Acabo de escuchar una primera parte de la Pasión según San Mateo, de J.S. Bach. Más que escuchar, he visto el vídeo de la versión de Karl Richter, con el coro y orquesta Bach de Munich: 1980.
Es (casi) teatro. La producción es intencionalmente dramática: el escenario consta de planos desnudos, tintas planas (blancas, verdosas, grises), perspectivas, aristas, iluminaciones contrastantes, volúmenes grandes que pesan, casi comprimen (como la enorme cruz sin crucifijo que flota acostada sobre el coro)... para mí, una puesta en escena existencialista, donde el barroco de Bach atraviesa una atmósfera despojada, angulosa, fría, cortante... hasta las narices de soprano y contraalto, la de Richter -y sus brazos exactos- son enfocadas a sangre sobre el fondo neutralizado... Bach sale bien, sobresaliente, de ese careo con la nada de etiqueta; no conozco nada, todavía, que se haya resistido al soplete de Bach.
En mi propia maraña cordial, esta producción se constelaba con El espía que surgió del frío de Le Carré, la guerra fría, los espías, el flamante muro incapaz de sospechar 1989...
Y Bach sigue volando, coreografiado por un existencialismo visual, o cantado en scat por Bobby McFerrin, o en el trío aswingado de Jacques Loussier... elevando a un plano espiritual todo lo que toca.