AVISO PARA QUIEN QUIERA COMENTAR

¿Dónde está la sabiduría que perdimos en el conocimiento?
¿Dónde el conocimiento que perdimos en la información?
T. S. Eliot, Coros de La roca, I



viernes, 20 de diciembre de 2013

Lo que he aprendido de mis alumnos este cuatrimestre


Tallos, JM Mora Fandos, lápiz y acuarela sobre papel

Se dice que unas buenas lecturas canónicas -Cervantes, Galdós, Delibes...-, son esenciales para aprender a escribir. Yo también se lo digo a mis alumnos. Lo que va siendo hora de decirles es lo que aprendo yo al leer los textos que escriben. 

¿Qué se puede aprender de quien quiere aprender? Lo primero es evidente: su deseo de aprender, algo que nunca puedes dar por supuesto en ti -ay del día...

Y, desde luego, otras sensibilidades: cada hombre o mujer es una mirada distinta, un enfoque diverso... ¿y qué es un relato sino un enfocar?

Por no hablar de una perspectiva privilegiada: la borrosidad con que el escritor se mira a sí mismo, el polvo que levanta, el humo que hace en su taller, son tales que no le es fácil rodearse y verse desde fuera. En cambio, en el texto del alumno estás fuera y ves la distancia entre lo que se intenta y lo que se consigue; lagunas... Te enseña una falsilla para ganar esa distancia contigo mismo, ese desdoblamiento necesario.

Pero dejo lo mejor para el final: hay verdaderos hallazgos, metáforas, ritmos, sugerentes finales de párrafo, puntuaciones expresivas, estructuras firmes y complejas, milagrosas condensaciones como gotas de rocío que, sin advertirlo, reflejan en su diminuta bóveda cristalina todo un firmamento...


domingo, 15 de diciembre de 2013

Relato navideño 2013

En el nº 51 de Selección Literaria, de Librerías Troa (pp. 38-39), me publican un relato navideño. Espero que os guste. 

lunes, 2 de diciembre de 2013

La misma monotonía, de Juan Peña: cuatro notas de lectura



I.
Ya me sorprendió Dura seda, el último poemario de Juan Peña; y ahora me alegra esta bella antología de Siltolá: La misma monotonía. En Dura seda -recogido aquí- vibraba el trabajo del orfebre; y lo que la antología revela es que aquel hacer venía de lejos. Creo que en poesía, los finales de los 80's y los 90's tuvieron a esta ladera de los Pirineos un efecto al menos positivo: pusieron a mucha gente a medir sus propios versos, a leer, a leer, a leer las tradiciones clásicas, a conversar con los poetas muertos -aunque sin club, y sí taller-, y a aprender con reverencia y sudor un oficio en la vida -del arte-.


II.
Y ahora tenemos antologías como esta, representativas de una trayectoria muy estimable, que atestiguan haceres sólidos y curtidos. Desde La edad difícil (1985), donde hay esa confesión en alta voz, con esos procedimientos de autoironía, de distanciamiento del poeta consigo mismo -de los que también usaban Carlos Marzal y otros de la misma generación-; hasta poemas más cercanos al ahora, menos escenográficos, más despojados, pero igualmente fieles "a lo que aparece", cribado por una voluntad estética y razonadora del sentido.


III.  
Me ha gustado la aliteración en el título, solidaria con el sentido del paso del tiempo, el volver de las horas; y el reencontrar rasgos que ya me habían reconfortado en la lectura de Dura seda. Valga como botón de muestra esta segunda estrofa de 'Un viejo vuelve al sur':

Y en invierno veré llover,
y encenderé en la noche
esta ruinosa chimenea:
la casa caldeada al fuego de la leña,
y un silencio dulcísimo de crepitar de llamas. 
Fuera acampará el frío,
arreciará la lluvia,
y llamará a la puerta algún fantasma.

¿Que qué tiene de especial? No es fácil decir: esa musicalidad que hacen sonar quienes llevan muchos años acariciando las teclas de su instrumento: inefable, por las finas intuiciones que han mezclado en una particular armonía; la densidad -no abstracta- de las vivencias traídas al arte, lo de siempre y la sorpresa de hallarle un pulso distinto; y la libertad creativa de una imaginación fiel -como un buen traje de sastrería- a la vida misma.  


IV.
La antología se cierra con poemas traducidos. Soy de la opinión de que si se traduce poetas románticos, el valor buscado, la virtud inscrita en el organismo del nuevo poema sea la elegancia: el corte de los versos, su cadencia como la caída de la prenda bien ideada y tejida... Y qué traducciones más elegantes aquí, las de Hölderlin, Keats, Leopardi... Y luego Yeats, Baudelaire, Kipling... La pasión por la eternidad mediante el arte, el estoicismo ante el paso de los días, el después -nostálgico- de todos los epicureísmos, quedan atemperados por el verso elegante, sólido, de Juan Peña. 

viernes, 22 de noviembre de 2013

De enseñar a leer y a escribir: aulas y paellas


Una por cuatro, por cuatro, por ocho, por doce: horas por días, por semanas, por meses, por años de un niño sentado tras un pupitre en el sistema educativo español: 1536 horas de “Lengua”. Paradójico resultado: escaso hábito lector, nulo hábito escritor, un vivero de faltas de ortografía, calvicie de tildes, frases descalzas de puntuación…

¿Qué hemos estado haciendo con los alumnos durante este millar y medio de horas?

Algo semejante a haber tenido una asignatura llamada “Paella” y después de esa alucinante ristra de horas, el joven a las puertas de la universidad no supiera cuándo hay que poner la carne o el arroz; pero, por otro lado, hubiera estudiado concienzudamente temas como “Variabilidad de resistencia al fuego en aleaciones”, “Los arrozales en Escandinavia: una propuesta”, “Estructura, taxonomía y quaestiones disputatae de la cerilla” o “Análisis de la cohesión, coherencia y adecuación de ingredientes heteromorfos según la teoría de conjuntos aplicada a técnicas culinarias I, II y III”.

Vale, ya sé que exagero: los niños son los niños, los padres son los padres, la vida es la vida... Hipérbole, sí. Pero no hay nada como una hipérbole para despabilarse... "avive el seso y despierte"...

A ver si a quien le competa, en algún órgano de decisión -qué curiosa expresión-, toma nota.

¡Con lo buena que está la paella!




  

lunes, 18 de noviembre de 2013

El alma del guerrero, de Joseph Conrad: cuatro notas de lectura



I.
En una clase del máster de escritura creativa estuvimos jugando con inicios de narraciones. Una alumna indicó que uno de aquellos arranques podía ser de Conrad. Me quedé quieto como goleta en estuario. "Um, Conrad... tiempo hace que no vuelvo a ti". Es uno de mis novelistas de cabecera, y sin embargo, dónde ha andado mi cabeza estos últimos meses... Sí, podía ser de Conrad, aunque se trataba del inicio de Bailén, de Pérez Galdós: ese antiguo soldado batallitas que exulta en su recuerdo de cuando las pezuñas del caballo de Napoleón le magullaron el brazo en el pandemónium de la batalla de Austerlitz. En este caso, Galdós es más audaz que Conrad porque le pone el micro al viejo militar sin mediar ningún narrador. Y ahí va "in medias res", o como decía con mucha guasa otra alumna del máster el año pasado, "en medio de la vaca".

II.
Conrad no se priva de una introducción, de una consideración hacia el lector, a quien hay que ponerle el estribo para que suba. Y así me lo puso en El alma del guerrero. Conrad tiene las maneras del XIX, delicadeza, retinas empañadas de nostalgia, voz impostada de personaje teatral, como quien te dice: "Bienvenidos a este otro mundo de cosas graves, con peso, con importancia... aunque con poco apaño".

III.
Cuánto me recordó El alma del guerrero a Lord Jim aunque la primera apareciera quince años después: es el mismo héroe romántico: joven, idealista, apasionado... y el mismo sino de estos muchachos. Conrad es un romántico tardío, uno de los últimos caballeros en medio de un mundo materialista, y sus héroes llevan esa mirada hacia atrás, hacia un mito, un lugar ideal, fuera o antes de este mundo.

IV. 
El dilema moral, resuelto a la romántica, deja al pobre chico Tomasoff un poco a lo Million Dollar Baby. Qué desastre, la guerra.

miércoles, 23 de octubre de 2013

El idiota, de Fiodor Dostoievski: cuatro notas de lectura


I.
Dostoievski: has de aguantar las 150 primeras páginas, hasta la bomba, el hachazo, el rotundo bofetón… luego ya no podrás dejarlo. Pero sí, 150 páginas de una retahíla de personajes que son aludidos de tres modos distintos: su nombre de pila, su apellido, su nombre familiar, y a veces su posición social, rango militar o cargo profesional. Hago muchos actos de fe cuando leo a Dostoievski: “Bien, de nuevo no sé quién es Ivan Fiedorovich, pero ya me dará la pista la situación o algún personaje; continuemos, la bomba va a estallar”.

II.
Dostoievski: el psicólogo de la modernidad enferma. Hurga, hurga… No es fácil ver en la penumbra, como el príncipe Michkin y Rogochin al final de El idiota, entre las tinieblas de la habitación… Trama, carácter, observación, complejidad, finura moral, extremosidad, visión, visiones, trapisonda, melodrama, sorpresa, malestar, conciencia… Apuntada toda esta maestría, El idiota me resulta algo ramplón en modos de contar, no hay “estilo” que te acaricie mientras lees: la máquina del suspense y esas sobrias pinturas expresionistas a bocajarro moral cumplen casi toda la eficacia narrativa, aunque durante páginas transmita el tacto de un papel de lija (pero, bueno, como no leo ruso, esta nota queda en su expuesta vulnerabilidad).

III.
“…los hombres de entonces no se parecían en nada a los de ahora. No, no eran de la misma raza. Nuestra naturaleza es muy distinta. Entonces la gente sólo tenía una idea. Hoy somos más nerviosos, más evolucionados, más sensitivos, tenemos dos o tres ideas a la vez… El hombre moderno es más amplio y, se lo aseguro, ello le impide ser de una sola pieza, como eran sus antepasados.”, dice el príncipe Michkin. Sí, somos dispersos y multitasking, seguramente eso incapacita para acometer empresas relevantes. ¿No andamos todos haciendo muchas, demasiadas, cositas? ¿Miedo al compromiso, la entrega, a la profundidad? Pero, son los tiempos, se trata de unificar lo diseminado -qué tiempos tan artísticos-. Quizás los hombres modernos que somos estamos obligados a un esfuerzo mayor, o de otro tipo. Digo yo.

IV.

Ah, Michkin… qué enigma de personaje, atractivo, imposible, trágico, idiota ciertamente; quizás el espejo cóncavo que una sociedad convexamente deformada necesite para despertar.

miércoles, 9 de octubre de 2013

El libro de Kierkegaard, de José María Carabante y Antonio Lastra (eds.): una nota


He tenido el honor de participar en El libro de Kierkegaard. Estudios en el segundo centenario de su nacimiento (1813-2013) libro colectivo, cuidadosamente editado por los profesores José María Carabante y Antonio Lastra, en Nexofía, colección de libros electrónicos de tema filosófico. La descarga es totalmente gratuita, y en estos días de inquietud económica y cultural, dice mucho de la generosidad, pasión y vocación filosófica que prodiga Antonio Lastra en cada uno de sus proyectos culturales. Animo a visitar su espléndida web La Torre del Virrey, un mundo de sabiduría, una comunidad viva de pensadores. 

El libro comprende una serie de ensayos sobre influencias culturales en Kierkegaard y lectores del filósofo danés: Abraham, Sócrates, Pascal, Lessing, Mozart, Thoreau, Unamuno, Benjamin, Adorno, Peterson, Löwith, Sartre, Steiner, Dreyer y Tarkowski. Me he ocupado de George Steiner: ¿Qué le enseñó Kierkegaard a Steiner, como lector? Bueno, pues de eso cuento unas reflexiones personales. Espero que se entiendan y gusten. Buena lectura, que aproveche.

miércoles, 25 de septiembre de 2013

La vocación del maestro: Rita Pierson



Every child needs a champion, Rita Pierson


Vi esta charla en TED hace unos meses, y la descargué en el ordenador inmediatamente. Rita Pierson es una señora simpática y divertida, pero sobre todo una maestra sabia.

Me quedo con todo lo que dice: puede haber muchos problemas en la educación, muchos enemigos externos; pero el peligroso de verdad es el que amenaza la propia vocación: la que nos hace crecer cuando nos esforzamos por hacer crecer al alumno.

Para ver la charla con subtítulos en castellano, aquí.

jueves, 19 de septiembre de 2013

"Es un álamo, señor Wittgenstein"



Hoy he tenido mi primera clase de Lectura y escritura creativa, con alumnos de 4º de Magisterio -especialidad primaria-, en el Centro Universitario Villanueva, Madrid.

Una mañana modosita desde la ventana, allá a las 9, entrevista a retazos claros bajo el camuflaje de las hojas de un... ¿un qué?

-...
-... un árbol...
-... un plátano...

Wittgenstein escribió: "Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo" (Tractatus logico-philosophicus, 5.6, 1922). 

-Por lo tanto, si me aprendo un diccionario, amplío los límites de mi mundo, ¿no?
-... sí... no...

Hay algo imbatible en cada persona, que se resiste a acabar dentro de un tetra brick, sea lingüístico, psíquico, social, psico-social, mediopensionista, del Real Madrid... 

-... ¿entonces? Es un álamo.
-... sí, ¡sí!

Es en la experiencia de abrir lo ojos donde se abre el diccionario personal, donde ingresan las palabras con una pequeña historia -nuestra- escrita en la pequeña etiqueta que traen pendiente.

-Es un álamo, señor Wittgenstein, y acabamos de ampliar los límites de nuestro mundo. Hala. 


  

sábado, 14 de septiembre de 2013

Miradas florentinas

Unos retazos de prosa impresionista, que han salido al releer el cuaderno de notas de este verano y darles forma: Miradas florentinas en Ritmos del Siglo XXI.

martes, 10 de septiembre de 2013

¿"Escribe de lo que sabes"?

Seguro que si has asistido a un taller de escritura creativa, o has andado espigando ideas por los blogs del gremio, te habrás encontrado con el consejo: "Escribe de lo que sabes". Hay quienes lo afirman, y hay quienes lo denostan a escobazos -generalmente se escucha más a los segundos-. Y la pequeña polémica continúa, como todo lo que se expone a "blanco o negro". Me gustaría aportar una escala de grises.

Habitualmente, propongo la versión positiva: alguien que escribe de lo que no sabe es pillado inmediatamente -o casi- en la lectura del buen lector (véase tanta novela histórico-esotérico-cientificista): se pilla antes a un Dan Brown que a un cojo. Pero sobre todo, un escritor solo da lo mejor de sí cuando sabe mucho de algo; y con "mucho" no me refiero a un sentido cuantitativo -o no principalmente-, sino cualitativo: mucho es profundidad, y sobre todo, identificación. Aquí vuelvo a mi filósofo de cabecera, Gabriel Marcel: lo valioso en la vida es lo que nos envuelve y nos afecta con hondura. 

El denostador tiene razón cuando argumenta que si Tolkien solo hubiera escrito de lo que sabía, no tendríamos El señor de los anillos. Bien, pero este "saber" o "no saber" refiere a cuestiones muy concretas, al aspecto de la imaginación. Ahí estoy de acuerdo. Pero si Tolkien se inventa un orco, no solo es un alarde imaginativo -basado en un gran conocimiento de una tradición literaria, por cierto-, es, sobre todo, que ha conocido alguno al subir a un autobús, entre sus colegas de Oxford, o entre el pandemonium de un pub... incluso el que él y todos llevamos dentro.

Así que la afirmación y su negación son verdad, si las entendemos cada una en su nivel (un poco de escolástica a vece evita innecesarios derramamientos de sangre).

Apostilla curiosa: este verano estuve en Florencia. La última novela de Dan Brown tiene su escenario allí. No la encontré en casi ningún escaparate de las librerías de la ciudad del Arno. Si alguien sabe de Florencia -y la ama- son los florentinos. Entiendo perfectamente el veto.

jueves, 1 de agosto de 2013

La lección de August, de R. J. Palacio: cuatro notas de lectura


I.
Ha sido una grata sorpresa. Hacía mucho tiempo que no leía de un tirón. Me habían recomendado este libro, me lo encontré en casa de unos amigos, al penúltimo día de mi estancia, y pensé: “A por él”. Y ya no pude parar. Es verdad que al principio me costó leer con fluidez: no acababa de darle el crédito que todo libro te pide al inicio. Al inicio suele abrirse un periodo de negociación entre tus expectativas y lo que el libro va aportando. Pero el algún momento, esta historia de un niño con deformidad craneal severa que comienza a ir al colegio y lo que allí ocurre, sobrepasó mis prejuicios, y desde ese momento no paré.

II.
Es grato de leer, y en muchos momentos, divertido. La diversidad de narradores le da aliciente, los abundantes diálogos caminan con soltura, los personajes son simpáticos, y los distintos caracteres están bien perfilados en sus modos de expresión. Uno de los pactos que te propone el libro es que aceptes que un niño de diez años pueda redondear de un modo tan cabal las cuestiones que piensa, o argumentarlas con esa perspicacia… pero el arte siempre trabaja con condicionantes de este tipo, lo importante es que se note lo menos posible; y aquí me parece que se consigue de un modo más que aceptable.

III.
Casi como un ameno documental, poco a poco se va mostrando la complejidad sentimental y moral de las relaciones humanas que se tejen alrededor del problema de August. Pero lo más interesante es cómo la novela lleva a los personajes —y al lector— de una actitud inicial, a otra totalmente distinta. En palabras del filósofo Gabriel Marcel, del problema al misterio: de una causa de incomodidades para todos los personajes, a la que se le han aplicado todas las “soluciones” posibles para controlarla y neutralizarla; se pasa a otra situación en la que se descubre que, en el fondo, aquello era otra cosa, algo precioso… o al menos encerraba la posibilidad de serlo. Como el amor, como la muerte, como el dolor… que siguen burlando a todos los que piensan que se trata de problemas pendientes de una solución “técnica”. Al final de la novela, los personajes han sido capaces de hacer ese ascenso de nivel: el director de secundaria, Traseronian, agradece a August el hecho de que sea como es, por la mejora que ha supuesto en las vidas de los demás; está afirmando esta profunda fuerza humanizadora de los supuestos problemas, o escondidos misterios.

IV.
Palacio conoce bien el problema del que habla, y por lo tanto, conoce también su misterio escondido. Aquí está mi agradecimiento por ayudarnos a los lectores a conocer la diferencia, y el camino que lleva del uno al otro; y por dar voz a quienes no tienen voz en la sociedad. A los que hoy y siempre, seguirán iluminando con el misterio de su debilidad este mundo de fuertes que quieren convertirlo todo en problemas.


jueves, 25 de julio de 2013

Mirar en verano: unos bocetos de un tour

En el siguiente enlace Mirar en verano: unos bocetos de un tour, apuntes de un viaje con alumnos a Italia, sobre el arte, el tiempo... en Los Ritmos del Siglo XXI:

lunes, 22 de julio de 2013

Vivir por escrito, vivir creativamente: un máster eficaz en la Universidad Complutense

Cuando escucho que hace falta una urgente formación audiovisual en la educación obligatoria, pienso: pues sí. Pero siempre pienso también que hace falta una auténtica formación en la escritura.

¿No es surrealista que tras doce años de primaria, secundaria y bachillerato; después de tres o cuatro horas semanales durante todos esos años, dedicadas a la enseñanza de la lengua, la mayor parte de los alumnos desemboque en la universidad sin escribir las tildes, con faltas de ortografía, muy poco leídos y profundamente deshabituados a la escritura? Creo que lo es, y es una pena. Pero las grandes catástrofes generan movimientos de reacción: ¿no lo es el ingente número de personas que sacan tiempo para asistir a talleres de escritura? ¿Todos van a ser grandes novelistas? No, la mayoría ni se lo plantea. Lo que se percibe es una gran necesidad de escribir, de expresión y comunicación, de vivir por escrito.

No hablo de oídas, ni he tenido una aparición esta noche. Lo he visto durante años de trabajo en talleres creativos y personales, donde los alumnos dicen adiós a los bloqueos de escritura y comienzan a dar pasos firmes en la expresión y comunicación por escrito. Algunos quieren escribir la historia de su familia, otros la propia historia, recuerdos, relatos, poemas, opiniones… quieren escribir para vivir mejor.

Pero si vamos a cuestiones estrictamente profesionales, cada vez son más quienes perciben que la escritura es una vía (casi) milagrosa para avanzar en su formación y en su promoción: escribir con seguridad es una técnica que permite abordar mejor los problemas, analizar, sintetizar, visualizar, convencer. Nuestras profesiones modernas están cosidas de pensamiento, de trabajo intelectual que necesita bases conceptuales, estrategias y ejercicios sólidos. Se acabaron los dogmas románticos: el genio, las musas, las crisis de inspiración… Cuando alguien descubre sus potencialidades a través de un camino probado, se produce una revolución personal. De eso se trata.

El curso pasado tuve la fortuna de dar cuatro sesiones de prácticas de relato en la I edición del Máster en Escritura Creativa de la Universidad Complutense. Estamos hablando de profesionales que quieren perfeccionar su técnica de escritura, abrirse a nuevos géneros y formatos; pero también de jóvenes creativos que desean ampliar de un modo práctico su formación a través de la escritura, y ser pronto competitivos en la producción de textos escritos y audiovisuales. Y estamos hablando de un claustro de profesores volcado en la atención y asesoramiento de los alumnos; y de encuentros con escritores muy reconocidos (la primera edición contó con el Premio Cervantes, José Jiménez Lozano).

Como profesor, lo que más valoré fue la libertad que se me dio para innovar estrategias de enseñanza, y la entrega de los alumnos a la asignatura: todo hace subir la temperatura, y genera sinergias altamente creativas… y sorpresas y humor.


¿Estoy haciendo propaganda del máster? ¡Bingo! Me parecería innoble callarme semejante maravilla. Y si alguien tiene dudas, que se lo pregunte a los alumnos de la I edición. La matrícula de la II edición de este máster de un curso, aún está abierta. Antes de que se acaben las plazas, corre a decírselo a esa amiga o amigo que siempre han querido vivir por escrito… o tú mismo. ¡Nos vemos!

Para información filespa3@ccinf.ucm.es 913 94 22 20 

miércoles, 10 de julio de 2013

El despertar de la señorita Prim, de Natalia Sanmartín Fenollera: cuatro notas de lectura



I.
“¿Has leído El despertar de la señorita Prim?” Era la segunda persona que me hacía la misma pregunta en no muchos días. La autoridad que les reconozco a ambas personas hizo que pensara: “Bueno, ¿qué hago que todavía no he leído El despertar de la señorita Prim?” Y lo leí: una sorpresa, una verdadera sorpresa. No me esperaba encontrar tanta sabiduría, capacidad comunicativa, libertad de pensamiento y sobre todo, mucha, mucha sensibilidad.

II.
Se me hace algo difícil clasificarlo; por otro lado, ¿por qué tendría que hacerlo? Bueno, el intento de clasificar es un ejercicio de descubrimiento de lo que algo es (un poquito de escolástica siempre viene bien): ¿qué es, a qué se parece? Es novela, sí; es fábula, sí; es ensayo, casi sí; un poco de autoayuda, también… Y delicadeza, mucha delicadeza: seguramente la palabra más repetida en estas páginas. Cuántas cosas se pueden decir cuando se respeta al otro a través del modo en que se dicen. La autora está como “en casa” en la tradición anglosajona del debate, del wit, del cuidado de las formas, de la libertad para exponer el propio punto de vista si se es capaz de aceptar su exposición a los pareceres de los otros. Si se ha entendido bien a Jane Austen, y más que entendido, comprendido, esto se puede aprender de un modo muy gustoso. Y la autora conoce perfectamente Jane Austen, especialmente Orgullo y prejuicio, de la que toma diversos elementos con los que estructura el libro.

III.
Pero lo que más me ha gustado es la infrecuente y sólida inteligencia emocional que atraviesa estas páginas: diría que es una exposición sabia y amena del mundo de la afectividad, que no rehuye abordar cuestiones difíciles —por otro lado, totalmente cotidianas— porque parte de una tradición de pensamiento, sobre todo antropológica, sólida. Solidísima: la verdad es que los ecos de Tras la virtud, de Alasdair MacIntyre, no hacían más que sorprenderme, cada pocas páginas, desde el inicio hasta el final (Lulú Thiberville parece un trasunto de este filósofo escocés actual).

Y desde luego, la apuesta por la belleza, conectada con la verdad y el bien, que se apoya en textos como el de El idiota de Dostoievski, y en el de algún autor moderno que ha hablado de ser heridos por la flecha de la belleza. El lector puede venir de cualquier sitio, pero en esta novela no dejará de sentirse, de algún modo, en casa —una casa aparentemente nueva, pero que irá intuyendo muy cercana a su sensibilidad, como el que sin darse cuenta vuelve a un lugar anhelado, propio—.

IV.
Natalia Sanmartín lleva muy bien el pulso de la narración; insufla humor (muy inglés) de modo constante; hace plásticamente presentes y muy atractivos lugares, situaciones, objetos de la vida cotidiana (y no tan cotidiana); construye personajes atractivos y simpáticos… y como quien no quiere la cosa, pone sobre el tapete elementos para el debate ético, político, antropológico, sentimental… El final, verdaderamente bueno, delicado.

viernes, 5 de julio de 2013

Recomendación de lectura para el verano: evasión… hacia uno mismo

—¿Me recomiendas algo para leer este verano?

—Sí, evasión, evasión, evasión… hacia ti.

—¿?

—Han pasado meses, uno ha estado corriendo, atendiendo a muchas cosas diversas, ¡y hay tantas cosas, cositas, que no han dejado de requerir nuestra atención! Uno ha estado surcando superficies, donde se dan las tormentas, los vientos, los cambios repentinos del aire… es verdad: había que estar también ahí, es el ámbito de las urgencias. Pero con qué facilidad uno se acostumbra al ajetreo y llega a creerse que es su habitat natural.

Mientras tanto, uno ha descuidado las profundidades. Si ha leído, ha leído multa, sed non multum, se ha dejado llevar por los imperativos de las opiniones, del marketing, del estar a la última… En el paladar del alma le ha quedado el regusto de la química de una gran piruleta, una larga, ya demasiado larga piruleta que casi le hace olvidar lo que era un roast beef…

Pero es verano, y hay tiempo. Tiempo para la evasión, la huida… de toda esa superficie cansina donde se ha estado faenando y muchas veces perdiendo el tiempo. Verano, lectura: es la gran evasión.

Una voz, como la de las sirenas de Ulises, pero buena, familiar, íntima, invita a las profundidades de uno mismo. Hay que pertrecharse de buenos libros, libros de inmersión que hacen recuperar el buen oído para el silencio, el buen paladar para los matices, el buen ojo para los sutiles contrastes…

Por fin el descanso que uno iba buscando.


¿No?

lunes, 1 de julio de 2013

Unos pensamientos sobre el escribir



I. La escritura no hace personas mejores -por sí misma-, pero qué herramienta tan estupenda, cuando la persona aspira a lo alto.

II. Es un engaño pensar que escribir bien es una cuestión de técnicas. Con las técnicas conseguimos efectos. Cuando hemos puesto nuestra ilusión y expectativas en la lectura de un libro, esperamos que el autor haya ido más allá de la búsqueda de efectos. 

III. Madurez, quizás hoy es una palabra out. No se la ve por los libros de autoayuda, pero tiene esa metáfora vegetal, frutícola y luego fructífera, tan gráfica. Para la buena escritura, madurez personal.

IV. Muchas lecturas, muchos efectos, muchas cosas vistosas y novedades. Pero se adensa la nostalgia de lo genuinamente humano. La humanidad a la que hay que aspirar, no como escritores, sino como personas.

V. Quizás soy políticamente incorrecto al unir escritura con desarrollo personal, y no limitarme a decir que la escritura te permite expresarte, vivir más vidas, etc... Eso es algo, pero es muy poco.

VI. La escritura es indagación, a veces dolorosa, en quién soy, qué sé, y en que quizás he perdido tiempo, en que uno se ha perdido por las ramas, y que faltan experiencias de verdadero crecimiento. Mucho sería darse cuenta de esto, por la escritura.


martes, 18 de junio de 2013

Próxima actuación musical en la calle

Pues sí, este viernes 21 de junio, a las 7:30 en la Plaza del Barón de Cortés, frente al mercado de Ruzafa, os esperamos el DúoMo (Juanfra Pérez guitarra-sintetizador y un servidor al saxo tenor). A ver si venís a escucharnos con vuestros amigos y todo es más familiar. Tocaremos temas de Juanfra, y versiones improvisadas muy nuestras de temas del pop, soul... Es el Día de la Música, organizado por el Ayuntamiento de Valencia.



¡Os esperamos!

domingo, 16 de junio de 2013

Para antes de comenzar un viaje

Antes de comenzar un viaje, hojeo algún libro. Estoy persuadido que entre sus páginas hallaré el tono que necesito para mirar. La mirada tiene un tono. La verdad es que todo tiene un tono. No haya nada -nada auténticamente humano- que sea "natural": hay que ajustarlo todo. Al hojear el libro noto que afino la mirada, se pone a vibrar hasta que brincan en arpegio los armónicos; entonces sé que está afinada.

Hay dos libros que hojeo cuando voy a hacer un viaje: Cartas de lejos, y Cartas de Italia, de Josep Pla. Ahora estoy con las de Italia. Y me ocurre que basta un párrafo, dos; ya sé lo que me va a contar, he leído estas páginas muchas veces; solo quiero escuchar de nuevo el tono. 

Levanto la vista de la página: ya tengo el tono; ahora solo queda viajar. 

sábado, 8 de junio de 2013

Primavera, jacarandas, Coltrane

Ha sido un breve paseo, pero suficiente para advertir que, sobre un cielo de vago azul blancuzco, la fronda lila de las jacarandas echa a correr hacia el corazón rojo del violeta. Y al pie de los árboles, sobre la tierra moteada de leves pétalos, casi gasas, se hace una sombra viva, tal como la dicen los impresionistas.

Mientras tanto, sonaba John Coltrane, “Blue Trane”: siempre es esa racionalidad arrebatada. Toca con el cerebro, y queda esa temperatura casi fría, si no fuera por el hallazgo constante, la novedad combinatoria, el diseño vertiginoso, que asombran una y otra vez. Cuando suelta las prodigiosas andanadas de notas, casi-notas, más que dibujadas, abocetadas, lo suficiente para saber qué quiere decir, para no estorbar la naturaleza rauda de la mente.


Qué tienen que decirse el lila de las jacarandas y las notas de Coltrane. Cada cual se aproxima quizás a su imposible: se apresuran al no-tiempo, al rojo inalcanzable en el violeta. Un misterio, pero ambos estaban juntos, allí.

viernes, 31 de mayo de 2013

Escribir-escribir

Escribir-escribir, solo comencé a hacerlo cuando descubrí que había alguien más. Sí: alguien más que yo, y algo más que un papel. Recuerdo que la escritura al principio fue ejercicio escolar —donde la áspera musa del cumplimiento apenas conseguía arrancarme unas líneas—; y que años más tarde giraron las tornas, y que se me presentaba por doquier como una invitación al juego, la expresión, el desahogo, la exploración, el estilo… Veo la sucesión: tormento, luego deseo de placer... pero también un matiz común: la soledad. 

Sin embargo, la escritura ganó su estatura cuando apareció el otro. Fue al iniciar un blog: ahí se expresó su estructura de diálogo, su alma responsable. Escribir era responder, y aún no he conocido acicate más poderoso. Se acababa la obsesiva re-decoración del interior de la propia torre de marfil, el hacer monadas en la mónada del yo autoclausurado y autocompasivo. Al menos se abría una brecha, y se colaba una presencia personal, tenue a veces, y otras nítida. 

Como todo en la vida, la escritura también es una partida donde el primer movimiento nunca es nuestro. Todo lo valioso va así: alguien puso algo, mostró primero, preguntó, rogó, invitó... ¿No entramos en una red de preguntas al venir al mundo? ¿Acaso no hemos sido llamados, o es que alguien se llamó a sí mismo? Escribir, pero escribir-escribir, es mucho más que un disponer palabras según los protocolos de algún pequeño placer; es uno de los modos más dignos de estar en apertura, novedad, exposición al otro. 

Y poco tiene que ver con lo que nos viene a la cabeza cuando pensamos en "publicar", y con otras fiebres inducidas por el ego. El escritor-escritor tiene una felicidad de hierro. Le asiste el hábito de responder a alguien, la esperanza del diálogo que disuelve la soledad.

viernes, 10 de mayo de 2013

Inteligencia musical, de Íñigo Pirfano: cuatro notas de lectura



I.

A medida que lo iba leyendo, pensaba: “¡Qué bien le harán estas páginas a tantos músicos, sobre todo a los jóvenes”. El músico con formación “clásica” posee grandes hábitos, sabe de grandes renuncias en medio de una sociedad que grita sin desmayo: “No renuncies a nada”. Pero a menudo la perfección formal, la alta exigencia y competitividad, las inexorables verdades del cuerpo —del que radicalmente depende su trabajo—, generan ciertos espirales obsesivos y neuróticos que dejan poco tiempo y sensatez para cualquier otra cosa que no sea la lucha acérrima por mantener la forma… y los conservatorios —como las universidades de hoy— se sitúan programáticamente a salvo de lo que podríamos llamar “formación personal del músico” (basta recordar que si algo se repite como un mantra en la pedagogía de la educación obligatoria y el Bachillerato es esta meta insuperable: “formar para el mercado laboral”; el virus está en todas partes).
En este sentido, Inteligencia musical me ha recordado a otro fantástico libro, Estética musical, de Alfonso López-Quintás: el mismo empeño en ir a lo que verdaderamente necesita un músico cuando le pide a la música, a la que le está entregando todo, que le ayude a ser mejor persona, y a ayudar a sus oyentes.


II.

Pero no es un libro “para músicos”. O no solo. Se dirige a la persona, a cualquier persona, porque hay una falla profunda entre el hombre de hoy y la música: y a esa fractura, que es la que Pirfano quiere suturar (como diría Alejandro Llano), se alude, como si fuera su remedio, en el título del libro: se trata de inteligencia cordial, y por eso está latente en estas páginas esa robusta tradición de pensamiento que en el siglo XX ha reivindicado inteligentemente el corazón, tanto frente a su olvido en la modernidad, como a su apoteosis banal en la postmodernidad —qué bueno en este sentido el capítulo “Supertramp tenía razón”—. Y esa sutura Pírfano la acomete en un ir y venir entre términos y realidades de la profesión musical, y las aspiraciones de bien, verdad y belleza de la vida cotidiana. Metáforas, comparaciones, anécdotas, bien traídas y articuladas, magníficas orientaciones de audición de piezas concretas, iluminan las dos riberas para que dejen de mirarse con extrañeza. Se han construido puentes. Pasen, pasen.


III.

En nuestros tiempos alejandrinos, saturados de voces vanas, carcajadas huecas, siempre contrasta el sotto voce de los pocos maestros; su metrónomo y su diapasón nos retraen a las sencillas verdades. Y no perdemos nada: lo sencillo es enorme; la vida, hermosura enorme y sencilla. El yo, terrible y menesteroso, anhela voces sanadoras que reconoce en la sencillez. Y aquí Pirfano nos invita a una polifonía, conjuntada con verdadero arte musical: Shakespeare, George Steiner, Oliver Sacks, John Blacking, Unamuno, Orwell, Graham Greene, Orson Welles, Verlaine, Vargas Llosa… Y Bruno Walter, Giulini, Celibidache, Von Karajan… Y las numerosas audiciones sugeridas y comentadas, como un selecto “menú” espiritual, para quien se acerca por primera vez, y para quien se encuentra desde hace tiempo en su patria: Beethoven, Schubert, Ravel, Chopin, Rachmaninov, Bach, Stravinsky, Mozart, Haendel, Mahler…


IV.

Afectividad, relación, servicio, liderazgo, simpatía, silencio… ideas desde la cordialidad, expresadas con la afabilidad y la firmeza de un director de orquesta que ha escrito un libro urgente; pensamiento para traernos de nuevo por la vía musical, una vía insustituible, a lo humano, nunca demasiado humano.

martes, 7 de mayo de 2013

Calidad de frase


Es una expresión de Julián Marías. Mi amigo Rafa Martínez, hacía algo más de un mes, me había hablado de otro término de nuestro filósofo: “calidad de página”; y yo quedé con el compromiso de hacerme con el libro donde expone la idea. Pero la vida… y ayer, hojeando Internet —porque hay páginas web—, me encuentro el artículo de Marías donde acuña la expresión nueva: “calidad de frase”, como un corolario de la que me anunciaba Rafa.

Dice Marías que es la intensidad y la brevedad lo que traen consigo estas frases de notable calidad; que va de suyo en la poesía, pero también abunda en la prosa: Ortega o Gabriel Miró serían ejemplos, mientras que no Galdós o Baroja —es decir, que asoma más esta frase por los dominios de la reflexión y la descripción intencionalmente estéticas, y no es tan visible en la narración—; y da como ejemplo algunas de las Coplas a la muerte de su padre, de Jorge Manrique:

Partimos cuando nacemos,
andamos mientras vivimos,
y llegamos
al tiempo que fenecemos;
así que cuando morimos
descansamos.

Olé. Lírica discursiva, un género arriesgado donde cansar al lector no es difícil, donde manda la justeza, y la imaginación va elegante por ceñida. En estos tiempos de airbag espiritual, la disipación intelectual y afectiva pasa el gato pardo de cualquier cosa por liebre del estilo sugerente. No hay que deja a Manrique muy de la mano.

“Calidad de frase”, y a mí me viene a la mente otro marbete: “frase en sazón”, en el punto de madurez; porque, en general, en el bulto de las urgencias del día, escribimos mucha frase “verde” y prematura; y con qué facilidad deviene en rédito para las ambigüedades programadas de los media y la escenificación de la política para el prime time de los telediarios.  

Pero, como se dice en Italia, acabemos “in bellezza”: calidad de frase, como si nos fuera mucho en ella, nos importara el lector, tomárnoslo en serio y no en serie; porque escribir, comunicar, pueda ser un acontecimiento, una invitación, una educación; sugerencia y sazón; elegancia.  

miércoles, 24 de abril de 2013

Libre de la tormenta, de Javier Sánchez Menéndez: cuatro notas de lectura



I.

Tu templo y sus paredes he vestido
de mis mojadas ropas y adornado,
como acontece a quien ha ya escapado
libre de la tormenta en que se vido.

es el segundo cuarteto del Soneto VII de Garcilaso, donde el amante se compara con el náufrago que ha sobrevivido a la tormenta; y del cuarto verso toma el título la nueva entrega de Javier Sánchez Menéndez. "libre de la tormenta" expresa en el poema el estado de libertad y seguridad en que ya se encuentra el sujeto. En el libro de Sánchez Menéndez cabe una interpretación irónica, también desiderativa, o quizás idéntica a la de Garcilaso. ¿Ha pasado ya la tormenta? ¿Se goza ya de libertad? La lectura de sus páginas no nos deja saberlo. 


II.

Me inclino por la segunda interpretación. El índice del libro es un desorden voluntario de capítulos, y en el prólogo se indica que el caos representa el orden de la vida, distinto del orden propio de la creación; dos órdenes, pues; y se puntualiza el caos como imagen que simboliza la imposibilidad de abarcar todos los matices; porque -creo que soy fiel al pensamiento del autor- en los matices reside la poesía, y esa inabarcabilidad nos desborda. 


III.

Y sin embargo, se añora un verse "libre de la tormenta": caos visto como una forma de vida, de reflejar la vida, y por lo tanto no una destrucción de la vida -de otro modo, ni siquiera hubiese escrito estas páginas el autor-. Atención a lo insondable, infinitamente múltiple, y voluntad de traerlo, de algún modo, a "lo uno" de la escritura. Creo que aquí reside la tensión de estas páginas.

IV. 

Muchas referencias de este diario remiten a un significado clausurado para muchos lectores: experiencias, personas, momentos, lecturas, poemas... que acaecieron en una circunstancia y dejaron un registro. Pero quedan como pinceladas de conciencia, dadas en yuxtaposición, donde resuena la ausencia de lo que se se vela, las articulaciones que van en la vida, a veces inesperadas, paradójicas, trágicas y también portadoras de una gracia. Libro de conciencia, de deseo de una libertad y una quietud que se busca, aún en medio de la tormenta.




martes, 23 de abril de 2013

El hombre y sus alrededores, de Higinio Marín: cuatro notas de lectura



I.

Probablemente, el mejor ensayo que he leído en meses. Muchos meses. Y más que demostrar, me gustaría mostrar y, brevemente, comentar:

Se equivocaba Heidegger cuando alegó que la filosofía y la indagación intelectual devienen inauténticas entre quienes tienen una fe que supuestamente les adelantaría las respuestas. Y se equivocó porque pensó que el preguntar imprecedido era el primer acto filosófico, en vez de apercibirse de que la admiración requiere precisamente, si no de una fe, sí al menos de una disposición aquiescente al mundo, una suerte de aprobación original que es casi una invocación. Por eso, bien puede decirse que la admiración es la síntesis inaugural de la visión religiosa e intelectual del mundo, y no porque haga depender la una de la otra, sino porque no pone enemistad entre ellas, y supone el modo de mirar que preserva el eco de aquella primera vez y que alienta en el seno mismo de la razón una capacidad para el asombro que es casi un privilegio de la infancia. pp. 214-5.

Con esta lucidez y elegancia, critica un apriori de la modernidad racionalista y autonomista. En el principio del pensar fue, es, el asombro.


II.

La esperanza entraña, pues, la dificultad de reconquistar la fantasía moral de la infancia que es, curiosamente, la que evita que nos infantilicemos en la pánfila indiferencia de todo. Esa fantasía moral es la que se expresa en la épica contenida en las fábulas para niños. En esas fábulas la confianza en la victoria de los buenos nunca es ajena a la conciencia de la propia debilidad que, sin embargo, no desespera porque de continuo espera ser asistida por una conjura en su favor, por una orientación general que vigila para colaborar a que las cosas acaben bien. pp. 197-8.

Un argumento narrativo y literario para ejercer la esperanza.


III.

Tal vez la situación no fuera tan grave si los propios maestros no hubieran batallado tanto para despojarse de esa investidura [la autoridad] que, ciertamente, les hace grave y personalmente responsables. Intuyo, aunque tal vez me equivoque, que entre tanto falso democratismo y supresión de modelos autoritarios se coló no poca comodidad -odium professionis- que aspiraba a hacer de la educación algo tan poco personal y fatigoso como cualquier otro oficio, y que deseaba apartar sus ojos de lo sustancial: la experiencia del otro como pasión propia y, en particular, la experiencia del crecimiento del educando como fatigosa realización interior del que enseña. p. 235.

Un poco de autoexamen para el docente, y sobre todo aliento para reenfocar la tarea educativa.


y IV.

Y el libro habla de la familia, la sexualidad, el matrimonio, el respeto, los claroscuros del deseo, el ocio, la cultura del espectáculo, el perdón, el pecado y la libertad, la esperanza y la desesperación, la fe y la razón, y el sentido de la universidad. No me resisto a copiar un último texto sobre la esperanza, existencialmente luminoso (sobre todo en nuestro presente):

La desesperación acecha siempre y a todos pero anida en la pretensión humana de tener la última palabra respecto de sí mismo o de los demás, respecto de lo que investigamos y anhelamos saber, respecto de aquellos a los que se cuida, se cura o se enseña, respecto de lo bueno y lo malo. Quien no se resiste a la sugestión de erigirse en la sede de las últimas palabras para tener un control completo de su vida, está incubando en su seno la clase de soledad que en las últimas horas forcejeará por tornarse desesperación. 
La pócima para conjurar la desesperanza está compuesta de modestia y paciencia, de realista y tierna lucidez para lo humano, de magnanimidad, de humildad y del coraje para no abandonar, pese a todo, la expectativa de lo mejor. p. 206


viernes, 19 de abril de 2013

Dos ideas para enseñar a escribir a jóvenes



Ayer di un taller de escritura a algunas profesoras de lengua de un colegio. Un taller de reciclaje, porque en la escritura todos andamos expuestos a la contaminación del lenguaje oral, y porque a esta ladera de los Pirineos la pedagogía ministerial o autonómica ha preferido desde hace unas cuantas décadas que dediques el tiempo a aprender otras cosas en el aula, antes que a leer y a escribir.  

La última parte la dedicamos a la posibilidad de iniciar un taller de escritura con los alumnos. Llevábamos un buen rato ocupados con las fases del proceso de la escritura, descubriendo errores típicos, rasgos de elegancia y estilo, procedimientos para la claridad informativa, la imagen del lector inscrita en el texto... así que era el momento de descansar y ascender un poco al mundo de las ideas. Y principalmente hablamos sobre dos:

La primera, que enseñar a escribir no puede ser una obsesión colectiva por evitar el error. ¿Una definición?: enseñar a escribir es facilitar el descubrimiento de la escritura como expresión y comunicación de ti -no escribo "de la persona" porque quiero que suene aún más personal-. Los errores gramaticales se disuelven cuando el chico o la chica desean escribir: entonces  la escritura pasa a ser una dimensión importante de su vida; entonces las reglas se aprenden a una gran velocidad (como se aprenden las de la informática de usuario para estar en Internet); entonces, el error... sí, siempre hay algún error, ¿quién no los comete?

Y la segunda: cuando el alumno te entregue un escrito, busca e indica primero lo positivo: siempre hay mucho más de positivo -si estamos pensando en términos de expresión y comunicación-; siempre es mucho más importante el esfuerzo, la ilusión, el ejercicio de introspección, el tiempo pasado en la habitación de la intimidad, el deseo de comunicar, la confianza para mostrar lo escrito, la apertura a las orientaciones de la persona a la que se le ha otorgado la autoridad... sí, esa persona con una vocación maravillosa: nada más y nada menos que el profesor. 

Ilustración: Caminando por la playa, JM Mora Fandos (ceras sobre papel).

martes, 9 de abril de 2013

Otra vuelta de tuerca, de Henry James: cuatro notas de lectura



I.
No leo novelas de misterio, y menos aún de atrocidades, pero este último libro me lo recomendó un amigo; y por si fuera poco, el título me había ido persiguiendo durante años: lo encontraba en cualquier estante, bien en la biblioteca de un conocido, bien en una macrolibrería, reeditado una vez más bajo diferentes diseños e ilustraciones de portada, o bien en una feria de libro de ocasión, camuflado de menesterosidad por el polvo y el tono mate de los años. Aquí, allí, seguía reclamándome con la misma ambigua actitud de quien conjuga una aparente indiferencia con la tenacidad -que, verdaderamente, tiene poco de ambigua, y que con propiedad habría que definir como una única operación, simple como su contundente eficacia, casi física, dirigida a atrapar al lector-. Bueno, creo que me he contagiado del mismo estilo de Henry James. Se trata de Otra vuelta de tuerca.  


II.
Reconozco que al inicio se me hacía engorrosa la lectura. Dejando aparte los periodos sintácticos largos y arbolados de James -que en traducción devienen un puñadito considerable de sílabas castellanas extra- , el juego de penumbra narrativa es constante en todo el relato: decir circunvalando, sugerir circularmente, y dejar que el lector ponga lo que falta. James saca nuestras aprensiones a la palestra. Lo no nombrado acaba asustando más. Retóricamente, hay que tener un poco de paciencia, y la cosa va. 


III.
Hay algo que me llama la atención. Siendo un relato sobre posesiones diabólicas, que la heroína -hija de un pastor anglicano, que asiste devota a los oficios de su iglesia- no acuda al auxilio divino durante el proceso -salvo una brevísima mención-, sino que todo lo fíe a su propia buena naturaleza y al sentido del deber, es como entrar con urgencia en una farmacia, aquejado de pulmonía, y salir con la misma urgencia y un paquetito de caramelitos Halls. Así pasa lo que pasa al final de la novela... 

IV.
He leído y cotejado dos traducciones. La de Siruela a veces peca de concisa, y la de Planeta se hace más cargo del lector. Las dos tienen aciertos, pero me quedo con la segunda.