AVISO PARA QUIEN QUIERA COMENTAR

¿Dónde está la sabiduría que perdimos en el conocimiento?
¿Dónde el conocimiento que perdimos en la información?
T. S. Eliot, Coros de La roca, I



viernes, 30 de abril de 2010

Leer lo que sea

A veces, al conversar sobre la educación en la lectura, he escuchado el siguiente argumento: “Que lean lo que sea, lo importante es que lean”. Reconozco la buena voluntad de la propuesta, pero podemos hilar más fino, y eso nos inviste de una especial responsabilidad. Leer lo que sea es como comer lo que sea, vestir lo que sea, ser lo que sea. Es un modo de devaluar la lectura, como se devalúa el comer o el vestir, y finalmente uno mismo.

Este argumento que acabo de llevar al extremo en la teoría, ya ha sido desgraciadamente puesto en práctica hasta el absurdo: puede contarse casi un lustro desde que a las empresas del calzoncillo les dio por fomentar la lectura de “lo que sea”, y lo que sea era y sigue siendo el ribete superior del gayumbo. Calzoncillo visto (ablativo absoluto), se puede leer una marca comercial, pero también da para el estribillo de una canción, o una ristra de runas élficas, o el lacónico sino de Vercingetorix al final del libro VII de la Guerra de las Galias. Menos es más. Menos humanidad es más lo que sea.   

jueves, 29 de abril de 2010

Leer en cuerpo y alma

Benedicto XVI, en su encíclica Deus caritas est, recoge un breve sucedido de la vida de Descartes, contado en sus Oeuvres (V. Cousin, vol 12, París, 1824, pp. 95 y ss.):

El epicúreo Gassendi, bromeando, se dirigió a Descartes con el saludo: «¡Oh Alma!». Y Descartes replicó: «¡Oh Carne!». -Y continúa el Papa- Pero ni la carne ni el espíritu aman: es el hombre, la persona, la que ama como criatura unitaria, de la cual forman parte el cuerpo y el alma.

En el ámbito de la lectura, he llegado a una conclusión muy parecida: ni la carne ni el espíritu leen, es la persona quien lee. Lo digo porque, a mí me sirve como criterio para descubrir buenos libros, y para leer con todo el aprovechamiento posible. Creo que no hay que dar muchos ejemplos de literatura que apela a lo reactivo-instintivo en la persona, operando un obstruccionismo de la inteligencia, a modo de tapón o estreñimiento anímico. Como si se leyera con los genitales y poco más. Ni tampoco de otra literatura que habla de intrincadas exquisiteces intelectuales, a modo de colitis cerebral aspergida a la atmósfera, como nube tóxica bienoliente que no toca suelo.

Creo que la buena literatura no desatiende la unidad del lector, en cuanto persona, en todas sus dimensiones: sensibilidad, imaginación, afectividad, inteligencia.     

(Y no es una crítica a todo best-seller, pues los hay inteligentes).

miércoles, 28 de abril de 2010

Lectura desde la sabiduría

Leo en el ABCD las artes y las letras que el profesor Harold Bloom en breve tendrá nuevo libro publicado en castellano: Ensayistas y profetas. El canon del ensayo. Bloom suele escribir polemizante, hace pensar. Cuando he pensado a su hilo, con unas cuantas cosas no he estado de acuerdo, con otras sí. Por ejemplo, aquella idea del canon literario: me parece que es un ejercicio necesario. Luego tendremos que debatir quién entraría y por qué.  

Ahora, en Ensayistas y profetas, presenta un canon de críticos. En el ABCD aparecían fragmentos, y me llamó la atención lo que comentaba de Samuel Johnson:

Johnson nos enseña que la autoridad de la crítica como género literario depende de la sabiduría del crítico como ser humano y no de la corrección, o incorrección, de alguna teoría o praxis.

Olé, Mr. Bloom. Al final, el crítico es un señor o señora que lee, y no se transforma en un buzón, no deja su humanidad en el paragüero, cuando lo hace. Uno da lo que tiene, y tiene lo que es, y es lo que hace lo que tiene por bueno ser. Se es sabio o no se es; se lleva el código de barras de una ideología o no se lleva. Y a todos nos gusta más el primer tipo de persona-lector-crítico.

Creo.

martes, 27 de abril de 2010

Leer el yo

El yo también ha de leerse, pero sin abusar, y siempre en la estela o en diálogo con un tú. Aquí hay una lectura que le hice, publicada en Nueva Revista (Febrero 2009, "Lámpara magica. En un rincón inadvertido: unos poemas de José Manuel Mora"), gracias a la cortesía de Gabi Insausti.

Rydal Water

Hay una rinconada en el Lake district,
la llaman Rydal Water, aparece
en los poemas de Wordsworth. Recuerdo
el ascenso, la cordillera mansa,
en herradura. Arriba, ya sólo
un duro cielo, la hierba castigada
del verano, los versos de un poema.
Para ver Rydal Water recorrí
la herradura, sin fin, como el cansancio,
me asomé con los ojos del asceta:
estaba, y no estaba, la corriente,
la isla recoleta, el robledal
oscuro, los alisos con la presencia opaca
que cela allí el ser mismo de las cosas.
Estaba y no estaba. Quién.
                                            De noche,
a salvo nuevamente entre rutinas,
supe que nunca más vería Rydal Water,
aquel reflejo ajeno en la mirada
del extraño que siempre va conmigo.

domingo, 25 de abril de 2010

Atención a este hombre, sabe leer

Me puso sobre su pista mi amigo el saxofonista Neal Battaglia, y se llama Joshua Redman. Luego, un alumno, Nico, me dejó un cd. Ahora ya no tengo duda: Redman es un gran lector.

¿Qué tiene que ver un saxofonista de jazz con la lectura? Bueno, para mí la lectura ha de ser implicativa, si no, será otra cosa. Implicativa: donde el lector se compromete con el texto, se entrega, se inserta en él, y hace que el texto pase a formar parte de su vida. El texto son unas palabras, el lector puede integrar esas palabras, ideas, sugerencias, y hacerlas fructificar en su vida.

Eso es lo que hace un jazzista: lee el tema, y lo asimila, encontrando en ese tema una inspiración y una sugerencia, para seguir viviendo musicalmente, para expresarse y comunicar. Y eso lo hace implicándose, y si es sincera y bien hecha esa implicación, será creativa, y ahí viene la improvisación. ¿Cuántas versiones hay de A Night in Tunisia? Tantas como días posibles en la vida de un músico, y eso multiplicado por todos los músicos posibles. Incalculable, como el misterio de la persona.


A Night in Tunisia, Joshua Redman

sábado, 24 de abril de 2010

Saber, sabor

Un amigo me recordaba hace poco la común etimología de saber y sabor: hemos de irnos a ‘sapere’, y de ahí viene también sapiencial, sabiduría. El conocimiento sapiencial, la sabiduría, es un conocimiento que experimentamos, un saber siempre en primera persona del singular masticando, un saber con sabor. Contrariamente, la mayor parte de las cosas que enseñamos y aprendemos no están saboreadas, no pasan por la experiencia. Así no puede haber sabiduría.

Quien aprende a leer, saborea. ¿Para qué le sirve al hombre conocer todas las cosas del mundo, si no las saborea? El mito del rey Midas es pertinente aquí. Su maldición era no poder comer, pese a convertir todo en oro. Igualmente, nosotros podemos convertir en dinero todas las cosas, pero parece que esa curiosa habilidad nos incapacita para saborear lo convertido. La mitología lo dijo ya casi todo.

Quien la leyó, lo sabe.

viernes, 23 de abril de 2010

Día del lector, Feria de la lectura

San Jorge, 23 de abril, las inercias mediáticas nos trompetean: "Hoy es el día del libro", "Hoy comienza la feria del libro". Día del libro, Feria del libro... vale, pero puestos a celebrar, celebremos mejor la actividad, y no el instrumento; celebremos a la persona, y no la cosa. "Día del lector", "Feria de la lectura" suenan mejor, ¿verdad?

Un sencillo ejemplo: nos chirría "Mundial del balón", pues ya que se trata de hacer algo mundial, preferimos que el centro lo ocupe una actividad y no un objeto. En cambio, para el día de hoy, hacemos una metonimia de la parte por el todo, del instrumento por el fenómeno.

Sería un día mejor aprovechado si lo inviertiéramos en exaltar, fomentar, explicar, la lectura; y junto con ella, y por ella, a las madres y profesoras que troquelaron en nosotros los cálidos y delicados canales para la lectura en nuestra inteligencia y nuestra sensibilidad; y a los maestros que continuaron en nuestros espíritus esa presencia de gracia; y a los que editaron los libros que tanto nos influyeron, y a los que los distribuyeron, exhibieron, vendieron; y a los que aconsejaron y criticaron; y a los que nos regalaron libros, y a los que regalamos con un libro, y lo leyeron con la entrega de un mocoso a un helado, y a los que todavía están indecisos, al borde de la lectura.

Un día en que podríamos celebrar esa misteriosa fibra de nuestra identidad.

jueves, 22 de abril de 2010

D. Federico, la lectura nos santifica

Dice D. Federico en Así habló Zaratustra:

El tú es más antiguo que el yo; el tú ha sido santificado, pero el yo, todavía no: por eso corre el hombre hacia el prójimo.

Verdaderamente, es el tú lo primero que se conoce, antes que el yo. El autoconocimiento es un juego de reflejos, sólo se da al volver a casa. Nuestros ojos tienen vocación de tú.

En el juego de reflejos, la ruta de la lectura es la senda primigenia. Los ojos leían mucho antes de que se pudiera ser escriba en Súmer.

Leemos al otro, y sólo con esa lectura podemos volver al yo.

Querido D. Federico, no se enclaustre en el yo, la lectura nos santifica.    

miércoles, 21 de abril de 2010

No empuje, por favor: estoy leyendo

Acabé de leer Los Buddenbrook, de Thomas Mann, y pensé: "Qué uso tan amable de la ironía". Entonces, inconscientemente se puso a vibrar la varita de zahorí, esa que busca relaciones, paralelismos, coincidencias, y me acordé de El Quijote. En ambas obras la ironía está templada por la humanidad, en ambas experimenté una gratísima sensación de habitar la digna casa de los hombres. No era la ironía que deslumbra, que fustiga y juzga bajo una sonrisa malévola, que empuja sin miramientos al lector a que se una al atropello, a las visiones maniqueas, al sarcasmo de la caricatura. 

Era la ironía que no sacrifica a nadie, y mucho menos al lector. La que respeta nuestra libertad, inteligencia y sensibilidad de lectores, nuestra dignidad personal. 

martes, 20 de abril de 2010

Leer la ausencia

Relato: ‘relatum’, supino del verbo latino ‘fero’, traer. Relatar es traer, traer por necesidad lo que no estaba aquí, lo ausente.

Qué pobre es una vida sin relatos, como cuando se va a visitar un piso-piloto (curiosísima expresión): la desnudez es tanta que hasta se multiplica en el eco de nuestras palabras; la frialdad visual provoca en nosotros un movimiento anímico de defensa y autoconservación, y nos ponemos inmediatamente a poblar imaginativamente el lugar con tresillos, pinturas, lámparas, alfombras, y estanterías rebosantes de libros.

Por la lectura literaria poblamos nuestra vida: seguimos a esa voz que relata, que trae lo todavía ausente. La desnudez interior personal es una ausencia, pero la ausencia no es la nada. La ausencia es el negativo de la presencia. Así que por nuestras ausencias encontramos el hilo de Ariadna que nos conduce a las presencias necesarias. El hombre es un ser llamado al perpetuo juego de las ausencias. El relato es uno de sus juguetes favoritos.

sábado, 17 de abril de 2010

Leer el vértigo

Qué lejos quedan las palabras de las cosas. Me he acordado de un comentario de Luis Alberto de Cuenca sobre el tremendo laconismo de César en este texto del final de La guerra de las Galias:
Ipse in munitione pro castris consedit; eo duces producuntur. Vercingetorix deditur, arma proiciuntur.
(Él mismo se sienta en las fortificaciones frente al campamento; allí son llevados los jefes. Vercingetorix se entrega, las armas son arrojadas a sus pies).
Tras todas las vicisitudes, tras todo el desfile de personajes vivos y muertos, al final de toda esa narración de ocho años de guerra en las Galias, culminada en la derrota de los galos y la rendición de Vercingetorix, viene esa docenita de palabras más una. ¿Cómo no sentir un fuerte empujón en la espalda, este frenazo estilístico que nos clava en tierra, mientras la inercia nos lleva a querer ver más? El latín, mucho más que el castellano, genera esta potencia vertiginosa.
También –aunque por motivos no enteramente coincidentes- lo experimentamos al leer el Evangelio de Lucas, 2, 7:
Et peperit filium suum primogenitum; et pannis eum involvit et reclinavit eum in praesepio…
Si con nuestra sensibilidad de hoy pudiésemos ir a Alesia, o a Belén, querríamos  rellenar con palabras el gran hueco del misterio y de la grandeza. Pero al final, ¿qué ganaríamos si lo empalabráramos? 
Y sin embargo, las palabras son ese único puente, humilde y precario, hacia lo que nos trasciende. 

jueves, 15 de abril de 2010

Leer, tejer



Una vez se me ocurrió que leer es como tejer. Volvemos al texto, como al tejido, con la aguja de la lectura, una y otra vez. Leer es entrar y salir, entrar y salir… dejando un hilo. ¿El hilo? Me imagino a La encajera de Vermeer introduciendo y sacando una aguja que, al dibujar su bucle en el aire, muestra un hilo invisible; o digamos que ese hilo tan misterioso viene desovillándose de algún delicado lugar. Cuando levanta la aguja, la encajera por allí la pasa, y allí tinta el hilo, y así lo vuelve al tejido, y sólo lo vemos en la trama, perlado ahora, irisado después; de grana, o zarco, o del guiño del azabache… Y al final queda lo tejido, y la encajera –como nosotros- sabe que algo suyo va en ese pedazo de tela con que se viste, al leer. 

martes, 13 de abril de 2010

Imagine (un préstamo de Lennon para titular un deseo sobre la lectura)

Pues con esto del pacto educativo, me he puesto a imaginar, como hace el difunto ex-beatle en la conocida canción.

Imagine que sólo se pudiera suspender por no traer la novela a clase.

Imagine que llegamos a las PAU con la paz de espíritu de no saber lo que es un lexema.

Imagine que, bueno, sí sabemos lo que es un lexema, pero es porque, un día, alguien en el aula leyó en voz alta lo siguiente:

"¿Es posible, señor hidalgo, que haya podido tanto con vuestra merced la amarga y ociosa lectura de los libros de caballerías, que le hayan vuelto el juicio de modo que venga a creer que va encantado, con otras cosas deste jaez, tan lejos de ser verdaderas como lo está la mesma mentira de la verdad?"

y preguntó a continuación: "¿ocioso?, ¿es bueno o es malo?". Y en leyendo y comentando el dicho pasaje nos suspendimos en un sabroso coloquio sobre la buena crianza de las palabras, y fue tan grande el gusto en platicalle, que aunque nos hallara el día de mañana entretenidos en el mesmo cuento, holgáramos que de nuevo se comenzara.

lunes, 12 de abril de 2010

Un deseo para el pacto educativo

Por lo que concierne a este blog, yo haría una propuesta para el pacto educativo: la enseñanza, de verdad, de la lectura y la escritura.

Si hay que hacer campañas de fomento de la lectura, desde fuera del aula y para fuera del aula, será que en el aula se hacen muchas cosas, pero allí no se lee o se lee poco.

Si instituciones privadas organizan cursos de escritura –y me parece muy bien: colaboro con algunas-, y los chicos y chicas con inquietudes humanas y humanísticas se acercan a ellos como a un oasis, será que en el aula no hay tiempo ni intención de que allí se escriba.

El problema de estas acciones no es que sigan la lógica del “a mayor abundamiento”, sino la lógica del “en vez de”. Si, como ya se desprende de los números inclinados del informe Pisa, y de tantos otros números, estas acciones quieren llenar un hueco, ¿qué estamos haciendo en el aula “en vez de” leer y escribir?


Si en un pacto educativo se puede tomar alguna decisión sobre directrices generales, evitemos el "en vez de" la educación. 

sábado, 10 de abril de 2010

Leyendo a Maigret

Me (vid. II) termino de leer Maigret en Nueva York, de Georges Simenon. En un momento inopinado, Simenon da un dato, a simple vista innecesario para el trote de la acción: se remonta a los años parisinos en que estaba en activo el ahora ex-comisario Maigret, y cuenta cuál era su sistema habitual de trabajo. Parece una digresión innecesaria, una breve concesión, ¿a qué?

Si la trama de la ficción es un túnel por el que circulamos, atentos sólo a aquel punto final, a la boca del túnel que enmarca algo que todavía no apreciamos bien en la distancia, ¿para qué abre Simenon esta ventana lateral? ¿es un recurso para sosegar la inquietud del lector, para “despejar” por unos instantes su mente? ¿un rallentando en el tempo de narración? ¿qué nos trae esta luz inesperada?

Durante días, a veces semanas, se empantanaba en un caso, hacía lo que tenía que hacer, sin más; daba órdenes, se informaba sobre unos y otros, al parecer muy poco interesado por la investigación, y a veces en absoluto.

Ello se debía a que, durante ese tiempo, el problema no se le aparecía sino bajo una forma teórica: tal hombre ha sido asesinado en tales y tales circunstancias; los sospechosos son Fulano y Mengano.

Esa gente, en el fondo, no le interesaba. No le interesaba todavía.

Y de pronto, en el momento en que menos se lo esperaba nadie, cuando más desanimado parecía por la complejidad de su tarea, se ponía en marcha el mecanismo.

(…) Maigret, de repente, parecía más premioso, más pesado; apretaba la pipa entre los dientes de un modo inusual, fumaba a bocanadas lentas y muy espaciadas, y miraba a su alrededor con expresión casi solapada: en realidad, estaba totalmente absorto en su actividad interior.

Ello significaba, en definitiva, que los personajes del drama ya no eran, para él, entidades, peones o marionetas; se habían convertido en hombres.

Y Maigret se metía en la piel de esos hombres; sí, se empeñaba en meterse en su piel.

¿Acaso no iba a ser capaz él de pensar, de revivir, de sufrir lo que uno de sus semjantes había sufrido y vivido?
Maigret en Nueva York, Tusquets, Barcelona, 1997, pp. 170-1 



Simenon implica una nueva dimensión en esta narración de género policiaco: la ético-antropológica. Y además lo hace a través de una reflexión narrativista dentro de la narración: tanto en la vida como en los papeles hay narración, la diferencia tanto en un ámbito como en otro es la cualidad humana de nuestro leer: si somos capaces de descubrir la humanidad de la historia –real o ficticia- aportando nuestra propia humanidad, y volviéndonos solidarios con lo humano que está allí y solicita nuestra colaboración dialogante.

II

“Me termino de leer Maigret en Nueva York”. Ese “me” es un dativo de interés, quizás no muy presentable entre gente fina, que sin embargo solemos utilizar sin miramientos cuando expresamos nuestro interés especial en el desempeño de la acción que realizamos. Pero me maravilla la diferencia de significado entre su colocación al lado de “termino”, y su colocación adosada a “leer”:

a) Me termino de leer Maigret en Nueva York
b) Termino de leerme Maigret en Nueva York

Creo que a una novela le va mejor el tipo a), mientras que a un helado le va mejor b). Pero nada debería impedir b) para la lectura, si hemos disfrutado tanto de ella como disfruta un niño terminando de comerse un helado. Si nos hemos implicado en ella tanto como dice Simenon que Maigret se implicaba en la lectura de la historia de sus propios casos.   

viernes, 9 de abril de 2010

Identidad narrativa V. Una mujer con un pasado

"Prefiero a las mujeres con un pasado. Siempre son endiabladamente más entretenidas en la conversación", Oscar Wilde, El abanico de Lady Windermere.

Los aforismos de Wilde, espolvoreados con descarada premeditación en sus diálogos dramáticos serían verdad, si fuera verdad lo que Santiago Russiñol decía de la verdad: "Los que la buscan se merecen el castigo de encontrarla": algo insoportable, pero aquí con chocolate de cobertura para conseguir la bienhumorada ingestión burguesa.

Wilde dice la verdad al menos en lo de tener un pasado: sin un pasado narrable no puede haber una conversación presente "entretenida". Un hombre o una mujer suscitan un genuino interés, en la medida en que aparecen con los perfiles de su identidad más marcados, y conocemos esos perfiles narrativamente. 

De hecho, de alguien con una presencia que llama nuestra atención, esperamos inconscientemente una historia con argumento. La falta de correspondencia de la una con la otra produce decepción. (Vid. las declaraciones de las top-models en las revistas, o de los futbolistas en las ruedas de prensa. Sería como si el apuesto Eneas, al ser preguntado por la reina Dido sobre su identidad, en vez de narrar sus vicisitudes anudadas a un arcano designio divino, le espetara: "Quicir: hemos navegao, hemos naufragao; a ver cómo se presenta el derbi del sábado"). 

II

En la buena literatura y el buen cine, un guión consistente es un ingrediente necesario para el diálogo valioso con el lector. Creo que la comunicación pública -novelas, películas y medios de comunicación-, ese lugar donde se forja en buena medida nuestra identidad contemporánea, necesita hombres y mujeres "con un pasado", con una historia humanamente consistente, que propongan historias que hagan "entretenida" la conversación presente abierta al futuro en que consiste nuestra vida, tan aquejada del tedio de lo instantáneo. 

Cambiar la cobertura por chocolate puro. De verdad.

Para comunicación pública, imprescindible el blog de J. J. García-Noblejas.

miércoles, 7 de abril de 2010

Cómo leo IV

“He oído contar que personas delincuentes, asistiendo a un espectáculo teatral, se han sentido a veces tan profundamente impresionadas por el solo hechizo de la escena, que en el acto han revelado sus delitos”, dice Hamlet al final de la escena ii del acto II. Shakespeare parece aludir aquí a ese poder de la ficción: el poder de incidir en la profundidad del que se implica en la lectura.
El fondo de la persona puede revelarse en la lectura. El texto puede emitir un sonido que resuene en el hondón del alma del lector: que en la resonancia revele la realidad de pasiones, esperanzas, vergüenzas, alegrías, culpas, miedos, dignidad, eternidad… No creo en el psicoanálisis freudiano. Pero sí creo que una vida superficial –y todos estamos constantemente abocados a ella- puede encubrir el fondo doliente y esperanzado del corazón humano, bloquear una respuesta necesaria; y que una buena lectura puede ayudar a ver algo que antes no se veía, o a verlo con más nitidez, y favorecer la acción.
II
Pero, ¿podrá el lector resolver, integrar en su vida –la única que tiene- esa resonancia que ha emergido a un primer plano de escucha, de modo que la lectura vaya a favor del crecimiento de su vida? ¿Cómo calibrar, saber, el alcance de esa resonancia? El oráculo de Delfos ya señalaba que lo más difícil es conocerse a uno mismo.
III
Si una buena lectura de una buena obra literaria puede tener este efecto identitario, estamos en el campo de la antropología y de la ética para el observador, si somos observadores interesados por estas cuestiones; pero en el campo de la virtud si somos lectores implicados.
Y esa virtud capaz de convertir la lectura en ofrenda al progreso personal, en felicidad, ha de darse en el contexto del desde-dónde-se-lee: la identidad personal se construye también con las hebras de un contexto social, una tradición, una cultura, unas instituciones, una familia, una cercanía humana, un amor, unas respuestas consistentes al sentido de la muerte. Si el sujeto se ve privado de estas fuentes de identidad, determinadas resonancias operadas por la lectura pueden ser malinterpretadas, indigestas. Pero si el contexto identitario es genuinamente humano, la lectura se convierte en el más virtuoso de los vicios. 

lunes, 5 de abril de 2010

Cómo leo III

Hago pie en el comentario de Marinero para contar otra faceta de la lectura: leemos desde un sitio, pero también hacia otro sitio. E intuyo que el uno y el otro coinciden.

Es un descubrimiento de un filósofo personalista, K. Wojtyla, el que cuando elijo algo fuera de mí, simultáneamente me elijo. Tres precisiones: 1. este modo oblicuo de salvarse uno mismo a través del otro es, me parece, el único que responde a la dignidad de la persona. 2. se llama amor. 3. funciona.

Así, ir a buscar es ir a buscarse. Ir a buscar honestamente, abiertamente, con verdadera necesidad de lo que no se tiene. Sin autoengaño. Si mi lectura es, en este sentido, profundamente humana, al ir a buscar aquello de lo que carezco, me encuentro.

En Manalive, Chesterton dice: Hay dos formas de llegar a un lugar. La primera de ellas consiste en no salir nunca del mismo. La segunda, en dar la vuelta al mundo hasta volver al punto de partida.

Todas las lecturas son una vuelta a algún mundo, para retornar a casa. Un retornar-con. No se pierde lo otro, no me pierdo yo. Mil lecturas, una vida.

viernes, 2 de abril de 2010

Cómo leo II

Siempre tengo presente que leo desde algún sitio: unos conocimientos, un dolor de muelas, una euforia, una crisis, un proyecto. Hay lugares y lugares. No da lo mismo uno que otro: unos son pasajeros, otros más permanentes. Algunos, como mi sombra, son inescapables.

Así que la lectura es como una improvisación de jazz: una nunca es igual a otra, pero lo más importante de ti está presente en ambas. No hay nada que le guste más a un músico de jazz, que le reconozcan por su estilo. No por tal o cual grabación, sino porque ahora, ayer o mañana, si alguien pasa cerca de donde está tocando, pueda exclamar “Es x”.

Al leer me leo. El libro me devuelve la pelota: “¿Quién eres tú? ¿de dónde vienes? ¿desde dónde lees? ¿qué traes a este juego? ¿has desayunado fuerte?”. La lectura es un juego cooperativo, no competitivo. Algunas ideas de Paul Ricoeur me han ayudado a entender estas verdades. Y he entendido que hay libros que me han propuesto juegos de lectura altamente valiosos para mi crecimiento personal; que para algunos juegos hay que estar preparado, y a veces no se está; y que hay juegos que no merecen la pena.