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T. S. Eliot, Coros de La roca, I



jueves, 3 de mayo de 2018

El mismo sitio, las mismas cosas, de Tim Gautreaux: cuatro notas de lectura



I. 
Una sorpresa, El mismo sitio, las mismas cosas, de Tim Gautreaux. De las que reverberan y te dejan mudo, a la escucha. Y a gusto. Al leer el primero de los relatos me negué a seguir con el siguiente: sabes que lo que has terminado tiene tanta sustancia como una copa de vino mimado por un sabio vinatero. Pienso ahora en "La fragancia del vaso", de Azorín. Porque es eso. Pero no estamos en el Toledo cervantino de la posada del Sevillano, en La ilustre fregona, sino en la Louisiana, en el país Cajún de raíces francesas, vecino de los mundos de Flannery O'Connor y William Faulkner, con los que la crítica no deja de emparentar a Tim Gautreaux como digno heredero.

II.
Hay un rasgo habitual en poética de Gautreaux, la aparición de un símil del narrador al cabo de una secuencia descriptiva, como la del funcionamiento de una máquina, o narrativa, como la de unas acciones a simple vista ordinarias. El símil eleva la secuencia a un plano estético y a menudo moral. Y la novedad, gusto y densidad de estos símiles revelan la sensibilidad poética del narrador (Gautreaux comenzó llamando la atención como un joven poeta). Siempre he pensado que haberse batido perseverante y honestamente con la poesía en la juventud dota al futuro narrador de unas cualidades impagables. Lo llamo "sonar bien". Y en estos relatos que tan bien suenan los símiles se prodigan con modestia pero con intención, como las intermitencias de un hilo de seda roja que entra y sale de un paño consistente. Queda inscrita una línea de trascendencia, alzada en toda su tensión y sentido por el tirón final del relato. Chapeau!

III.
La mirada del narrador es compasiva. Si Chejov a menudo presenta hombres y mujeres ordinarios en situaciones ordinarias, y nos deja en la penumbra del juicio, y sin ganas de enjuiciar; Gautreaux trae hombres y mujeres ordinarios a situaciones en algún grado excepcionales, donde tendrán que tomar una decisión que les compromete. Estados excepcionales que van en la misma verdad de la vida y que apelan a la dignidad del protagonista y a la de quienes les rodean. Así que la presencia de la comunidad es fuerte, pero bien entendida como red de relaciones interpersonales donde el sujeto va urdiendo su identidad. Una red para los momentos de libertad radical (como explica Jorge Peña Vial), de prueba y posible liberación del protagonista. Y unos momentos habitualmente configurados por la llamada del otro necesitado. Finalmente sabemos, sin penumbra, que la respuesta, la elección del protagonista ha sido buena o mala, meritoria o condenable. Pero la poética de Gautreaux, como ha aprendido en la tradición católica en la que se encuentra, condena el pecado, sin juzgar al pecador. Y correlativamente, cuando se trata de narrar el bien arduo en que se implica el personaje, Gautreaux consigue uno de esos valores tan difíciles de encontrar en la literatura actual: narrar bien el bien, verosímil, amable, cercano, sin medallas, misterioso, ordinario. Un buen narrador no hace pedagogía moral; pero no abdica de su situación libre y responsable en el mundo, de su amplia y profunda mirada, que trae a la escritura en cuanto persona, no en cuanto escritor. La honestidad es un ingrediente necesario de la verosimilitud literaria. 

IV.
Mis preferidos, "El fumigador", "Gente en la carretera vacía", "Volver" y "Merlin LeBlanc busca esposa". Relatos especialmente logrados, mundos que imantan hacia sí el mundo que traes como persona que lee. Y por mundo del relato no me refiero a los detalles físicos que construyen el espacio, por los que sentimos atravesar una calurosa plantación de fresas, o palpamos la sombra bajo un destartalado porche donde escuchamos densas palabras. No solo, ni en primer lugar. Me refiero al mundo humano, tan de allí, tan de cualquier parte. Mi mismo lugar y cosas, pero vueltas nuevas, como otro lugar, como otras cosas, por obra de una excelente escritura.

PD. La traducción, gracias a José Gabriel Rodríguez Pazos, se lee con gran deleite. Tanto que no se nota la mediación. Gran trabajo.