AVISO PARA QUIEN QUIERA COMENTAR

¿Dónde está la sabiduría que perdimos en el conocimiento?
¿Dónde el conocimiento que perdimos en la información?
T. S. Eliot, Coros de La roca, I



lunes, 28 de mayo de 2012

Introducción al personalismo, de Juan Manuel Burgos: cuatro notas




I.
Desde hace ya un par de décadas, Juan Manuel Burgos lleva impulsando una fascinante aventura intelectual. Fascinante por la valía, diversidad, relevancia y oportunidad de los “materiales” que pone en juego; y porque no es pequeña la montaña de dificultades que hay que afrontar. La aventura se llama Personalismo; y por referir primero las dificultades, es notable el esfuerzo que supone hacer visible esta propuesta en el escenario cultural: téngase en cuenta que desde la II Posguerra Mundial hasta nuestros días, ser filósofo era y es ser, básicamente, Jean-Paul Sartre, Althusser, Adorno, Foucault, Derrida, Vattimo… y militar en algún tramo de ese serpentín de filosofía desgarrada y escaparatista: en el existencialismo, el marxismo, el estructuralismo, el postestructuralismo, la deconstrucción, el pensamiento débil…

II.
Así, y vamos con el segundo argumento, no era fácil que se difundiera un pensamiento con olfato para el sentido común y los delicados pliegues de la realidad, especialmente la personal; para un optimismo gnoseológico atemperado, una apertura a fuentes de sentido, a tradiciones, a comunidades, a la literatura, la religión, el arte, la experiencia. Ni era fácil proponer una primacía de la persona, cuando hemos estado —y seguimos— tan fascinados por las ideologías, las máquinas, los bienes de consumo, el poder de la técnica, el bienestar, el ocio, la banalidad, la transgresión por bandera, … cosas, cosas, cosas…

III.
Pero ahí estaban, y están, esos pensadores que se fintaban de los fascismos de diverso signo, hablando de la primacía del ser sobre el tener, del misterio sobre la visión materialista, de la persona sobre el Estado; de las realidades intermedias como la afectividad o la familia; de la cualidad humana de la literatura y las artes; del valor de la religión, de las tradiciones, de las comunidades; de los valores espirituales y su armonía con los psicológicos; de la estructura narrativa y dramática de la identidad; de la importancia del tú para el yo, de la interpersonalidad; de pensar desde la experiencia; de la corporalidad; de la esperanza…

Un pensamiento vivo.

IV.
Así que con “Introducción al personalismo” acaba de aparecer una nueva oportunidad de conocer estos fascinantes enfoques y pensadores. Y de conocer ese estilo, gran estilo: estilo de obrar, de escribir, de vivir, de ese que tienen determinadas personas para las cosas de todos los días —que es de lo que se trata, y no de morir de estilismo en cuatro excesos—; para convivir y co-ser de verdad.

Estilo vital que, tras algunos años de leer a los personalistas, te hace decir: “Me hubiera encantado ir a las clases de Maritain y de Von Hildebrand, a los mítines de Mounier, escuchar el piano y participar en las tertulias de Marcel, hablar de cine y literatura con Marías, tumbarme en el diván de Frankl, enseñar palabras a los niños con Ebner, hablar del amor con Wojtyla, asistir a una Misa de Guardini, dialogar con Buber, mirar un cuadro con Pareyson y un rostro con Levinas, rezar por la reclusa Nº 44.074 mientras le cae una ducha de Zyklon B (ácido cianhídrico) en Auschwitz, y que luego Santa Edith Stein rece por mí". 

viernes, 25 de mayo de 2012

Unas frases de Claudio Magris sobre literatura y ética, y una nota


La literatura no tiene por qué obedecer a una obligación ética, si bien, en ciertos casos parece obligada a ello. Da cuenta más bien de la existencia humana, con su comedia y su inaceptable tragedia. 

Y mira que con Magris me he ido lejos: desde el grifo del Danubio hasta el Mar Negro, y algunos otros sitios. Pero esta vez no le sigo. Todo acto es moral, incluso el literario… como todo aire —aroma, tufo o nada— contiene siempre algo de nitrógeno.

Que la literatura no es moralismo, ni tratado de moral, de acuerdo. Que tiene su autonomía, desde luego. Pero no se autonomea de ser hombre el banquero cuando obra —¿verdad?—, ni tampoco el escritor. Este se obliga a la moral por ser de la especie humana, o mejor, por ser persona. Y luego se obliga por la honradez de buen artífice. "Dar cuenta de la existencia humana" es siempre desde una libertad y responsabilidad y esfuerzo y dignidad de enfoque. Decir “inaceptable tragedia” es ya un escorzo; y luego podremos discutirlo. 


(Texto de Claudio Magris en El Cultural).

lunes, 21 de mayo de 2012

Un puñadito de poemas

Aparecieron en Nueva Revista, por gentileza de Gabriel Insausti. Ahora, en la edición digital, aparecen de nuevo. Qué grata aparición; así, como un fantasma amigo vienen, para que más amigos los conozcan. Prodigios de internet, que hasta en Pernambuco -si es que alguien allí "me pinchara"- allí bajo las palmas, tan ajenas al verde del Lake District, resonaran los versos que un día, y que dos, y que ya no me acuerdo, escribí en algún sitio, que tampoco recuerdo (internet, ciertamente, es su sitio).

Pues muchas gracias a todos; en especial, si hubiera, a los brasileños.

El puñadito, pínchese aquí.

viernes, 18 de mayo de 2012

Me voy con vosotros para siempre, de Fred Chappell: cuatro notas de lectura



I.
A mí también me gustaría pescar en el estanque de McGregor, ir con el viejo Pontiac al pueblo a por la prensa en los años 40 —y de paso a vender los tarros de compota de la abuela (quiero decir, de arándanos)—, en el midwest con pantalón de peto. En fin, está en los genes culturales que hemos heredado en este siglo (pasado, y sin embargo tan presente, inacabado), todos somos un Burke, un Williamson un poco, por obra y gracia de Frank Capra, Saroyan…

II.
¿Qué pasa si descubres que llevas mucho tiempo sin leer nada divertido? Qué es divertido. Es sorpresivo. Pero sobre todo es tristemente real el tiempo sin hacer estas lecturas. No le voy a echar la culpa a ninguna crisis, ni a los vientos postmodernos, ni al auge de la novela negra escandinava, ni siquiera a Hegel, porque uno entonces se adelgaza en la fibra de su dignidad: sin un poco de culpa personal, en este mundo, tampoco hay un poquito de dignidad —aviso para indignados—; no. Es una simple cuestión de aburguesamiento mecido en la hamaca de lo gris. Quiero ser responsable y culpable; y absuelto; y reírme.

Y ya ha ocurrido todo eso, porque acabo de leer una novela que me ha divertido mucho: Me voy con vosotros para siempre, de Fred Chappell, y traducida por Eduardo Jordá, me ha dado esa oportunidad de soltar alguna carcajada y disfrutar con la literatura.

III.
El escenario es uno de los sensibles en la novela norteamericana del XX: los campos de centeno que ondean sus despedidas a los muchachos del estado que parten para Europa en la II Guerra Mundial. Medio rural, vida represada en la verdad lenta de las estaciones, vida familiar antes de la televisión, con ojos para lo pequeño y cotidiano… y ahí, la opción de Fred Chappell: humor, imaginación, realismo mágico hispanoamericano puesto a germinar entre bosques y rubias hectáreas…

IV.
La cualidad lírica del poeta que es Chappell viene en su lugar, a su hora, en sus rincones de oro del párrafo. ¿A qué me refiero con eso de “rincones de oro del párrafo”?: a esa cualidad lírica, visual, sensorial, que pone a vibrar de cierto misterio ese momento de la acción narrada. Rincón porque, aparentemente, aparece como en un apartadillo, como si no quisiera robar acción ni protagonismo. Pero bien cierto es que se lleva los ojos detrás, y por algo suele aparecer al final del párrafo (el sitio de honor). Veamos un ejemplo:

Después de haber arreglado la valla, nos tomamos un descanso. Estábamos sentados a la sombra de un gran roble y mirábamos cómo el viento escribía sus grandes letras en cursiva en un campo de avena blanquecina. P. 74

Uuuum, oro puro.


Me voy con vosotros para siempre. Fred Chappell. Traducción de Eduardo Jordá. Libros del Asteroide. Barcelona. 2008.

jueves, 17 de mayo de 2012

La aventura sin fin, de T. S. Eliot: mi reseña para Aceprensa



Pues aquí está el enlace a Aceprensa, donde se puede leer mi reseña. Una buena antología de ensayos de Eliot, publicada por Lumen.

jueves, 10 de mayo de 2012

Las obligaciones del buen lector


Estaría dispuesto a pensar que el lector no tiene obligaciones. Pero me indispondría con respecto al buen lector. Me vino al pensamiento esta misma mañana (la mañana: merluza en que termina de escurrirse el ayer) recordando el taller, algunas cosas que surgían al hilo de los textos.

Les preparé un texto descriptivo de Ébano, de Kapuscinski. Aprendí mucho del feedback: diversas sensibilidades, rincones no barridos del polaco (del autor, me refiero), algunas conjeturas sobre la traducción (ay, ingrata labor que solo aprecia el inconsciente del lector; es decir, nadie) sobre posibles fallos… en fin, no está obligado —Dios nos guarde— el lector a gustar de ningún libro o estilo contra su voluntad, capricho o gana.

Pero digo que el buen lector sí tiene algún deber para casa. Y un buen escritor es un lector consciente, aplicado. Cuánto aprendemos de lo diferente. No hay perfil sin fondo. Quien no fondea, crece ilimitado, y en su desmesura se vacía de su esencia.

Esta merluza ya está lista.

domingo, 6 de mayo de 2012

Mi amigo el poeta William Wordsworth

Está claro que uno no elige a sus amigos. La amistad no se encuentra barajada entre estantes, por mucho que la busques en el supermercado. Con mucho, lo que puedes, es pasar por ahí, ponerte a tiro. Salir de casa, vamos. Así fue con mi amigo William. Fue uno más entre aquellos que andaban por las aulas de entonces. Tú les prestas un poco de atención... y ellos te lo pagan viniéndose a tu casa, viniéndose a tus cosas. No estorban, no molestan. "If you don't mind, I'll stay right here with you". Oh, claro, faltaría más.

Mi amigo Wordsworth, tengo que decirlo, solo susurra un poco; me hace pensar, sugiere cosas; como un buen amigo, sabe retirarse a tiempo, pero siempre se queda de algún modo; se parece a mi abuela cuando hacía calceta: siempre allí sosteniéndolo todo. Todo aquello que es invisible. Como mi amigo Wordsworth.

viernes, 4 de mayo de 2012

Un nuevo taller de escritura personal



(Dos tallos, JM Mora Fandos)

Cuando José Luis Rodríguez-Núñez, del Bibliocafé, me propuso impartir un taller de escritura, hace un año y algo, me invadió una sensación contradictoria. Le agradecí la propuesta, me apetecía… y me ahogaba. Disfruto escribiendo, pero no he escrito una novela. Los talleres de escritura acostumbran a titularse “de escritura creativa”, y habitualmente aspiran a enseñar la técnica de la novela. Yo no había escrito ninguna, no veía claro enseñar a golpe de manual algo de lo que no tengo experiencia. Al mismo tiempo he abejado flores muy diversas: poesía, relato, textos académicos, traducción, ensayo, tesis doctoral… la escritura me ha dejado algunas muescas, y cuando me miro en el espejo no puedo dejar de verlas y reconocerme en esas cicatrices. Son algo de mí… soy algo de ella.

Un conflicto por resolver, pero uno de esos con los ingredientes necesarios para que salga algo bueno. Un taller… sí: podía enseñar a contar, a poner por escrito cosas personalmente importantes. No todo el mundo quiere escribir una novela, pero todo el mundo tiene cosas importantes que decir, y alguien a quien decirlas… o casi todo el mundo; pero incluso ese casi, con un poco de conciencia del asunto y algo de ayuda, acaba contándoselas a alguien.

Escritura creativa, desde luego, pero sobre todo personal y muy pegada a la vida. Así que así comenzaron los talleres, y hasta la fecha; y he visto alumnos ilusionados con proyectos de escritura: escribir la historia de la familia, relatos, poner experiencias por escrito, contar unas vacaciones, comunicar mejor en un blog, mejorar la expresión en textos profesionales, preparar un brindis, conocerse… y más.

Bueno, pues la semana que viene, miércoles 9, comenzamos otro (y quedan plazas). La escritura tiene algo siempre nuevo. Es cierto, la gramática apenas se mueve; pero nosotros sí, y con nosotros el mundo, que pide una vez más ser contado y que nos contemos.