Hay voces que registramos con el dial anímico, en medio de tanto ruido. Como cuando zigzagueábamos por la banda de FM, buscando algo interesante -¡aquellos radiocassettes!-. Hay voces que son un diapasón para la afinación de la intimidad. Me ocurre con Kapuscinski.
En 2005 pronunció la Lección inaugural del período lectivo de verano, en la Universidad Jagellónica de Cracovia: “El encuentro con el Otro”. Hablaba sobre la posibilidad de comunicarnos con el Otro en este mundo globalizado y en aceleración; sobre las dificultades de nuestra comunicación cotidiana. Al final de su Lección confiaba a sus oyentes una intuición profunda y sanadora:
Me pregunto si tanto nosotros como el Otro desearemos apelar (y aquí cito a Conrad) a aquello que "habla a nuestra capacidad de deleite y asombro; a la sensación de misterio que rodea nuestra vida; a nuestro sentimiento de piedad, belleza y dolor; al sentimiento latente de confraternidad con toda la Creación. Y a la convicción, sutil pero invencible, de una solidaridad que entrelaza la soledad de innumerables corazones: la solidaridad en los sueños, la alegría, la pena, las ambiciones, las ilusiones, la esperanza, el miedo. La que une a los hombres y a toda la humanidad: los muertos a los vivos y los vivos a los que están aún por nacer".