AVISO PARA QUIEN QUIERA COMENTAR

¿Dónde está la sabiduría que perdimos en el conocimiento?
¿Dónde el conocimiento que perdimos en la información?
T. S. Eliot, Coros de La roca, I



lunes, 9 de noviembre de 2020

Dios no va conmigo, de Holly Ordway. Reseña en Aceprensa

 


Dios no va conmigo, Holly Ordway. Universidad Francisco de Vitoria. Madrid. 2019

Aquí está mi reseña en Aceprensa de esta narración autobiográfica de la profesora de literatura Holly Ordway. No es fácil relatar un proceso profundo de cambio, pero la autora lo hace bella y persuasivamente bien, y me dejó abiertas muy buenas vías de reflexión. 

Un buen ejemplo de construcción artística de la imagen narrativa de uno mismo, guiada por el deseo de conocer y comunicar la verdad.

miércoles, 2 de septiembre de 2020

Pensadores de frontera, de Jaime Nubiola: cuatro notas

Pensadores de frontera


Pensadores de frontera, Jaime Nubiola. Rialp, Madrid, 2020

I.
En medio de la multiplicidad desordenada de mensajes y propuestas, ejemplos y modelos, qué necesarios son hoy quienes han alcanzado un modo sabio de mirar. Rescatan la realidad de su caótica apariencia, nos la vuelven (ad)mirable, conversable, habitable. A ese rescate contribuye Jaime Nubiola con sus Pensadores de frontera. Me gustaría decirlo con algunas metáforas.  

II.
Paisaje. La diferencia entre unos altos chopos, el murmullo desordenado de las aguas de un río, la luz cambiante, la hierba salvaje, el caminillo que cruza, las piedras, el puente... y un paisaje, es una mirada que sabe encontrar el ángulo-de-admiración, ese ángulo desde el que la multiplicidad y su falta de conexión se vuelven unidad admirable. ¿Cómo conectan Hannah Arendt y Dostoievski, Camus y Thoreau, Peirce y Gertrude von Le Fort, María Zambrano y van Gogh...? Angulados en la mirada de Nubiola, que recoge intuiciones de Dios en veinte pensadores, escritores y artistas, tan distintos y tan profundamente cercanos.

III.
El muro. En la Presentación utiliza Nubiola una bella metáfora, que copio: el poeta estadounidense Christian Wiman se acercó a la fe gracias a aquel pasaje de Simone Weil de los dos prisioneros confinados en una cárcel. Entre ellos hay una gruesa pared de piedra y con el paso de los años aprenden a comunicarse mediante toques en la piedra. La pared es lo que les separa, pero también es el único medio que tienen para comunicarse. "Es lo mismo entre nosotros y Dios -explica Weil-. Lo que separa es lo que une". Para Wiman el muro de piedra es el lenguaje poético, pues al otro lado del esfuerzo creativo siempre está Dios. Cuando la cultura contemporánea parece alejarse de Dios, los ojos de la fe descubren que esa cultura realmente puede unirnos a Él. La poesía, la narración, el arte, el lenguaje es auténtica conversación, misterioso muro que vela al tiempo que revela la trascendencia y la Trascendencia. Victoria sobre la soledad. 

IV. 
Frontera. Qué bella cita del diario de Kierkegaard rescata el autor para presentarnos a Simone Weil: la vida solo puede comprenderse hacia atrás, pero debe vivirse hacia adelante, y la comenta así: Vivir en la frontera implica estar luchando permanentemente entre ambos polos: pasado y futuro se articulan creativamente en el presente. Esa tensión es casi siempre enriquecedora, pues hace saltar la chispa que ilumina y calienta la propia vida y la de los demás. Agustín, en las Confesiones, ya hablaba de la atención con la que el alma lucha contra su dispersión y desgarramiento entre el volverse hacia los recuerdos y el volcarse en las expectativas. Es esa misma tensión de frontera, donde se gana, solo creativamente, la unidad. Veinte breves, luminosas y cálidas narraciones de veinte habitantes de frontera, que inspiran e incitan a adentrarse en ella siguiendo las sendas de esos saberes de sentido -la filosofía, la poesía, la religión- que nos ayudan a salir de las estrecheces de la razón instrumental.


viernes, 10 de julio de 2020

Mal que bien, de Enrique García-Máiquez: cuatro notas


Mal que bien. Enrique García-Máiquez
Adonáis-Rialp. 2019



I.
En los versos de García-Máiquez siempre me maravilló y maravilla su luminosa potencia de creación de significado, con sus particulares estrategias. Se podría decir así: te lleva confiado por esos primeros versos del poema, donde parece que no ocurre nada, donde simplemente has comenzado un paseo con amigo afable y su sintaxis, de un elegante hablar cotidiano. Pero... cuando quieres darte cuenta estás en una caja de resonancia donde se multiplican y adensan los sentidos, pulsados por paradojas, antítesis, contrastes -sí, atentos a esta estrategia sempiterna de los poetas, la estrategia del 2, de lo uno y/sobre/contra/en/dentro de lo otro, tan efectivamente revivida en esta poética-. Quien cierre su vida a un único plano no podrá revivir esa verdad al leer estos poemas, o solo hará un ejercicio imaginativo de poco vuelo. ¿Lo extraordinario y lo ordinario? ¿la belleza de los brillos y la grisalla? Sería un modo de decirlo. Y he aquí una estética de gran calado.


II.
La literatura que habla de literatura, si en eso se queda, con qué poco se queda, y nos quedamos. El negativo de esta idea me vino al leer "Lady Macbeth", porque este poema regala la plenitud del argumento contrario. Si sus versos me trajeron por los nocturnos pasillos del castillo de Dunsinane, observando sobrecogido junto al médico y la dama tras una de aquellas cortinas, igualmente me devolvieron a mí mismo. La intertextualidad que no decanta en intracordialidad para el lector, es viajada palabrería, o poco más. Estos versos me devuelven con nueva claridad a la insistencia con que nos asedian las obsesiones, a las faltas que buscan redención y al desvarío de no dársela... La intertextualidad o los ecos o los aires de familia -como queramos llamarlo-, ha de ordenarse a la distancia estética con que la buena literatura nos invita a la verdadera comprensión de nosotros mismos. Y esas comprensiones solo vienen de la mano de los buenos amigos. ¿La obra literaria como un amigo? Sí, pero de eso hablaremos otro día.

III.
Democracia vertical o diacrónica, plebiscito de gente bienavenida, pausada y sabia... son modos de llamar a la tradición: vital, familiar, literaria, sin la que uno nunca sería su mejor posibilidad. Sin tradición solo queda el silencio: el malo, el envoltorio de la insignificancia. En Mal que bien se celebra la tradición, como todos los días se puede celebrar un café con los amigos, sin estridencias, por el puro juntarse a seguir buscando el bien común, grande o sencillo, que nos conforma y confirma. Presentes los ausentes, por el lenguaje que convoca a la familia, a los amigos, a escritores, personajes, Dios... Yo creo que escribir poemas es siempre un responder a una llamada, entrar inmerecidamente, por la iniciativa de otros, en una cálida casa. Escritura y gratitud son inseparables, como se prueba en este poemario.

IV.
Para Eliot el ritmo del poema debía hacer sus mímesis de los tempos del habla: la oral, la cotidiana, la invisible. Yo creo que el poeta, sin decirlo, camina por ahí con un espejo que refleja esos ritmos anónimos en que nadie se fija, y en que todos vivimos. Es artificio, sí, es un volver a lo que nos compone. Y en el propio volver se reconstruyen, con mayor claridad esos acentos, esos alientos, pausas, compases y medidas... y nos hace conscientes, reconscientes, de lo que permanece mientras pasa: el tiempo que esculpimos, que esculpieron nuestras madres hablándonos con arte en nuestros corazones, que resuena de nuevo en los poemas. No se confundirá el lector si siente, al leer mal que bien estos poemas, una extraña presencia familiar que reconcilia, en la forma y el fondo, con la vida... la mejor, la que intuimos de nuevo -muchas gracias Enrique- en la nuestra. 

lunes, 27 de enero de 2020

Esta sombra que fui, de Enrique Baltanás: cuatro notas

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Esta sombra que fui, Enrique Baltanás. "Poesía al albur". Cypress. 2019



I.
Volver a leer poemas de Enrique Baltanás me ha traído la satisfacción —pasan los días, lo voy comprendiendo mejor— de volver a un hogar. Una voz, unos poemas, un mundo: cuando te conmueven, quedan como un lugar que habitaste, y que recuerdas. Y hacía tiempo desde aquel habitar. Al leer Esta sombra que fui se ha recuperado todo aquello, han vuelto aquellas paradojas del tiempo personal y la identidad, la hondura y la belleza, la gravedad y la gracia poética. He notado una cuerda tensa, atada allí-entonces, y aquí-ahora, que mide un tiempo, un espacio y una persona poética, un tiempo sobre el tiempo de los relojes. Como todo mundo consistente que la literatura ofrece, este ha interpelado al mío, y este diálogo ya es parte de la ganancia de la lectura del poemario.

II.
Una paradoja asombrada alienta estas páginas, desde el título: Esta sombra que fui… y sin embargo es esta, no aquella que se recuerda, sino la que sigue viva, la sombra que vive comprendiendo lo que se vivió, quien se vivió… y es una sombra, ¿sombra de sombras? ¿momento ahora de reconocer que siempre se fue sombra? La paradoja es una figura literaria que presenta una aparente contradicción, que se resuelve en otro plano. Quizás Baltanás, quizás yo, queramos que lo que la vivencia de los días entrega como dilema insoluble, absurdo incluso, se resuelva como misterio y esperanza; queramos que el arte poético, trascendiendo cualquier entretenimiento constructivo para el tedio, sea una apuesta por lo que intuimos, sabemos más auténtico y sólido. Quizás en los ecos de Juan de Mairena sea donde más explícitamente se expresa este deseo (“La verdad más verdadera”). Pero yo diría que va en todo el poemario, como su alma.

III.
Perplejidad metafísica y cordial para una voz meditativa y serena. “Caminos de hierro” es uno de mis favoritos, donde se revela la oscuridad que uno es para sí, donde ese deseo hermenéutico, tan moderno, de comprenderse en la autotransparencia, se rinde mientras la vida sigue y se avanza en ese tren en el que se piensa y siente, puesto aquí como carne para el alma del símbolo. Y qué dominio rítmico e imaginario, qué difícil facilidad de contar el misterio, a la espera de su exégeta, que no seremos nosotros. De nuevo la esperanza.

IV.
O el magistral “Rosa, rosae”: quizás ya no seamos muchos los lectores que podamos hacer vibrar este poema en la lectura, con la llave justa para abrirlo, aquellos que en el sistema gramatical de las declinaciones latinas encontremos un cobijo de recuerdos y vivencias y nos sintamos iluminados por el ingenio de la transfiguración de la declinación y las caídas -casos- en nuestro vivir: aquella figura que fue de arideces metodológicas y de aprendizaje, es ahora figura con temperatura vivencial del paso del tiempo y, pese a todo, de nuestra mirada hacia la rosa de la belleza. Quizás descubramos que no fue gratuita la ‘rosa’ que se cifraba en cuatro trazos de tiza en la pizarra, y que, como en tantas cosas, hemos venido al final a atisbar el misterio de las coincidencias y las paradojas.