AVISO PARA QUIEN QUIERA COMENTAR

¿Dónde está la sabiduría que perdimos en el conocimiento?
¿Dónde el conocimiento que perdimos en la información?
T. S. Eliot, Coros de La roca, I



viernes, 20 de agosto de 2021

Alma de profesor. La mejor profesión del mundo, de María Rosa Espot y Jaime Nubiola: cuatro notas

 


María Rosa Espot y Jaime Nubiola. Desclée de Brouwer, Bilbao, 2019


I. Lo leí casi de un tirón, pensando en este próximo curso, recordando ocurrencias y reflexiones de estas últimas semanas, experiencias de estos cursos pasados. Alma de profesor me ha hecho profundizar, asegurar, repensar, tomar decisiones… porque está escrito desde una larga dedicación a la docencia, en enseñanzas medias y superior; con un corazón sabio y profundo, con una cabeza habituada a pensar con libertad y eficacia.

Trae una serie de temas verdaderamente pertinentes, aunque algunos nunca aparecerán en una ley del Ministerio, ni en un consejo directivo… (ojalá sí). Buen ejercicio de lectura para quienes andamos saturados de directrices educativas abstractas que bajo la etiqueta de excelencia promueven prácticas imposibles, estresantes… que parecen confirmar el título de aquel libro de Gabriel Marcel: Los hombres contra lo humano. ¿No nos estaremos olvidando de lo esencial en la educación? Espot y Nubiola ayudan a despertar, y a ilusionarse. Aquí solo voy a desarrollar algunas de las muchas buenas impresiones que me llevo.

II. Apuestan Espot y Nubiola por los profesores lectores, porque los profesores sean grandes lectores. Qué acertada su respuesta al argumento de que la agitada vida contemporánea impone demasiadas dificultades a la lectura: “algunas otras personas […] precisamente leemos para poder sobrevivir en ese entorno tan agitado”. Así es. Me han hecho perfilar bolígrafo en mano una metáfora que vengo cavilando desde hace tiempo: la lectura es como la mirada sobre un dilatado paisaje mientras viajamos en tren: mirar por la parte baja de la ventana del vagón nos presenta una masa escurridiza e informe, un sumidero de colores inestables: querer ver lo inmediato y cercano, resulta en una paradójica confusión que marea; en cambio, alzar la mirada a los horizontes colgados en la parte alta de la ventana nos devuelve el don del paisaje, la claridad de las grandes líneas que confluyen, la permanencia de colores y matices, el tiempo revestido de eternidad en que descansar el alma. La lectura es ese alto mirar por la ventana, el acorde de nuestro tiempo más humano con lo eterno que intuimos en todas las cosas.  

III. Las páginas que dedican los autores a la enseñanza de la escritura me han parecido un magnífico compendio de frutos que solo llegan con dedicación de años, enjundiosos, y que en estas páginas se comparten en confianza. Como indican, escribir puede ser un insustituible modo de compartir —ese verbo con el que los jóvenes expresan la necesidad de vínculo y de entrega auténtica—. Un modo que difícilmente descubrirán si no es de la mano del profesor, que enseña a pensar —he decidido que les diré a mis alumnos “No quiero que penséis lo que yo pienso, sino que penséis conmigo”—, a comunicar; a fomentar el inconformismo con la vaguedad, la enemistad con el cliché; la disonancia con el pensar, sentir y amar inarticulados y anónimos —aunque suenen a la moda—. “¡Cuántas veces escribir alivia el alma!”. Sí: sacar afuera, leer adentro. Al leer lo escrito, leerse. Al corregir, corregirse. Al afinar, afinarse. Al descubrir, descubrirse, como quien acaba de caer en la cuenta de la cercanía de un amigo.

Y además está esa exigencia de forma, como proponen los autores, de estructura, de fondo, de conexiones entre todo lo que concurre en el texto que nace. Pienso que escribir es un modo de formar el mundo, de reducir el caos de la experiencia, de ganar paciencia para con uno mismo y los otros. No perdamos el tiempo en la escuela, en la universidad.

IV. Otro de los asuntos abordados en el libro, que me ha interesado con avidez es el del alumno introvertido. Espot y Nubiola visibilizan este tipo de persona-alumno; así como el sesgo educativo generalizado en Occidente que favorece el ideal o condición de persona extrovertida. Me han hecho recordar una clase que doy cada año sobre temperamentos y caracteres en la configuración de héroes de ficción. Sigo el magnífico manual de Estrategias de guion cinematográfico de Antonio Sánchez-Escalonilla; y este curso pasado, en el silencio denso de la clase atenta, una alumna del grado de periodismo tuvo una auténtica iluminación: también los introvertidos y melancólicos pueden ser héroes. En Alma de profesor se indica que frente a los discursos machacones del trabajo en equipo o a la tendencia al estereotipo del liderazgo como función reservada a extrovertidos, “la creatividad es muchas veces mayor cuando se trabaja en solitario”. Y aquí los extrovertidos pueden llevar una buena ventaja. Si trabajan, claro. Y si cerca de ellos hay un profesor que sabe ver y hacer ver las riquezas únicas y las posibilidades de cada alumno y alumna, sean introvertidos o extrovertidos. “Los introvertidos gustan del silencio, saben escuchar con atención, piensan antes de hablar y de actuar —¡se toman su tiempo!— y perseveran en hacer bien el trabajo que tienen entre manos”.

Hace unas semanas leí Momo, de Michael Ende. Puestas mis impresiones de lectura frente al espejo de Alma de profesor, ahora comprendo mejor a la protagonista, acompañada por la tortuga Casiopea. Qué bello símbolo.

jueves, 13 de mayo de 2021

Presentación poemario Línea discontinua Librería La Central Callao Madrid


Alegra ver que vuelven algunos buenos hábitos y costumbres. Uno de ellos: las presentaciones de libros. Y además le ha tocado a mi poemario, Línea discontinua (Pre-Textos). Así que me alegra doblemente. 

Será en la librería La Central, en Callao, Madrid, el 25 de mayo a las 19:00 h. No conozco otra librería más bonita en Madrid. Triplemente contento. 

Habrá un diálogo con el poeta Guillermo Marco Remón -sigo añadiendo alegrías-, y con quien se acerque por allí. Lástima que el aforo esté muy limitado por las condiciones sanitarias, y haya que escribir un correo a La Central para reservar plaza. Para quienes no podáis asistir, hay una conexión al acto por Zoom, si os apetece. Y toda la información la tenéis en este enlace a la agenda de La Central.

Y me encantará dedicar los libros añadiendo una pequeña acuarela, como la de la foto de este post.

domingo, 2 de mayo de 2021

Todo lo que vale, de Tim Gautreaux. Cuatro notas

 


Todo lo que vale. Tim Gautreaux. Traducción de José Gabriel Rodríguez Pazos. La Huerta Grande. 2021

I. Una satisfacción, volver a encontrar relatos de Gautreaux en español, su modo de escribir, sus temas y personajes sobre un fondo social poco complaciente, pero verídico: personajes trabajadores, en su mayoría de clases medias, medias bajas, de la Louisiana, que van a hacer la compra al WalMart, que acumulan trastos en sus jardines, que conducen tractores con alzheimer, habitan caravanas, padecen la disolución de los vínculos familiares y comunitarios, escuchan las broncas conyugales de los vecinos en el eco de silencioso de su soledad… Personajes empatizables. Y la perspectiva vital del autor. Los protagonistas de los relatos parecen seguir un patrón moral: quien responde, gana. El vecino puesto en fuera de juego por la vida, el abuelo en medio del naufragio familiar, el cura con su problema alcohólico, el jubilado hipocondriaco, el afinador de pianos y de almas, el revelador de carretes de fotografías que anda buscando historias, el joven que necesita salir del pueblo por un tiempo… Aunque la ganancia venga de un aprendizaje, más o menos, doloroso. Pero todos responden, y eso implica y transforma a cada uno, radicalmente. Una esperanza, nada dulzona, pero que tanto llega a añorar uno en la narrativa actual.

II. Un sólido narrador, Gautreaux. Su opción por un fondo moral sólido es palpable. Pero la buena literatura no se hace con fondos morales, aunque no pueda prescindir de ellos. No es la intención de este autor que la trama del bien y el mal se emborrone y se olvide en alguna conciencia que se autoexplora. El bien y el mal, en mil matices, van en las vidas e interacciones de los personajes, y el privilegio del buen narrador aquí es traernos con verosimilitud los momentos de decisión y las luces y dificultades que conllevan, en personalidades bien perfiladas. Justicia poética sí, tierna y sabiamente poética sobre todo, que reparte penas sin escarnio para los culpables y aprendizaje moral para quienes se deciden por el pequeño gran bien que un minuto cargado de invisible transcendencia reclama.

III. La opción moral de Gautreaux va bien modulada por la elección y configuración de su narrador: esa voz omnisciente -escandalizará a quien piense que la posmodernidad lo había liquidado, a beneficio de una primera persona siempre tan “auténtica”-, esa voz omnisciente que sin empacho pinta unos primeros párrafos de situación, ágiles, coloridos, incitadores para la lectura; que al final de una frase bien articulada no se corta al plantar una metáfora poderosamente sugerente, lírica, irónica o las dos cosas a la vez. “Pasó un peine por su pelo canoso, que era ondulado y blanco como el humo de leña”. O una imagen terrorífica: “Andy sonrió, dejando a la vista un par de incisivos amarillentos”, donde hemos visto un detalle cotidiano, vulgar, pero también el horror; y hemos presentido al lobo que trota en el personaje, y a la vez un atisbo de la tragedia. Pero abundan los personajes tratados con simpatía, sin almíbar, pero con comprensión. Y otro rasgo: una voz que mima los finales de relato, delicados, finamente simbólicos, como acorde final que recoge las notas que han ido sustentando el desarrollo de la tonalidad fundamental, notas “dejadas caer” con admirable arte elusivo a lo largo de la narración.

IV. Historias -es rasgo indeleble del mundo que trae el autor- de mecánicos, de gente habilidosa con máquinas, con bombas de presión, con pianos, con máquinas fotográficas, con motores, con pollos al horno, con tableros de circuitos eléctricos, con soldadoras… Gente capaz -o que aprende a serlo- de reparar algo que al final resulta ser sus vidas, las de los otros, sus familias, sus comunidades. Historias de segundas e insospechadas oportunidades. Verosímiles, luminosas.

viernes, 19 de marzo de 2021

Línea discontinua, José Manuel Mora-Fandos. Ed. Pre-Textos

 

Pues muy contento de la reciente publicación de esta colección de poemas en la cuidada edición de Pre-Textos. Una línea discontinua de estilos, temas, miradas... hay veinte años en esta línea, que discurre discontinua, pero línea al fin y al cabo. La vida misma. Espero que guste. 

miércoles, 3 de febrero de 2021

domingo, 31 de enero de 2021

Tyrannosaurus Rex, de Juan Miñana

Llevo años leyendo con los alumnos el breve relato “Tyrannosaurus Rex”, de Juan Miñana. Un padre y una hija pequeña, el primer día en que se encuentran tras un proceso de separación entre el padre y la madre, un narrador -el padre- en primera persona. Un paseo por el puerto de Barcelona, calma tensa, culpabilidad, incomunicación… y un pequeño prodigio, creativo, de corazón, en la trama íntima y pudorosa de lo cotidiano. El relato, por lo que compruebo, sigue emocionando y provocando sonrisas que soy incapaz de sondear, pero que deben de venir de auténticas profundidades. Prodigio creativo de la narración y de la lectura, una vez más.

martes, 26 de enero de 2021

Buscando el relato de cada día

Paul Ricoeur dice que la vida busca narración. Y se refiere a la de cualquiera, y en cualquier momento. Creo que cuando subes al metro, entras en la Facultad, quedas con un amigo para un café estás buscando una narración, sin darte cuenta. Quieres que el tiempo, ese tiempo concreto e irrepetible del que eres protagonista junto con otros, tenga sentido, valor, se pueda recordar… “lo que aprendí”, “lo que viví”, “lo que me enseñaron”, “lo que amé”, incluso “lo que sufrí”. Justo como un relato, un microrrelato, el capítulo de una extensa novela que atrae por su misterio, un intenso poema, una estampa lírica… vamos combinando los géneros literarios de la vida, al hilo de ella misma.

Leí hace tiempo una novela conmovedora y profunda en su sencillez, Katrina, donde aprendí que quien vive entregado a las llamadas valiosas del tiempo en que vive se convierte en el protagonista -coprotagonista- y narrador de una historia irrepetible.

domingo, 24 de enero de 2021

Una neurocientífica se asusta, pero todo termina bien

Leyendo el libro de Sherry Turkle Reclaiming Conversation. The Power of Talk in a Digital Age (En defensa de la conversación) me encontré con la historia de Maryanne Wolf, neurocientífica cognitiva de la Universidad de Tufts. Maryanne llevaba años estudiando la fractura en la capacidad de atención de los alumnos universitarios como resultado de la exposición continua a las pantallas. No se notaba personalmente afectada por el fenómeno, hasta que una tarde se sentó a leer El juego de los abalorios, de Herman Hesse, uno de sus autores favoritos. Descubrió que se le hacía imposible centrarse en el libro. Entró en pánico, ¿sería irrecuperable la atención de la que siempre había disfrutado en la lectura literaria, y que ahora no encontraba como resultado de su continua actividad online? Le llevó dos semanas de esfuerzo sostenido recuperar el hábito de lectura profunda que pide la literatura más valiosa, incompatible con la atención escindida propia de la multitarea. Como neurocientífica encontró explicación y esperanza en su propio campo: por su plasticidad, el cerebro organiza su forma según las actividades en que la persona se implica; este modelado facilita la ejecución de esas actividades, pero no de otras, que piden otro. Nunca es tarde -pero tampoco sin esfuerzo- para recobrar hábitos que remodelarán el cerebro, de modo que la base neurobiológica facilite la atención en la lectura. Experiencia de leer, que nunca agradeceremos suficientemente a tantos siglos de esfuerzo y desarrollo.

Física, biología, libertad, ilusión: misterio humano, riqueza insustituible.

viernes, 22 de enero de 2021

Gracias por los héroes melancólicos

Echo mano, cada curso, de ese acierto de manual que se titula Estrategias de guion cinematográfico, de Antonio Sánchez-Escalonilla. No doy clase de guion, pero tengo alumnos de escritura creativa, de publicidad y de periodismo. Buscamos héroes, en las ficciones… y en la vida. Parece que los avistamos con más claridad en las primeras que en la segunda. Pero luego resulta que los de la segunda no surgen sin la influencia de los de las primeras. Y los de las primeras, si son genuinos, emergen en su esencia de los de la segunda. Es saludable vivir en este misterio y dejar que nos ilumine.

En el manual Sánchez-Escalonilla dedica un magnífico capítulo a la creación del personaje, y situándose en tradición clásica de la distinción e interpenetración de temperamentos y caracteres, me ha brindado cada año una clase que sigue iluminando a los alumnos. Héroes hay de todo tipo. En la última, una alumna de periodismo manifestaba su agradecimiento al autor del manual por hacernos ver que también existen los héroes melancólicos, los que habitan más en el rumiar interior temperamental que en la acción resuelta instantánea, y que los estándares de hombres y mujeres de acción de tanta ficción contemporánea no son los únicos héroes. Me sonreí y le di con gusto la razón. A veces un silencio sabio es la mejor acción, y otras veces una mirada, y otras un paso adelante aunque aún aleteen las dudas. Me lo vengo pensando desde entonces: cada persona irrepetible pide su héroe irrepetible. Así en las ficciones como en la vida.  

jueves, 21 de enero de 2021

Vivir para leer

La impresionante biografía de Dostoievsky de Joseph Frank me la leí en los meses del confinamiento más estricto. Recuerdo muchas cosas, y con el tiempo he ido sacando algunas conclusiones. Una es que el universo de personajes, tramas, conflictos, dudas y convicciones que se expande en sus novelas hubiera sido imposible sin aquella intensa vida de interacción del autor. Ya sé que es un asunto debatible, con interesantes contraejemplos, pero no voy a entrar ahí. Lo que me ha hecho rumiar sobre este asunto es un párrafo de Alasdair MacIntyre en Animales racionales dependientes, donde señala que el conocimiento que en la vida cotidiana conjeturamos de las intenciones de los otros, es un asunto de nuestra capacidad de responder simpática y empáticamente; pero esta capacidad solo se desarrolla mediante nuestra interacción. Una interacción constante e implicada en la convivencia cotidiana. Atenta y delicada. Tantas veces doliente. Con luces en la penumbra. Contribución necesaria para ser lectores logrados, y ponernos en el lugar del otro y rellenar los huecos que el escritor ha dejado para nuestra cooperación. Pero sin interacción implicada en la convivencia, no puede haber lectores logrados.

Sospecho que la devaluación y dificultad actuales de la presencia tienen algo que decir en el marchitamiento de la lectura que se nota entre jóvenes. Sin exposición al rostro del otro no hay interacción profunda y tantos lectores ya no llegarán al alto riesgo de la literatura y ni a su ganancia. Apasionantes retos, entonces.     

martes, 19 de enero de 2021

Alto soy de mirar a las palmeras

La presencialidad del primer cuatrimestre era un bien escaso. Tras las mascarillas había estudiantes de periodismo, eso no iba a dudarlo, aunque la nueva irrealidad siguiera su curso. Había que aprovechar el tiempo. Ahora pienso que me aferraba en aquellos días a algo de lo que entonces ni siquiera era consciente, pero que ahora llamaría fe, la de uso diario, la que sostiene el mundo y a uno mismo, fina. Aquellos días hablábamos de literatura, y de qué podía hacer por nosotros si nosotros hacíamos algo por ella. Así que llegamos a un día especial, aunque un día de estos es imprevisible, pero yo me había traído a clase mi antología de Miguel Hernández, la de Cátedra, comprada en una librería de ocasión. Debe de ser la misma fe, la que pone las ocasiones. Bien, días antes había recordado una conversación de hacía tiempo, con un amigo que me contaba que había leído un verso de Miguel Hernández en su clase, “Alto soy de mirar a las palmeras”, el primer verso de El silbo de afirmación en la aldea. Ocurre que algunos versos se quedan. Siempre que recordaba este verso brotaba una presencia de altura, de luminosidad levantina, de otro aire. Lo había experimentado tantas veces. Así que yo también lo leí a los alumnos con una fe a fondo perdido en que somos aquello que miramos, aquello que leemos. Dejé que resonara. Y sigue.