Me he acordado de una anécdota que refiere Juan José García-Noblejas en su trabajo: "Identidad personal y mundos cinematográficos distópicos" y que viene muy a cuento de lo dicho en el anterior post:
David Puttnam (me refiero al productor cinematográfico, que no al filósofo Hilary Putnam), hablando sobre su juventud, contó en una ocasión la siguiente anécdota: “hace muchos, muchos años, me recuerdo de mí mismo como un chaval que sale del cine, de ver A Man for all Seasons (Un hombre para la eternidad), pensando por un momento: ‘Desde luego que yo también me hubiera dejado cortar la cabeza antes de firmar ese papel’. Por
supuesto que aquello no tenía el menor sentido, porque hubiera firmado cualquier cosa si alguien me hubiese amenazado con cortarme siquiera un dedo. Pero aquello hizo que me sintiera orgulloso de mí mismo por un momento, al pensar que algo había en mí que me hacía ser mejor de lo que era”.
Quisiera decir algo en torno al sentido de este “salir del cine y pensar por un momento” evocado por Puttnam.
Recomiendo muy vivamente leer lo que Juanjo dice a continuación sobre esta última idea. Yo he traído a colación este fragmento por este motivo: la lectura nos acompaña y con ella salimos del juego de ficción que se nos propuso, de esa montaña rusa en la que entramos, nos divertimos y salimos. Salimos con la lectura y con ella entramos en la vida no ficcional. Ese empujón en la espalda, esa mochila que adquirimos al leer, que tiene la virtud de ser propulsora -seguro que las hemos visto en alguna película de ciencia ficción, ¡o incluso tenemos una!- es la lectura bien hecha, natural, acorde con nuestra dignidad personal.