AVISO PARA QUIEN QUIERA COMENTAR

¿Dónde está la sabiduría que perdimos en el conocimiento?
¿Dónde el conocimiento que perdimos en la información?
T. S. Eliot, Coros de La roca, I



sábado, 10 de abril de 2010

Leyendo a Maigret

Me (vid. II) termino de leer Maigret en Nueva York, de Georges Simenon. En un momento inopinado, Simenon da un dato, a simple vista innecesario para el trote de la acción: se remonta a los años parisinos en que estaba en activo el ahora ex-comisario Maigret, y cuenta cuál era su sistema habitual de trabajo. Parece una digresión innecesaria, una breve concesión, ¿a qué?

Si la trama de la ficción es un túnel por el que circulamos, atentos sólo a aquel punto final, a la boca del túnel que enmarca algo que todavía no apreciamos bien en la distancia, ¿para qué abre Simenon esta ventana lateral? ¿es un recurso para sosegar la inquietud del lector, para “despejar” por unos instantes su mente? ¿un rallentando en el tempo de narración? ¿qué nos trae esta luz inesperada?

Durante días, a veces semanas, se empantanaba en un caso, hacía lo que tenía que hacer, sin más; daba órdenes, se informaba sobre unos y otros, al parecer muy poco interesado por la investigación, y a veces en absoluto.

Ello se debía a que, durante ese tiempo, el problema no se le aparecía sino bajo una forma teórica: tal hombre ha sido asesinado en tales y tales circunstancias; los sospechosos son Fulano y Mengano.

Esa gente, en el fondo, no le interesaba. No le interesaba todavía.

Y de pronto, en el momento en que menos se lo esperaba nadie, cuando más desanimado parecía por la complejidad de su tarea, se ponía en marcha el mecanismo.

(…) Maigret, de repente, parecía más premioso, más pesado; apretaba la pipa entre los dientes de un modo inusual, fumaba a bocanadas lentas y muy espaciadas, y miraba a su alrededor con expresión casi solapada: en realidad, estaba totalmente absorto en su actividad interior.

Ello significaba, en definitiva, que los personajes del drama ya no eran, para él, entidades, peones o marionetas; se habían convertido en hombres.

Y Maigret se metía en la piel de esos hombres; sí, se empeñaba en meterse en su piel.

¿Acaso no iba a ser capaz él de pensar, de revivir, de sufrir lo que uno de sus semjantes había sufrido y vivido?
Maigret en Nueva York, Tusquets, Barcelona, 1997, pp. 170-1 



Simenon implica una nueva dimensión en esta narración de género policiaco: la ético-antropológica. Y además lo hace a través de una reflexión narrativista dentro de la narración: tanto en la vida como en los papeles hay narración, la diferencia tanto en un ámbito como en otro es la cualidad humana de nuestro leer: si somos capaces de descubrir la humanidad de la historia –real o ficticia- aportando nuestra propia humanidad, y volviéndonos solidarios con lo humano que está allí y solicita nuestra colaboración dialogante.

II

“Me termino de leer Maigret en Nueva York”. Ese “me” es un dativo de interés, quizás no muy presentable entre gente fina, que sin embargo solemos utilizar sin miramientos cuando expresamos nuestro interés especial en el desempeño de la acción que realizamos. Pero me maravilla la diferencia de significado entre su colocación al lado de “termino”, y su colocación adosada a “leer”:

a) Me termino de leer Maigret en Nueva York
b) Termino de leerme Maigret en Nueva York

Creo que a una novela le va mejor el tipo a), mientras que a un helado le va mejor b). Pero nada debería impedir b) para la lectura, si hemos disfrutado tanto de ella como disfruta un niño terminando de comerse un helado. Si nos hemos implicado en ella tanto como dice Simenon que Maigret se implicaba en la lectura de la historia de sus propios casos.