Viktor Frankl, el creador de la logoterapia, psiquiatra judío discípulo de Freud, estuvo un año en los campos de concentración de Auschwitz, Kaufering y Türkheim. Allí le quitaron el manuscrito de la tesis doctoral que venía escribiendo, le despojaron de todo. Tuvo la suerte de ser liberado por el ejército norteamericano en 1945. Al salir, se impuso la tarea de escribir su experiencia. ¿Por qué alguien que seguramente desearía olvidar, quiso contar aquello, releerlo y escribirlo? Vuelto de los infiernos, desnudo de todo, decidió vestirse.
Al final un hombre es, seguramente, él mismo y su sentido. Nietzsche decía que el animal humano dependía de esa arma que le había dado la naturaleza, la inteligencia, para sobrevivir. D. Federico, con todo su radicalismo y su exageración, siempre se quedaba corto. Esa voluntad de sentido, que nunca llegará a inquietar a ningún animal –como sí un mosquito, o la falta de agua- pone al hombre en otro lugar, en otra esencia. Una voluntad de sentido que pone en marcha una búsqueda con las vestiduras de la lectura y la escritura.