el vaciamiento del interior humano en las periferias de la acción, el programa político con colmillos, y a río revuelto, la ganancia de ideólogos y populismos de vario signo tramoyando febriles su siniestra bambalina tras los telares de la utopía. Ay.


En la bienvenida Ediciones Ulises: sensible y agradable edición facsímil. La traducción Luis López-Ballesteros fluye deliciosamente. Enhorabuena.

viernes, 14 de noviembre de 2014

Notas finlandesas: III




Porvoo, en el camino a San Petersburgo. Casas de madera, aseadas con colores pacíficos, suaves, pasteles. Una enorme iglesia luterana en la cima de la breve ciudad. Casas de antigüedades, tiendas de arte, obra gráfica sobre papel. Grabados. Dejan las gaviotas su fugaz pincelada sobre el río dormido.

*
En el Café Cabriole de Porvoo sirven unas tartas al alimón (seguramente también al limón) con la naturaleza artística del pueblo. Aquí nació Albert Edelfelt, me dice la hispanista Carmen Heikkilaä. La pintura de Edelfelt puede contar cosas duras –la misma Finlandia es una dura pelea contra los elementos naturales-, pero su contar artístico es amable. Una imagen tremenda como “Llevando el ataúd del niño”, en el Ateneum de Helsinki, muestra la procesión funeral de una barca, con sus remeros, familiares, la hermanita, el pequeño ataúd, la honda perspectiva... pero contada con un baño de sol tibio y unos azules claros y vaporosos, con una delicadeza de líneas que desarma la escopeta de la tragedia. ¿No es una escuela de la mirada? Y no me refiero a un ejercicio de estética; sino a aguantarle la mirada a la vida cuando viene así de aviesa. Serena resignación, la vida que continúa… quizás un atisbo de la dignidad de tratar con la vida y la muerte en medio de lo cotidiano. Testimonio de la capacidad humana de asumir la desgracia, de integrarla en la trama de lo vital, de mirar más allá… hacia la trascendencia.

El arte puede ser mucho más que arte: a ciertas alturas de la vida, es lo mínimo que se le puede exigir para que lo sea.

*

La tarta en el Café Cabriole de Porvoo ha sido una Vadelma-tai mansikkajuustokakku, con bayas autóctonas, equilibrada con la astringencia de un té verde. Nuestra mesa -la de Carmen, su marido Eero y yo- se cobija bajo un cuadro que recuerda a algún pintor del postimpresionismo nórdico. Tras el cuadro, una pared blanca que se demora en alcanzar el techo; y luego amplias ventanas, golosas de luz, altas cortinas de raso amarillo-de-San Petersburgo, recogidas a un lado como el cabello en una muchacha de perfil; luces indirectas en las paredes que generan espacios separados: un pueblo tan celoso de la luz como el finlandés sabe que una penumbra bien administrada es el alma de cualquier lugar de encuentro. Queda apuntado en el cuaderno.

lunes, 6 de octubre de 2014

La paciencia de Sísifo, de Jesús Aparicio González: cuatro notas



I.

Ha sido una alegría recobrar en la lectura de La paciencia de Sísifo, aquel mundo que ya vibraba en La papelera de Pessoa. La luz sobre el almendro: el cielo, las nubes, la lluvia, los árboles, las flores, las hojas, el jardín, los insectos, la tierra, el barro, la luz… En esa altura media de las cosas levantadas de su singularidad, pero lejanas todavía de la abstracción; ahí donde aún retienen el aroma de la experiencia, mientras se adivina ya la transparencia de lo universal.


II.

Me conmovió la “Autoarenga”, especialmente los primeros versos, esa metáfora articulada:

Las flores del fracaso se han bebido tu vino.
No te importe, levanta
tu copa con el agua del arroyo.


La energía del ritmo y de la actitud exhortativa, la razón moral, los ecos clásicos, el encabalgamiento que hace resonar el imperativo. A uno le gustaría tener esa serenidad y elegancia para autoarengarse, la verdad. 

III.

Y ese mundo que encierra el haiku clásico, transplantado aquí con flexibilidad y delicadeza, que pareciera que siempre hubiese sido cosa de Cabanillas del Campo, y no de faldas del Fuji Yama. Como en "Exploración":

No preguntes por qué
se ha partido la rama.
Busqué con mi cuchillo
tras la corteza el alma.  


IV.

Me reencuentro con una voz sazonada, y como siempre, es muy difícil razonarla en estas notas. Pero así es: de nuevo ese algo sinergético, que va más allá de las bondades de unos componentes, de unos recursos; ese milagro que de lo diverso, hace lo uno y lo único; que refiere todas las observaciones puntuales a ese más allá suyo que, paradójicamente, todo lo funde en el más acá de las palabras justas. Una vez más, poesía. 

viernes, 3 de octubre de 2014

Notas finlandesas: II

Pese a lo que me habían advertido, el alumno finlandés sí habla. Es cierto que a la pregunta directa de un descarado meridional responde con un rictus instintivo de alarma; pero apenas un segundo, pues se repone y contesta, y con inteligencia e interés. Al menos, así hacían los que tuve la oportunidad de conocer en clase.

Universidad de Tampere, a ciento y pico kilómetros al norte de Helsinki. Una mañana de septiembre, de un frío incipiente que comienza a poner a los arces colorados. La universidad es moderna, limpia, acristalada, y las moquetas desconocen los papeles dejados caer. En un pasillo los alumnos presentan unos pulcros tenderetes con ofertas de clubs y asociaciones. El curso acaba de comenzar.

Y comenzamos la clase, con medio centenar de alumnos, de edades muy diversas. Imágenes, frases, un poco de mímica, apuntes de humor y una dinámica constante de preguntas y respuestas: juegan todos, o casi. Se inventan frases, breves diálogos, alguna microhistoria. El idioma español trastabilla, pero no cae, se fortalece en las heridas, ¡bien! Evitar el error no puede ser la piedra angular de la educación; lo esencial es comunicar. Esta sencilla regla desbloquea el aprendizaje. Lo veo aquí, y tantas veces al sur de los Pirineos.

La pronunciación es clara: el finés, como el español, muestra una notable seriedad silábica: cada sílaba está protegida –lo opuesto al bárbaro atropello inglés-, un instinto democrático afirma su derecho a ser pronunciada con dignidad.


Y una pequeña maldad: conocía esa leyenda de que los finlandeses saben hablar en latín, pues lo veneran desde la cuna; incluso –y esto es comprobable- tienen noticieros radiofónicos en la lengua de César. No me contengo. En plena clase, buscando modos de comunicar, pregunto en dicha lengua y… oh, al menos una alumna responde al reto. Breve diálogo. Veni, vidi, victus sum! Como penitencia, creeré un año más en el informe Pisa.

sábado, 27 de septiembre de 2014

Notas finlandesas: I

Entre las cosas que más agradezco, está la ausencia de ruido en los espacios de convivencia. En Helsinki los Cafés son silenciosos, no hay musiquillas trepanadoras, se puede hablar; pero aún hay más: incluso se puede no hablar, y quien así ejerce no manifiesta un trauma. Todo lo contrario. No parece que se conozca por aquí el horror vacui, ni visual ni sonoro. Al principio, un meridional se pondrá en alerta, sentirá inquietud por lo que falta, invocará esa superstición del whatsapp para conjurar el peligro. Pero al fin descubrirá que la otra cara de esta ausencia es una presencia: la de sí mismo.

El Café Bulevardin kahvisaloki hace la esquina donde se encuentran la calle Bulevardi y la de Mannerheimintie. A la derecha de mi mesa, una alta ventana muestra un arce joven de Bulevardi, que esconde parcialmente al tilo de la otra acera; otra ventana, en frente a la izquierda, recorta el Svenska Teatern en una porción que me recuerda a la mía de tarta de queso y frutas del bosque -Juustokakku-: es esta rebaja de tono que se ejerce aquí en todos los colores, y de ahí la suavidad con que fluye la vida, con que acaba de llegar el otoño. Las paredes del Café son de blanco roto, roto lo justo para no perturbar la paz de nadie con estridencias lumínicas. Sin cuadros, parece que la luz y las estampas de calle son suficientes. Y en verdad lo son.

Entra en el precio reponer la taza de café en el mostrador del autoservicio, de esas jarras panzonas de vidrio que reposan sobre una base caliente. El café está rebajado de cafeína. La porción de Juustokakku también ha venido rebajándose hasta desaparecer, pero su reposición no me es lícita. Al silencio se suma el piano vertical, de un negro pulido, tan elegante. Encima del piano, un retrato en blanco y negro de tres hombres que parecen celebridades literarias, sirviéndose café. También encima, una lámpara con vástago de metal y fanal marrón oscuro. Está encendida y enciende llamitas en la superficie pulida del piano. Si ahora se levantase alguien y se sentase en el taburete del piano, acariciaría las teclas con algo de Satie, Debussy...

Se escucha hablar en finés, y también se escucha no hablar, leer el periódico, escribir, mirar por la ventana, pensar, recordar… 

viernes, 5 de septiembre de 2014

domingo, 17 de agosto de 2014

Tristaina, una tarde. Andorra



Tristaina es un nombre de resonancias sorprendentes. ¿Hay entre las peñas, o suspendido sobre los lagos un humor intenso y turbador para este inquietante título?

Ascendemos hacia el circo glaciar. Con su monótono tintín, unas esquilas atronan por el valle. Van al cuello de unos caballos enormes, que rastrean la hierba con sus grandes hocicos. Estos percherones, de paso corto y bamboleante, son de una piel amarronada y polvorienta, de una crin blanca sin brillo. Nos aproximamos a la recua, y alguno estira mansamente el cuello, como esperando una caricia. Son caballos para carne.

Luego el terreno baja suave hasta dos lagos. Desguarnecidos de árboles, quedan como grandes planchas azules encajadas en las breñas. El azul, casi cobalto, de una pureza fría y lisa, levemente contradicha en los destellos punteados por la brisa al rizar las aguas. Miles de reflejos se agitan en una cadencia ininterrumpida, mientras las nubes planean su corpulencia sobre el circo glaciar. Entonces, un inesperado centelleo rompe el irregular ritmo: un pez cuartea el espejo desde dentro y atrapa una mosca de agua. Un pez lento, convulso en un instante por el enigma de la sangre ciega; una mosca creada solo para rozar esta agua, hoy, este instante. Los breves círculos concéntricos se disuelven al poco en la lisura de la superficie. Nada recordará este contrapunto bajo la luz tenue de la tarde. 

Seguimos. Los pies buscan el camino justo entre el capricho de las piedras, los retazos de hierba, las lajas de pizarra que permiten cruzar el animado riachuelo. Enfrente y arriba se curva el circo en un collado, principian las escorrentías y se desenvuelve la lengua blanca del nevero: es de una blancura sucia, que en un chispazo de memoria trae el tono de las crines descuidadas y apelmazadas de los percherones. Pero ya hace tiempo que callaron sus esquilas. Ahora, sobre el silbido del viento, se alza a la izquierda uno de los picos de Tristaina, como su cabeza: la ronda una neblina desfibrada, como uno de esos pensamientos vagos que sabemos que no tardan en disiparse, demasiado perezoso aquí para ascender o para bajar por el exiguo nevero de agosto, y osar la invasión del valle.

Descendemos. Al hilo del riachuelo -ahora más cerca de nuestros pies, ahora apartado por el capricho de la senda-, se destacan o se ensordinan las habladurías del agua, lo único que la montaña dice a nuestros oídos. Desde este extremo íntimo del circo se ven los lagos de tinte azul y negro, amplias horizontales que alivia el estrépito de la insistente verticalidad y de las grandes masas inquietas de las nubes. Pero todo es más sereno al mirar la cercanía: al amor de una roca se arriman unos rododendros, con sus acentos carmesí sobre la sección de la piedra: en su faz golpeada e irregular, se destacan los líquenes de un verde casi fosforescente sobre estratos purpúreos, ocres, achocolatados, de grisuras indefinibles… No lejos, humildes se levantan ramilletes de saxifragas de pétalos blancos, que según la convicción legendaria de Plinio y los antiguos, son capaces de romper hasta las rocas con sus raíces, de ahí su nombre, que sabe el latín de saxum y frangere. También las prímulas, de sonrojo incipiente y perpetuo, y el erigerón, con su sinceridad sin coloretes, y otras florecillas de breves cabecitas púrpuras y añiles, aligeran la atonía del verde sufrido que todo lo abraza.

Antes de abandonar el circo, algo atrae la vista: al perfil de una loma que se desmaya hasta el lago dormido, en el escorzo de un giro brusco, le ha salido un arbusto grande de raíces al aire y ramas enhiestas como los dedos de una mano crispada. Queda una estampa con carácter dramático que responde al azote del viento y la nieve. Pero ahora, aún bajo esa forma exasperada, recuerda a una dormición apacible en la tibieza de las luces de la media tarde.


Tristaina, al descender por las enjutas sendas que nos devuelven al punto de partida, a los abetos y al agua amplia y sonora que alegra los chopos y los abedules, ya no me hago más preguntas. Una espesa neblina, pienso, pronto vendrá a enfriarlo todo.

domingo, 3 de agosto de 2014

Picasso frente a Velázquez: Las Meninas en blanco y negro y color, de Rafael Llano


Lo cuento en la página web de Aceprensa. Una buena lectura para los aficionados al arte que quieran profundizar en sus implicaciones más humanistas y culturales. Y dos grandes, Velázquez y Picasso, puestos a dialogar... 

Con esta obra se inaugura la colección “El festín de Babette” de Mishkin Ediciones, editorial dedicada al redescubrimiento de la identidad plural y abierta de la cultura europea.

Ah, Mishkin, el príncipe Mishkin de El idiota de Dostoievski, porque ya se sabe lo que es capaz de hacer la belleza, la Belleza, si se le deja...


viernes, 25 de julio de 2014

Té verde



Es cierto que, de entrada, el sabor puede recordar al de un puñado de césped pasado por un cedazo. Perdón por el símil, pero siempre llegamos a lo desconocido desde lo conocido, con un poco de imaginación y otro de valentía. Recuerdo aquella primera vez: cuando llegas al reino de los tés, te embriaga una atmósfera exótica de mundo heterogéneo y colonizadores británicos, pantalones beig cortos y calcetines altos, mucho calor, recolectoras con sari, El corazón de las tinieblas de Conrad... no sigo con las asociaciones porque me parece que me estoy psicoanalizando, y por aquí uno nunca sabe hasta dónde puede llegar o hasta quién o incluso si hay un quién ahí en las oscuridades del pasillo interior o un manojo de pulsiones... bueno, atrezzo freudiano con en el que nunca me he vestido, y menos ahora con estos 37º a la sombra.

Sí, recuerdo la primera vez: aquella exuberancia de aguas calientes especiadas, sus cajitas de cartón ordenadas en las baldas del supermercado y aquellas leyendas casi de autoayuda al dorso: que si antioxidante, equilibrio, quemagrasas, bienestar... Lo que no es retórica no existe: lo crucial es que sea verdad. Pues eso, té verde: el té verde descuella entre la multitud de híbridos herbáceos 'para dormir', 'para relajarte', 'para adelgazar', 'para averías somáticas diversas', 'para sacar al perro', 'para cuando no se te ocurre otra cosa mejor', 'porque sí'... Pero ahí estaba el té verde, en su simplicidad comunicativa de color primario (o secundario, depende desde dónde se vea), y en sus potencias curativas cuasimágicas: entre todas, recuerdo su detención del alzheimer -ya se ve que funciona-.

Y su origen chino. Me transporta al Liang Shan Po, aquel río mítico de aquella serie mítica de mi niñez, cuando los héroes como Chin Lu se atiborraban a té y vino de arroz (la verdad es que no he probado este último asunto, pero siendo valenciano, me da cierto repelús). Supongo que no hay nada más capaz de acoger y sublimar cualquier excrecencia imaginativa que los olores y los sabores y las músicas. En ellos cabe todo, son una enciclopedia caprichosa e imprevisible, seguramente porque refieren a realidades "menos materiales" que las que captamos por la vista (aquí sigo a Santo Tomás de Aquino). Si alguien me dice que el té es una invitación a la espiritualidad, no le diría que no, al menos por el contraste con nuestra dependencia de las imágenes, tan hipnóticas, que nos arrebatan la atención, a veces tan impositivamente. El té, su invisibilidad aromática y gustativa, me recuerda a la lectura: un montoncito de tinta sobre un montoncito de fibras vegetales (de entrada, algo no muy atractivo), y el resto es nuestro aporte espiritual. 

Paladeo una taza de té verde, y al entrecerrar los párpados sé que se me achina el rostro, aunque Chin-Lu no me esperará para remontar justicieros el Liang Shan Po; y aunque, lo reconozco, en el fondo sigo siendo incapaz de liberarme de esta ciega fe en el césped. 


miércoles, 23 de julio de 2014

Por qué releer Persuasión, de Jane Austen: dos notas

Y claro, no podía faltar la tía Jane; lo cuento en páginasDigital.es Espero que estéis teniendo muy felices vacaciones. Este blog piensa seguir en activo todo el verano, así que pasaos cuando queráis.

lunes, 23 de junio de 2014

Áspera nada, de Juan Meseguer: cuatro notas de lectura



I.
Dos líneas apresuradas sobre nuestra posmodernidad la describirían como el todo vale, la ironía total y algún otro rasgo trasgresor… Pero podrían olvidar que no es más que otra tradición, con sus mediadores, dogmas, ritos e instituciones -qué terquedad esta la de la vida, que termina convirtiendo en una nítida fila/filia hasta los filos más cortantes e impíos-. Siendo honestos con la realidad, posmodernidad también es Áspera nada, de Juan Meseguer. Trae a la contrastante polifonía de nuestros días una tradición sapiencial y una sensibilidad de miles de años. En nuestra libre concurrencia de discursos, el reconocimiento de una voz no viene de la ausencia de raíces o de una refinada ironía sobre todas las cosas, y después de mí, el diluvio; viene –entre otras razones- de lo que le pusieran en el hatillo sus mayores, su provisión de ecos, su potencia, pero solo en cuanto bien actualizada. Y mi opinión es que las mejores voces son las que aportan al todo-al todos heterogéneo en que vivimos, sin renunciar a su filiación; sea poética, política, ética, espiritual... Se trata de aportar con generosidad.  


II.
Meseguer se ha esforzado por una puesta al día de las tradiciones morales y textuales de los profetas bíblicos y de los salmos. Muchos de sus versos me recuerdan al empeño análogo y a algún verso de La tierra baldía, más a los Cuatro cuartetos, pero sobre todo al Miércoles de ceniza, de T. S. Eliot. Estilo profético: los elementos naturales representados –la roca, el trigal, el volcán…- no aparecen capaces de ilusionarnos con sus valores sensoriales, sino siempre en su fuerza simbólica; imprecaciones, ironías lacónicas… esta voz dice que el tiempo apremia, que hay que atender la llaga esencial bajo la mortaja perfumada. A mi gusto, una voz necesaria, una espuela en los ijares del mainstream.  


III.
Concisión cortante en el verso, tensión represada. Y un buen ritmo, para decir los versos en voz alta, para el epigrama admonitorio que ha reflexionado a fondo y viene con sus imágenes particulares y líricamente eficaces:

La luz de las aristas no es más dura
que la del corazón a medio hacer.


IV.

Libro áspero, del desencanto radical con las hipocresías de la condición humana; desencanto que no queda aparcado en nostalgia, sino apuntando al dolor moral que desnuda y prepara para la llegada de la gracia, de la liberación interior. Hay progresión espiritual, desde la denuncia individual y comunitaria –de la que no se autoexime la voz de los poemas- hasta el cara a cara con Dios, la súplica, la apuntada esperanza. Pero solo apuntada, porque la unidad temática y anímica es sostenida para reflejar este duro momento vital. Que pide otro. Se verá.  

miércoles, 18 de junio de 2014

La cocina del Máster Universitario en Escritura Creativa UCM: notas de fin de curso

Looking for his Master (after Turner)
JM Mora Fandos. Acuarela sobre papel

I.
Estamos de acuerdo: lo más interesante de un máster en escritura creativa es ponerse el delantal en octubre, y no quitárselo hasta junio. Alumnos y profesores. En el Máster Universitario en Escritura Creativa de la Universidad Complutense, estoy en el segundo grupo; pero, con las manos en la harina, he descubierto que grupo solo hay uno: como profesor, encuentras novedades, miradas diferentes, materiales, actitudes que te forman... Descubrir es aprender.

II.
Por no hablar de los fallos. No son pocas las veces que el fallo detectado en el alumno lo ves también en ti: patente, o al acecho. La lectura crítica de los textos aviva la conciencia crítica en la escritura propia. Genera una carga moral, una gravidez en la escritura sin la que no puede haber buen trabajo. El peso de las alas, no hay vuelo sin gravedad. 

III.
El fallo como oportunidad de mejora es una excelente pedagogía, cuando se cuenta con un recorrido de meses por delante.

IV.
El compromiso del escritor es con el habla de la tribu, de la que viene, y a la que va; es decir, con el otro.

V.
En la cocina se habla mucho, pero con las manos en la masa.

VI.
¿Se puede enseñar a escribir? ¿Se puede enseñar a respirar? Y, sin embargo, qué mal respiramos.

VII.
Al terminar este curso, respiro mejor.

VIII.
¿Se puede enseñar a ser un gran escritor? Acabo de leer un artículo de Mary Wakfield, editora adjunta de The Spectator: "El método Suzuki no hizo de mí una gran violinista, pero me cambió la vida". Seguramente, como en la música, en la escritura no se trata de ser quien no se es, sino quien se es, pero no se sabe; y eso exige una insistencia, una apertura, un cambio, a mejor.

IX.
Nunca le he prometido a nadie que la escritura fuera a ser su vida. Pero no dejo de persuadir al alumno de que la escritura es vida.

X.
¿Publicar? Eso es otra cosa. De la que, por cierto, no hemos dejado de hablar.

XI.
"Sigue trabajando el texto". Cada plato tiene su cocción... la de la mente del escritor.

XII.
"Show, don't tell", "Slow write", "Process"... Aprendiendo de los chefs norteamericanos.

XIII.
"Nos has comentado lo que piensa Flannery O'Connor, pero ¿qué nos dices ahora tú?" El arte de la digestión en público.

XIV.
De la información al conocimiento, del conocimiento a la sabiduría. Verdadera transgresión.

XV.
Cuando T. S. Eliot pasa a ser tío Eliot.

XVI.
La audacia para con la belleza inarticulada se llama sintaxis.

XVII.
Contempla, explora, dispara, recoge, ordena, modela, poda, modela, revisa, poda, modela, revisa... duerme: disfruta siempre.

XVIII.
Estilos, poéticas, géneros, tics... empanadillas, lasañas, bacalaos, paellas... recetas y fogones.

XIX.
Solo soy un profesor del Máster: hay mucha más gente: editores, escritores, críticos literarios, periodistas culturales, traductores, guionistas, gestores de marca personal, profesores invitados...

XX.
Si te tienta ponerte el delantal el próximo curso, bienvenida o bienvenido a la cocina. Plazas limitadas, entra sin llamar


martes, 17 de junio de 2014

El violín mojado, de Javier Sánchez Menéndez: cuatro notas de lectura



I.
Me gusta, sobre todo, la primera parte, "Aquellas infinitas escaleras". No siempre sabes por qué, pero el no saber no quita que te guste. O precisamente te gusta más porque no lo sabes. Debe de ser una ley de recepción lírica -esto ha quedado muy pedante-. Pero algunos porqués sí creo que los sé. En "Ocurre a veces que al llegar a tu casa/..." hay una humanización del espacio, como una extensión de la amada. Llegar allí no es llegar hasta ella, es llegar a ella. Y eso no es un modo de sentir que JSM haya inventado, porque nos ha ocurrido, nos ocurre a todos: este largo pasillo es Amparo, estos pinos Julio, esta ventana, expresada de lluvia, Chelo... Lo bello, lo verdadero es que JSM lo haya hecho poema, sin declararlo, solo con la imagen.

porque vivir es temblar al sentir
que voy llegando a tu casa,

II.
O esos finales de poema, rasgo de estilo del autor, donde se evita un cierre redondo, donde algo queda como sin resolver, en tensión.

El día de ayer ha sido irreparable,
amargo.
...
Y llego tarde a casa,
pero prefiero verte.

III.
Me gusta la imagen del título: El violín mojado. Un violín mojado se ensordece, se le enronquece la voz. La caja de resonancia cae en una pulmonía. Se puede tocar con él, pero toda nota recordará la enfermedad, aunque la melodía sea brillante, quiera cantar la belleza. Un violín mojado puede ser una bella imagen de la condición del hombre, de cualquier hombre o mujer.

IV.
Pero me gusta pensar, y lo creo, que los violines mojados pueden reavivar su alma, esa pieza íntima que reparte el sonido por la caja de resonancia, que recoge todas las tensiones y los matices; siendo lo más delicado, es lo más fuerte. Otra ley, también condición de escritura y de vida.  

jueves, 22 de mayo de 2014

Volvemos


Lucía Mora
JM Mora Fandos. Acuarela sobre papel



En el AVE. Volvemos a casa entre campos que corren, entre días que dejan su música atrás. Volverán. ¿Volvemos?

viernes, 16 de mayo de 2014

La sociedad del cansancio, de Byung-Chul Han: cuatro notas de lectura



I. 
Si alguien no anda algo cansado -pero profundamente-, no entenderá este librito. Para este filósofo coreano formado en Alemania ya no sirve el paradigma inmunológico para representarnos lo que nos pasa. No es que vayamos defendiéndonos del extranjero, de lo distinto, como de un virus -eso tuvo su momento-; es que todo lo digerimos ahora, todo nos vale, porque todo lo hemos desactivado en su carga negativa, y de lo que se trata es de dedicarse a producir, a abundar, a positivar dejando atrás cualquier escala. No lo dice Han, pero es algo conocido y congruente con su pensamiento: hemos pasado de la constatación de la diferencia del otro a la actitud de indiferencia hacia él: el otro, lo otro, ya no es amenaza, si uno tiene suficiente cobertura social, cultural, económica para poder ir irrestricta e infinitamente "a su bola". Resultado: toda suerte de enfermedades neuronales. Un cansancio insano.

II. 
Una sociedad neuronalmente cansada -tú, yo-, depresiones, ansiedades, tdah... Una obesidad mental, y finalmente espiritual, un sobrepeso que impide volar. Las restricciones de equipaje impuestas por las aerolíneas low cost podrían ser aquí una metáfora ascéticamente redentora. A lo mejor la vida debiera tener mucho de eso, de ir haciendo maletas pequeñas. La negatividad del " ...no meto esto, ni esto, el microondas tampoco hace falta..." como salvación del alma.

III. 
Deliciosa la sensibilidad hermenéutica del autor, su búsqueda de metáforas, símbolos, la conciencia de la representación para la comprensión. Y de ahí la felicidad de este librito de utilizar tan hermosa y sabiamente a Nietzsche: troquela Han el mejor Nietzsche, a ese que entre áspero y áspero cacareo pone uno de sus impagables huevos de sentido común. El coreano sabe donde los tiene el estridente alemán. 

IV. 
Otro de los atractivos del libro, su brevedad. Hace honor a lo que propone: adelgazar la positividad del hiperrendimiento y del vértigo productivo, negándose a un largo ensayo que viniera ribeteado de notas al pie, o trufado de intracitas, megacalórico como una tarta sacher. Menos es mucho más. Como este estilo del librito, que es un casi no estilo casi insultante, diet-friendly, de razonamiento "al grano". Qué diferencia con las double cheese burguer de un Sloterdijk o de cualquier posmoderno canónico. Qué descanso.

sábado, 10 de mayo de 2014

Unos poemas en Cuaderno Ático: unos instantes en el Olimpo


Cuaderno Ático es la bella revista de poesía que dirige el poeta y profesor Juan Manuel Macías. Diseño clásico, ático, donde los poemas respiran visualmente: columnas de palabras como las del Partenón, ganando su forma contra el cielo zarco de Atenas. 

La nómina de poetas, heterogénea como el Olimpo, es llamativa por la calidad, por las trayectorias consolidadas, por los nombres. Bueno, pues Juan Manuel ha tenido la gentileza de publicar unos poemas míos en el número de Primavera. Le estoy profundamente agradecido por esta anomalía. 

Cuaderno Ático se puede descargar en pdf, y también leer en sistema ISSUU, verdaderamente cómodo, limpio y elegante. Kalón.

viernes, 2 de mayo de 2014

¿Qué hacemos con los adverbios? Literatura y hamburguetura

Elmore Leonard aconseja nunca utilizar un adverbio para modificar el verbo 'dijo': 

"-dijo suavemente/con rapidez/cansado/con un deje de escepticismo..."

Bien, me parece muy sensato. Hay ocasiones en que no seguir esta regla denota poca confianza en las palabras, en el lenguaje, en el lector... y lo peor de todo es que podemos incurrir en ello por puro atolondramiento, por cliché, por pensamiento pre-pensado, por contaminación ambiente...

Pero hay otras en que puede ser inevitable saltársela, bueno... si uno ha intentado evitar este recurso, si ha impreso en el lenguaje todo lo que sabía y podía, para dotarlo de esa afectividad, temperatura anímica, paleta circunstancial que la escena, la intervención del personaje requerían; si pese a todos los intentos, es inevitable, entonces es bueno.

No es correcto andar criminalizando categorías morfológicas: "¡Huye de los adverbios!", "¡Sacrifica los adjetivos!", ni que la literatura fuera Moloc, y Hemingway su profeta. Con todos mis respetos a Hemingway y a su larga estirpe. Hay muchas estéticas. Lo que puede abundar menos es el buen juicio, y abundar más las prisas y la necesidad de vender hamburguetura. 

En La mujer nueva, Carmen Laforet escribe:

-¡Paulina! -la voz sonaba desesperada-. No sé si te burlas de mí o es que no entiendo.

'desesperada' atañe tanto a 'voz' como a 'sonaba' -y aquí hace función de adverbio-; un predicativo, vamos, de los que utilizamos todos los días, pero del que desconocíamos su etiqueta lingüística -ay, qué bachilleratos, que nos han hecho aborrecer y olvidar lo que tan bien nos vendría para explicarnos tantas cosas...-; y es difícil expresar que sonaba desesperada la voz, simplemente con los magros palillos de admiración -¡lo admirable es que aspiren a expresar todo el inabarcable abanico de matices de la admiración!-. 

En fin, cuidado con las consignas partisanas para la escritura, con los arrestos dogmáticos de ciertos progresismos de escritura pret-a-porter... si uno no quiere, simplemente, freírse un par de hamburgueturas.


domingo, 30 de marzo de 2014

Paso de minué (para escritores)

Toda la mañana, la luz ha pasado lenta. Como por un tamiz. Los domingos tienen un segundo cuarto amable, al menos así lo esperas. Este, lo cruza una llovizna sutil, y sin embargo suena seco. No se escuchan los retazos de conversación, ni las instrucciones del monitor de aerobic en el río. Lo he dejado todo sobre el escritorio, y he tomado la gabardina.

En el cauce seco del río apenas resuenan los gritos de los futbolistas; hasta los pocos perros se guardan sus ladridos, todo llega ensordinado. Escucho un minué de Bach. Los pinos guardan su orden habitual, también la perspectiva del paseo o las sucesivas calles de tierra. En el estanque, unos pocos patos de cuello verde eléctrico se reparten sobre los muretes de la orilla, otros avanzan lánguidos por el espejo del agua turbia. Un dos tres, un dos tres, ajusto el paso al compás, se desvanecen algunos pensamientos, es agradable pasear por aquí. Pienso que solo faltaba yo, que tendría que escribirlo. 

domingo, 16 de marzo de 2014

Ruinas de Roma (poema)

Ruinas de Roma

Es tarde ya
junto a los templos de Torre Argentina,
y yo también he de irme con ellos.
Hubo dioses aquí, pero la primavera
ha sido aún más fuerte, y en la resina arcana
de los pinos contemplo el mito leve 
de mis días.
Aquí hubo un teatro,
y un rumor sacro de túnicas, aras,
y nadie escucha ya las voces ni los ecos.
Otra palabra, la del tiempo,
como los bárbaros constante,
se expande bajo el cielo como savia. Yo tiemblo
bajo el abril triunfante que volverá sin mí.

Asciende hasta mis labios la plegaria.

jueves, 13 de marzo de 2014

El umbral de piedra, de Tomás Rodríguez Reyes: cuatro notas de lectura



I.

¿Qué tienen estos días de travesía, de nubes, de un rato de luz, de una caricia de frío, de lluvia? Pasan enigmáticos en su batiburrillo. Las cosas van así. Sobre la mesa, este poemario también enigmático, de un poeta, y un lector, y un pensador, y un maestro... afuera los plátanos desnudos, retales de conversación que suben... y la idea de que todo, de un modo misterioso, va con todo, aunque yo sabiéndolo, no sé cómo...


II.

Y la música, me olvidé de que el poeta y pensador, también es músico. Música como tema, pero sobre todo como forma, en sus ritmos, en su desenvolverse del motivo, en su volver y avanzar, en sus ecos. Pulso seguro, diapasón, compases medidos y obedientes a un hacer difícil porque su materia se escurre, como la piel del misterio.


III.

Me figuro al poeta, concienzudo sobre las palabras, como el ebanista con el cepillo; y al pensador limando una poética, porque aquí poeta y pensador vienen a partes iguales. La belleza y la luz, pero ¿no es la belleza luz, aunque venga de lo hondo? ¿y lo mismo la luz, no es siempre bella, aunque sea dura? Descubrir, construir, comprender... Poética en el prólogo, en el epílogo y en los propios poemas. Qué voluntad de visión, con todo el ser, cabeza y corazón. Qué románticos son los poemas de El umbral de piedra, románticos de tradición de lo interior, de ir a lo hondo a ganar la luz, del riesgo, del origen; y qué clásicos de oficio, de canon métrico, de claridad de imagen, de dicción elevada. Un romanticismo templado en su aparecer, mientras mantiene la sed de lo infinito.


IV.

¡Italia!, una presencia sostenida en el libro, encendedora de recuerdos. El lector trae siempre sus maletas al lugar de acogida. El lector es un presunto paseante: en verdad, no lejos ha dejado sus bagajes, y se los trae al calor que le recuerda, ya a salvo, el original desamparo de sus días. Italia de lugares, de músicas, pinturas, letras, de hombres. Cómo un lugar se hace Lugar una vez más por obra de la palabra.



lunes, 10 de marzo de 2014

Metáforas, textos y perros

Una de esas tardes, pesada, cabeza-coctelera ya antes de entrar en el aula, tres horas comentando textos -preciosos-, los alumnos han aguantado como campeones, volvemos a casa Houston, son las 20:10 en el metro -verdaderamente, lo son en todas partes-, hay un joven rapero en el vagón, admirables su audacia y resolución, ¿es literatura en acción?, no me quedan rimas ni neuronas para esta cuestión, el rapero nos abandona como Dante un círculo del infierno, ahora necesito un analgésico en los oídos, descubro que no siempre un preludio de Bach es lo más adecuado, y decido dejarme llevar por el instinto hurgando en el smartphone, ha de ser algo sorprendente y al mismo tiempo monótono e hipnotizante, una emisora de radio, BBC, pero los diversos canales van poniendo músicas, y si Bach no ha pasado el test, mucho menos el tema country "Walking Memphis" con que me he topado, pero al final sí... sí, sorprendente, Radio BBC Kent, un animado coloquio sobre los perros en el hogar, un perro necesita mimo, buenos alimentos, y ama (they love...) que lo saquen a pasear... increíble, sigo el programa fascinado, Vodafone Sol, Tirso de Molina, Antón Martín... yo que no tengo perro, ni ganas de tenerlo, que me perdonen los esquilófilos... pienso: qué tiene que ver una tarde en la trinchera docente, con los entrañables perros del hogar en Kent: pura yuxtaposición de sucesos, ni siquiera se palpa algo así como los oscuros raíles que conectan dos estaciones de metro. Pero me acuerdo de un ejercicio de creatividad con metáforas, la metáfora une lo diferente, encuentra nuevas relaciones. Y me hago yo mismo el test (A es como B, porque Q): 

-"Una pesada tarde es como un perro de Kent" 
-¿Por qué? 
-"Porque por precioso que sea, como un relato bien alimentado y despulgado, no lo puedes llevar al brazo durante tres horas".

Me voy a dormir con un aprobado alto.  

miércoles, 5 de marzo de 2014

Escribir en tu talla


Fue en el AVE. A mi lado se sentó un chico que canturreaba, pero no cualquier tonadilla: seguía una partitura en su tablet y emitía una melodía segura, aunque a un volumen mínimo, como el que sabe controlar el sonido. Un profesional, vaya.

-¿Eres tenor?
-Contratenor.

El único papel de contratenor que conozco, es el de la Pasión según San Mateo, de JS Bach. De ahí que me dejara en suspenso (por mi ignorancia), ¡un contratenor!, y yo con estos (inexistentes) pelos.

El AVE llegaba ya a su nido, y dio poco para un diálogo que, de haber sido atacado antes, hubiera dado bastante de sí. Pero al terminar, y hablando de técnicas de respiración y relajación para cantantes e instrumentistas de viento, vino a darme una preciosa metáfora:

-Sí, cuando consigues una buena técnica es tal el alivio que te da la impresión de que toda tu vida has estado caminando con zapatos tres tallas menos.

Eran las 23:00, nos despedimos, él quizás tomó un taxi, y yo me dirigí hacia la entrada del metro con la metáfora atravesada en las neuronas: también pasa en la escritura, se escribe mejor -con más gusto, más seguridad- con un poquito de técnica.

domingo, 9 de febrero de 2014

Los demonios, de Dostoievski: cuatro notas de lectura




I.

“Tarde te leí”, como el “tarde te amé” de San Agustín. Y un día… sobrecogedor.


II.

Muestra personajes psicológicamente condicionados por la convulsa Rusia zarista de los años 60 del XIX, pero hay más, mucho más. Si Dostoievski sigue siendo Dostoievski es porque está diciendo la verdad. Algo que olvidamos al buscar la esencia de un clásico: un clásico es un señor que dice la verdad, o bastante verdad, o bastante profunda.


III.

El primer cometido de la novela es la fidelidad a la piel de la vida, a cómo se presenta la realidad; y esto no riñe con que el narrador siempre cuente desde un punto de vista o que cuente un mundo de dragones o espadas láser. Dostoievski quiere contar la variedad de situaciones, estados de ánimo, reacciones, contradicciones, obscuridades, luces… se dirige a la complejidad. Hasta los personajes que fácilmente se prestarían a un molde compacto, se revelan poco a poco inasibles, evitan la categoría cerrada. Entonces te preguntas qué visión tiene Dostoievski, que abre el plano y al mismo tiempo profundiza. Es un panóptico que te revela la estrechez con que tú mismo miras la realidad humana. 


IV.


Pero Dostoievski no es un relativista; o sí, pero en este sentido: relativiza el juicio sobre la persona, pues descubre un abismo al asomarse a ella, mientras deja bien clara la cualidad villana de la acción realizada. Es un autor radicalmente cristiano: reserva el juicio, y la misericordia, a los ojos de Quien pueda sondear y asumir las luces y las sombras del misterio de la condición humana, del hombre y la mujer concretos. Y todo lo demás es novela. Nada más. Nada menos.