AVISO PARA QUIEN QUIERA COMENTAR

¿Dónde está la sabiduría que perdimos en el conocimiento?
¿Dónde el conocimiento que perdimos en la información?
T. S. Eliot, Coros de La roca, I



miércoles, 10 de julio de 2013

El despertar de la señorita Prim, de Natalia Sanmartín Fenollera: cuatro notas de lectura



I.
“¿Has leído El despertar de la señorita Prim?” Era la segunda persona que me hacía la misma pregunta en no muchos días. La autoridad que les reconozco a ambas personas hizo que pensara: “Bueno, ¿qué hago que todavía no he leído El despertar de la señorita Prim?” Y lo leí: una sorpresa, una verdadera sorpresa. No me esperaba encontrar tanta sabiduría, capacidad comunicativa, libertad de pensamiento y sobre todo, mucha, mucha sensibilidad.

II.
Se me hace algo difícil clasificarlo; por otro lado, ¿por qué tendría que hacerlo? Bueno, el intento de clasificar es un ejercicio de descubrimiento de lo que algo es (un poquito de escolástica siempre viene bien): ¿qué es, a qué se parece? Es novela, sí; es fábula, sí; es ensayo, casi sí; un poco de autoayuda, también… Y delicadeza, mucha delicadeza: seguramente la palabra más repetida en estas páginas. Cuántas cosas se pueden decir cuando se respeta al otro a través del modo en que se dicen. La autora está como “en casa” en la tradición anglosajona del debate, del wit, del cuidado de las formas, de la libertad para exponer el propio punto de vista si se es capaz de aceptar su exposición a los pareceres de los otros. Si se ha entendido bien a Jane Austen, y más que entendido, comprendido, esto se puede aprender de un modo muy gustoso. Y la autora conoce perfectamente Jane Austen, especialmente Orgullo y prejuicio, de la que toma diversos elementos con los que estructura el libro.

III.
Pero lo que más me ha gustado es la infrecuente y sólida inteligencia emocional que atraviesa estas páginas: diría que es una exposición sabia y amena del mundo de la afectividad, que no rehuye abordar cuestiones difíciles —por otro lado, totalmente cotidianas— porque parte de una tradición de pensamiento, sobre todo antropológica, sólida. Solidísima: la verdad es que los ecos de Tras la virtud, de Alasdair MacIntyre, no hacían más que sorprenderme, cada pocas páginas, desde el inicio hasta el final (Lulú Thiberville parece un trasunto de este filósofo escocés actual).

Y desde luego, la apuesta por la belleza, conectada con la verdad y el bien, que se apoya en textos como el de El idiota de Dostoievski, y en el de algún autor moderno que ha hablado de ser heridos por la flecha de la belleza. El lector puede venir de cualquier sitio, pero en esta novela no dejará de sentirse, de algún modo, en casa —una casa aparentemente nueva, pero que irá intuyendo muy cercana a su sensibilidad, como el que sin darse cuenta vuelve a un lugar anhelado, propio—.

IV.
Natalia Sanmartín lleva muy bien el pulso de la narración; insufla humor (muy inglés) de modo constante; hace plásticamente presentes y muy atractivos lugares, situaciones, objetos de la vida cotidiana (y no tan cotidiana); construye personajes atractivos y simpáticos… y como quien no quiere la cosa, pone sobre el tapete elementos para el debate ético, político, antropológico, sentimental… El final, verdaderamente bueno, delicado.