“He oído contar que personas delincuentes, asistiendo a un espectáculo teatral, se han sentido a veces tan profundamente impresionadas por el solo hechizo de la escena, que en el acto han revelado sus delitos”, dice Hamlet al final de la escena ii del acto II. Shakespeare parece aludir aquí a ese poder de la ficción: el poder de incidir en la profundidad del que se implica en la lectura.
El fondo de la persona puede revelarse en la lectura. El texto puede emitir un sonido que resuene en el hondón del alma del lector: que en la resonancia revele la realidad de pasiones, esperanzas, vergüenzas, alegrías, culpas, miedos, dignidad, eternidad… No creo en el psicoanálisis freudiano. Pero sí creo que una vida superficial –y todos estamos constantemente abocados a ella- puede encubrir el fondo doliente y esperanzado del corazón humano, bloquear una respuesta necesaria; y que una buena lectura puede ayudar a ver algo que antes no se veía, o a verlo con más nitidez, y favorecer la acción.
II
Pero, ¿podrá el lector resolver, integrar en su vida –la única que tiene- esa resonancia que ha emergido a un primer plano de escucha, de modo que la lectura vaya a favor del crecimiento de su vida? ¿Cómo calibrar, saber, el alcance de esa resonancia? El oráculo de Delfos ya señalaba que lo más difícil es conocerse a uno mismo.
III
Si una buena lectura de una buena obra literaria puede tener este efecto identitario, estamos en el campo de la antropología y de la ética para el observador, si somos observadores interesados por estas cuestiones; pero en el campo de la virtud si somos lectores implicados.
Y esa virtud capaz de convertir la lectura en ofrenda al progreso personal, en felicidad, ha de darse en el contexto del desde-dónde-se-lee: la identidad personal se construye también con las hebras de un contexto social, una tradición, una cultura, unas instituciones, una familia, una cercanía humana, un amor, unas respuestas consistentes al sentido de la muerte. Si el sujeto se ve privado de estas fuentes de identidad, determinadas resonancias operadas por la lectura pueden ser malinterpretadas, indigestas. Pero si el contexto identitario es genuinamente humano, la lectura se convierte en el más virtuoso de los vicios.