Perspectivas
de José Saborit
Hace ya mucho tiempo
que cruzaste el umbral y ahora braceas
en aquel porvenir que imaginaras,
en las aguas extrañas de un presente
que nunca te pudiste imaginar,
en esta edad adulta irreversible
en que todo se cumple de algún modo.
Caminas por la calle y mudo observas
tu propio caminar desde el pasado,
la ciega expectativa que trazaste
en los días remotos,
abiertos al transcurso de los años,
en esa breve edad
en que todo se intuye de algún modo.
De los muchos posibles
que tú pudiste ser,
ninguno tan ajeno, tan distante,
como el que ahora eres y, a la vez,
ninguno tan cercano
en el clan familiar de lo posible.
El que fuiste soñaba un yo seré,
y el que ahora ya eres evalúa
los sueños del que fueras:
en ellos reconoce
las cifras del fracaso y las ganancias.
Qué extraño es ir cambiando y ser el mismo,
seguir desconociendo uno tras otro
a todos los intrusos que circulan
bajo tu faz versátil;
dejar que el tiempo pase succionando
las arterias abiertas de la vida,
dejar que el tiempo pase y ser el tiempo.
I.
“Darse cuenta”. Al leer “Perspectivas”, de José Saborit,
me puse a cavilar esta expresión. Porque “Perspectivas” habla de darse cuenta:
percibir, tal como lo entendemos en su sentido directo, habitual; pero cuando,
además, es percibirse, darse cuenta
es darse a sí mismo una relación, un relato, un cuento. Darse un cuento para
percibirse. Narrarse. Y a eso vienen estos versos narrativos.
II.
Que todos le vamos dando vueltas a la cuestión de la
identidad, ya desde hace largo tiempo, es algo bien sabido: serán estos tiempos
penumbrosos, de los que no puede salir un clásico, según asegura Eliot, que con
los dedos de una mano contaba los clásicos que en el mundo han sido, y les
ponía de causa-condición una armonía de homogeneidades lingüístico-literario-culturales-espirituales
que nuestro hoy moderno desconoce.
Y sin embargo tiene algo de clásico “Perspectivas”, aunque
no sea clásico de pole position eliotiana –ya digo que lo de la mano es tal
cual-. Pero clásico horaciano, sí: tiene de esa dicción alta, de ese
vocabulario en el fiel de lo escogido y esmerado que la metáfora o la imagen sin
ambigüedades precisan –si bien en este poema, por su carácter, la discursividad
y la idea toman la voz-. Y también moderno, por esos artificios con que el yo
se “da cuenta”: el desdoblamiento en voz admonitoria y tú silente y
desconcertado; la ilustración de la paradoja de los muchos y el uno en una
continuidad problemática, pero continuidad.
III.
José Saborit lleva toda la vida mirando; es decir, atento.
Ser pintor al tiempo que profesor de pintura significa transitar el espacio
entre lo icónico y lo verbal. Espacio distinto del espacio acotado de los
polos, otro espacio en su sustancia, porque es espacio intermedio. Riesgo, creatividad…
las “miradas cruzadas” o que se cruzan ahí,
tienen su alto paisaje y su cortante responsabilidad.
Mirar: pintar, decir. Estrategias, usos y finalmente hábitos
-no todos- del “darse cuenta”.
IV.
Meditación sobre el tiempo, no solo como erosión física,
sino como condición antropológica. La antropología, esa metafísica de lo
humano. Y ahí, la extrañeza: su expresión en la última estrofa, donde el
doblete yo y tú parece desestabilizarse levemente, porque la enseñanza moral
conmueve a la propia voz admonitoria, que se reconoce inerme ante la misma
temporalidad que ilustra. Esos “qué” admirativos aporticando la estrofa lo
delatan.
Mirada y temple estoicos –y asombrados- para el tiempo; y
sobre todo para ese hiato de uno consigo mismo, “Cómo tiembla y descorre / la
trémula cortina del instante / precario del ahora”, canta en otro poema,
dedicado a los seísmos, donde intuimos otros suelos que los de basalto, arena y
arcilla maleables… aún más precarios. Mirada y temple para esos raros momentos –pero
inexorables- en que la vida y el arte imponen un alto y un re-cuento. Un darse
cuenta.
En La eternidad y un día, Valencia, Pre-Textos, 2012