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¿Dónde el conocimiento que perdimos en la información?
T. S. Eliot, Coros de La roca, I



viernes, 10 de julio de 2020

Mal que bien, de Enrique García-Máiquez: cuatro notas


Mal que bien. Enrique García-Máiquez
Adonáis-Rialp. 2019



I.
En los versos de García-Máiquez siempre me maravilló y maravilla su luminosa potencia de creación de significado, con sus particulares estrategias. Se podría decir así: te lleva confiado por esos primeros versos del poema, donde parece que no ocurre nada, donde simplemente has comenzado un paseo con amigo afable y su sintaxis, de un elegante hablar cotidiano. Pero... cuando quieres darte cuenta estás en una caja de resonancia donde se multiplican y adensan los sentidos, pulsados por paradojas, antítesis, contrastes -sí, atentos a esta estrategia sempiterna de los poetas, la estrategia del 2, de lo uno y/sobre/contra/en/dentro de lo otro, tan efectivamente revivida en esta poética-. Quien cierre su vida a un único plano no podrá revivir esa verdad al leer estos poemas, o solo hará un ejercicio imaginativo de poco vuelo. ¿Lo extraordinario y lo ordinario? ¿la belleza de los brillos y la grisalla? Sería un modo de decirlo. Y he aquí una estética de gran calado.


II.
La literatura que habla de literatura, si en eso se queda, con qué poco se queda, y nos quedamos. El negativo de esta idea me vino al leer "Lady Macbeth", porque este poema regala la plenitud del argumento contrario. Si sus versos me trajeron por los nocturnos pasillos del castillo de Dunsinane, observando sobrecogido junto al médico y la dama tras una de aquellas cortinas, igualmente me devolvieron a mí mismo. La intertextualidad que no decanta en intracordialidad para el lector, es viajada palabrería, o poco más. Estos versos me devuelven con nueva claridad a la insistencia con que nos asedian las obsesiones, a las faltas que buscan redención y al desvarío de no dársela... La intertextualidad o los ecos o los aires de familia -como queramos llamarlo-, ha de ordenarse a la distancia estética con que la buena literatura nos invita a la verdadera comprensión de nosotros mismos. Y esas comprensiones solo vienen de la mano de los buenos amigos. ¿La obra literaria como un amigo? Sí, pero de eso hablaremos otro día.

III.
Democracia vertical o diacrónica, plebiscito de gente bienavenida, pausada y sabia... son modos de llamar a la tradición: vital, familiar, literaria, sin la que uno nunca sería su mejor posibilidad. Sin tradición solo queda el silencio: el malo, el envoltorio de la insignificancia. En Mal que bien se celebra la tradición, como todos los días se puede celebrar un café con los amigos, sin estridencias, por el puro juntarse a seguir buscando el bien común, grande o sencillo, que nos conforma y confirma. Presentes los ausentes, por el lenguaje que convoca a la familia, a los amigos, a escritores, personajes, Dios... Yo creo que escribir poemas es siempre un responder a una llamada, entrar inmerecidamente, por la iniciativa de otros, en una cálida casa. Escritura y gratitud son inseparables, como se prueba en este poemario.

IV.
Para Eliot el ritmo del poema debía hacer sus mímesis de los tempos del habla: la oral, la cotidiana, la invisible. Yo creo que el poeta, sin decirlo, camina por ahí con un espejo que refleja esos ritmos anónimos en que nadie se fija, y en que todos vivimos. Es artificio, sí, es un volver a lo que nos compone. Y en el propio volver se reconstruyen, con mayor claridad esos acentos, esos alientos, pausas, compases y medidas... y nos hace conscientes, reconscientes, de lo que permanece mientras pasa: el tiempo que esculpimos, que esculpieron nuestras madres hablándonos con arte en nuestros corazones, que resuena de nuevo en los poemas. No se confundirá el lector si siente, al leer mal que bien estos poemas, una extraña presencia familiar que reconcilia, en la forma y el fondo, con la vida... la mejor, la que intuimos de nuevo -muchas gracias Enrique- en la nuestra.