Una postal comprada en la National Portrait Gallery de Londres me acompaña desde hace casi trece años. Reproduce un cuadro del pintor inglés Patrick Heron, y es un retrato de T. S. Eliot.
Heron hizo su lectura de Eliot, en 1949. Heron era un pintor que se encarriló por la vía de Cézanne-Braque-Matisse-Bonnard-Expresionismo abstracto norteamericano. Todo lector tiene su vía personal, su itinerario, sus paradas, su norte. El tren pasó por Eliot, siguiendo su programa. O digamos que Eliot se subió un momento, hasta una parada cercana. Y que tantos otros retratados por Heron hicieron lo mismo.
Por eso, quizás no tiene mucho sentido averiguar qué punto de analogía hay entre Eliot (¿el de Prufrock, o el de La tierra baldía, o el de los Cuatro cuartetos; el norteamericano de temperamento puritano, o el neobritánico defensor de la monarquía, o el infeliz casado, o el sereno cristiano converso, o el hombre bendecido por la visión poética?) y Heron, sus rasguños expresionistas, sus ecos cubistas, su tenue profundidad, sus pinceladas de óleo diluido que no terminan de decirse a sí mismas.
Y sin embargo, entre tanto Heron, hay algo esencialmente Eliot en el cuadro. Como ocurre en toda buena lectura.