Ahí está Ana, con sus doce años, con su deseo de ser criminóloga.
Y aquí está su tío, "embobao" y emocionado.
Y nos asalta una sospecha: si acaso estaremos en una época de encubrimientos. Al lado de las increíbles perfecciones de este tiempo, de los decisivos hallazgos que en tantos campos ha realizado el hombre en nuestro siglo, no se puede ocultar el hecho de que la vida muestra ciertos síntomas de tosquedad, de pobreza, de monotonía, de inestabilidad; y, lo que es más, de sequedad, de prosaísmo. ¿No será que nos falta una adecuada educación sentimental?
Es preciso concebir el discurso como una violencia que hacemos a las cosas, en todo caso como una práctica que les imponemos. (M. Foucault, en El orden del discurso).
En la lectura y el estudio he intentado unir siempre de manera armónica las cuestiones de fe, del pensamiento y del corazón. No son campos separados. Cada uno de ellos se adentra y anima los otros. En esa compenetración entre la fe, el pensamiento y el corazón, ejerce un influjo particular el asombro ante el milagro de la persona: ante la semejanza del hombre con Dios, Uno y Trino, y la profunda relación entre el amor y la verdad, el misterio del don recíproco y de la vida que nace de él, la contemplación del sucederse de las generaciones humanas.
Después de una lectura significativa (o la fruición de una película de gran calidad narrativa), el mundo me parece más claro, más nítido, más colorido: capto más a fondo la riqueza y la complejidad, comprendo mejor también los matices.
Por eso lamento tanto el que no se aprenda nada de memoria. Aprender de memoria significa, en primer lugar, trabajar con un texto de una forma absolutamente excepcional. Lo que uno ha aprendido de memoria cambia con uno mismo, y la persona se transforma con ello, a su vez, a lo largo de toda la vida. En segundo lugar, nadie será capaz de arrebatárselo. Lo que uno sabe de memoria es lo que le pertenece a uno mismo, a pesar de los indeseables que gobiernan el mundo, de la policía secreta, de la brutalidad de las costumbres, o de la censura, que también existe entre nosotros y en todas sus formas. Constituye, pues, una de las grandes posibilidades de la libertad, de la resistencia. (...)
Creo sinceramente que, cuando se deja de lado el aprendizaje de memoria -y los jóvenes aprenden muy rápido de ese modo, algo admirable en verdad-, cuando se descuida la memoria, si no se la ejercita igual que un atleta hace con sus músculos, ésta se debilita. Nuestra escolaridad, hoy, es amnesia planificada.
El artista habla a esa parte íntima de nuestro ser que no depende de la sabiduría, a lo que es en nosotros un don y no una adquisición, siendo, por consiguiente, más duradero. Habla a nuestra capacidad de alegría y de admiración, dirígese al sentimiento del misterio que rodea nuestras vidas, a nuestro sentido de la piedad, de la belleza y el dolor, al sentimiento que nos vincula con toda la creación; y a la convicción sutil pero invencible, de la solidaridad que une la soledad de innumerables corazones: a esa solidaridad en los sueños, en el placer, en la tristeza, en los anhelos, en las ilusiones, en la esperanza y el temor, que relaciona cada hombre con su prójimo y une a toda la humanidad, los muertos con los vivos, y los vivos con aquéllos que aún han de nacer.
La belleza es, para el arte, una opción y no una condición necesaria. Pero no es una opción para la vida. Es una condición necesaria para la vida que nos gustaría vivir. Y por eso la belleza, a diferencia de otras cualidades estéticas, lo sublime incluido, es un valor.