AVISO PARA QUIEN QUIERA COMENTAR

¿Dónde está la sabiduría que perdimos en el conocimiento?
¿Dónde el conocimiento que perdimos en la información?
T. S. Eliot, Coros de La roca, I



lunes, 31 de enero de 2011

Lee esto, por favor...

Hace un par de entradas, comentaba algo sobre sacar lo que se tiene dentro, en la intimidad, para que no haga daño -pero ojo, que no van los tiros por el psicoanálisis, es algo más cordial y accesible-. Pues dándole alguna vuelta más, llego a la conclusión de que, en esto de la escritura, es vital que haya alguien al lado al que decir "Lee esto, por favor..." Ya sé que es un arma de doble filo, que puede terminar cortándote. Es delicado.

Es verdad que escribes para expresarte, pero también para comunicarte. Que quieres rayar en esa área común de humanidad y buen sentido que supones a todo lector, pero también que hay muchas variables que hacen distinta a cada persona. Que siempre dices más o menos, o de más o de menos, de lo que quieres decir y finalmente dices -me gusta figurarme un dial oscilando nerviosamente, nunca definitivamente estacionado, aunque dentro de una banda de aceptabilidad y con unos extremos borrosos-. Que el lector al que confías tus líneas está obtuso tras un día pesadito, o demasiado lúcido -un exceso de luz también es peligroso (ya lo vimos en la Ilustración)-. Que uno puede estar buscando una gratificación sentimental, por encima de todo, pero que puede encontrarse una coz. Es delicado.

Pero necesario. 

sábado, 29 de enero de 2011

No digas que fue delicioso...

No escribas que fue delicioso, haz que digamos "delicioso" cuando leamos tu descripción.

C. S. Lewis


Un verdadero sabio, este Lewis. El consejo es una de esas reglas de oro de la escritura creativa. A menudo ocurre que el potencial escritor creativo ejerce un control demasiado férreo sobre lo que quiere transmitir, y no desactiva el modo mental expositivo a la hora de la creación. El modo expositivo, clarificador, propio de textos no literarios, disecciona, esquematiza las situaciones, las sensaciones, los sentimientos; es un modo disolvente para lo expresivo. 

Hay que pasar al modo sintético y algo brumoso de lo creativo. Y el consejo de Lewis es la regla de oro.  

viernes, 28 de enero de 2011

Twit-respuestas sobre la escritura

Con ocasión del curso que imparto sobre primeros pasos en la escritura, el Bibliocafé publica en su webpage una twit-entrevista que me hace Esteban Rodrigo.


1ª en @bibliocafe se celebran Talleres Literarios en los que participas como profesor ¿que enfoque le das?
El de la escritura como medio de expresión y potenciación personal, de comunicación eficaz y amable persuasión en un contexto cotidiano.
2ª Eres una persona polifacética, literatura, música… Tu taller se subtitula “primeros pasos”… quiere esto decir que es para aprendices?
Es para cualquiera que alguna vez se ilusionó con la escritura, pero le faltó una introducción. Alguien con una madurez e ilusión mínima.
3º A tu juicio quien es el destinatario de tus talleres, quien consideras tu que le sacará mas jugo, mayor aplicabilidad…
No hay límite de edad, nunca es tarde. Todos tenemos cosas importantes que comunicar, y personas a quienes hacer felices, también escribiendo.
4º Consideras que quien quiera participar en tu taller debe tener bagaje especial o ¿puede hacerlo cualquier persona con formación básica?
Formación básica, ganas de desarrollar un estilo personal en entornos cercanos. Una novela puede venir luego, a partir de este trabajo.
5º Donde pones tu el foco de forma primordial, en el fondo?, en la forma?
Una teoría mínima y útil, y un trabajo sobre formatos cercanos: diarios, impresiones, cartas, blog… La vida cotidiana es hoy comunicación.
6º Dentro de los movimientos literarios actuales en cual te sientes mas a gusto o, si no crees estar en ninguno ¿como te definirías?
Como comunicador y escritor, tomo cosas de estilos muy variados. Especialmente de narradores norteamericanos de la vida cotidiana.

jueves, 27 de enero de 2011

Contar para ser


Este es un cuadro del genial Norman Rockwell, The War Hero. Lo he utilizado alguna vez para hablar de narración, escritura, identidad...

El cuadro te introduce inmediatamente en la escena, hace que quieras responder preguntas, y respondas rápidamente: ¿quién es? ¿qué hace? ¿qué significa la bandera? ¿qué pistas da el cartel y las fotos en la pared? ¿qué está contando? ¿por qué muestra esa expresión en el rostro? ¿qué hacen los demás? ¿qué están pensando?

Guerra, heroísmo, victoria, pero siempre la tristeza del horror, de la pérdida, de la culpa...

Narrar para vivir y ayudar a otros a vivir. La persona y la comunidad.

Tanto lo bueno como lo malo, hay que sacarlo fuera, si no, se pudre y hace daño.

¿Podéis oír el silencio circundante, el mundo que enmudece cuando alguien cuenta con sinceridad su historia? Es sobrecogedor. 

¡Fantástico, Rockwell!

miércoles, 26 de enero de 2011

De la escritura bonsai

Me encuentro en www el siguiente consejo de la escritora Esther Freud:

Confía en el lector. No es necesario explicarlo todo. Si conoces algo a fondo, y le insuflas verdadera vida, el lector también llegará a conocerlo con esa profundidad.

Yo lo llamaría la vía natural de la escritura. Tendemos a complicar las cosas que queremos hacer bien; una complicación que, por cierto, las encorseta, les roba el aire, las desarraiga.

No tengo nada en contra del cultivo del bonsai; incluso una vez tuve uno. Me lo regalaron por reyes, sin manual de instrucciones, y ciertamente yo tampoco busqué uno. El bonsai aguantó estoicamente mi indiferencia, mi ignorancia culpable, mi olvido casi sistemático. Pero dos meses de ausencia estival pudieron con su ataraxia milenaria oriental. Y se secó.

De mi difunto bonsai saco dos metáforas al cuento del consejo de Freud:

1, cuando veo un árbol, creciendo a su aire, sin intervencionismos orientalistas, pienso que hay que confiar más en el buen sentido de la vida misma. Lo antinatural acaba siendo una carga, y una tragedia -véase el párrafo anterior-. Todo árbol es un bonsai que conoció su liberación ya de pequeño. Toda escritura debería fiarse del germen de crecimiento y desarrollo natural que encierra en sí.

2, celeblo esclitol bonsai, liblo bonsai, celeblo lectol bonsai; ¿tú entendel? 

lunes, 24 de enero de 2011

Con (mi amigo) Barthes

Leo en el Sunday Book Review del New York Times, la reseña de un libro de Roland Barthes, Mourning Diary, Diario del duelo, o de la pena. Se trata de un diario que Barthes inicia tras la muerte de su madre, y continúa durante dos años, del 27 de octubre de 1977, al 15 de septiembre de 1979. Con más de 300 entradas. 

Y lo traigo aquí porque, por lo que cuenta el reseñista, aparece un Barthes distinto del agudo crítico literario estructuralista, defensor de la experimentación, del juego creativo sin restricciones, de la disolución e invención de la identidad en la escritura. Al final, sólo quedaban las estructuras, los textos; los sujetos, como también dijo el amigo Foucault, se hacen y deshacen, como un rostro dibujado en la arena de la playa que no aguantará a la próxima ola. 

Bien, pues muy distinto es este Barthes. Porque en el Diario hay constantes: el dolor, la culpa, la depresión, la soledad, el intento de conseguir controlar racionalmente todo aquello... Así que a través de la constancia emerge un sujeto, una persona, finalmente, más allá (o acá) de la escritura. 

Hombres y mujeres que se hacen y deshacen, unicornios, realismos mágicos, mil mentiras, fantasías, volutas de raciocinio pedaleando sobre la nada, como quería Kant. Es que "el papel lo aguanta todo", que ya decía mi abuelo, que no era crítico estructuralista. Pero en la vida tuya y la mía, la de los sufrimientos y las alegrías, todo tiene una tozudez sorprendente. Hasta hacerte caer del burro.

Emerge un Barthes, humano, en ese escenario -el de todos nosotros- donde descubrimos al otro, donde puede surgir la comprensión, la amistad.

viernes, 21 de enero de 2011

Contra (mi amigo) Barthes

La escritura es ese lugar neutro, compuesto, oblicuo, el blanco y negro donde acaba por perderse toda identidad, comenzando por la propia identidad del cuerpo que escribe. 

Todo lo que pienso con respecto a la escritura es justamente lo contrario de esta frase de Roland Barthes. La escritura no es un lugar neutro. Con López-Quintás pienso que es un encuentro de dos ámbitos, dos mundos, como mínimo: el de la cultura y el de la persona que escribe. No hay nada neutro. No vamos a la escritura a zarpar desde ningún grado cero. Zarpamos desde la cultura, la historia, la propia personalidad, desde el último capítulo de nuestra identidad narrativa, y vamos hacia un destino que nos parece posible, en algún tipo de continuidad -crítica, o no, de mil modos matizada- con esos presupuestos, puntos de partida, con esa narración que es nuestro intransferible vivir.

La escritura no es un lugar para la pérdida de la identidad, no es el andén para la evasión; si ha de justificarse humanamente, ha de ser para el refuerzo, para la aclaración y la mejora de la identidad; para la valentía de ese ejercicio dinámico, ético, cotidiano, de ser persona. De ser el mismo, aunque no se sea exactamente lo mismo.

La escritura no es una lejía milagrosa.

miércoles, 19 de enero de 2011

Leer lo cercano

“Um cabelo limpo e bonito, com corpo, começa no couro cabeludo”. Llevo unos días leyendo esta frase cada mañana. Lo que sé de portugués lo he aprendido en el lavado del pelo, y allí, a esas horas de la mañana, tiene lugar la primera escuela del día. Desde hace algún tiempo, solo utilizo champúes bilingües, y desde luego han de estar en portugués: será una sinestesia, pero pienso que para el cabello se necesita un idioma sedoso y sensible: “cabelos ressecados e quebradiços”, “crescimento”… Y, además, los idiomas exigen perseverancia, tiempo para asentarse, llegar a las raíces del hablar, compartir estructuras con el idioma materno, quizás revelar unos antepasados comunes: no puedo evitar un estremecimiento cuando descubro en el “não só auxilia o crescimento dos cabelos como evita a queda” al nieto luso del clásico “non solum… sed etiam”. Así las cosas, nunca compraría un champú monolingüe: sería algo más propio de un mundo premoderno que todavía desconociera las redes de la globalización.

Por otro lado, mi módico holandés procede del desayuno, del energético mundo de los cereales. Los cereales son menos poéticos que los champúes, pero –nunca mejor dicho- van al grano: ‘Rijst’, ‘suiker’, ‘melk’ (arroz, azúcar, leche). Estamos en centroeuropa, en el explosivo ámbito del monosílabo, o casi, que las lenguas germánicas utilizan para nombrar las realidades más materiales. No puedo evitar recordar el “frumentum flagitare” con que Julio César exigía trigo a las tribus en sus correrías por la Galia. Algún día habrá que viajar a Holanda, a comprobar si la luz de Vermeer tiene verdaderamente la misma contundencia que la de los monosílabos. Mientras tanto “Lees hier meer” (lea más aquí), continúa la parte holandesa del prospecto.

Mi alemán también se ve beneficiado, esta vez a la hora de la comida, por el marketing del vino. La lectura en voz alta de una frase como “Winen die ihre frischen und fruchtigen Primäreigenschaften noch bewahren” antes de beber, es una segura gimnasia de palatales para despertar el paladar. Y ocasionalmente repaso el italiano si tengo que recurrir a algún producto de limpieza.

A través de estas peculiares lecturas, conocer el portugués capilar, el alemán vinícola, el holandés de los cereales, o refrescar el italiano por el campo del saneamiento del hogar, puede parecer una excentricidad, pero no carece de un interesante sentido. Salvo por la inmersión en una cultura, un idioma solemos aprenderlo por parcelación: dominaremos la parcela en la que vivimos a diario, porque necesitamos vivir ahí. Incluso un inglés aprendido a través de un método, no deja de ser el idioma de la parcela “método para aprobar los exámenes y conseguir el título”; pero necesitará validarse y encarnarse en el ancho mundo de la cultura anglosajona vivida. Desde una parcela colonizamos otras, nos animamos a dedicar más tiempo y ampliamos el interés. Surgen otras lecturas. Y al mismo tiempo, reforzamos el idioma propio. Ganamos sensibilidad lingüística, que revertirá en nuestro modo de elegir sinónimos, de cuidar el uso de reglas gramaticales cuando vengamos a hablar y a escribir. Dada mi situación personal, hoy sólo puedo atreverme a pequeñas parcelas. 

Además, en nuestra sociedad postmoderna, la lectura viene estabulada en ranuras y resquicios, pequeñas superficies que pasan por la película cotidiana, ese largo “corto” casero cuyos fotogramas se confeccionan cada día al ir por ahí con los ojos abiertos: etiquetas, carteles, posters, cajas, bolsas, envases, anuncios luminosos. La globalización suele allegar caóticamente, en pequeñas dosis imprevisibles, pequeños encuentros con lo otro y su idioma. Necesitamos saber un número de palabras en otros idiomas. Leer etiquetas es un signo de actitud correcta, abierta al mestizaje, a la atención a lo otro y lo nuevo. No cuesta apenas nada y desarrollamos un medio de lenguaje que podríamos llamar ‘globalizañol’ o ‘globalish’.

Este texto procede de mi libro Leer o no leer. Sobre identidad en la sociedad de la información, del apartado "De lo leído".

lunes, 17 de enero de 2011

La antropología, si breve...


La antropología, si breve... dos veces antropología. Lo breve por lo breve no sé si gusta a alguien. Quizás a quien vaya empujado por el remolino de las prisas, y quiera que todo termine pronto para pasar rápidamente a lo próximo... y seguir corriendo. No es algo recomendable.

Ha de haber un bien genuino envuelto en esa brevedad. Aquí lo hay, se trata de Antropología breve de Juan Manuel Burgos -editado por Ediciones Palabra y Nueva Revista de Política, Cultura y Arte-, una versión abreviada de su anterior Antropología: una guía para la existencia. El bien: una narración de lo que nos hace ser hombres y mujeres... y de lo que hacemos para serlo del mejor modo. Una narración expositiva, pero narración, donde el hombre va atravesando sus diversas dimensiones con un sentido de unidad. 

Una narración extremadamente útil a partir del concepto de persona. Útil porque necesitamos responder con buenos argumentos a tantas preguntas cotidianas por este o aquel aspecto de ser hombre. Pisamos un suelo sorprendentemente movedizo, propio de épocas de transición, de cosas que acaban y de nuevas realidades que podrían venir, que se columbran sobre el horizonte. Un suelo alfombrado de vías rápidas, de comunicación constante. Hay que responder a los hijos, a los alumnos, a los amigos, al portero del garaje, a la adolescente, al jefe, al mail, al cónyuge, a las urnas... 

Pues a eso viene este breve libro de Juan Manuel Burgos, a proponer respuestas en 155 páginas de síntesis, de claridad, y lo que más me gusta... de misterio, del misterio de ser persona, sin miedos, con ilusión. La ilusión de lo breve, que no es de que algo se acabe pronto, sino de ser una asequible puerta, una introducción a la verdad que hace que nos brillen las pupilas.

viernes, 14 de enero de 2011

Sobre la Técnica Alexander


Hace ya unos cuantos años tuve una experiencia de esas que, sin preverlo, te acaban dejando una huella constante. Me habían contratado para trabajar como intérprete de un profesor norteamericano de Técnica Alexander, que impartía un curso de varios días a profesores de música en un conservatorio. A medida que iba haciéndole la traducción consecutiva, fui descubriendo un mundo fascinante. Con el paso del tiempo, pensando muchas veces en aquello, he llegado a darle un título, y así he podido acabar de entender la esencia de lo que aquel profesor estaba contando: la sabiduría del cuerpo.

La Técnica Alexander tiene una bonita historia humana en su origen: un actor australiano, Alexander, está muy preocupado: un poderoso miedo escénico se va apoderando de él en el transcurso de cada representación,  congela sus músculos, le hace sudar; como un par de manos asesinas le estrangula la garganta... hasta quedarse sin voz. Pero Alexander tiene la serenidad y la voluntad de superación para analizar el problema: "¿qué pasa en mi cuerpo cuando se desencadena este proceso?". Va repasando en qué músculos comienzan las tensiones, cómo cambian las posturas de sus miembros, y se decide a rectificar lo erróneo. Su frase genial es "Arriba y hacia delante", como Arquímedes "Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo" o Descartes "Pienso, luego existo". Pero no se trata de hacer un esfuerzo, se trata de dejar de hacerlo, de que el cuerpo haga lo que tiene que hacer, de mantener una actitud postural, principalmente en ese triángulo formado por los hombros y la cabeza. Alexander se fija en niños muy pequeños: observa su columna vertebral, cuello, cabeza, hombros, el modo relajado de andar: es todo tan natural... es esa la naturalidad que él necesita para actuar sobre las tablas. 

Alexander llegó a dominar este método de higiene postural, tanto que se dedicó profesionalmente a difundirlo. Entre actores y músicos tiene una gran aceptación.

Y lo que está en la esencia es esa sabiduría que está en el cuerpo, en la persona, en todo lo que llamamos natural. No es pura "res extensa" que dice Descartes y nuestra Modernidad tecnicista nos empuja a manipular para tener más "calidad de vida". No. Hay un sabio encerrado allí. Hay que saber escucharlo, dejar que hable, evitando tantas prisas y urgencias, costumbres antinaturales con que lo hemos aherrojado. No se trata de hacer algo con nuestro cuerpo, sino de permitir que él haga lo que sabe que tiene que hacer. Los griegos y los romanos eran muy sensibles a escuchar a ese sabio que estaba en la naturaleza. Lo que queda en nuestra cultura de esta sabia atención a lo natural se lo debemos esencialmente a ellos. 

Y esa escucha no es un puro hacer "lo que te pida el cuerpo": el cuerpo nunca pediría algo que fuera contra él. Pero también es verdad que esa voz natural ha de ser integrada en la persona: es la persona, y no solo el cuerpo, quien declama con inteligencia y sensibilidad a Hamlet, o adapta un adagio de Bach a las posibilidades del trombón de varas, o sabe transmitir confianza y esperanza al otro. Creo que Alexander estaría de acuerdo con esta opinión, tan clásica y sensata:

Beata est ergo vita conveniens naturae suae
Es feliz la vida que está en armonía con su propia naturaleza
(Séneca, Sobre la felicidad, III, 3)

miércoles, 12 de enero de 2011

Sobre "No puedo olvidar tu rostro" de Mary Higgins-Clark


I.
-Doctor, doctor, he leído No puedo olvidar tu rostro, de Mary Higgins-Clark.
-¿Qué es lo que se nota?
-No sé... es difícil de describir, como si me hubiera tragado tres kilos de algodón de azúcar, ¿sabe? un regustillo a fresa sintética en el paladar que no se va.
-¿Y luego muchas ganas de comer?
-¡Efectivamente!
-No se preocupe entonces, es el proceso habitual. Mary Higgins-Clark es novela champú, te lava la cabeza, y luego a otra cosa. No se obsesione, no le busque tres pies al gato, simplemente hay que ajustar el tipo de lectura al libro concreto. Ahora léase Los hermanos Karamazov, de Dostoievsky, una sesión cada ocho horas: es material extremadamente sustancioso. Si nota que se marea en algún momento, déjelo con mucha calma, y simultanéelo con Por siempre mía, de Higgins-Clark. Un buen lector ha de adquirir hábitos de inteligencia, sensibilidad, autocontrol, humor.. una cuestión de equilibrio.
-¿Cree que alguna vez lo conseguiré, Doctor?
-¡Claro! 

II.
La verdad es que es adictiva, hay que tener cuidado. Pero ha sido todo un redescubrimiento: acabada la novela, cierro los ojos y me viene a la cabeza Los ángeles de Charlie, Falcon Crest, glamour, psicópatas, series televisivas y tú con la modorra de sobremesa, la esquina de Madison con la Quinta, "tiene derecho a hacer una llamada a su abogado", giros inesperados de último segundo, "¿Salimos a tomar unas pizzas?, OK, Lou, desvía las llamadas a mi contestador, ¿quieres?", oigo los últimos vagidos de los Bee Gees, Thriller de Jackson... y todo aquel universo de modernidad USA que venía en los 80's. Una vuelta a todo aquel mundo pre-teléfono móvil y pc, que hace que para mí Higgins-Clark esté mucho más cerca de Agatha Christie y Wilkie Collins que de los best-sellers de ahora.

III.
Un buen champú no es cosa que despreciar. Pero tampoco se trata de coleccionarlos. 

lunes, 10 de enero de 2011

La calma y la tormenta


Cuando escribo estas líneas todavía es domingo. El adverbio del domingo es "todavía"; el domingo comparte esencia con las botellas a un cuarto, con las lunas sin brillos de los escaparates, con la calma antes de la tormenta. Sé que exagero. El lunes no tiene por qué ser tormentoso. Pero comparte esencia con la botella de gaseosa recién tapada a presión, con los excesivos brillos de todo, con algo de ese escenario dinámico e imprevisible que Joseph Conrad cuenta en su trepidante y breve novela Typhoon -Tifón-.

El adverbio del lunes es ¡ya!, y después de este prolongado domingo navideño, es ¡ya, ya, ya!, ¡todos a sus puestos!

viernes, 7 de enero de 2011

Regalo de Reyes: Konitz y Marsh en diálogo


Si tuviera que aconsejar un cd para coger afición al jazz, este sería uno, el que me han traído sus Majestades los Reyes Magos: el del saxo alto Lee Konitz y el tenor Warne Marsh, en diez temas; un álbum que recibió en aquel 1955 de su salida las cinco estrellas de los críticos de la revista Down Beat -la Guía Michelin del jazz, en aquel momento, y cinco estrellas, pues como si dijéramos pata negra azabache-.  

Konitz y Marsh hacen allí cool jazz, una música menos frenética y agresiva que el hard bop que entonces se prodigaba en la costa este norteamericana. Más agradable y accesible.

A mí me recuerda a una conversación: alguna vez ocurre que en una cafetería o un pub te encuentras al lado de una pareja que habla en un idioma que desconoces; no entiendes ni una palabra, o pocas, pero lo que te llama la atención es la música: el tono, el timbre, la emisión, la tesitura, los silencios, el andante o el allegro, las ligaduras que encadenan las palabras o el stacatto con que se subraya algo que -te figuras- debe ser muy importante. Si la pareja es vocalmente buena, te has encontrado con un inesperado rato de jazz. Como esta inesperada conversación de Konitz y Marsh a la que me han invitado los tres Reyes Magos. 

miércoles, 5 de enero de 2011

Los Reyes Magos, San Nicolás y Pagano-el


Pobre San Nicolás, le ha caído una santidad ingrata (al menos a este lado de los Pirineos). Durante todo el año trabaja a destajo: que si que llegue a fin de mes, que si pagar esta factura, que si... Sancte Nicolae, curam domus age! -que dice la invocación tradicional-, que nuestro hogar no se arruine. Y ahora, con la crisis global, a troche y moche. 

Y cuando el buen santo podría tomarse unas minivacaciones, ya que llegan los tres Reyes a hacer el turno de invierno, va y le sale esa caricatura inmerecida de Pagano-el: cualquier desaprensivo se hace con unas barbas blancas y un gorrito rojo, y ale, hasta lo más indecoroso y zafio tiene ahí su pasaporte a la Postmodernavidad.

Hay santidades y santidades, hay que reconocer que a los tres Reyes les ha salido muy bien en la tómbola cultural: sus representaciones son por lo general dignas, todo colorido, exotismo, bondad. No hay nada como salir en el Evangelio de San Mateo. San Nicolás, por el contrario, tiene su imagen sencilla, callada, de hacendoso administrador de nuestras estrecheces, cuya historia no nos acaba de interesar mucho, y a quien solemos olvidar en cuanto se cumple la petición.

En fin, ahora que es el momento de hacer propósitos para el año nuevo, por lo que a mí respecta, prometo tratar mejor al santo... a ver si vienen brotes verdes de verdad.

lunes, 3 de enero de 2011

Cuatro notas sobre "Vinieron como golondrinas" de William Maxwell


I.
No sé si voy a ser muy justo con el libro. Por eso, vaya por delante que mi lectura de Vinieron como golondrinas, de William Maxwell ha sido intermitente, y que el último intervalo fue de siete días. Hoy le di el empujón final. Mi conclusión es que el libro -que no es largo- se merece ser leído en tres sentadas, en tres días consecutivos. La cosa, me parece, se escribió para ser leída así. Y yo no lo he hecho. En fin.

II.
El libro me ha enganchado en la última parte. Seguramente es cuando ajusté mi ritmo de lectura a su metrónomo. En las dos primeras partes no lo hice. No conseguía cogerle el interés en medio de las anécdotas de un chavalillos simpáticos y una madre impresionante. Seguramente esta primera percepción me despertó un instinto de autodefensa: "Aquí tenemos otra novela de gente buenísima y esas cosas que les pasaban a los americanos de los años 40; así que subamos el listón de las expectativas, y a ver si lo pasa". Voy escribiendo todo esto y me voy dando cuenta de que no hice una muy buena lectura. Tenía que haberle dado más crédito, tiempo, atención. Pero muchas veces la vida viene así, sin facilitar mucho las cosas. Justo como lo que cuenta la novela. 

III.
La verdad es que lo que principalmente me consiguió interesar fue el desenlace: la figura del marido y padre en medio de una coyuntura difícil. Ahí la novela pulsa un acorde universal, ahí resuena el matrimonio, la maternidad, la paternidad, con sus imperfecciones; pero el acorde llega nítido, y emocionante.

Sí, es algo más que un relato de americanos buenísimos, a los que les pasa lo que le pasa a todo el mundo en esta vida. Y ciertamente, una buena historia familiar, si está bien escrita, lleva las de ganar conmigo. 

IV.
Un buen libro puede demostrarte -una vez más- que no eres un lector perfecto; pero que él tampoco esperaba que lo fueras.