Lelio o De la amistad, es un coloquio escrito por Cicerón, de esos en que los interlocutores parecen hablar exonerados del tiempo y del espacio; sin embargo, se me hace tan grato, que no puedo dejar de leerle un escenario: una estancia aireada por una brisa de mayo, una luz matutina recién puesta, virgen y rebosante de posibilidad, metáfora para un discurso que quiere rayar en lo eterno. Casi al inicio, Cicerón le explica al destinatario del escrito, Ático, cómo deberá sacarle mejor partido a la lectura:
Aparta, pues, de mí tu atención por unos momentos y piensa que es Lelio mismo el que habla. C. Fanio y Q. Mucio se reúnen con su suegro después de muerto el Africano; son ellos los que comienzan a hablar; contesta Lelio, y todo lo que dice gira en torno a la amistad; leyéndolo te conocerás a ti mismo. (traductor, Valentín García Yebra)
Cicerón subraya la necesidad de ese amistoso pacto de lectura, por el que hay que suspender la incredulidad para que se cumpla el fin de la ficción. Condición de entrega e implicación de lector, necesaria, casi suficiente, para que se dé, entre otros, un llamativo efecto boomerang en la lectura: “quam legens te ipse cognosces”, “leyéndolo te conocerás a ti mismo”.