Esta sombra que fui, Enrique Baltanás. "Poesía al albur". Cypress. 2019
I.
Volver a leer poemas de Enrique Baltanás me ha traído
la satisfacción —pasan los días, lo voy comprendiendo mejor— de volver a un
hogar. Una voz, unos poemas, un mundo: cuando te conmueven, quedan como un
lugar que habitaste, y que recuerdas. Y hacía tiempo desde aquel habitar. Al
leer Esta sombra que fui se ha recuperado todo aquello, han vuelto
aquellas paradojas del tiempo personal y la identidad, la hondura y la belleza,
la gravedad y la gracia poética. He notado una cuerda tensa, atada allí-entonces,
y aquí-ahora, que mide un tiempo, un espacio y una persona poética, un tiempo
sobre el tiempo de los relojes. Como todo mundo consistente que la literatura
ofrece, este ha interpelado al mío, y este diálogo ya es parte de la ganancia
de la lectura del poemario.
II.
Una paradoja asombrada alienta estas páginas, desde el
título: Esta sombra que fui… y sin embargo es esta, no aquella
que se recuerda, sino la que sigue viva, la sombra que vive comprendiendo lo
que se vivió, quien se vivió… y es una sombra, ¿sombra de sombras? ¿momento
ahora de reconocer que siempre se fue sombra? La paradoja es una figura
literaria que presenta una aparente contradicción, que se resuelve en otro
plano. Quizás Baltanás, quizás yo, queramos que lo que la vivencia de los días
entrega como dilema insoluble, absurdo incluso, se resuelva como misterio y
esperanza; queramos que el arte poético, trascendiendo cualquier
entretenimiento constructivo para el tedio, sea una apuesta por lo que
intuimos, sabemos más auténtico y sólido. Quizás en los ecos de Juan de Mairena
sea donde más explícitamente se expresa este deseo (“La verdad más verdadera”).
Pero yo diría que va en todo el poemario, como su alma.
III.
Perplejidad metafísica y cordial para una voz
meditativa y serena. “Caminos de hierro” es uno de mis favoritos, donde se
revela la oscuridad que uno es para sí, donde ese deseo hermenéutico, tan
moderno, de comprenderse en la autotransparencia, se rinde mientras la vida
sigue y se avanza en ese tren en el que se piensa y siente, puesto aquí como
carne para el alma del símbolo. Y qué dominio rítmico e imaginario, qué difícil
facilidad de contar el misterio, a la espera de su exégeta, que no seremos
nosotros. De nuevo la esperanza.
IV.
O el magistral “Rosa, rosae”: quizás ya no seamos
muchos los lectores que podamos hacer vibrar este poema en la lectura, con la
llave justa para abrirlo, aquellos que en el sistema gramatical de las
declinaciones latinas encontremos un cobijo de recuerdos y vivencias y nos
sintamos iluminados por el ingenio de la transfiguración de la declinación y
las caídas -casos- en nuestro vivir: aquella figura que fue de arideces
metodológicas y de aprendizaje, es ahora figura con temperatura vivencial del
paso del tiempo y, pese a todo, de nuestra mirada hacia la rosa de la belleza.
Quizás descubramos que no fue gratuita la ‘rosa’ que se cifraba en cuatro
trazos de tiza en la pizarra, y que, como en tantas cosas, hemos venido al
final a atisbar el misterio de las coincidencias y las paradojas.