AVISO PARA QUIEN QUIERA COMENTAR

¿Dónde está la sabiduría que perdimos en el conocimiento?
¿Dónde el conocimiento que perdimos en la información?
T. S. Eliot, Coros de La roca, I



miércoles, 28 de marzo de 2012

Mirad a la serpiente


Mi amigo Vicente Huerta me dice que ha puesto un texto de Simone Weil en su blog; en seguida le hablo de cb, la persona que más sabe de Weil, y que no es la suya una sabiduría como acartonada, de isbn y notas al pie, sino cordial y creativa; y también le hablo de Möller, de esos tomos donde el belga pasa por su sabio cedazo y su piadosa sensibilidad a tanto escritor del siglo XX. 

Bueno, me voy a leer el texto de Weil. Comenta ella ese pasaje del libro de los Números, donde Moisés hace -diseña, modela... qué tiempos, donde el gran hombre valía para todo, con la gracia de Dios, claro- una serpiente de bronce, a la que miraban los israelitas recalcitrantes -aquellos que se acordaban de las ollas de Egipto, de los puerros y los nabos, que despotricaban de Yahvé, y eran mordidos por las serpientes del resentimiento y del desierto- para recobrar la salud. Decía Hölderlin: donde está el peligro, allí está también la salvación. Y no sé si está bien traído aquí, o no, pero yo siempre me acuerdo del alemán cuando pienso en las serpientes de Números. 

Weil pone la salvación en la mirada, en ese texto tan bello. Levantar el punto de mira, ansiar esa gracia. Mirar, pero como el campesino que pone sus músculos al servicio de la limpia de hierbajos; qué cosa tan humilde, que obligación al suelo. Paradoja. Y a lo mejor es lo de San Juan de la Cruz, baja si quieres subir; a lo mejor. Para mí que sí. Para mirar arriba, hay que mirar abajo. 

La salvación tiene ese sesgo estético, de mirada, de espectador -y lo digo cuando sé que esta palabra va cargada hoy de esteticismo, de pasatiempo voyeurista, a lo que denunciaba Kierkegaard-; pero yo me quedo con la mirada del peregrino que llega en el siglo XIII al monasterio de Leyre y se queda allí en la puerta bajo el pórtico, con la boca (medio)abierta, imantado a las figuras de piedra; incapaz de separar -eso solo lo hacemos los modernos- la belleza y la salvación.

Donde había maldición (serpiente) hay salvación ahora (¡serpiente!, no se ha ido), y además -o mejor, precisamente ahora- belleza. 

viernes, 23 de marzo de 2012

Velada poético musical en la Universidad de Navarra

En el mini-minitaller de escritura que tuvimos anteayer en el alto de la cafetería del Faustino -que tenía algo de cosa casi clandestina; qué bien-, en el edificio central de la Universidad de Navarra, salía el asunto del punto desde el que se escribe cuando uno escribe sobre algo que uno ha hecho. Contar siempre pide un punto. Y como quiero contar algo de lo que fue, he tenido que pensar ese punto. 

La verdad es que incluso para relatar un hecho de cinco minutos, tienes que elegir un punto. Narrar, como vivir, es una continua elección de puntos. Pero no me pongo existencialista, que la cosa no es como para angustiarse -aunque la tentación sartriana, que hay que resistir, está ahí-. Hay elecciones muy gratas. Sobre todo cuando veo que de los posibles puntos, uno sobresale con claridad, y que es el agradecimiento.

Y muy agradecido estoy a Marta Revuelta (Servicio de Actividades Culturales), Teresa Grandal e Inmaculada Setuáin (bibliotecarias y almas de Leyendo se entiende la gente), Marcela Duque, que puso empeño en que todo ocurriera, y así ocurrió, y a todos los que hicieron tan enriquecedora la visita.

Y empezando por el mini-minitaller. Siempre ocurre: con alumnos motivados, el profesor se suelta. Raquel, Fernando, Iñigo, y me dejo nombres, ay, porque no me acuerdo (lo siento), me dieron pie para volver con estas cosas de la escritura personal, cotidiana... que salen en este blog. Interesantísima comparación de Fernando: la de la concreción de los colores sobre la paleta del pintor, con la inconcreción relativa de las palabras en la mente del escritor, de cualquier hablante. Y esto venía a raíz de una ronda de decir colores, y la teoría de Eliot sobre la música de los sonidos y la de los significados...

Bueno, hubo más personas y más cosas a lo largo del día, muy enriquecedoras también, que me hacen caer en la cuenta de que al punto de narración del agradecimiento le estoy imponiendo ahora un contrapunto de brevedad, de ir a lo más público... así es en las narraciones: narrar, como vivir, supone también ordenar, clasificar, relacionar los puntos, guardar puntos para otras narraciones.

Pues ya estábamos a las 5 pm Juanfra y yo montando el tenderete y afinando -me olvidaba de Juanfra Pérez Mengual, guitarrista y 50% del dúo-. De entre el repertorio, tocamos "Pausas", una composición flamenca del propio Juanfra, donde tomé la trompeta, un poco a lo "Flamenco Sketches" de Miles Davis. Y ya en la actuación, pues entre poema y poema, canción; también algún fragmento de Leer o no leer y Tan bella, tan cerca. Bastante público, y muy buenas vibraciones. Eso, cuando estás en el escenario, lo notas enseguida. Y lo agradeces.

Y al finalizar, un coloquio breve, pero muy interesante, como ocurre siempre que conversas con personas inteligentes y sensibles. Así que mientras guardaba el saxo y la trompeta, notaba que muchas sugerencias se colaban en las fundas de los instrumentos. Tiene toda la pinta de que no me dejarán tranquilo hasta que aparezcan impresas. Sí. Agradecimiento al cuadrado. Superpunto.

jueves, 15 de marzo de 2012

Tengo que escribir


Son las 19:40, miro los reflejos bobos de la farola en el cristal de la ventana. Sé que tengo que escribir. Podría haber echado un vistazo a los objetos de la mesa —de hecho lo estoy haciendo—, y hubiera sido lo mismo: “Tengo que escribir.” Es un voluntarismo. ¿Sí? No será el único, a estas alturas del día. O bajuras ya. Y tampoco estoy seguro de llamar a esto voluntarismo. Cuánto porqué que va ahí, de chanchullo, hay en cualquier acto; como de tapadillo. Y no me escoro hacia el psicoanálisis. 

Siempre que pienso en esto, aparece una cuerda de tres hebras, desmochada. Aparece una imagen, quiero decir. Mi símbolo de las partes y el todo; de la cooperación; de lo entreverado que es, en el fondo, vivir.

Son las 19:49 y creo que ya he escrito. Dejaré que la voluntad descanse un rato. 

martes, 13 de marzo de 2012

Las Fallas, unas grandísimas fiestas


Hablar de tus propias fiestas te puede poner en un dilema: o darte a la exaltación desmedida; o sucumbir a una pose de crítica hiperinteligente que no deje nada bajo la hoz de la ironía. Creo que he superado el dilema. Me siguen pareciendo unas grandísimas fiestas, y a la vez entiendo que, como todo bajo el sol de esta galaxia, tiene sus imperfecciones. 

A mí no dejan de sorprenderme las Fallas. Me sorprende lo completas que son: música, bellas artes, gastronomía, pólvora, castillos de fuegos artificiales, tradiciones culturales y religiosas... pero ahora solo voy a indicar las dos cosas que más me admiran y gustan.

La primera es su carácter participativo. No es solo Valencia capital: es en cada pueblo de la provincia. ¿Y qué ocurre ahí? Pues que se da una red de asociaciones -els casals-, por barrios, que agrupa a familias y a particulares, sin distinción social; que cada asociación -que comprende un área de calles- vive con sentido comunitario estas fiestas. Asaltados como estamos, constantemente, por la pérdida de identidad en nuestras ciudades, mordidos gravemente por las enfermedades psicológicas derivadas de la soledad, empujados a una casi natural desconfianza hacia el entorno social más inmediato... pues, en medio de todo esto, percibir estas redes de humanidad personal, familiar, comunitaria me parece algo de una gran fuerza identitaria. Esta red tiene un profundo sentido democrático -con todos los problemas que puede tener una democracia, claro-. Las Fallas son modernas, y son de siempre.

Y la segunda es la valoración de la mujer. La elegancia de las falleras es llamativa. Trajes, peinados, pasacalles... algo se ilumina en estas calles; hay algo antropológicamente muy valioso en esta potenciación de lo femenino, que trae a la presencia de cada mujer concreta un aura de atractivo y de luz. Algo que viene a decir que las cosas pueden ser de otro modo, que el cuerpo femenino que aparece industrial y comercialmente despersonalizado a diario, que los rostros neutralizados y tachados en su personalidad, pueden ser devueltos a la luz irrepetible de cada mujer. 

Me encantan las Fallas.

jueves, 8 de marzo de 2012

Lo que no valdrá decir



Es verdad: antes fotocopiábamos mucho -antes, quiero decir, antes de internet-; si el conocimiento era poder, lo entendíamos como una pila de voltios: se trataba de almacenar cuantas más pilas mejor. Y si no tenías mucho dinero, pues fotocopiabas para aprender, para escribir, como la hormiga de La cigarra y la hormiga.

Se llevaba la memoria fotográfica. Se entendía así. La memoria-contenedor.

Ahora, que en tu pendrive cabe toda la filmografía de Hitchcock, las cosas ya no son así. Ahora puedes ser más cigarra. Debes ser más cigarra: más creativo. Pero siempre hay que almacenar algo, claro. 

Maria Popova en Brain pickings dice que lo que se debe "guardar" ahora es nuestras conexiones con las cosas y de las cosas entre sí; nuestros marcos para la interpretación de la realidad. Eso es lo interesante. Eso es lo chulo de verdad. 

Pues sí.

Al final, la realidad nos sigue pidiendo lecturas personales, para poder recomponerla, desarrollarla. 

Así que lo que nos van a preguntar no es si hemos traído el pendrive; sino "¿Tienes marco de interpretación?" 

Y no valdrá decir, "Me lo olvidé en casa".



domingo, 4 de marzo de 2012

¿Escribir en los libros? ¿sí?


"Al comprar un libro estableces un derecho de propiedad sobre él, del mismo modo que con la ropa o con los muebles al comprarlos o pagar por ellos. Pero el acto de compra realmente es solo el preludio a la posesión, en el caso de un libro. La posesión plena de un libro solo se da cuando lo has hecho parte de ti, y el mejor modo de hacerte parte de él —que viene a ser lo mismo— es escribiendo en él."

Bueno, esto está muy bien. Lo escribió Mortimer J. Adler, en el famoso libro que coescribió con Charles Van Doren, Cómo leer un libro. Una guía clásica para mejorar la lectura. Poniéndonos un tanto perogrullescos, habría que pensar que, realmente, Adler llevó a cabo lo que estaba diciendo: para leer Cómo leer un libro, tuvo que escribirlo primero; llenar de escritura lo que todavía no se podía llenar; un ejemplo de cómo crear un continente creando al mismo tiempo el contenido. Fantástico.

Pero a lo que yo quería ir es a que me parece verdaderamente interesante lo de escribir en el libro, para hacerlo tuyo, o hacerte de él. Yo no escribo mucho. Acaso unas tímidas palabras, unos fugaces acrónimos a lápiz, en el margen, para que ningún espíritu se levante de las páginas y me afee la conducta.

¿Será un temor mítico, reverencial, al mundo de la letra impresa? Bueno, creo que principalmente es que, cuando se trata de libros de la familia, de amigos, de bibliotecas -que son la inmensa mayoría de los que utilizo-, no me siento con ese derecho del que habla Adler. Acaso, ya digo, con el de imprimir unas fugaces notas a levísimo lápiz, y con la promesa tácita de volver con una goma de borrar; promesa que incumplo sistemática e inexorablemente.

En fin. El libro de Adler, muy bueno. A ver si me lo compro, y esta vez, sí, empujado por el consejo del autor, lo ilumino como un monje medieval a escape libre, en místico arrebato, por pura pasión de leer.

No me resisto a poner la preciosa portada de esta edición original del libro:

How to Read a Book (A Touchstone book)
Mortimer J. Adler
“When you buy a book, you establish a property right in it, just as you do in clothes or furniture when you buy and pay for them. But the act of purchase is actually only the prelude to possession in the case of a book. Full ownership of a book only comes when you have made it a part of yourself, and the best way to make yourself a part of it — which comes to the same thing — is by writing in it.
Why is marking a book indispensable to reading it? First, it keeps you awake — not merely conscious, but wide awake. Second, reading, if it is active, is thinking, and thinking tends to express itself in words, spoken or written. The person who says he knows what he thinks but cannot express it usually does not know what he thinks. Third, writing your reactions down helps you to remember the thoughts of the author.
Reading a book should be a conversation between you and the author. Presumably he knows more about the subject than you do; if not, you probably should not be bothering with his book. But understanding is a two-way operation; the learner has to question himself and question the teacher, once he understands what the teacher is saying. Marking a book is literally an expression of your differences or your agreements with the author. It is the highest respect you can pay him.”

jueves, 1 de marzo de 2012

Por qué la gente creativa no hablamos de dinero


Mark McGuinness, en su buen blog Lateral action, da siete razones por las que la gente creativa no hablamos de dinero. Yo me considero gente creativa, vaya esto por delante. Y estoy esencialmente de acuerdo con él y sus razones; que enumero:

1. porque pensamos que no es importante
2. porque no sabemos como conseguirlo
3. porque no sabemos hacernos valer
4. porque no queremos vendernos
5. porque no queremos parecer codiciosos en un trato
6. porque no sabemos sacarle rendimiento al dinero
7. porque no sabríamos cómo gastárnoslo

De todos modos, vamos aprendiendo -del mismo modo que la gente ejecutiva aprende a combinar una corbata con una camisa-; pero seguimos calladitos.