Alasdair MacIntyre dice en su libro Tras la virtud que los hombres vivimos narrativamente: entramos en narraciones, el mundo de la vida que articulamos y nuestro propio modo de ser es narrativo, todo nos empuja a la narración: incluso soñamos narrativamente.
Nadie en el desayuno dice “Qué mal lo he pasado esta noche, he tenido una pesadilla terrible: he soñado el horror”, o “Qué bien he dormido: he soñado la alegría”. El horror y la alegría pueden ser soñados, pero decir esto es hacer una metonimia de la parte por el todo. Lo que realmente soñamos, o vimos, o vivimos fue una historia que nos hizo experimentar el horror o la alegría en el sueño. Tuvimos una experiencia que, para ser revivida desde el cordón sanitario de la vigilia, hemos de releer narrativamente. No nos basta la sensación de horror o de alegría, si queremos apresar mejor lo que ocurrió, hemos de poner en marcha una lectura, porque entendemos que allí hubo una historia.
Quizás una historia muy simple, breve, pero historia: una mínima acción y pasión, un suceso, un desenlace. Cuando narramos el sueño no estamos fabulando, estamos releyendo una historia que acaeció allí.