"Apunte biográfico"
de José Luis Piquero
Like dogs to bark at my world
Stephen Spender
Pero también a mí me partieron la cara
en más de una ocasión. En aquel tiempo
temía -como Spender- a los chicos del barrio,
matones con jerseis de Benasque y playeras
que odiaban a las madres y a los niños con gafas.
El miedo, pienso ahora,
es una presa fácil. No se explica
de otro modo la astucia, aquella maña
que se daban para atraparme siempre,
aunque volviera por otro camino
de la escuela o bajase a comprar el pan
a donde era más caro pero estaba más cerca.
Eran hábiles con el cigarrillo,
conocían las zonas donde la quemadura
podía doler más. Algunas veces
les bastaba el insulto desde lejos.
En los días de fiesta eran más peligrosos
porque tenían tiempo de sobra por delante
y el escenario idóneo de una calle aburrida.
Y lo que más lamento ya no son los cuadernos
de dibujo manchados de tinta o los tebeos
que un día me quitaron, sino el otro
expolio de mi infancia ignorante y feliz,
la fe ciega en un orden de las cosas,
la armonía del mundo que, prematuramente,
hicieron mil pedazos en medio de la calle.
Y sobre todo el odio, el rencor insensato
de tantos años hacia los adultos:
Pasaban en silencio, sin mirarnos.
Siempre llegaban tarde a impedir las peleas.
I
En este, como en otros poemas de Piquero, me sorprende esa
difícil facilidad para conectar el habla cotidiana a la red de voltaje poético.
Y ahora me refiero solo a la métrica. Ahí van esos endecasílabos, alejandrinos
(esa conjura de acento en sexta con que el diapasón de la poesía de la
experiencia templó nuestros oídos en los 80s) como si la adquisición del
castellano por cualquier hijo de vecino, dotara del mágico instinto. Pero no,
no viene de fábrica. Hay que currárselo. Y mira que cuando uno se arrima a la
tradición es fácil volverse sentencioso y grave. Así que, sin duda, aquí se
cumple esa renovación-dentro-de-la-tradición que el lector de poesía siempre
espera, como si fuera lo más natural. Cuando es al revés.
II
"Pero también a mí..." casi que nos hemos
encontrado, in medias res, al girarnos en nuestra butaca de enea como viniendo
de otra conversación, con el monólogo del capitán Marlow, atento a los
misterios de la vida. La cualidad oral del poema es patente. Es el monólogo
dramático de Browning, la segunda de las tres voces de la poesía según Eliot,
que se dirige a una pequeña audiencia a la que hemos sido invitados, y ese
asentimiento poético nuestro nos aguza los oídos, porque nos sabemos
hablados; monólogo que, al final, en el "mirarnos" nos abraza a todos
en una experiencia compartida, universal que remonta la anécdota. (Y aquí me
acuerdo de Jim y del "uno de los nuestros" de Conrad).
III
La experiencia bien enfocada y delimitada, la luz natural,
la secuencia ágil de flashes, el laconismo de la cámara que resume... cine
clásico europeo; el léxico en su punto de propiedad, ni crudo ni muy hecho...
la mejor poesía de la experiencia siempre ha ejercido una pedagogía de la
lectura poética, simultánea al propio poema.
IV
Es notable la inteligencia del autor para conceptualizar
lo experimentado, sintetizar su esencia existencial-moral y lirificarlo al fin,
o al paso de todo el proceso (aunque a veces uno -yo- no esté vitalmente de
acuerdo con las experiencias y síntesis de otros poemas suyos). No he tenido
una experiencia tan traumática, pero puedo identificarme con la voz del poema
en este universal asunto del desvalimiento ante el mal; esos momentos en que se
palpa el sinsentido, y que en la niñez tienen primera parada; y en esa responsabilidad del adulto... en que uno acaba convirtiéndose.
Es verdad que se canta lo que se pierde; pero no solo: ¿merecen también un canto nuestras absoluciones?
Pero ya me estoy yendo por las ramas. En todo caso, buen,
muy buen poema con el que abrir esta antología de mis poemas favoritos.