AVISO PARA QUIEN QUIERA COMENTAR
¿Dónde está la sabiduría que perdimos en el conocimiento?
¿Dónde el conocimiento que perdimos en la información?
T. S. Eliot, Coros de La roca, I
lunes, 24 de diciembre de 2012
Escritura y enfermedad, II parte
Pues aquí mismo, sobre el catarro, Dante, modernidad/postmodernidad... Escritura y enfermedad (II) En Ritmos del S. XXI
martes, 18 de diciembre de 2012
Microcuento para felicitar la Navidad
(Lo escribí hace años, pero me sigue pareciendo bueno para felicitar la Navidad. Lo vuelvo a poner, una vez más. ¡Felicidades a todos!)
Despertar
La pequeña se miraba las uñas y dudaba entre el rouge magnetic y el rouge allure del juego de cosmética. Su hermano, dos años mayor, se impacientaba con la lentitud del Mega-Maxi-Plus 8.2 para cargar el simulador de operaciones bursátiles. En la cocina la madre acunaba a una muñeca, mientras el padre hacía formar el séptimo de caballería bajo la cama.
Baltasar rodeó por los hombros al joven paje, que contemplaba la escena con los ojos como platos.
-Lamento que hayas tenido que enterarte de este modo, -le dijo. -A mí también me costó encajarlo: sí, los niños son los padres.
sábado, 15 de diciembre de 2012
Belleza e inquietud, reseña de Tan bella, tan cerca (Antonio Luis Ginés)
Una reseña de Tan bella, tan cerca, por gentileza del poeta Antonio Luis Ginés Belleza e inquietud ( Diario Córdoba - 15/12/2012 )
viernes, 14 de diciembre de 2012
Sobre la escritura y la enfermedad
Un pequeño texto mío Sobre la escritura y la enfermedad en Los Ritmos del Siglo XXI. Espero que guste.
jueves, 13 de diciembre de 2012
domingo, 9 de diciembre de 2012
Sintaxis. Mañana de domingo
No había entendido nada. Su bachillerato, un collar de agujeros. Vaya ocurrencia, pero sí. Y esa mañana de domingo, en que la luz se apilaba mansa como en cajas de cartón, "-¿Dónde se las ponemos? -Aquí mismo, en la habitación, gracias", lo había vuelto a saber.
Escuchaba unos temas de Lee Konitz y Warne Marsh a través de unas pequeñas altavoces. Jazz de los 50s, y no ver un párrafo, y otro, y otro, y una frase, y una proposición, y un sintagma... le parecía negar evidencias, como desdeñar por atolondramiento las cajas que le habían traído. Que corrieran otros: era domingo y notaba que algo estaba llegando a la meta.
Se supo joven y maduro. Qué extraño. Que un bachillerato se consume tan tarde...
domingo, 2 de diciembre de 2012
Instrucciones para leer una frase de Saint-Exupéry
1. Las frases han de estar en perfecto estado de conservación. El de usted no es necesario.
2. Abrir el libro por cualquier lugar. Un mínimo de expectativa ayudará al proceso.
3. Espigar por aquí y por allá. Saltarse los diálogos. Rastrear la parte final de algún párrafo, la que algunos buenos lectores llaman banda dorada o zona de oro.
4. Tener el pasado, el de usted, encendido, al ralentí.
5. Ignorar condiciones lumínicas y acústicas, salvo niveles de pérdida de identidad. Una oscuridad o un ruido excesivos -entiéndase, en el interior de usted- pueden provocar rechazo, pero no solo de la frase.
6. Proceder, solo entonces, a la lectura.
Ejemplo práctico:
Hay que amamantar durante mucho tiempo a un niño para que exija, hay que cultivar durante mucho tiempo a un amigo para que reclame su parte de amistad, hay que arruinarse durante generaciones reparando el viejo castillo que se derrumba para aprender a quererlo. (Carta a un rehén).
Duración aproximada: toda la vida
domingo, 25 de noviembre de 2012
No es que te guste escribir, es que no puedes dejar de hacerlo
Alguien podría decir que se es escritor porque a uno le gusta escribir. No. El gusto se queda muy atrás. Se puede elegir muchas cosas por gusto; pero lo grande siempre le elige a uno.
Y una vez elegido, si se ha tenido la fortuna de escuchar esa llamada -y solo viene acallando muchas otras voces, una y otra vez-, la marca indeleble es que no se puede dejar de escribir.
Hay muchos escritores. Ocurre que aún no lo saben. ¿Lo sabrán?
domingo, 18 de noviembre de 2012
Higiene de la escritura e higiene del escritor
Lo cierto es que no nos enseñaron a escribir. A redactar, algo. Pero escribir es mucho más. La escritura tiene su higiene, tiene su naturalidad, sus anticuerpos para lo complicado, para las imposturas. Hay modos que no ayudan, ideas preconcebidas de cómo hay que escribir, que desaniman y frustran. No me refiero a esta estética o aquella. Se trata de la facilidad natural para componer, avanzar... natural no quiere decir espontáneo -aquí la modernidad vuelve a confundirnos-. Se trata de seguir, con empeño, el instinto comunicativo, de seguir sus surcos, haciéndolos.
Y también hay una higiene del escritor. Es fácil intoxicarse con el "aura del escritor". En este mundo tan mediado por las imágenes, corremos el alto riesgo de quedarnos en ellas, y nunca llegar a lo que la imagen apunta. Un mundo donde lo penúltimo ha expulsado lo último. Un mundo metonímico: lo que parecía una metáfora que nos prometía llegar a algo-más-allá, resulta ser metonimia, que nos desplaza a algo-al-lado, otra cosa de lo mismo, y esta a otra, sin fin... Ya me estaba yo poniendo metonímico, volvamos. El escritor tiene su naturaleza, su oficio natural, sus buenas prácticas, todo eso que el aura impide ver. Todo escritor ha de tener vida secreta de escritor, si por secreto entendemos interioridad: una íntima conformación para la comunicación escrita, que se va ganado con el ejercicio sensato. Y continuo. Higiene.
Una pequeña cavilación en una pequeña tarde de domingo.
domingo, 11 de noviembre de 2012
Ahora que las tardes
Ahora que las tardes se te echan encima, apetece escribir.
Quizás es un deseo vago, pero casi todo comienza así. Yo lo saludo. Es la
pequeña confianza que otras veces echó sus frutos. Luego, bajo la gloria de la
cosecha, ¿quién recuerda la humilde cepa?
Apetece escribir ahora que la tarde obliga a encender una
luz, a buscar un hueco. Una idea, un espacio. Se ha escrito siempre así, no
será otra cosa.
Escribir, la tarde, ahora.
domingo, 4 de noviembre de 2012
En el metro
Eran las siete y pico, yo volvía en el metro. Volvía a
casa, y aún quedaba tarde para tomar un tren en Atocha y llegar a Valencia y
que la noche no pesara. El metro, otra vez, fascinante. Cierto: qué otra cosa
diría quien siempre es una sombra apresurada en Madrid, y en otras ciudades se
hizo sus cicatrices… Eran las siete y pico, el vagón iba casi abarrotado, y
flotaba ese silencio regido blandamente por un puñado de lectores.
Ella, con su moño, la tez oscura, su plumas blanco, leía
un libro. Sabes que estas escenas te reconcilian con algo, aunque a veces no
quieras indagarlo. Tranquilamente, la lectora levantó la vista —es evidente que quería ver algo que no estaba en el vagón—, mediocerró el libro y leí entonces la portada. Yo también lo tengo, escrito por un amigo mío, filósofo.
Fascinante.
domingo, 28 de octubre de 2012
¡Dispare al adjetivo!
Hace tiempo que encuentro esta consigna: manuales de
escritura de relato, de novelas de esas que enganchan… “que no quede ni uno”,
arengan al neófito. Exagero, de acuerdo, pero algo, y algo más que algo hay de
esto.
La narración es vida, movimiento; el verbo es el camino —pequeño
saltamontes, lo completo—, ergo limpia la vía de adjetivos, ese lastre que
impide tu carrera… —¿hacia dónde?, pregunto—.
¿Desde cuándo narrar es correr? ¿Desde cuándo prohibir lo
difícil es progreso?
domingo, 21 de octubre de 2012
Tomás Moro, de Munday, Chettle, Shakespeare, Dekker y Heywood: cuatro notas de lectura.
I.
Cinco manos escriben una pieza teatral; uno de los dramaturgos es un "agente doble"; el personaje principal es tabú; la pieza es prohibida por las autoridades políticas... No, no se trata de teatro clandestino donde el muro de Berlín proyecta sus sombras al atardecer durante los años de la guerra fría. No. Se trata de Anthony Munday, Henry Chettle, William Shakespeare, Thomas Dekker y Thomas Heywood; el topo se llama Munday; el héroe de la obra teatral es Tomás Moro; y el gobierno de su Graciosísima Majestad, Isabel I, deja caer su telón de acero.
II.
Lo iba leyendo y me decía, "Esto es Shakespeare". Y lo mismo piensa el prologuista, el editor y los traductores, y los eruditos británicos que, hace poco, han incluido esta obra colectiva, de polémica autoría, en el canon de las obras de Shakespeare. Y estos últimos señores, que tienen a Shakespeare como principal activo del PIB espiritual -y bastante del material- británico, no amplían un canon así como así, of course.
III.
Me decía Enrique García-Máiquez, traductor de la criatura junto con Aurora Rice, que Tomás Moro es un auténtico auto sacramental. Y se comprueba. Tiene su comedia, y su cosa histórica, pero tragedia no es. Impresiona la honda admiración del "autor colectivo" por el canciller mártir que prefirió ser fiel a su conciencia y a Dios, antes que cohonestar los trapicheos extramaritales de su rey. Y aunque la obra soslaye precisar el tejemaneje por autocensuras y censuras externas, queda patente lo que se cuece. Vamos, de rabiosa actualidad. De hecho, Tomás Moro fue declarado santo patrón de gobernantes y políticos por Juan Pablo II el 31 de octubre de 2000.
IV.
La traducción cabalga muy bien, la sensibilidad métrico-dramática empleada la hacen deliciosamente legible y representable. Los lectores de Shakespeare tendrán aquí un nuevo elemento que añadir a sus goces y a la reflexión sobre los mismos. El prólogo de Pearce sobre el catolicismo de Shakespeare es sumamente jugoso. En fin, un nuevo gran texto que la editorial Rialp pone al alcance del lector en su colección de clásicos.
lunes, 15 de octubre de 2012
Sobre la belleza del borrador en la escritura
Un prejuicio romántico y otro tecnológico conspiran contra el borrador. El romántico dice que escribir bien, escribe quien tiene talento innato para ello, de modo que no hay que detenerse mucho en ninguna técnica. El escritor escribirá aunque esté durmiendo.
El tecnológico desconfía de todo lo que no se consiga apretando un botón o clicando. Así, miles y miles de jóvenes entienden como absurdo dedicar tiempo a algo que no esté ya sistematizado y puesto al alcance del consumidor. Dejemos que las máquinas lo hagan todo; hagamos lo único que no pueden hacer: apretarse su propio botón.
Por eso, si por casualidad alguien intenta escribir y a los cinco minutos comprueba que lo producido no tiene mucho sentido, o calidad, es fácil que concluya: "no sirvo para escribir". No vio la belleza del borrador.
El borrador es la imagen inversa de unas ruinas. Hubo una plenitud, quedan las ruinas. Hay un borrador, puede haber plenitud. Historia descendente, historia ascendente. Todo lo humano es historia. Lo inmediato es el estornudo, y pocas cosas más.
Las ruinas vienen, el borrador va. El borrador encierra una promesa, una intriga, una dificultad, un enigma... ¿por qué hemos sacado los borradores de la educación? ¿Seguimos educando personas?
martes, 9 de octubre de 2012
Caminos de la filosofía, de Alejandro Llano: cuatro notas de lectura
I.
Llega una edad —y que el lector ponga la que quiera— en
que cualquier pregunta por la propia identidad implica contarse una historia; o
explicarse a uno mismo según una estructura narrativa. No digo que sea lo único
que se puede hacer. Pero es que lo hecho parece pedir un modo historiado
de recuperación, como mínimo. Y sin ese modo de volver a atrás, la vida pasada
pierde atractivo hasta para uno mismo.
En Caminos de la
filosofía se hace ese ejercicio de identidad a través de la memoria. Y
además esa memoria es una “memoria asistida”. Podría ser de otro modo, pero qué
justo es que se haga explícitamente así. Si la identidad se hace en contacto
con el otro, con los demás, es sensato contar con ellos para una puesta en
claro, un parón de luz con el que seguir caminando. Evidentemente, no vale del
mismo modo cualquier interlocutor. Deberá ser un “otro significante”, alguien
que tuvo algo de arte y parte en lo que fue, en quien se fue, se es.
II.
A lo que hay que añadir la dialogicidad. En algún otro
libro de Llano —creo que Humanismo cívico—,
le leí hace tiempo una frase que solo puedo citar en su sustancia: no se puede
ser feliz sin buscar activamente la felicidad de los demás. Contar con el otro,
además de para contarse uno mismo, para traerlo de agente a la propia historia.
Idea de profundas raíces cristianas, retomadas postmodernamente. Una de esas
pulsaciones de la postmodernidad, de comunicación inmediata alejada de la tecnoestructura -mercado, Estado, medios de comunicación- que Llano proponía en La nueva sensibilidad, después de darle un fregoteo enérgico pero
cordial.
Es hermoso contar con tres interlocutores, discípulos, colegas,
amigos, para contar y contarse. Dice el genial pianista Novecento, en La leyenda del pianista en el océano —con
su cosa nietzscheana bienintencionada—, que no estás acabado si tienes una
buena historia y alguien a quien contársela. Esto aún me suena a demasiado
poco; porque de lo que se trata es de ser historia, de ser una buena historia, y
poderla contar con alguien.
III.
Una Metafísica tras
el final de la metafísica, me gustó el título ya cuando salió. Yo creo que
la vida es, o tiene los componentes para ser, una buena novela de género. Pongamos
que de intriga. Y como se canta en alguna zarzuela, “Eh, que el género no se
toca”. Si algo ha demostrado el constante toqueteo de los géneros por parte de
perspicacísimas escuelas teórico-literarias, es que gente muy lista deja de
leer literatura y se intoxica con conceptos y pone esquelas en los Journals académicos con el nombre de la difunta en mayúsculas. Pero la literatura siempre vuelve, como Fantomas.
Y la vida tiene mucho de eso, de
novela de género, donde la intriga y el misterio —llamémoslos metafísica—
aseguran el deleite y el deseo de seguir leyendo. Una metafísica mínima, más
existencial, más personal, podada de artificiosidades, que propone Llano, me
hace pensar en lo que es innegociable para cualquier buen lector de novela de género.
Lo que dice Steiner, “nadie transige con sus propias pasiones”. Por algo será.
Todos los grandes vividores —entiéndaseme bien— que conozco son profundos metafísicos
—la mayoría no lo saben…
IV.
Termino de leerme El 19 de marzo y el 2 de mayo, de
Galdós. El motín de Aranjuez ha acabado con Godoy, el Príncipe de la paz.
Escarnecido por el vulgo, yace casi exánime en un calabozo, donde recibe la
visita del cura D. Celestino, que pondera los imprevisibles caminos de la
Fortuna, que encumbra hombres y los derriba en un segundo. Me acuerdo de este
pasaje al leer en Caminos de la filosofía
el sucedido en una mesa redonda sobre ética empresarial, donde un profesor dice
que “Realmente, la ética es rentable”; y Llano añade “O no”. Dice Llano que se
montó una pequeña bronca, aunque supongo que no sería como la de Aranjuez, pues
se trataba de un debate entre gente educada, y las mismas condiciones del
intercambio comunicativo –pongámonos semióticos- del género “mesa redonda entre
académicos” parecen evitar estas derivaciones. Pero la cosa en sí tiene su potencial revolucionario. La contestación de
Llano genera un desplazamiento de foco en la conversación: no se trata de qué
puede hacer la ética por la rentabilidad de mi empresa, sino algo más sensible, humanamente sensible, y por lo
tanto, prioritario: si las técnicas, estrategias para la rentabilidad de mi
empresa son realmente éticas para mí.
Supongo que una empresa ha de ser rentable, pero sé que un hombre o una mujer
han de ser dignos.
A lo primero, venga aquí la meditación de D. Celestino, que
la Fortuna es muy capaz de desfacer muy bienintencionados proyectos. A lo
segundo, que, siendo arduo, a veces en extremo, no depende de hados ni de primas
de riesgo, sino que es asequible y que tiene su hilo de Ariadna para seguirle y
retomarle cuantas veces se perdiere. Hay caminos, como en este libro.
domingo, 30 de septiembre de 2012
El personaje es el camino
Tendemos a pensar que los personajes son los personajes, y los caminos, los caminos. Pero, en realidad, en la escritura como en la vida, las cosas son más apasionantes.
¿Por qué un personaje te dice lo que tienes que escribir? ¿Acaso no lo estás escribiendo, tú, a él? Y, sin embargo, sabes que es así, y que no puede ser de otro modo.
Un personaje es un destilado de gentes y cosas de la vida. Como la caja de Pandora, tú levantas la tapadera, y el destilado se precipita, y solo puedes ir ya detrás de él.
Claro, un personaje no toma totalmente las riendas. Dejando aparte trastornos mentales del escritor, nunca te desplaza como persona: sigues con tu imaginación de fabulador lo que es probable en la vida de ese señor o señora, a partir de lo que ya ha dicho y hecho, incluso lo improbablemente probable: como ese familiar del que, en el fondo, te esperarías cualquier cosa, y por eso le concedes unos perfiles más inciertos. Pero los perfiles siempre están.
Las tramas, los caminos, son acciones de personajes. Las mejores novelas muestran personajes con la suficiente profundidad como para hacer rodar tramas humanamente interesantes.
Supongo que el poco interés, o el interés poco humano, de algunas novelas procede de esa ausencia de personajes suficientemente humanos. El interés humano no procede de indagar en patologías o en comportamientos estridentes, porque no creo que en esos extremos esté la verdad de la persona. El interés humano viene, en mi opinión, de abordar lo que ocurre cuando el personaje encuentra un conflicto al intentar ir hacia la verdad, no al evadirse de ella, por muy exótica y excitante que sea la evasión.
Pero, ¿no es verdad que el personaje se hace con sus acciones?
Sí
¿Y que cuando una persona entra en la vida, o un personaje en la narración, entra en una trama rica que ya existía, y que contribuye con sus propias acciones al desarrollo o al deterioro de esa trama?
También
¿Serán el personaje y la trama dos caras de una única moneda? ¿Será imposible delimitar qué es antes?
Enojoso dilema, y con todo, pienso que el personaje tiene el misterioso privilegio del antes.
Misteriosa y paradójicamente, esto se mide en dolor. No sufren las acciones, sufren las personas, y lo muestran ficticiamente los personajes. Es el escándalo del dolor en la vida real lo que pone en marcha el auxilio de la narración.
El personaje doliente es el camino de la narración.
Pero, ¿no es verdad que el personaje se hace con sus acciones?
Sí
¿Y que cuando una persona entra en la vida, o un personaje en la narración, entra en una trama rica que ya existía, y que contribuye con sus propias acciones al desarrollo o al deterioro de esa trama?
También
¿Serán el personaje y la trama dos caras de una única moneda? ¿Será imposible delimitar qué es antes?
Enojoso dilema, y con todo, pienso que el personaje tiene el misterioso privilegio del antes.
Misteriosa y paradójicamente, esto se mide en dolor. No sufren las acciones, sufren las personas, y lo muestran ficticiamente los personajes. Es el escándalo del dolor en la vida real lo que pone en marcha el auxilio de la narración.
El personaje doliente es el camino de la narración.
domingo, 23 de septiembre de 2012
Un apunte sobre lo que el jazz puede aportar al modo de escribir
Hay cosas que uno no elige; en lo importante, se suele tener la sospecha de que, más bien, uno ha sido elegido. Yo no elegí el jazz. No decidí balancearme cuando escuchaba su ritmo asincopado, ni quedarme boquiabierto ante una improvisación. Ocurrió, y ocurre.
Tampoco decidí que el jazz tuviera que ver con mi modo de escribir. Y tiene. La fertilización es misteriosa, porque nunca he intentado juntar las dos cosas; de hecho ni puedo escribir escuchando jazz, ni cuando estoy improvisando con el saxo -o simplemente escuchando- busco alguna correspondencia literaria. Pero ahí están, como el perfil de la cornisa y el cielo.
El músico de jazz pone el acento en la imprevisibilidad total de la actuación. Lo que hace frente al público no se diferencia nada de lo que hizo antes; y se diferencia todo al mismo tiempo. Es una exploración continua que mantengo en la escritura. Ciertamente, al final hay que entregar un texto, como el músico tiene que actuar un día a una hora. Pero la conciencia de continuidad en la creación expulsa el rigorismo de la "obra perfecta".
No hay obra perfecta, cerrada, terminada -aunque haya que cerrarla en algún lugar, y lo mejor posible-. El jazz me ha hecho más consciente de la importancia del proceso, de la exploración, del borrador. Escribir no es dar a la primera con la redacción final. Es implicarse profundamente en la dinámica del escribir. Bracear arriba y abajo por la piscina.
Los plazos de entrega ayudan mucho a la escritura; pero los límites de la piscina no son la meta de la natación. El final no es el fin. Una vez establecidos los finales -de alguna manera-, se trata de surcar las aguas, de profundizar en el sentido del agua y de la natación. El jazz, también cuando sencillamente lo escuchas, te ayuda a descubrir y valorar esa dimensión de proceso que tiene todo lo humano.
Quizás en una sociedad donde se trata de conseguir metas como sea, donde las máquina nunca llegan tarde, esta enseñanza no sea pequeña.
domingo, 16 de septiembre de 2012
¿Cómo superar un bloqueo de escritura?: algunos consejos
Una de las preguntas más repetidas en la historia de la humanidad, junto con "¿Qué hay hoy para comer?" Así que, tranquilidad, no hay por qué perder los papeles -sobre porque es lo único que tienes, ahora-: nada nuevo bajo el sol.
Y como una de las más repetidas, igualmente una de las más respondidas. No pretendo ser el oráculo de Delfos, sobre todo porque hay sitios donde se pueden leer respuestas exhaustivas; tan solo dar unos consejos express:
1. Ya has regado el bonsai, sacado a Bobby al canódromo, encendido el pachuli, hecho un litro de té rojo y te has puesto las zapatillas de tu abuela pero cada una en el pie que no le corresponde -te dio suerte una vez, acuérdate-... empieza a plantearte si todo eso no es demasiada preparación. Ponte mentalmente en esta tesitura: estás recluido y solo dispones de dos horas diarias de electricidad -condiciones de tus secuestradores-, así que, dale a las teclas de tu portátil hasta que salgan chispas (en algunas partes del mundo, desgraciadamente, la musa lleva machete y viste caqui).
2a. Escribe, escribe, escribe. No te apartes, un problema solo se soluciona desde dentro. Hay que tener las manos manchadas.
2b. Escribe, escribe, escribe. La escritura es una piscina, hay que estar dentro para nadar. Convéncete de que es imposible nadar a distancia, por correspondencia, telepatía o desde el sillón.
2c. Escribe, escribe, escribe, aunque solo sea poner por escrito el problema y tus divagaciones de por dónde podría ir la solución... ¿ves como el gigante se va encogiendo?
3. El perfeccionista que hay en ti te ha impedido hasta hoy entrar en vida en la historia de la literatura. ¿Hasta cuándo se lo vas a seguir permitiendo? Echa de casa a semejante cenizo.
4. ¿Aún no has descubierto la fuerza del borrador? Hay que producir mucho "sucio" para sacar algo en "limpio".
jueves, 13 de septiembre de 2012
La papelera de Pessoa. La luz sobre el almendro, de Jesús Aparicio González: cuatro notas de lectura
I.
Iba leyendo La papelera de Pessoa. La luz sobre el almendro, y me acordaba de Séneca, de esa música que se escucha en las Cartas a Lucilio, la del consejo en confidencia a un tú, que es reflejo del yo. La música de la meditación serena, la que viene con la experiencia, pero en una orquestación mayor, la del poema. Hay esa actitud estoica en este poemario. En el poema "La armonía del mundo", uno de mis preferidos, se expresa esa idea clásica de la relatividad de todas las cosas al contemplarlas en un diseño más alto que las une y conjuga; pero idea transfigurada aquí por imágenes cotidianas puestas a vibrar. Y aunque el poema siguiente, "Arte y vida", insista en que todo quehacer artístico, con su vida, su hacerse, sus esfuerzos, da siempre en un fin, da en la muerte, la propia forma poética trasciende esa noticia a ceniza que, inevitablemente, todo en este mundo nos trae.
y un niño perderá como otros años
su moneda de plata entre los barros
de las primeras lluvias.
II.
Otro orden, otra luz, de la que beben cualquier intuición y búsqueda de belleza que emprendamos. Es la forma poética cuajada y es la serenidad -que no el cinismo- de las experiencias lo que nos da el aviso en este poemario. En este paisaje, una luz sobre el almendro puede ser una belleza y una claridad sobre las bellezas y claridades que en este mundo conocemos, una luz última y definitiva "que me espera en silencio" en otro lugar, que una vez vista, de todo nos "separa con justicia de arco iris". Belleza terrible, por ser definitiva y por ser la belleza.
III.
Cuando en las ciudades hemos perdido la naturaleza, Jesús Aparicio trae con firmeza ese pulso antiguo y perpetuo de las cosas de la vida en el campo, en la pequeña ciudad; ese pulso que ha sido escuela de vida desde los primeros pasos de la humanidad, y que vuelve a serlo cada vez que alguien se acerca de nuevo a esas fuentes de sentido. No es una simple salvación por lo natural, pero qué difícil es alcanzar la salvación si no se tiene aprecio y sensibilidad por esta educación preparatoria: cielo, lluvia, tormenta, fuego, árbol, piedra, hoja, jardín, barro, el mar lejano pero presente aquí como metáfora, como modo de ser del alma, del tiempo...
Ha de volver la lluvia
sobre el laurel,
las plumas de paloma
y sus huellas
a la agrietada mesa
del cenador,
el vuelo de la abeja
en los gladiolos,
pues la vida repite
sus canciones;
...
IV.
Hay un afán aquí de que la palabra poética no sea esteticismo, sino palabra sustantiva, aviso moral, saber y sabor, como el antiguo 'sapere' latino. Y serena esperanza; tenue, pero esperanza: en los ecos sanjuanistas lo descubrimos; también en el inmenso hueco que puede dejar una percepción de ausencia de Dios, y por tanto un anhelo de búsqueda y de re-creación de lo creado; en la experiencia de despojamiento y esencialidad que transmite un rincón japonés... y para mí, en la voz poética que aquí se escucha, el testimonio que las palabras dan de esa presencia misteriosa que, sin palabras, a ellas mismas suscita.
domingo, 9 de septiembre de 2012
El enigma del esclavo, de Juan Ivars: cuatro notas de lectura
I.
La "novela de formación" es un género constante. El personaje va alcanzando una forma a través de una evolución, que se encarna en un viaje a menudo espacial y siempre anímico -puntualizo, espiritual- ¿Pero es posible hoy creer en que alguien puede formarse? ¿No es más bien transformarse? ¿No nos han repetido tantas veces que lo único que nos cabe esperar es ir mutando, con ocasión de esta o de aquella experiencia, y olvidar la pretensión de un ir construyendo un relato unitario para nuestra vida? Lo cierto es que desde el actualismo y la liquidez vital nunca se ha hecho nada grande, nunca se ha sonreído de verdad, nunca se ha alegrado el corazón como el corazón anhela alegrarse. Y quien sabe esto, lo sabe todo. Bien, pues Juan Ivars lo sabe.
II.
Onésimo, el esclavo y personaje de la novela, es la persona referida en la Carta de San Pablo a Filemón. Y esas 25 líneas de carta se convierten en el final de esta novela de formación que cuenta el itinerario espacial, cultural y espiritual de Onésimo. Desde el inconformismo con la condición de esclavo, y movido por la búsqueda de la libertad y la inmortalidad, el protagonista se pone en marcha hacia lo mejor de sí mismo. Los viajes auténticamente humanos son siempre circulares, porque son hacia el mejor yo, no a una disolución de la personalidad. Y el mundo antiguo se desgarraba entre esa intuición de lo mejor y las respuestas ofrecidas, a menudo disolventes: un logos impersonal o la oscura pulsión de la sangre; frecuentemente ambas a la vez.
III.
Esto se puede contar de muchos modos. Aquí se cuenta muy bien: hay una trama de suspense, subtramas paralelas, un buen número de personajes; y una palpable seguridad con respecto a lo que se está contando, nada fácil: se hila fino en los movimientos del alma, en los móviles de la vida, en la imperfección de las respuestas, en las reacciones del corazón, en las psicologías... El conocimiento del mundo antiguo es sobresaliente, y la capacidad para contarlo verosímilmente también: sobre todo el retrato de la abigarrada y difícil convivencia entre la cultura grecolatina, el judaísmo fariseo y el cristianismo naciente en el día a día de las ciudades del Asia Menor (hoy Turquía). Ivars ha conseguido mostrar con vivacidad la trama de lo cotidiano, donde laten los acentos trágicos de la esclavitud, las arbitrariedades criminales de los mitos -si no ha leído a Girard, ha leído las fuentes que ha leído Girard-, la renovación espiritual y simplemente humana que aporta el cristianismo, y una naturaleza humana universal, donde podemos reconocer las pasiones inherentes a la condición humana, entonces y ahora.
IV.
Y para quien guste de los valores expresivos y estéticos del lenguaje, la lectura le traerá un placer constante. Los diálogos son concisos, bien medidos, tanto en los negocios más pedestres, como en los más altos de la conciencia moral y de los pliegues del espíritu; las descripciones, ajustadas, solo con las pinceladas necesarias -y la paleta aquí es notable, en recursos expresivos y en documentación-; el humor, inteligente, elegante, castizo a veces, ocurrente. Hay un cervantinismo en este modo de narrar, con esa mezcla de clásico para decir no más que lo que hay que decir, y barroco para saber subrayar con la retórica precisa cuando hay que hacer subrayados exigidos por los afectos y la belleza.
viernes, 7 de septiembre de 2012
Mi conversión al best-seller
Yo pensaba que nunca me ocurriría, pero sí. Aunque he de decir que ha sido una conversión serena, como la del que se convierte estoicamente al caldito de pollo al verle las orejas al pérfido colesterol.
Me horrorizaban los tochos con sobrecubiertas glasofonadas en rojo chillón, fucsia tóxico o negro macabro. Yo solo conocía los pequeños libritos, la portada áspera o casi, los márgenes generosos, la letra garamond, el ligero vaporcillo emanado de los renglones que lo enmisteriaba todo. Oh, amena conversación con los difuntos. Beatus ego!
Ha pasado el tiempo, no he tirado los pequeños libritos; pero ahora acaricio también estos formatos grandes, este papel de baratillo. No se eleva un vaho, no he de escudriñar la rosa para volver a ella una y mil veces; no hay rosa. Y las cosas dicen lo que dicen, sin susurro ni eco.
Que ya me estaba yo volviendo ligero y perfilado como humo de tratado metafísico sobre las brasas, un licenciado vidriera. Hasta que llegó el séptimo de bestsellería.
El best-seller funciona terapéuticamente si se consume según una pauta, es un pescado azul que baja la tasa de lípidos intelectuales, deshace las placas de ideología en las arterias; pero si abusas, se te queda una cara de besugo con manía de conspiración internacional que no veas.
domingo, 2 de septiembre de 2012
Qué hacer con tus recuerdos del verano: un consejo en 7 pasos
Esa frontera entre agosto y septiembre siempre me ha parecido mucho más importante que la que hay entre diciembre y enero. Ha pasado un verano, unas vacaciones: lugares nuevos, gente distinta, proyectos preparados con ilusión... Ah, todo acaba de pasar... y vuelta al trabajo. No es una tontería.
¿Ligero o no tan ligero mareo de viajes, gentes? ¿Al final, cuatro anecdotillas para contar en el café? ¿Regusto estoico a que "ya sabía yo que tampoco iba a ser la cosa la repanocha"? ¿Sensación de que el meollo de este verano han sido las siete horas por los pasillos del aeropuerto J.F. Kennedy como un estropajo a punto de la histeria? ¿El tiempo, esa papilla donde todo termina tomando un color marrón poco presentable? ¿Yo, un serpentín de experiencias sin ton ni son?
Aún hay remedio. El tiempo se gana, generalmente, en el segundo tiempo (válgame el fútbol aquí). El segundo tiempo es el de la interpretación, donde se asimilan los hechos, e incluso el viacrucis por el J.F. Kennedy puede convertirse en un elemento positivo.
Puedes tener 1200 fotos digitales de tu viaje por el Egeo, pero si no tienes palabras, pasará el tiempo y aquello quedará como algo un poco más interesante que el periplo con flotador por la piscina de tu urbanización que acabas de realizar. Ah, el presente, ese disolvente.
Para que eso no ocurra, aquí van 7 pasos de probada eficacia:
1. Nunca es tarde para la arqueología
Sí, corre a por esas fotos, esos folletos de la catedral, la botella de orujo, el tícket del espectáculo con delfines, el libro que te terminaste en la cima... por no hablar del pequeño cuadernillo, si lo hubo; invita a tu amigo a un café para recordar. Todo dice algo, más o menos importante, pero eso se verá más tarde.
2. Selecciona tu víctima-lector
Vas a rescatar por la escritura lo más relevante del verano, pero relevante ¿para quién? En primer lugar para ti, pero seguramente también para alguien más. Piensa quién querrías que leyera eso tan interesante, divertido, profundo, importante que vas a escribir. Que lo lea o lo escuche va a fortalecer tu vínculo con esa persona. Los recuerdos no son una tontería.
3. Estruja esa foto hasta que hable
Sí, las fotos son mudas. Escoge las que pueden decir algo, míralas con atención: hay una pequeña gran historia tras ese instante en el que sale un codo y se te olvidó el flash.
4. Operación tormenta de septiembre
Todo el mundo sabe lo que es una tormenta de ideas, pero muy pocas personas la practican. Ha llegado el momento: tienes la foto, el tícket, la canción... quizás nada. Es el momento de hacer un esfuerzo por dejar que fluyan asociaciones. Apunta, apunta, apunta, como venga, como venga, como venga.
5. Del grano a la paella
Tras la tormenta, con todo el material del aluvión ante ti, ve al grano. Cuenta lo que fue, del modo más conciso. Con los granos justos, comienza ahora a elaborar el plato, pon las metáforas, las comparaciones, las sugerencias... tu estilo. Ponte.
6. Dale un aire de familia
Para tu crónica personal, sentimental, sugerente, divertida escribe varias pequeñas historias, pero dales un mismo aire de estilo, un denominador que las unifique. El verano va ganando ahora, globalmente, el significado que entonces no pudo tener.
7. Limpio y aseado
Piensa el formato que mejor le va al tipo de comunicación que vas a establecer mediante tu texto: 20 copias de un folleto que recibirá cada miembro de la familia; una serie de entradas de blog; ejemplar único para leer en la cena de Navidad; diario que, salvo tú, nadie leerá nunca, pero que te afianza como persona.
jueves, 30 de agosto de 2012
Solo se escribe en el margen (II)
Lo que me parece claro es que sin márgenes no se puede escribir la propia vida.
Me he acordado de la imagen del burro con las orejeras: esos tabiquillos que no dejan márgenes a la visión. Bueno, es una tecnología que ha funcionado y funciona para fines muy concretos; pero es verdaderamente inhumano si se aplica como norma a la vida de las personas.
El margen es distancia, y por lo tanto, espacio, aire, libertad. Si no eres capaz de hacer valer ese espacio, y ayudar a hacerlo valer a quienes amas, estás repartiendo orejeras. Y es en los márgenes donde nos encontramos.
Si no hay escritura verdaderamente personal, es porque apenas nos damos margen. Al final, uno es el peor torturador de sí mismo: el que se fuerza a vivir en un metro cuadrado, o a hacinarse con más gente que tampoco conoce el valor del margen.
Ay, esas cuartillas en blanco que desasosegaban a los románticos... pero donde está el peligro está la salvación, escribió Hölderlin. Seguro que en el margen.
Si no hay escritura verdaderamente personal, es porque apenas nos damos margen. Al final, uno es el peor torturador de sí mismo: el que se fuerza a vivir en un metro cuadrado, o a hacinarse con más gente que tampoco conoce el valor del margen.
Ay, esas cuartillas en blanco que desasosegaban a los románticos... pero donde está el peligro está la salvación, escribió Hölderlin. Seguro que en el margen.
lunes, 27 de agosto de 2012
Solo se escribe en el margen (I)
No soy particularmente amigo de los animales. Digamos que lo nuestro es un civilizado distanciamiento, solo incumplido por algún esporádico chucho que se salta la norma, o alguna estadística paloma practicando expresionismo abstracto norteamericano en mis solapas. Salvadas estas excepciones, la relación es tan fluida como inexistente. Creo que, por mi parte, se debe a la comprobación de que el animal no escribe en el margen.
Ya lo venía sospechando: el animal no tiene márgenes. Su hipoteca bestial es irreversible; su condición vital, densa y sorda como un agujero negro cósmico. El animal cumple su papel sin dejar márgenes, su absoluta pretensión de ser él y solo él es insoportable -para quien es un quien, y sabe que ha de estar inventándose un poco todos los días-, solo sorprendentemente superada por su efectivo y detalladísimo autocumplimiento, punto por punto.
Por estar a salvo de la marginación, la contrapartida positiva es su incapacidad para la escritura, para el cuento de su prodigiosa y aterradora vida -que por otro lado disfruta a lo bestia, como no podía ser de otro modo, y de lo que me alegro-. ¿Quién aguantaría el autorrelato de un qué, la metódica e implacable escritura de un vida metódica e implacable?
(Solo añado, para terminar este primer capitulillo, que no tengo nada en contra de los animales, y que Julián Marías escribió unos párrafos deliciosos sobre la asombrosa hominización pasiva de los perros cuando conviven con las personas).
miércoles, 22 de agosto de 2012
La escritura, tu espejo
Es enorme la cantidad de espejos que la sociedad nos presenta. Un espejo es esa superficie que pretende devolvernos nuestra imagen. Desgraciadamente, muchos espejos apenas nos dan una imagen mínimamente verosímil; con frecuencia se trata de esa imagen que ellos querrían que asumiéramos: ese alguien que necesita esa fama, ese placer, ese dinero, esa figura, ese poder... a toda costa.
Hay un espejo mucho más fidedigno: la escritura. Un espejo raramente propuesto en la sociedad de masas. Tiene esa ambivalencia de los espejos auténticos: muestra cosas que no gustan, y otras que sí. La hoja en blanco, el archivo digital recién inaugurado, te interrogan, y entonces surgen los anhelos, las necesidades profundas, las esperanzas, los proyectos. ¿Qué escribo?: si persistimos, si no nos apartamos por falta de coraje, se delinea una imagen que reconocemos como nuestra. Y una buena imagen de sí mismo es, en el fondo, un mapa para caminar.
Escribir es ponerse ante el espejo de la escritura. Ponerse es exponerse. Siempre se escribe a la intemperie. Escribir es ese misterioso conocimiento personal: reconocerse y soñarse. Pasar el dedo por el hilo que une pasado con futuro. Escribir es escribirse. Es dibujarse. Es acuarela, el riesgo del agua: nunca sabemos con certeza el efecto final. Pero queda la imagen valerosa y valiosa. Imágenes, pequeñas luces que encendimos con esfuerzo, con alguna inquietud; farolillos con los que seguir caminando.
No enseñamos a escribir a nuestros jóvenesen la escuela porque, en el fondo, nos da miedo la responsabilidad de enseñarles a ser ellos mismos.
domingo, 19 de agosto de 2012
Paradojas de la lectura
Uno dice que es frágil, vulnerable, que casi nada perdura... todo eso que viene fácilmente, cuando uno se pone a escribir un poema, o a mirar fijamente unas nubes. Pero solo lo siente -lo siente de verdad- si acaba de romperse, o le ha llegado un don que lo compone, misteriosamente.
Pensaba esto porque, llevo un agosto de lecturas. Tras mucho, mucho tiempo, he podido leer dos horas seguidas -reconozco que incluso tres, algunas veces, mea gloria!-. Y qué distinto se lee entonces: más entrega lectora, más matices... Cuando es invierno, en la trinchera, casi siempre es tiempo robado. Se mezclan los aromas de la vida. Y uno escribe sus cosas de lectura a menudo con algo de prisa. Piensa que con más tiempo escribiría, quizás, otras cosas; más hondas, también. No lo sabe con certeza. Pero luego, al llegar esos momentos de don, se sale uno del parapeto y corre con el libro en las manos, y ya no tiene tantas ganas de escribir.
¿Y entonces, leí bien?
¿Y ahora, es que leer es solo esos momentos de gracia?
Ay, qué fragilidad esta de la lectura, de uno. Será la levedad del ser. Pero se gana en ligereza, que al pasar del tiempo, no es pequeño tesoro.
lunes, 13 de agosto de 2012
Al escuchar "Claudia"... (poema)
Al escuchar “Claudia” por Paquito D’Rivera y Arturo
Sandoval, en un parque
Oía yo los sones acordados
de un fliscorno y un saxo
bien tocados.
La mañana era fresca y cuatro tilos
verdeaban la luz de los
estilos.
Corrían las corcheas y las
hojas
de verdes, en glissando, iban
a rojas.
El cielo, bien plisado, en un
allegro
cantaba en zarco azul, el
mirlo en negro.
No preguntes por qué o cómo o
cuándo:
los gorriones allí, todos
piando
—y sin bachillerato— bien lo
saben.
(Y aún te diré más: no entra
en examen).
lunes, 6 de agosto de 2012
Cose che nessuno sa, de Alessandro D'Avenia: cuatro notas de lectura
I.
¿Mi pequeño italiano? Mejor, gracias. Sobre todo ahora, después de leer Cose che nessuno sa. Los idiomas se aprenden con todo el cuerpo. Siempre he desconfiado -nunca me han servido- de los métodos autogestionarios. Solo se aprende el idioma en el que se sufre, se ama, o se suelta una carcajada pronta y espontánea. La traducción siempre es antecámara, hay que ir más allá. Y leer en un idioma que medio sabes es un viaje que pide espíritu aventurero. Como leer en penumbra, con un candil en la mano izquierda: las palabras proyectan sombras inestables, y vas de claro en claro, descubriendo las monedas de oro que llevan al tesoro. Y Cose che nessuno sa es un pequeño gran tesoro de sabiduría sobre la vida.
II.
En Blanca como la nieve, roja como la sangre… ya se veía que D’Avenia sabía muchas cosas. En Cose che nessuno sa, pese a lo que dice el título, ya se ve que se las sabe todas, o al menos las más importantes. D'Avenia es un apasionado profesor de literatura en un liceo de Milán, además de doctor en filología clásica, con una tesis sobre el pasaje de las sirenas de la Odisea de Homero. Y lo mejor de todo es que ha escrito algo tremendamente incorrecto: ha vuelto a reunir la belleza y el dolor, como si Platón acabase de escribir el Fedro la semana pasada. Nosotros, los (post) modernos, los hemos separado empeñados en llevarnos en cada bolsillo una y otra cara de una misma moneda. Y estamos contentos de consumir los dos simulacros resultantes: una belleza que no nos abre surcos en la carne; un dolor que no nos eleva.
III.
Mi preferido, el capítulo IX, donde el profesor de la novela da esa clase que todos querríamos haber recibido, si todos hubiésemos sabido mejor qué era la educación. Esa confirmación de que la literatura hace identidad. Ese drama del mito revivido, el de la vuelta a casa de Ulises, donde está en juego el descanso ansiado de los corazones de padre, de madre, de hijo cuando la unidad se ha roto. Y en el mismo capítulo, la terrible refutación de esa clase salvadora que ha puesto en camino hacia la belleza, cuando la cobardía enfría el corazón con excusas de relativista semiótico: parole, parole. Pero hay alguien que desvela la disfunción: Tu no sai cos'è amare. Tu ti esalti con i tuoi libri, ami loro, non le persone. Ami le parole, non la vita, perché la vita ha le ombre e fa male. Tu parli, parli, ma non ascolti. Tu prendi, prendi, ma non dai nulla.
IV.
En Blanca... D'Avenia se limitaba a lo que el narrador, un adolescente, podía pensar, sentir, decir. En Cose... ya no hay restricciones, y se pone en juego una amplia serie de recursos del contar, y una sabiduría antropológica nada común. Metáforas, humor, pena, párrafos medidos y eficaces, caracteres psicológicos, ritmo, verdades, suspense, descanso... y esas cosas que, como dice San Agustín refiriéndose al tiempo, "Si no me lo preguntan, lo sé. Si me lo preguntan, lo ignoro". Una novela que incita a escuchar eso que se sabe en el hondón del corazón, de una belleza tantas veces dolorosa; que nos hace terrible y bellamente humanos.viernes, 3 de agosto de 2012
A la esperanza, una estrofa de John Keats y una transversión mía
To Hope
When by my solitary hearth I sit,
And hateful thoughts enwrap my soul in gloom;
When no fair dreams before my "mind's eye" flit,
And the bare heath of life presents no bloom;
Sweet Hope, ethereal balm upon me shed,
And wave thy silver pinions o'er my head.
A la esperanza
When by my solitary hearth I sit,
And hateful thoughts enwrap my soul in gloom;
When no fair dreams before my "mind's eye" flit,
And the bare heath of life presents no bloom;
Sweet Hope, ethereal balm upon me shed,
And wave thy silver pinions o'er my head.
A la esperanza
Si otra vez, solitario, frente al fuego,
envolviesen mi alma negras brumas,
si otra vez, la belleza alzase el vuelo
y un páramo desnudo me abrazara,
dulce esperanza, pon aquí tu nido,
no me olviden tus alas de plata.
lunes, 30 de julio de 2012
"Escribí unos recuerdos..." transversión de Horacio
Con el término de transversión quiero decir una versión de un poema ya existente. Lo peculiar es que traslado el poema a mi casa, a mi mundo, a mi lenguaje, sin peaje. Aquí viene la primera de mis transversiones.
Horatius. Carminum, Liber tertius, 30
Exegi
monumentum aere perennius,
regalique situ pyramidum altius,
quod non imber edax, non Aquilo impotens
possit diruere aut innumerabilis
annorum series et fuga temporum.
regalique situ pyramidum altius,
quod non imber edax, non Aquilo impotens
possit diruere aut innumerabilis
annorum series et fuga temporum.
Non omnis
moriar, multaque pars mei
vitabit Libitinam.
vitabit Libitinam.
Escribí
unos recuerdos. Cuando el bronce acaricio
los sé aún más constantes, aún más altos, más dignos.
De la lluvia voraz, de los vientos, a salvo.
La cadena del tiempo innumerable
La cadena del tiempo innumerable
se
quiebra al releerlos.
Ni
todo moriré, ni moriré del todo.
La
muerte es una cita con una analfabeta.
jueves, 26 de julio de 2012
Al mirar las aves... (poema)
Al mirar las aves desde un banco de Villa Borghese
Dum loquimur, fugerit invida / aetas
Horatio, Carminum, liber primum, xi
Y así, mientras hablamos, el gorrión
ignora el tiempo nuestro: la canción,
los adverbios, la trama... y el final.
En lo último, juntos. No está mal.
Dum loquimur, fugerit invida / aetas
Horatio, Carminum, liber primum, xi
Y así, mientras hablamos, el gorrión
ignora el tiempo nuestro: la canción,
los adverbios, la trama... y el final.
En lo último, juntos. No está mal.
martes, 17 de julio de 2012
Noticias de cuentistas
Aquí van noticias y comentarios de antiguos alumnos de los talleres de escritura.
"Adiós, Che", el relato de Franz Heine, que ha ganado el 2º premio del Huétor Vega Gráfico, en Granada: un lenguaje muy cuidado para una realidad psicológica agitada, donde convergen realidad y alucinación; relato en el que la difunta letra che se convierte en símbolo de pérdida y en esa pérdida, de generación de caos.
"La felicidad de un momento cualquiera en un día cualquiera", 1r premio del V certamen de relatos AVAFI, de Susi Bonilla: relato breve que muestra la presencia de la enfermedad y la posibilidad de su superación psicológica; que pone el énfasis en la importancia de la atención, el análisis, la determinación personal; el recurso literario de la personificación de la enfermedad permite entender la relación consciente que se puede establecer con ella.
Y aunque no he podido leerlos, un relato de María Tordera y otro de Victoria Cuñat también han sido seleccionados para el libro colectivo Cortos sin filtro. Y ojo, que hay un texto de Victoria rondando por ahí...
jueves, 12 de julio de 2012
Una entrevista sobre estética y vida cotidiana, a partir de Tan bella, tan cerca
La escritora Elga Reátegui tuvo la gentileza de entrevistarme en su blog sobre algunos asuntos que aparecen en mi ensayo Tan bella, tan cerca. Escritos sobre estética y vida cotidiana (La isla de Siltolá, 2011). Le agradezco mucho a Elga esta deferencia, el interés y la sensibilidad de sus preguntas. Adjunto aquí el enlace, por si se quiere leer la entrevista.
lunes, 9 de julio de 2012
Suavidad. Poema para su otra sobrina, Ana
Suavidad
Para Ana Zanoni Mora
Suaves, Ana, son los suaves sones
que en cada blanca, negra, tecla pones.
Qué lejos queda ya el pentagrama:
Tú ves, yo veo, el pájaro en su rama.
Sonata de Clementi. La ventana
se ha abierto, el viento en la mañana
solo sabe el silencio que sugiere
—que música será, o que te quiere—.
Doble barra final. Llega la tarde.
Ni edad feliz, ni nada que resguarde,
tan solo todo aquello que aprendiste.
Ponías suaves sones: recibiste.
jueves, 5 de julio de 2012
La gravedad y la manzana, de Beatriz Villacañas: cuatro notas de lectura
I.
Y yo que cuando vuelvo a La gravedad y la manzana me acuerdo del ensayo de T. S. Eliot, “Los
poetas metafísicos”. Y ser profesora de filología inglesa —como lo es la
autora— no genera automáticamente esas presencias en la creación poética. Y de
las varias razones que vienen al caso de esa asociación, es esta frase de Eliot
la principal: “incorporaban su erudición a su sensibilidad: su modo de sentir
se veía directa y originalmente alterado por sus lecturas y sus razonamientos.
En Chapman especialmente hay una aprehensión sensorial directa del pensamiento,
o una recreación del pensamiento en el sentimiento, que es exactamente lo que
encontramos en Donne”. Y esa búsqueda de la conjunción de lo diferente,
opuesto, complementario —ahí está el misterio— es lo que, me parece, también
busca Beatriz Villacañas.
II.
Es un título sorpresivamente newtoniano, y al mismo tiempo
bíblico. Lectura física y ético-metafísica. Biología y biografía. Pero siempre
la epifanía revela los misteriosos canales que comunican lo aparentemente
incomunicable. El misterio. La autora da fe, —que no protocolos de
laboratorio—, de que la epifanía revela el misterio, pero sin disolverlo: es un
logos más allá del nuestro. Y seguramente lo mejor que nos reporta es quedar ya
vinculados a él. Se nos reveló mientras lo tentábamos creativamente con
palabras, pero esa Palabra no era nuestra; y por eso es epifánica y vincula.
Esas dificultades especiales que —en primer lugar como
modernos, y en segundo, como hombres y mujeres— tenemos para juntar razón y
sentimiento, y que a Jane Austen le dieron para una deliciosa novela, mucho más
profunda de lo que parece; porque en algún momento se dijo que era buena esa
separación, sin acabar de calibrar bien la bondad —seguramente era imposible calibrarlo,
de tan entreverados que vamos con nuestro propio momento, de tan difícil que es
ganar una imaginativa distancia—. Distinguir sí, pero sin separar, avisaba
Tomás de Aquino. Pero esto es irse un poco lejos.
III.
Como filólogo, me quedo especialmente con este poema,
hamletiano en su exhortación —en este caso no a los actores, sino a los
resecados herederos del logocentrismo académico de este siglo XX que todavía no
ha terminado—:
GÉNERO LITERARIO
No importa
cómo llaméis al cuento,
comedlo como un fruto,
y la manzana siempre nueva del ser y su secreto
será alimento vivo de todas las historias
y de todos los hombres
y de un solo camino.
IV.
Fondo y forma. Hondos y nítidos en estos poemas; densos y andantes,
palpables en su cuajo de cosa bien hecha,
que se adivina que vienen haciéndose como desde hace mucho tiempo, tiempo de atención
a las palabras y al misterio de las cosas. Fondo y forma, como si volviésemos a
creer en la sencillez de las gramáticas, en sus apartados de estilo, aquellas
antesalas al misterio de la literatura activa, que atravesábamos para entrar —al final, siempre solos— por la lectura y la vacilante escritura, donde todo se volvía complejo,
misteriosa y maravillosamente complejo; y solo un cretino se volvía para reírse
de aquella filología con delantal, y se volvía estatua de sal.
martes, 3 de julio de 2012
T. S. Eliot en italiano
El pasaje que abre el último cuarteto es una epifanía. Unos
setos, una luz, un invierno. ¿Pero qué ocurre al traducirlo al italiano? ¿Está
Eliot, la voz de este poema? Ah… misterio. Pero lo que sabemos es misterio de
belleza. Dice en inglés:
Midwinter spring is its own season
Sempiternal though sodden towards sundown,
Suspended in time, between pole and tropic.
When the short day is brightest, with frost and fire,
The brief sun flames the ice, on pond and ditches,
In windless cold that is the heart’s heat,
Reflecting in a watery mirror
A glare that is blindness in the early afternoon.
Y se escucha el vaivén de la sílaba oscura y la sílaba
clara. Ecos de tribus germánicas. Tambores. Fuerza. Ese ritmo de siempre, que
el poeta se empeña en descentrar, un poco: en la repetición, variación. Pero en
italiano:
La primavera de mezzo inverno è una stagione a parte,
Sempiterna, benché intrisa d’acqua al calar del sole,
Sospesa nel tempo, tra il polo e il tropico.
Quando il corto giorno più splende, di gelo e di fuoco,
Il breve sole
inflamma il ghiaccio degli stagni e dei fossi,
Nel freddo senza vento che riscalda il cuore,
Riflettendo in uno specchio acquoso
Una luce que acceca nel primo pomeriggio.
Cada sílaba tiene su luz. Se dilata la lectura: más espacio, más voz, para decir cada cosa. El abanico de sonidos se despliega (aún más
que en castellano). Siempre hay más luz en italiano. A veces hay que poner la
palma de la mano sobre los ojos, como una visera, por el brillo.
¿Dónde estás, T. S. Eliot?
Sono qui.
(Fragmento de la traducción de Filippo Donini: Quattro quartetti. T. S. Eliot. Garzanti. Italy. 1992)
miércoles, 27 de junio de 2012
Inquietud. Poema para su sobrina Marta
Inquietud
Para Marta Zanoni Mora
Oía una sonata por Glenn Gould,
como quien no perdió la juventud.
—¿Qué dicen estos dos, tan insistente?—.
Y frente a mí un seto, el cielo, un puente
y atrás un caminillo, mal que bien
andado, cojeado y sin un tren.
Obertura francesa, una courante,
gavotta I y II, recuerdo que antes
era todo posible, passepied
I y II, sarabande, una bourré,
la segunda y da capo, el mañana
siempre allá, sin agenda ni campana…
¿Era preludio entonces? Qué más da…
Bueno, preguntaré otra vez a Bach.
sábado, 23 de junio de 2012
Teoría de las inclinaciones, de Javier Sánchez Menéndez: cuatro notas de lectura
I.
Libro palpablemente personal, que elude toda clasificación
y que puede resultar incómodo cuando —como tantas veces ahora— se quiere mirar
primero la etiqueta y luego leer desde ella la realidad de la que pende. Obra generada en el
galope cotidiano, e inserta en una estela dilatada de pensamiento que incluye
más libros. Es diario, confidenciario, tratado de poética, cuaderno de
pensador, poemario en prosa, memorial, acervo de consejos al lector que
recuerdan los de Séneca a Lucilio…
II.
Una presencia se difunde por este libro, la de los
filósofos presocráticos. Sánchez Menéndez los trae a la Teoría de las inclinaciones en el fondo y en la forma: están en el
estilo lacónico, contundente; en la yuxtaposición de afirmaciones, donde
presentimos un discurrir de fondo, del que se nos evitan lugares de paso y
conexiones: sorpresa en la lectura, tarea para el lector que ha de componer el
sentido con los mediostonos, con las ausencias.
III.
Javier Sánchez Menéndez muestra en Teoría de las inclinaciones una cara de un prisma complejo, una de
las expresiones de un impulso poético-vital radical, nada fácil en los tiempos
que corren. En sus antípodas, el poeta que podría ir componiendo poemas para
alguna ocasión. Aquí, una voluntad de realizar, de interrogarlo todo desde el
impulso poético, de apostar por la poesía y por los poetas, por los que estima
que pueden y deben aportar poesía: la fructífera realidad de la editorial La Isla de Siltolá es esa presencia
cultural viva que constituye otra de las caras del prisma. Es un juicioso
editor y un hombre de letras el que habla:
“No me gustan las cruzadas en defensa de un escritor.
Generalmente no suelen ser literarias. Más bien son ideológicas y políticas. Y
hacen mucho daño a la propia literatura. Nos fijamos en hechos concretos y
puntuales y apartamos de nuestro camino la esencia de las letras”.
IV.
Hay una reivindicación de la poesía como metafísica o
filosofía primera, bajo ella, quedarían “dios, el amor, la música”. Purismo que
recuerda a Hölderlin, a algunos modernistas, a Juan Ramón. Propuesta personal.
No parto de la misma poética, de su concepto de dios —que
escribe con minúscula—, o del carácter tan radicalmente original que otorga a
la palabra poética, que se sustanciaría a sí misma y validaría o invalidaría
todo lo demás como piedra de toque —y aquí estaría también esa filiación
presocrática—. La poesía aparece como un elemento ontológicamente básico, el elemento en suma, que recuerda al
arjé de aquellos primeros pensadores griegos. Yo también pienso en una Palabra
originaria, poietica y por tanto poética, pero personal y esencialmente amor. Creo
que Dios sí vive. Es otra tradición filosófica, religiosa y también poética. Pero encuentro en Teoría
de las inclinaciones numerosos pensamientos donde hacer pie, coincidencias,
desvelamientos felices:
“El ritmo, la armonía, la intensidad, el tono. Aspectos
fundamentales que unifican la literatura y la música en una sonoridad mágica.
El proceso creativo, basado en la inspiración, sujeta firmemente las estructuras
de las resonancias. No hay música sin literatura. La música basa todos y cada
uno de sus aspectos esenciales en el arte literario”.
“Odio el existencialismo, tan oscuro, vulgar y poco
verdadero. Vivimos en las sombras, aunque sabemos que ahí fuera, muy cerca,
está la luz. No podemos acudir a esa claridad, no queremos hacerlo. En la
sombra nos hacemos fuertes, nos crecemos”.
Escritura que interpela la realidad y al lector. Solo para
quien esté dispuesto a articular —en estos tiempos tan muelles— una propia y
firme respuesta personal.
martes, 19 de junio de 2012
Epigramas, de Tomás Moro: cuatro notas de lectura
I.
254. Remedios para
acabar con el mal aliento proveniente de algunos alimentos.
Para que el puerro
partido no desprenda olores repugnantes, sigue mi consejo y come una cebolla
inmediatamente después del puerro. Y si de nuevo quieres librarte del mal olor
de la cebolla, masticar ajos fácilmente te lo conseguirá. Pero si tu aliento
todavía es ofensivo incluso después de los ajos, o nada o sólo la mierda puede
quitarlo.
Acaba de salir esta primera traducción al castellano —en
edición crítica de Concepción Cabrillana— de los epigramas de Tomás Moro. El próximo
22 de junio se celebra la fiesta de Moro como santo mártir. Un mártir epigramático
y guasón tiene su qué. Este libro bien lo demuestra.
II.
74. La paciencia.
Soporta las
tristezas que sufres. La fortuna disipará tu tristeza. Y si no lo hace la
fortuna, lo hará la muerte.
Hay una sabiduría, principalmente estoica, en estos
epigramas de Moro. El estoicismo es una filosofía del estómago, en el sentido
en que decimos: “Hay que tener estómago para aguantar eso”, porque de eso se
trataba en la Roma clásica, de aguantar. En un mundo de tiranos, de ausencia de
la idea de persona tal como el cristianismo luego va a forjar, el estoicismo venía
a ser lo más sensato —si no se podía vivir indefinidamente en la contemplación
del mundo de las ideas, o haciendo ciencia en la corte del emperador—. Es una
filosofía ampliamente social, tiene su germen de democracia. Posiblemente, lo
más humano a mano. Y los humanistas del Renacimiento lo van a asumir,
necesariamente. Moro asume la sabiduría clásica como base humana: sus virtudes
cardinales, su sentido realista, su capacidad de observación del mundo, su
constatación de lo asombroso, la relatividad de todo a la muerte, la prontitud
para la renuncia y la resiliencia, la indiferencia frente a los vaivenes de la
Fortuna… Pero es una asunción, una introducción
en algo más grande que acaba de darle sentido: el cristianismo, que distingue
entre temores malos y buenos, espolea la esperanza y fomenta así las empresas y alegrías más
altas. Se cancela el fatalismo (el estoicismo aparece originariamente en Atenas
como filosofía que procede de oriente).
Y los tiempos renacentistas tampoco se quedaban cortos en
ciertas prácticas civilizadas de dilatada tradición clásica —conviene
desmitificar un tanto, o situar en su justo alcance, aquellas ilustraciones
atenienses y romanas—, como desmembrar al criminal por orden gubernativa y
colgar los cuartos a las puertas de la ciudad para aviso de caminantes o en la
plaza pública a modo de pedagogía social. Como lee el buscón Pablos en la carta
de su tío, verdugo con plaza en Segovia, donde cuenta que le cupo ajusticiar al
padre del muchacho y que tras ahorcarlo a la vista de la gente, “Hícele
cuartos, y dile por sepultura los caminos”.
III.
110. La vida del
tirano es inquieta
Gran preocupación
agota el día del gran tirano; por la noche llega el descanso, si es que llega. Pero
los tiranos no descansan más cómodamente en una blanca cama de lo que lo hace
el pobre en el duro suelo. Así que, tirano, la parte más feliz de tu vida es
esa en la que, con todo, quieres ser igual que un mendigo.
Séneca es posiblemente el filósofo de referencia en la
Inglaterra renacentista; y sus tragedias son el modelo del dramaturgo Kyd, y
algo más que un modelo para cuando Shakespeare venga a escribir sus tragedias.
Los convulsos años isabelinos invitaban al hombre cultivado al retiro de su mundo
interior, del mismo modo que Séneca respiraría hondo cada tarde al llegar a su
casa, tras despachar en palacio con Calígula. Menudo angelito. Todo se tambalea.
Tomás Moro, con el affaire Enrique VIII, es el último en
asumir el mundo fatalista estoico en la perspectiva cristiana. Tras él, el
poder político comienza a oscurecer el punto de fuga trascendente. La cultura
es un terreno peligroso. La tragedia es el género teatral estrella.
IV.
52. Sobre un juicio
gracioso. Del griego.
Tiene lugar una disputa;
el acusado era sordo y sordo era el demandante. También el juez era más sordo
que los otros dos. El demandante pide la renta por una casa, cumplido ya el
quinto mes. El acusado replica: “mi molino ha estado moliendo toda la noche”.
El juez los mira y pregunta: “¿por qué disputáis? ¿No tenéis la misma madre?
Mantenedla los dos”.
Quizás el epigrama, el espíritu del epigrama, subsiste hoy
en la publicidad, donde se encuentra tantas veces la ironía, la concisión, el
doble sentido. Y también en el microrrelato, con su rauda narración, su final
sorpresivo, su naturaleza chistosa. Y aún podría ser en un twitt, aunque, la
verdad, no es fácil encontrarlos allí.
Epigramas, Tomás Moro. Madrid, Rialp, 2012.
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