AVISO PARA QUIEN QUIERA COMENTAR

¿Dónde está la sabiduría que perdimos en el conocimiento?
¿Dónde el conocimiento que perdimos en la información?
T. S. Eliot, Coros de La roca, I



jueves, 13 de septiembre de 2012

La papelera de Pessoa. La luz sobre el almendro, de Jesús Aparicio González: cuatro notas de lectura




I.

Iba leyendo La papelera de Pessoa. La luz sobre el almendro, y me acordaba de Séneca, de esa música que se escucha en las Cartas a Lucilio, la del consejo en confidencia a un tú, que es reflejo del yo. La música de la meditación serena, la que viene con la experiencia, pero en una orquestación mayor, la del poema. Hay esa actitud estoica en este poemario. En el poema "La armonía del mundo", uno de mis preferidos, se expresa esa idea clásica de la relatividad de todas las cosas al contemplarlas en un diseño más alto que las une y conjuga; pero idea transfigurada aquí por imágenes cotidianas puestas a vibrar. Y aunque el poema siguiente, "Arte y vida", insista en que todo quehacer artístico, con su vida, su hacerse, sus esfuerzos, da siempre en un fin, da en la muerte, la propia forma poética trasciende esa noticia a ceniza que, inevitablemente, todo en este mundo nos trae. 

y un niño perderá como otros años
su moneda de plata entre los barros
de las primeras lluvias.


II.

Otro orden, otra luz, de la que beben cualquier intuición y búsqueda de belleza que emprendamos. Es la forma poética cuajada y es la serenidad -que no el cinismo- de las experiencias lo que nos da el aviso en  este poemario. En este paisaje, una luz sobre el almendro puede ser una belleza y una claridad sobre las bellezas y claridades que en este mundo conocemos, una luz última y definitiva "que me espera en silencio" en otro lugar, que una vez vista, de todo nos "separa con justicia de arco iris". Belleza terrible, por ser definitiva y por ser la belleza.


III.

Cuando en las ciudades hemos perdido la naturaleza, Jesús Aparicio trae con firmeza ese pulso antiguo y perpetuo de las cosas de la vida en el campo, en la pequeña ciudad; ese pulso que ha sido escuela de vida desde los primeros pasos de la humanidad, y que vuelve a serlo cada vez que alguien se acerca de nuevo a esas fuentes de sentido. No es una simple salvación por lo natural, pero qué difícil es alcanzar la salvación si no se tiene aprecio y sensibilidad por esta educación preparatoria: cielo, lluvia, tormenta, fuego, árbol, piedra, hoja, jardín, barro, el mar lejano pero presente aquí como metáfora, como modo de ser del alma, del tiempo...

Ha de volver la lluvia
sobre el laurel,
las plumas de paloma
y sus huellas
a la agrietada mesa
del cenador,
el vuelo de la abeja
en los gladiolos,
pues la vida repite
sus canciones;
...


IV.

Hay un afán aquí de que la palabra poética no sea esteticismo, sino palabra sustantiva, aviso moral, saber y sabor, como el antiguo 'sapere' latino. Y serena esperanza; tenue, pero esperanza: en los ecos sanjuanistas lo descubrimos; también en el inmenso hueco que puede dejar una percepción de ausencia de Dios, y por tanto un anhelo de búsqueda y de re-creación de lo creado; en la experiencia de despojamiento y esencialidad que transmite un rincón japonés... y para mí, en la voz poética que aquí se escucha, el testimonio que las palabras dan de esa presencia misteriosa que, sin palabras, a ellas mismas suscita.