En un seminario sobre la identidad narrativa pregunté:
-¿Qué es, narrativamente, nacer?
-El inicio, -respondió un joven estudiante.
-Cierto, el inicio. El inicio de una narración. Pero no surge de la nada narrativa. Nacer es aparecer en una narración mayor que ya existía: la de un matrimonio –por ejemplo-, la de una familia -en el mejor de los casos-. Nacer es encajar una narración en otra u otras más amplias.
Ahora, recordando este diálogo, pienso en todas esas narraciones incipientes que han sido impedidas, a las que se les ha vedado el encaje en una narración de acogida. En esas narraciones mayores que hubieran ganado densidad y argumento –a veces dramático, es verdad, pero abierto…- si no hubiesen tachado esa pequeña narración. Y que esa incipiente narración, pese a todo, ha dejado su rastro imborrable en la narración mayor que no la acogió.
Aún es tiempo de releer ese trágico encaje que sin duda se dio. Para esta relectura es necesario encajar la historia mayor, herida, en otra más alta: una narración de perdón y esperanza, donde ninguna narración se pierda. Como personas, como comunidades, como sociedad, como sujetos políticos necesitamos estas narraciones sanadoras.
Nuestras profundas heridas narrativas no se curarán con una text/sexualidad fragmentaria y lacerada.