Un amigo me recordaba hace poco la común etimología de saber y sabor: hemos de irnos a ‘sapere’, y de ahí viene también sapiencial, sabiduría. El conocimiento sapiencial, la sabiduría, es un conocimiento que experimentamos, un saber siempre en primera persona del singular masticando, un saber con sabor. Contrariamente, la mayor parte de las cosas que enseñamos y aprendemos no están saboreadas, no pasan por la experiencia. Así no puede haber sabiduría.
Quien aprende a leer, saborea. ¿Para qué le sirve al hombre conocer todas las cosas del mundo, si no las saborea? El mito del rey Midas es pertinente aquí. Su maldición era no poder comer, pese a convertir todo en oro. Igualmente, nosotros podemos convertir en dinero todas las cosas, pero parece que esa curiosa habilidad nos incapacita para saborear lo convertido. La mitología lo dijo ya casi todo.
Quien la leyó, lo sabe.