AVISO PARA QUIEN QUIERA COMENTAR

¿Dónde está la sabiduría que perdimos en el conocimiento?
¿Dónde el conocimiento que perdimos en la información?
T. S. Eliot, Coros de La roca, I



jueves, 21 de febrero de 2013

Apocalipsis en el Institut Français

Ahora que lo pienso, suena a título de novela corta, posmoderna. Pero no, esta tarde estábamos unos cuantos en la tertulia literaria del Institut Français de Valencia, invitados por Bouziane Ahmed Khodja, para hablar del Apocalipsis. Bouziane es el alma mater de la tertulia, y siempre consigue plantear asuntos interesantes y conseguir que los asistentes echen su cuarto a espadas, en un ambiente grato y respetuoso.

Mi único problema es que mi oído francés da para saber por dónde va la conversación y, de vez en cuando, pescar una trucha lingüística que por breves instantes me hace creer que la distancia entre Victor Hugo y yo se ha acortada unos centímetros. Pero todo lo arregla mi francés hablado, tan real como los unicornios, que reajusta mi identidad sin contemplaciones. Menos mal que Francia es tolerante, y Bouziane un caballero, así que me dejan decir lo que pienso en castellano. Merci!

Bueno, pues hablábamos del Apocalipsis. Lo he leído unas cuantas veces y mi sensibilidad literaria siempre se ha quedado fría. No me va ese modo de contar. Pero tampoco perturba mi fe: no leo la Biblia por su valor estético, aunque cuando está de un modo especialmente buscado, disfruto. Claro. A quién no le gustan las frutas de Aragón (bueno, esto ya sé que es discutible, así que póngase paella o confit de canard, oui). Pero a lo que iba: lo más interesante es que pese a la secularización de su sentido original, esta narración sigue manteniendo su mensaje de esperanza. Me explico.

Por una metonimia de la parte por el todo, del relato bíblico la cultura occidental se ha quedado con los aspectos de suspense ante el día y la hora, y de catástrofe absoluta. "Ese partido de fútbol va a ser el apocalipsis", por ejemplo. Pero originalmente el texto se escribió con estilo simbólico para trasladar al presente de las persecuciones contra los cristianos (Nerón y compañía) una confirmación en la esperanza: vendrá Cristo en su segunda venida, se terminará este mundo tal como lo conocemos, el mal será vencido definitivamente en un último combate. Yo firmo, claro. Más allá de la idea de un final temporal, el Apocalipsis entrega el conocimiento anticipado de un fin: el fin que tiene todo esto, el sentido último de lo que nos está pasando ahora (incluso de la crisis, vaya). Y entre el ahora y el fin con su localización en un punto final de la historia, es el tiempo de la esperanza. (No soy teólogo, el Catecismo está muy bien escrito y me gusta leer).

Ha sido enriquecedor escuchar otras visiones, y reconfortante comprobar que hay puntos de contacto existenciales. Vive la France! (Y a ver si me pongo de una vez con el método de francés: Bouziane me lo agradecerá).

jueves, 14 de febrero de 2013

Un paso atrás, de E. García-Máiquez: cuatro notas de lectura



I.
Cuando vengo a "la escritura del yo" en mi taller les paso a los alumnos un par de textos de Enrique García-Máiquez. Nunca fallan. Miro sus rostros mientras leen en silencio la hoja: abren los ojos, se sonríen, se sorprenden, ríen... Si el yo fuera esto... fantástico.

 II.
García-Máiquez es desde hace muchos años uno de mis referentes de escritura. Los referentes son la mecedora de la abuela: está ahí. Un día alguien la mueve de sitio y notas que te baila todo bajo los pies. En la escritura sirven para asentar secretas relaciones con el lenguaje: son mediadores, a veces ni siquiera sospechados. Solo cuando viene el juicio final de algún crítico sensible -pero eso puede ocurrir tomando café- salen; y piensas: pues es verdad.

III.
En Un paso atrás el autor ha hecho una selección de artículos recientes de periódico, y uno se asombra y le da felicidad ajena y propia, de que la prensa albergue estas felicidades escritas en color carne. Sobre todo por alojar esa humanidad que es el estilo. El estilo es la persona, dice una larga tradición con la que estoy de acuerdo. A uno le gusta que fulanito sea fulanito y menganita la misma. Pero no al modo liquenoso de un menhir, sino en ese milagro de la identidad que es coincidir con uno mismo mientras se camina; y García-Maíquez pone todo su inventario -porque un poco o un mucho hay que inventarse cada día- al servicio de "serse" para que nosotros, lectores, al leer la cuartilla cotidiana de nuestra vida, podamos seguir ilusionándonos con "sernos". Una falsilla auténtica, valga el oxímoron.

IV.
Lo hondo y caviloso, lo rápido y airoso, lo cosechado al aire de un jirón de conversación y lo esculpido en el altorrelieve del texto, lo familiar, lo político, lo religioso, lo cultural, lo literario... lo bueno. Sintaxis hija de oralidad y de metro; prosa que uno querría que le vendiesen un domingo por la mañana en la pastelería de toda la vida para tomar en familia a los postres... y encarar con otro cuerpo la semana.  

miércoles, 6 de febrero de 2013

Un apunte sobre identidad narrativa e infancia

Yo solo he ido a hacer fotocopias, pero estas cosas, ya se sabe. Para que luego alguien diga que lo ideal sería tenerlo todo controlado. Y todo es todo: de un modo particular a los demás, que son los que pueden darnos sorpresas negativas. Pero yo no quería ir por ahí, ahora.

Lo que he visto es un aspecto de la identidad narrativa, porque hace dos días di una charla sobre educación estética a los padres de Primaria del colegio Turó de Tarragona, y el asunto todavía colea. Ahí va: en las sociedades y culturas muy desarrolladas, donde se tiene prácticamente todo al alcance de los deseos más inmediatos, al niño se le atrofia el sentido narrativo de la vida. Solo cuando tienes necesidades, proyectas. Eres imaginativo: fijas la meta, prevés dificultades, modos de resolverlas. El niño satisfecho es el más insatisfecho, busca lo inmediato, y el aburrimiento es su mortal enemigo: una cosa sustituye a otra, indefinidamente... No hay narración. 

En cambio, el niño que no tiene apenas medios, está condenado a la imaginación, al proyecto. Y cuando consigue una meta, busca desde esa altura otra más alta. La narración genera una escalera de narraciones, ascendente. 

El niño opulento está encerrado en el eterno retorno. El niño necesitado no deja de ascender, narrativamente.

Pues esto es lo que se me ocurría en la cola de la fotocopiadora, esta mañana. Si sirve...