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¿Dónde el conocimiento que perdimos en la información?
T. S. Eliot, Coros de La roca, I



domingo, 14 de marzo de 2010

Identidad narrativa II. El yo en el centeno

Hace un tiempo falleció J. D. Salinger. Con el periódico en las manos, mirando las famosas pocas fotos del autor, sobrevolando en diagonal los párrafos sobre su extraña y poco edificante vida, no se me ocurrió ninguna reflexión como para correr a buscar mi cuaderno de notas. Ahora, al pensar sobre la identidad narrativa, me he acordado de Holden Caulfield, el protagonista de El guardián en el centeno.

Leí el libro en los tiempos de la universidad. Una sorpresa, que no pude articular en ideas. Allí quedó un estupor y una sensación de tristeza. Pero ya digo que ahora, al cavilar sobre la identidad narrativa, entiendo un poco mejor lo que entonces no entendí –como Holden entonces tampoco se entendía a sí mismo, ni entendía el mundo-. Entiendo ahora que Holden tenía un problema de identidad, y por lo tanto un problema narrativo.

Hace falta un mínimo de madurez para narrarse con sentido narrativo. Esto parece una tautología, pero aunque de entrada te pueda parecer ilógico, uno puede narrarse sin sentido narrativo. ¿Sentido narrativo? Sí, aquel que tiene la persona capaz de contar algo desde un fin, desde un sentido que ordena las partes de lo que cuenta, que elabora cada parte según el fin general; donde hay una economía expresiva y comunicativa que evita las palabras de más, las partes de más, los elementos de más que no convienen a lo que se quiere contar, al fin que mueve y organiza toda la historia, y que se revela totalmente al lector competente al llegar al final.

II

Holden narra una secuencia de unos pocos días, dice al principio que se niega a contarse desde pequeño, como en una autobiografía; y al final, cuando llega a lo inmediatamente anterior al momento en el que está hablando, declara que no le importa el futuro, por lo que tampoco va a contar ningún proyecto. La narración de Holden es una secuencia de episodios concatenados por la sucesión de horas, días y noches, su narración no tiene sentido narrativo. Pero es Salinger quien está contando El guardián en el centeno, por lo que el libro sí tiene sentido narrativo, aunque la narración de Holden no la tenga: todo lo que Salinger cuenta persigue un sentido, sigue una economía de medios narrativos, opera hacia un fin: el de contar una crisis de identidad.

Yo ahora sé lo que yo entonces no sabía, como tampoco lo sabía Holden. Y aquí se hace presente la paradoja de que hace falta haber adquirido algo de sentido narrativo en la propia vida para poder identificar su presencia o su ausencia, en la vida y en la literatura.

El correlato verbal de la identidad es la narración. Una narración sobre uno mismo que desestima el pasado en sentido amplio porque no encuentra nada importante, y que tampoco es capaz de proyectarse hacia el futuro, es el correlato de una crisis de identidad.

III

Holden hace su narración ingresado en una institución psiquiátrica, y la termina cuestionando el valor del tratamiento psicoanalítico que le están dando. El interés del psicoanalista por el futuro de Holden no le interesa a éste. Es un futuro de éxito en los estudios, irrelevante porque el valor del tiempo propuesto en ese proyecto no roza el tiempo íntimo fracturado de Holden. Para curar ese tiempo interior, para poder articular una narración con un sentido satisfactorio, y por lo tanto abierta a un futuro, hay que introducir otras realidades, que apuntan a la relación humanizadora con los otros, como la que ha experimentado en el encuentro con su hermana pequeña Phoebe.

Pero se ha dado un primer paso: se ha comenzado a narrar, y a descubrir la necesidad de la narración para vivir, para encontrar y dotar de sentido: Holden dice que ya ha contado la historia de esos días a bastantes personas, y que extrañamente ha comenzado a echar de menos a las personas que intervinieron en ella, incluso a las que le hicieron sufrir estúpidamente. Con el ejercicio de contar ha comenzado una incipiente madurez, ha despertado la búsqueda consciente de la identidad, se ha estrenado el sentido narrativo del yo.