Benedicto XVI, en su encíclica Deus caritas est, recoge un breve sucedido de la vida de Descartes, contado en sus Oeuvres (V. Cousin, vol 12, París, 1824, pp. 95 y ss.):
El epicúreo Gassendi, bromeando, se dirigió a Descartes con el saludo: «¡Oh Alma!». Y Descartes replicó: «¡Oh Carne!». -Y continúa el Papa- Pero ni la carne ni el espíritu aman: es el hombre, la persona, la que ama como criatura unitaria, de la cual forman parte el cuerpo y el alma.
En el ámbito de la lectura, he llegado a una conclusión muy parecida: ni la carne ni el espíritu leen, es la persona quien lee. Lo digo porque, a mí me sirve como criterio para descubrir buenos libros, y para leer con todo el aprovechamiento posible. Creo que no hay que dar muchos ejemplos de literatura que apela a lo reactivo-instintivo en la persona, operando un obstruccionismo de la inteligencia, a modo de tapón o estreñimiento anímico. Como si se leyera con los genitales y poco más. Ni tampoco de otra literatura que habla de intrincadas exquisiteces intelectuales, a modo de colitis cerebral aspergida a la atmósfera, como nube tóxica bienoliente que no toca suelo.
Creo que la buena literatura no desatiende la unidad del lector, en cuanto persona, en todas sus dimensiones: sensibilidad, imaginación, afectividad, inteligencia.
(Y no es una crítica a todo best-seller, pues los hay inteligentes).