AVISO PARA QUIEN QUIERA COMENTAR

¿Dónde está la sabiduría que perdimos en el conocimiento?
¿Dónde el conocimiento que perdimos en la información?
T. S. Eliot, Coros de La roca, I



lunes, 28 de febrero de 2011

Té, literatura e identidad

La literatura tiene un sorprendente espejo en la gastronomía. Me he visto forzado a suscribir esta tesis porque los hechos son abrumadores, y se resumen en dos tesis: la lectura es una asombrosa imagen de esa secuencia que va desde el paladeo hasta la digestión; y la escritura confina a sus practicantes en una estricta cocina.

Ahora sólo desearía fijarme en las analogías de la literatura con el té.

Es casi un dogma de la escritura que, al menos, hay dos sujetos implicados en su ejercicio: el explorador y el cartógrafo. El primero es un tipo febril y sudoroso, con una brújula en el corazón, a quién no hay que hacerle muchas preguntas. Se le sigue y punto. El segundo es un señor que archiva los informes del primero, deja que se enfríen y luego los criba, coteja, disecciona, reduce, conecta... para poder confeccionar el mapa con que llegar a aquel lugar que su visionario colega dice haber visto.

Bueno, pues cuando pongo el agua del té a hervir me siento como el primer sujeto; y cuando cubro con un platito la taza humeante con la bolsita dentro -para crear el "efecto invernadero" y que la cosa fermente- ejercito la paciencia del segundo. 

Por ahora nos llevamos bien los tres.

domingo, 27 de febrero de 2011

El tiempo de los relojes y el de la lectura

Tienen algo de hormiguero esos sitios donde un gran reloj preside desde las alturas. Una estación de tren, un zaguán de atención al público... El reloj va marcando un ritmo, hipnótico; el pobre hombre allá abajo se repite a sí mismo: "Que me dé tiempo, que me dé tiempo".

Pero entonces alguien saca un libro, y lee. Es una victoria sobre el tiempo de los relojes. La narración es la esencia del tiempo humano. 

Llega el tren, o el turno; el lector guarda el libro, resuelve su necesidad; el reloj sigue marcando su tiempo, pero el tic tac se va desvaneciendo... El  lector -no sabe por qué- piensa que hoy ha vuelto a salvarse.

viernes, 25 de febrero de 2011

El mejor consejo para escritores: ¡termina!

Alguien dijo que el mejor consejo para la escritura que recibió jamás fue "termina".


Suena un poco duro, pero cuando uno se va metiendo más y más en la escritura... sigue sonando duro; hasta que llegas a una esquina y ves la recta final, entonces se te acelera el pulso y ¡sprint!


Qué gran realidad la de esa lucha entre las volutas de humo de las posibilidades y los miedos, y la de la voluntad tozuda que sólo quiere ganar ese metro que tiene delante, y luego otro, y otro...

jueves, 24 de febrero de 2011

4º día del taller: de forenses y pasteles

Día dedicado al lenguaje literario: aunque es un tema que me apasiona, nunca había dado una clase de teoría literaria. Y hoy ha ocurrido: teoría -si breve, dos veces buena- y práctica.

En buena medida, conocemos por contrastes: así que hemos confrontado un párrafo del BOE con un haiku de Gabriel Insausti. Como boquerones a la vinagreta y un suavísimo mousse de limón. (No sé lo que me pasa, pero lo cierto es que cuando quiero explicar algo sobre la escritura acabo hablando de gastronomía, bromatología, digestiones... : ¿qué ocultos pasadizos sinestésicos no estarán comunicando ambos mundos?).

Un párrafo del gran maestro Azorín, para ilustrar la difícil facilidad de contar lo que "hay delante". 

Y luego nos metimos en el variado mundo de los cuentos. La brevedad de este taller de introducción a la escritura nos obligó a seleccionar un subgénero ad hoc, así que recalamos en los microrrelatos. Hicimos de forenses, tratando de determinar cuál sería la cabeza perdida de aquellos textos desmochados por el final. Porque en la "microrrelatería" el final es, verdaderamente, el principio de todo. 

Y una pincelada sobre la novela, o, por mantener la "metaforería" gastronómica de esta entrada, unas guindas del gran pastel novelístico. Las guindas consistieron en primeras frases de novelas conocidas: "El forense se ajustó la montura de las gafas y se acercó al trozo de tarta: ¿cómo no se había dado cuenta?". La cedo como inicio de psico-thriller de éxito.

Hasta el miércoles que viene.

miércoles, 23 de febrero de 2011

"Yo sé lo que quiero decir, pero no me sale"

Le debo a Nicias Duainz el título y el tema de esta entrada. ¿Quién no ha expresado esta excusa, alguna vez? Y, ay, a medida que vamos ganando años, se va haciendo más presente. Esos discos duros de ordenador que cada vez tardan más en darnos lo que les solicitamos, llevan en sí nuestra impronta. Envejecemos.

Pero no es esa la causa principal. También responde con esta excusa mi alumno, con la envidiable ebullición neuronal de sus dieciséis años. Sabe que lo evaluaré negativamente, y con razón. Hay que distinguir las mellas que nos hace el tiempo, de la pereza. Cualquier hombre o mujer es digno por el simple hecho de que es un ser humano. Pero hay también una dignidad que se acrecienta, o decrece. Corresponde a la actuación personal. Y el lenguaje nos lo recuerda.

Hace años me contaron una anécdota del sultán Aga Khan, que he recuperado en internet. Dice así:

"En cierta ocasión el Aga Khan III charlaba con unos amigos acerca del tenis, más o menos en estos términos:
-Es formidable, sí. En cuanto recibo una pelota, mi espíritu se tensa y el cerebro empieza a dar órdenes al cuerpo. ¡Corre! ¡Salta! ¡A la derecha! ¡A la izquierda!
- Así, naturalmente, ganará usted todos los partidos.
Entonces el Aga Khan III se rió y dijo:
- ¡Ni uno! A todas esas órdenes y contraórdenes del cerebro, mi cuerpo, ¡ay!, ya sólo contesta: ¿Quién, yo?"  

Bueno, pues el lenguaje es ese cuerpo que se rebela frente a las exigencias del espíritu, y este siempre va por delante, planteándose preguntas, mejoras, paradojas, novedades, dilemas y queriendo transmitir sus hallazgos a los demás. El lenguaje, como el cuerpo, necesita gimnasia: buscar las palabras con palabras, idear modos precisos, amoldarse a las circunstancias del lector o del oyente. Y es una gimnasia exigente, pero nos va en ello tanto...

Quizás no ganemos todos los partidos de tenis, pero nuestra dignidad nos obliga a bajar a la arena y ser buenos jugadores -aunque sólo fuera por nuestra fidelidad a los "oponentes" y a nuestro público-. Seguro que lo segundo es mucho más importante que lo primero. 

martes, 22 de febrero de 2011

La función del escritor, según Anaïs Nin

La función del escritor no es decir lo que todos podemos decir, sino lo que somos incapaces de decir. Comenta Anaïs Nin.

Uf, menuda responsabilidad. Así que el escritor sería una especie de vidente... Decir lo que los demás no pueden decir, me suena a que se ve más que los demás... o al menos más claramente, o con un poco más de claridad. 

Y hay una segunda parte: una peculiar relación de esa visión con las palabras. Ver con palabras, tener las palabras para lo que se ve. Siempre se ha dicho que un escritor es un buen observador. Me imagino a Tolstoi, invitado a tomar café en mi casa: unos segundos de silencio tras lo último dicho en la conversación..., el ruso posa la vista como distraidamente sobre tapizado del sillón. Me echo a temblar. ¿Qué habrá visto?: reflejos de luz, rozaduras, la persona que pudo sentarse allí, el retapizado que necesitaría, a ti mismo dejándote caer allí tras un día pesado... un germen de novela de 800 páginas. 

Nunca invites a un escritor, un buen escritor, a tomar café en tu casa; a no ser que sea un buen amigo. Ya sabes cuál es su función.



lunes, 21 de febrero de 2011

Sándor Márai escribe sobre la lectura

En el excelente blog de Vicente Huerta, Ser persona, me encuentro esta impresionante cita del escritor Sándor Márai, en la que parece hablar él mismo a través de uno de sus personajes:

«Leía mucho. Pero con la lectura sólo obtienes algo si eres capaz de poner algo tuyo en lo que estás leyendo. Quiero decir que sólo aprovechas realmente lo que lees si te aproximas al libro con el ánimo dispuesto a herir y ser herido en el duelo de la lectura, a polemizar, a convencer y ser convencido, y luego, una vez enriquecido con lo que has aprendido, a emplearlo en construir algo en tu vida o en tu trabajo.»

«Un día me di cuenta de que en realidad yo no ponía nada en mis lecturas. Leía como el que se encuentra en una ciudad extranjera y por pasar el rato se refugia en un museo cualquiera a contemplar con una educada indiferencia los objetos expuestos. Casi leía por sentido del deber: ha salido un libro nuevo que está en boca de todos, hay que leerlo. O bien: esta obra clásica aún no la he leído, por lo tanto, mi cultura resulta incompleta y siento la necesidad de llenar esa laguna.»

Lectura como implicación personal. El filósofo Gabriel Marcel me descubrió esa dimensión misteriosa que tiene todo lo valioso; todo aquello a lo que no nos podemos acercar como si fuera un problema que resolver, sino como una atmósfera en la que vivir: el amor, la muerte, el dolor, el tiempo... A esa dimensión misteriosa, presente en la lectura verdaderamente humana, sin anonimato, se refiere Márai.

sábado, 19 de febrero de 2011

Cuatro notas sobre La ola, de Dennis Gansel


I
Esta semana participé en un seminario interdisciplinar en mi colegio. Versó sobre la película La ola, que ya he visto cuatro veces: me sigue pareciendo buena, y eficaz desde el punto de vista educativo. Un grupo de profesores hicimos una serie de intervenciones breves, cada uno desde su asignatura. Luego los alumnos prepararían preguntas, y finalmente habría un coloquio. Incluso invitamos a un profesor universitario de antropología para la mesa redonda final. Yo les hablé del lenguaje. 

II
Me interesa el modo en el que el lenguaje es necesario para crear un espacio. Un espacio de relaciones, existencial. De vez en cuando lees en la prensa el hallazgo de un niño en alguna jungla, criado entre lobos u orangutanes. Necesariamente, el niño no habla. Para él, el espacio vital es espacio animal, de pura supervivencia. En cambio, para alguien que habla, surge otro espacio, el antropológico. A través del lenguaje verbal se accede a la relación con la otra persona en cuanto persona. El lenguaje crea un centro, un orden, donde sólo había relaciones de instinto. 

Una de las primeras escenas de la película muestra dos jóvenes intentando hablar acodados en la barra del bar de una discoteca de adolescentes. Todo es una amalgama de ritmo contundente, oscuridad, droga, incitación sexual. No es fácil el lenguaje humano en ese contexto, verdaderamente es innecesario. Uno de los jóvenes se sorprende del mundo en el que viven: cada uno va "a su bola", busca solitariamente su placer, y si entras en internet -dice- resulta que las páginas más buscadas son las que refieren a la cantante Paris Hilton. La mención de internet no es gratuita: es el gran espacio de relación, donde no hay puntos de referencia sobre la calidad de "las cosas", donde el impacto efímero de una cantante de moda acapara la brújula del ratón de los internautas. Donde no hay centro.

III
Y luego aparece en la película ese experimento comunitario que pone en marcha el profesor, y que se le escapa de las manos. Surge un nuevo lenguaje, verbal y no verbal, que instaura un orden, un centro; y este centro encuentra un eco inesperado en los corazones de los jóvenes, que venían sufriendo -sin saberlo, la mayoría- esa ausencia de referentes morales razonables. Pero el nuevo orden, el nuevo centro, con su vistoso lenguaje, traerá también problemas, porque no reconoce la dignidad de la persona.

Mis colegas de historia, filosofía, religión, antropología, hacen sus aportaciones. Los alumnos piden el turno de palabra, preguntan, opinan con sinceridad, algunos con pasión: a todos nos quedan muy claras las conexiones del experimento comunitario con el totalitarismo, el fascismo, el comunismo... Qué fácil es pisotear la dignidad de la persona, negarle un espacio antropológico en el que desarrollarse, sea mediante el silencio o el ruido, sea mediante un lenguaje que se olvida de ella mientras ensalza al grupo, la etnia, la clase, la idea o un dios que pide sangre ...

IV
El lenguaje, un medio, no un fin.

jueves, 17 de febrero de 2011

3r día del taller: como una olla express

Comenzamos con una puesta en común de las experiencias con los textos argumentativos: el sentir general, después de la experiencia hecha en casa, es que seguir los pasos, desde la inventio clásica hasta la escritura, pasando por la dispositio de los argumentos y la confección de los párrafos, ayuda a escribir con más propósito, a no perder el hilo, a afilar bien las ideas...

Hemos incidido en la importancia visual del párrafo, y como plato fuerte, unos ejercicios para escoger mejor las palabras, siguiendo el excelente libro de Cassany, La cocina de la escritura.

Analizamos el breve discurso de Churchill de "Sangre, sudor y lágrimas".

Me llevo a casa los textos, con sus borradores, para poder hacer un comentario a cada uno.

Y después de tanto ejercicio mental en modo analítico, un cambiazo para los 20 minutos finales: hacemos relato express y así entra en escena la síntesis. Tres minutos para escribir un relato, que debe contener cada una de las palabras a intervalos de 20 segundos voy diciendo. Un relato olla express, donde la mente se lanza a lo que salga. Aunque sólo sea por el cambio de modo mental, es un buen modo de equilibrar el cocido de escritura de hoy.

Tarea: un relato para casa... entramos en la literatura.



miércoles, 16 de febrero de 2011

Albert Camus y la verdad y la libertad en la escritura

En el blog de mi amigo, el filósofo Jaime Nubiola, aparecía hace poco una entrada sobre la verdad y la libertad en la literatura. Jaime cita dos pasajes del discurso de Albert Camus al recibir el premio Nobel de literatura. Yo, aquí, me callo y cedo la palabra a Jaime y a Albert:

Como hablo frecuentemente de estos dos criterios de verdad y libertad, me impresionó mucho leer hace unas pocas semanas en el memorable "Discurso de Suecia" de Albert Camus que las dos responsabilidades que constituyen la grandeza del oficio del escritor son "el servicio de la verdad y de la libertad". Se trataba del banquete final que, de acuerdo con la costumbre, se le ofrecía en el ayuntamiento de Estocolmo el 10 de diciembre de 1957 para clausurar las ceremonias de la concesión del Premio Nobel de Literatura. Camus explicaba: 


Cualesquiera que sean nuestras debilidades personales, la nobleza de nuestro oficio arraigará siempre en dos compromisos difíciles de mantener: la negativa a mentir sobre lo que se sabe y la resistencia a la opresión". Y añadía un poco después: "La verdad es misteriosa, huidiza y siempre hay que tratar de conquistarla. La libertad es peligrosa, tan apasionante como difícil de vivir. Debemos marchar hacia esos dos objetivos, penosa, pero resueltamente, sabedores de antemano de los desfallecimientos en que caeremos durante tan largo camino.

Verdad y libertad son palabras grandes: las necesitamos como ideales que presidan nuestra vida hasta los detalles más pequeños de la convivencia diaria. No conseguiremos con ello rehacer el mundo o crear un mundo nuevo, pero sí lograremos al menos —como defendía Camus en ese mismo discurso— "impedir que el mundo se deshaga".

martes, 15 de febrero de 2011

Mirando el mirar, con Winslow Homer



Me he acordado estos días de un viejo cuadro, Escena de playa, de Winslow Homer. Escribí sobre él un ensayo que se publicó en la revista Nuestro Tiempo, nº 642, año 2007. Viejo, no porque sea antiquísimo (ca. 1869, anteayer), sino porque tuve una lámina bien impresa colgada de la pared de mi casa durante varios años. Viejo porque de tanto mirarlo ya se había subido al autobús de mi vida; parecía que me hubiera acompañado siempre. ¿A que sí, Homer?

Me descubrió muchas cosas sobre el mirar. El cuadro insiste en los reflejos: el mar asume la luz del cielo, la arena lavada recoge la escena infantil; la joven del lazo oscuro retiene en sus pupilas ese mundo en el que se siente ya algo extraña, a esos pasos de distancia: quizás ese pie levantado esté queriendo retroceder... Me acuerdo de La edad ingrata, de Henry James.

Los niños y niñas, insertos en las inmediateces de la naturaleza, en los brillos y conchas en la arena, en el flujo y reflujo de la marea. Y la adolescente, que debe ganarse a sí misma en la distancia, en la contemplación, para estar de otra manera en el mundo. En el hallazgo de su ser personal. 

(Escena de playa, del pintor norteamericano Winslow Homer, se encuentra en la Colección Carmen Thyssen-Bornemisza. El cuadro es asombrosamente pequeño. Como casi todo lo grande).

lunes, 14 de febrero de 2011

De lo único que merece la pena escribir...



De lo único que merece la pena escribir es de los conflictos en el corazón humano.


William Faulkner


Faulkner siempre me ha asombrado. Su escritura hay que ponerla en el bando del Shakespeare de las tragedias, de Joyce... : en el de los que toman el lenguaje con manos nerviosas e intuiciones febriles. Un tormento para los traductores, que nos suelen dar el texto algo amorfinado para que no duela tanto. Para que no les imputemos desconciertos de lectura, en los que no quieren tener parte, ni arte. Arenas movedizas. 

Conflicto en el corazón, dice. Me acuerdo de Macbeth, y como no, de su mujer; y también de Gabriel y Gretta Conroy en "Los muertos", de Joyce. Cuánta oscuridad. Desde la Modernidad, el corazón es un campo de minas. Se transita por él con la condena ya expedida y el malditismo, la señal de Caín, como salvoconducto a ninguna parte. Y salió un comando ruso (Dostoievski, Tolstoi...) a combatir sobre aquel mismo suelo, con aquellas mismas armas. Pero esa es otra historia, para otro día.  

Una revuelta contra lo racional que condujo, conduce, al irracionalismo. Pero el patético estoicismo de Nietzsche no me seduce. Yo opto por lo razonable. Desde ahí surge una escritura sanadora, para eso de lo que únicamente merece la pena escribir.

sábado, 12 de febrero de 2011

El taller de "Escritura, primeros pasos" en el Diario El Mundo


Pues ahí estamos, reseñados por el Diario El Mundo, edición valenciana. En la crónica del 2º día del taller, me olvidé de mencionar al fotógrafo. 

Estamos dentro de una pecera, y el tono azulado de la foto hace que cuando la miro, me da la sensación de que somos como peces, buceando en el lenguaje. Y algo de eso hay.

viernes, 11 de febrero de 2011

Lectura y obligación: ¿dónde está el catalizador?

Es frecuente escuchar la siguiente queja entre jóvenes: "Es que, leer por obligación, ¡es un rollo!"

Entiendo la queja, pero me gustaría defender el vínculo entre lectura y obligación. Concretamente, habría que aclarar que existen dos tipos de obligaciones: las que proceden del interior de algo, y las que proceden de su exterior. Son contra las segundas las quejas del joven. El problema es que no ha conocido esa fuerza que procede del interior, y piensa que toda obligación es esa fuerza ciega que coacciona: un señor con un palo que no sabe ni lo que es la lectura, ni quién soy yo.

Pregunta del millón: ¿cómo conseguir que alguien pase a la experiencia de la obligación interna de la lectura?

Una vez más hay que ir a Platón, que ya se había planteado este dilema educativo. Y la respuesta es... a través de la confianza en un maestro, un inductor. Hace falta un mediador, alguien que ya está allí, dentro, y en el que se confía para ver lo que aún no se ve, pero que sólo con una actitud de confianza y apertura podrá ser visto. El mediador pone en juego sus recursos, dialoga, ejemplifica, pone en marcha una estrategia... y sobre todo está presente, acompaña. Como un catalizador, hace que su constante presencia haga posible la reacción entre los dos elementos. Pero si no está, si él también está infectado de exterioridad, no habrá química.

Cuando se descubre la obligación interna cuando aparece ese milagroso diálogo, o coexistencia armónica de la libertad y la obligación: leo porque quiero, y porque me obliga mi hábito lector. La belleza de lo descubierto en la lectura es una dulce condena, que no se quiere cancelar.

Supongo que el amor no andará lejos de esto, porque es en su presencia, en ese plano interior, donde se da la resolución de esos conflictos que, desde fuera, parecen (y en la práctica son) irresolubles.

jueves, 10 de febrero de 2011

2º día de taller: en la cocina

Estaba intrigado: ¿cómo les habría ido esta experiencia de escribir, meter en un cajón, reescribir, meter en un cajón, reescribir, meter en un cajón y reflexionar? No sale un arenque ahumado tras tanta exhumación, sino un texto muy personal, y no poco autoconocimiento: las propias carencias, el estilo, los puntos fuertes, los ecos, los hallazgos...; y esa grieta que se abre entre el texto que escribí y la persona que voy siendo, cuyas circunstancias y estados de ánimo, sabiduría y reflexiones, no serán idénticas a las de ayer. 

Pues les fue muy bien: creo que todos aprendimos de las distintas sensibilidades. Y luego, nos pusimos a acabar las chapuzas de fontanería gramatical que teníamos pendientes. Un par, la próxima semana seguimos.

Al inicio, propuse que las infusiones viniesen a la primera hora ya cumplida, para forzar un descanso (la verdad es que el tiempo se pasa ya sabéis cómo). Pero la opinión mayoritaria fue no distraerse; así que, cuanto antes. Llegaron, glup, glup.

Y luego, el apasionante mundo de los textos argumentativos. El principio, como en tantas cosas, está en los clásicos: inventio-dispositio-elocutio. Nos metimos, tomando la expresión de Daniel Cassany, en la cocina de la escritura. Un buen texto se parece a un buen plato: cuántas decisiones, ocurrencias, dibujos, esquemas, ensayos van por delante, hasta que salimos sonrientes y orgullosos asiendo la paella con las dos manos. Dejemos que el lector-no escritor la saboree con una dulce ignorancia de los trabajos y aventuras del cocinero. Este se queda con el sabor y el saber. Los clásicos aunaban los dos significados en el verbo 'sapere'. Y el que cocina, sabrosamente, lo sabe.

Para la semana que viene, un texto argumentativo, de extensión asequible. Pero con su tormenta de ideas, su árbol conceptual, su maqueta dispositiva... estamos todavía entre andamios y con el casco puesto. Y tan contentos.

miércoles, 9 de febrero de 2011

El enemigo no es la gramática. Gratias tibi, Eudora!

La palabra heredada. Mis comienzos como escritora, de Eudora Welty (Ed. Montesinos, Barcelona, 1984, trad. de Miguel Martínez Lage), es uno de esos libros-viático, en los que te apoyas para hacer camino por la vida (sobre todo literaria, docente, y también la puramente personal); libros-don, de esos que sospechas que Alguien te lo ha enviado, que te hacen creer en la Providencia. 

¿Que exagero?

Ahí va un fragmento:

"Mrs. McWillie no consiguió meternos miedo con la gramática, claro está. Fue, en cambio, la primera profesora de latín que tuve, ya en el instituto, la que me hizo descubrir que estaba enamorada de la gramática. Hizo falta el latín para hacerme firmar una alianza de bona fide con las palabras y su verdadero significado. Aprender latín (una vez me hube librado de César) alimentó mi amor por las palabras, por las palabras en sus encadenamientos y modificaciones, por la hermosa, sobria acrecencia de una frase. Veía la frase por fin conseguida, exenta, real, intacta, construida para durar, como el Mississippi State Capitol, en lo alto de la calle en que vivía, edificio que por cierto podía atravesar de camino a la escuela y oír el eco de mis pasos en el suelo de mármol, bajo la cúpula de la rotonda". p. 44


Como profesor de latín, escritor, docente de escritura, obseso de la educación, me ha dado en la diana. Y está claro que el problema no es la gramática, sino nuestra capacidad para cocinar pasteles de cumpleaños con ella, o para provocar gastroenteritis anímicas. 

(Un libro que, me temo, ay, está descatalogado, no lo encuentro reeditado en ningún sitio. Habría que saquear las librerías de viejo, hasta dar con él).

martes, 8 de febrero de 2011

Marx y la lectura

Fuera del perro, un libro es probablemente el mejor amigo del hombre, y dentro del perro probablemente está demasiado oscuro para leer.

Frase de Groucho. Reconozco que es un tipo de humor que me encanta. Humor lingüístico que juega con  los varios sentidos de una palabra: "fuera" en la expresión "fuera de", con el sentido de "dejando a parte"; y, al mismo tiempo, con el sentido físico de "estar en".

El libro como amigo del hombre es una idea que me gusta. El libro es, de algún modo, una máquina muy perfecta, una construida propuesta de diálogo. "Alguien" con quien implicarse a fondo.

Pero un amigo, en última instancia, es con quien puedes hablar de lo que has leído.







lunes, 7 de febrero de 2011

Curriculo, luego existo

No he leído nada de Espido Freire, salvo este breve artículo que publicó el pasado día 4, en el diario ADN. Lo reproduzco porque todavía sigo reconfortado... y lo que me va a durar. Y luego comento.


"Me encuentro con estudiantes de secundaria con frecuencia: no pasa más de un mes sin alguna charla en institutos. Siento debilidad por esa edad, y por esas conferencias: mucho más sinceros y mucho más directos que los adultos, son generosos en sus muestras de aburrimiento y lo son en su interés. Fingen muy poco o nada en absoluto. Ni la adulación, ni el prestigio, ni la importancia de la obra salvan a los autores que no les gustan de la quema enérgica.

"Se espera que hagan preguntas, que yo suelo devolverles: ¿Y tú, qué opinas? Se sienten incómodos si tienen que argumentar. Para ellos, la vida, los gustos, incluso los personajes, continúan siendo en blanco y negro. El amor, la amistad, se construye y se destruye en un minuto. La aventura, el romance, las decisiones, han de ser instantáneos para atraerles. Eso me inquieta: la literatura, incluso en su forma de microcuentos, se opone a esa filosofía: es, en realidad, un atajo hacia la madurez y las contradicciones. A diferencia de otras disciplinas, la literatura necesita de tutores y de guías que desbrocen algunos caminos.

"Los profesores (los buenos, los interesados) repudian la instrumentalización de las clases de lengua. La literatura, por sí misma, enseña sintaxis, vocabulario, gramática. No se produce el viaje al revés. La ortografía no te ayuda a pensar (sí a que los ojos no duelan). No aporta gran cosa a la vida. Estamos perdiendo la batalla de la gramaticalidad: los pocos que luchan para no perder la de la literatura se encuentran muy solos."

El tercer párrafo ha tocado mi fibra sensible: estamos confundiendo los medios con los fines en la educación. Esto tiene que ver con nuestra inapetencia cultural a abordar lo sustancial; y complementariamente, una manía frenética por las técnicas, las "competencias", el surfing por la superficie de todas las cosas gracias a nuestras habilidades, conseguidas a lo largo de una vida de contenidos curriculares que se engarzan con los siguientes. "Curriculo, luego existo". Y no soy un enemigo ni de las técnicas ni de la formación continua -y mucho menos de los talleres de escritura-. Técnicas hacen falta para vivir. Pero las técnicas son medios. Medios para alcanzar fines que nos hagan verdaderamente felices. 

Si no reflexionamos y buscamos los auténticos fines de la vida, acabamos agotados aprendiendo a hacer cosas que principalmente tan solo nos permiten, empírica y legalmente, pasar a aprender a hacer más cosas, ganar dinero, ser bien vistos... todo lo que Aristóteles entendía como felicidades secundarias de la vida, mientras la vida buena se nos va como el agua entre las manos...  

Que yo tampoco esté totalmente libre de estas perversiones, por llevar ya muchos años respirando esta atmósfera, es un asunto que intento enderezar. Pero no quiero asfixiar a ninguno de mis alumnos.

viernes, 4 de febrero de 2011

Leer te hace feliz (crónica de un relámpago en Palma de Mallorca)

I.
A medida que el avión se acerca a Mallorca, voy adelantando mi lectura de La palabra heredada. Mis inicios como escritora, de Eudora Welty. Unas memorias sensacionales que traen el mítico sur de los Estados Unidos, la generación de Faulkner y Flannery O'Connor, los rigores veterotestamentarios de las congregaciones religiosas templados con humanidad, el encuentro con el lenguaje oral, los libros, el paisaje. Y una mirada piadosa y agradecida a la propia familia. 


Llego al temprano anochecer, sobrevolando el litoral oeste, en su dulce condena a contemplar las puestas de sol por siempre jamás. Me acordé de aquella anécdota contada por Josep Pla de los aplausos que, sobre los acantilados de Valldemosa, al noroeste de la isla, el pintor y escritor Rusinyol propinaba junto con su familia a los crepúsculos más logrados.

II.
Llorenç, profesor de Lengua y literatura en ESO en el Colegio Llaüt, y gran amigo, me espera en el aeropuerto de Palma. Me conduce hacia el centro de la ciudad, y mientras mi mirada se prende de las puntas altas y afiladas de la catedral, me cuenta sus peripecias docentes. Coincido con su pragmático romanticismo: por encima de todo enseñar a leer y a escribir. Las teorías y las abstracciones, como las bromas: las justas. Estos breves momentos de puesta en común son de una catarsis impagable. 


III.
A las 9:10 pm estoy frente a un numeroso grupo de padres de Llaüt, realmente ilusionados con la felicidad de sus hijos. Hijos en primaria, padres jóvenes, me siento muy bien. Les cuento algo que lleva por título: Mejores lectores, mejores personas, mejores familias. Ideas para ser feliz, leyendo. Y dejo para el final el apartado más importante: "¿Por qué la sociedad necesita que haya buenas lectoras?".

Me limito a 30 minutos, y propongo un coloquio. Jacqueline rompe el hielo/abre fuego (es importante no mezclar estas dos expresiones): no había conocido a una madre de 7 niños con tanta inquietud intelectual personal y tanta pasión educativa. Me brinda la siguiente experiencia: "Por cada libro que se leen les doy dos euros, y funciona". Me desconcierta, lo pienso... ¡y me parece muy bien! Puede ser un modo de resolver conjuntamente el problema de la dificultad de los adolescentes para leer y el de la asignación semanal. Con respecto al dvd familiar comentó una estrategia de parecida contundencia : "O blanco y negro, o nada", y ahí están, hechos unos fans de Fran Capra y Willy Wilder. Tomo entusiasta nota.

IV.
En la cena informal, me reencuentro con Toni, entusiasta profesor de 1º de primaria, que me enseña su aula como quien mostraría su corazón, si en un corazón cupiesen mesas, sillas, una pizarra electrónica, hojas secas que penden del techo, y multitud de dibujos en las paredes, y todos esos pequeños artistas. Y caben. 

V.
Hay un efecto post-conferencia: te vienen a la mente ideas que también querrías haber dicho, que te gustaría haber ampliado, pero el reloj, la desmemoria y el mismo tren del directo te lo impiden. Y una de ellas es esta: Conseguir que los niños amen la lectura es ayudarles a ver más allá de lo inmediato, de las imágenes de la superficie de todas las cosas que nos llegan con la comunicación audiovisual. Y la felicidad tiene mucho que ver con la capacidad de ver lo invisible.



Y otra: Pero que nadie piense que esto es una guerra entre la cultura de la lectura/escritura y la del audiovisual. Son complementarias. Cada una exige su propia pedagogía, y ambas una común que muestre sus complementariedades y armonías.


VI.
Día siguiente, son las 7:05 am. Si la ventanilla del avión fuera un pollo, a mí me ha tocado ala, pero aún así es visible el parpadeo de hileras de luces sobre la negrura de este madrugón. Luces que nos permiten ver de otro modo lo que sabemos que está allí abajo, o allá adentro... 

jueves, 3 de febrero de 2011

Cómo comienza un taller de escritura



Suena algo pretencioso el título, lo sé. Sólo voy a contar a grandes rasgos lo que hice ayer, el primer día.

La pecera del Bibliocafé es acogedora: sigues encontrándote entre libros que te observan desde los anaqueles; pero la pared de cristal interpuesta crea una necesaria distancia de seguridad con ellos. Es como si le dijeras a Cervantes, Mann, Dostoievski, Machado, "Esperad, esperad solo un rato ahí, que cuando salgamos os vais a enterar de lo que somos capaces de escribir". Perdón por la irreverencia.

Unos minutos de presentaciones, indicaciones teóricas y prácticas, unos consejos, las infusiones y aguas minerales que acaban de llegar, y hacemos un ejercicio de precalentamiento para desentumecer la sensibilidad verbal y afinarla: ¿cuántos colores somos capaces de decir entre todos? Sabíamos muchos más de los que dijimos; pero se trata de eso: tener siempre a mano el envoltorio de las palabras para llevarnos al papel lo que queremos decir.

La descripción: cinco párrafos de cinco escritores, no sabemos quién escribió, ni en qué libro apareció, ni su intención, ni para quién escribía. Nos convertimos en el equipo de trabajo del comisario Wallander, para intentar describir el qué y el cómo de las descripciones.

Y finalmente, una hoja de textos averiados a los que hay que aplicar un poco de fontanería gramatical. 

Uf, son las 21:25, dos horas se pasan volando. Deberes para casa: desde la escritura espontánea hasta la sesuda rescritura hay un camino: recorrerlo, y contar el recorrido. Un ordenador, una impresora (o pluma y papel) y un cajón, ingredientes imprescindibles para esta receta.

Nos vemos el miércoles que viene.

(Ilustración Teléfono y taza, JM Mora Fandos)

miércoles, 2 de febrero de 2011

No es el argumento definitivo, pero...

Voy a dar una conferencia sobre la lectura a los padres de los alumnos del colegio Llaüt, Palma de Mallorca. Como se trata de ganar y confortar adeptos a la lectura, me digo: "No les aburras con sesudos argumentos. Aplícate tu propia entrada de blog, tomada de C. S. Lewis: No escribas delicioso, haz que lo digamos nosotros al leer tu descripción. Pues eso: nunca des una receta sin provocar al mismo tiempo un hambre canina. Incítales". 

Repaso mi arsenal de recursos, y busco algunas citas inspiradoras. Y bueno, me he encontrado con esta del escritor y periodista norteamericano Patrick Jake O'Rourke:  “Lee siempre algo que te haga quedar bien si mueres a mitad lectura”. Reconozco que me he reído, y que me ha dado luces. Voy a utilizarla con otras de gente tan solvente como Cicerón o Séneca. No es el argumento definitivo para la elección de buena literatura, pero en estos momentos de "cultura de la imagen", puede tener una fuerza especial. Si se imagina con cierto detalle, es horroroso: me figuro a mí mismo, balanceado ya póstumamente por los vaivenes menguantes de una mecedora, boquiabierto y con los ojos medioenblanco, recién apeado en la última parada (cardiaca) del tren de la vida, y en mi regazo un ejemplar de ...

A la salida del funeral, dos amigos: 
-Ya ves, toda la vida hablando de buenos libros y...
-Pobrecillo, un desliz en el último momento.
-¿Crees que en aquellos últimos instantes recobraría la lucidez y se arrepentiría?
-Me sostiene esa esperanza. 
-Menos mal que llegaste enseguida.
-Sí.