AVISO PARA QUIEN QUIERA COMENTAR

¿Dónde está la sabiduría que perdimos en el conocimiento?
¿Dónde el conocimiento que perdimos en la información?
T. S. Eliot, Coros de La roca, I



viernes, 30 de septiembre de 2011

Brindando en el taller

Como trabajo para casa, preparar un brindis; y en clase, brindar. C había preparado un brindis por la inauguración de su librería. Me dieron ganas de comprarle un libro. El problema era que se trataba de un ejercicio de oratoria -pero, quién sabe...-. Y luego C -pues hay dos Cs en el Taller- brindó por los 25 años de la promoción de licenciados en psicología, antes de pasar al almuerzo, con el decano y todo. Me sentí psicólogo. 

Eran brindis trabajados, con su inventio, dispositio y elocutio. Naturales, sin eternas codas -"y..."- porque no se sabe terminar, y uno se va poniendo nervioso, y los que le escuchan van pensando: ¿En qué mala hora le coreamos "que brinde, que brinde"?; ni grises microbrindis: "Bueno, os deseo lo mejor en este nuevo año".

Hay tanto por lo que brindar, por lo que levantarse y decir un sí a algo o a alguien. Pero hay que prepararse. Es un signo de atención, respeto, cariño hacia los que lo escuchan y con los que se quiere brindar. 

¿Por qué no nos enseñaron lo más importante en la escuela?

miércoles, 28 de septiembre de 2011

Un brindis a la buena educación

Hace poco me encontré con este entrañable poema de Gerardo Diego. Entrañable porque habla de educación, de la mejor; porque el poema está cargado, por la coyuntura vital del autor, de honda humanidad (y porque el patio está como está).

En la primavera abrileña de 1920, Gerardo llegó al Instituto de Soria como joven profesor de literatura –pronto la vida cultural de la ciudad hallaría en él un digno suplente para otro poeta-profesor que acababa de partir, Antonio Machado-. Poco antes de dejar Santander, había brindado con sus amigos modernistas por el nuevo destino, y por algunas cosas más. Este es el brindis:

Debiera ahora deciros:-"Amigos,
muchas gracias", y sentarme, pero sin ripios
Permitidme que os lo diga en tono lírico,
en verso, sí, pero libre y de capricho.

Amigos:
dentro de unos días me veré rodeado de chicos,
de chicos torpes y listos
y dóciles y ariscos,
a muchas leguas de este Santander mío,
en un pueblo antiguo
tranquilo y frío,
y les hablaré de versos y de hemistiquios,
y del Dante, y de Shakespeare, y de Moratín (hijo)
y de pluscuamperfectos y de participios,
y el uno bostezará y el otro hará un guiño.
Y otro, seguramente el más listo
me pondrá un alias definitivo.

Y así pasarán cursos monótonos y prolijos.
Pero un día tendré un discípulo,
un verdadero discípulo
y moldearé su alma de niño
y le haré hacerse nuevo y distinto,
distinto de mí y de todos: él mismo.
Me guardará respeto y cariño.

Y ahora os digo:
amigos
brindemos por ese niño,
por ese predilecto discípulo,
por que mis dedos rígidos
acierten a moldear su espíritu,
y mi llama lírica prenda en su corazón virgíneo,
y por que siga su camino
intacto y limpio,
y por que este mi discípulo,
que inmortalice mi nombre y mi apellido,
... sea el hijo,
el hijo de uno de vosotros, amigos.

lunes, 26 de septiembre de 2011

El fiel de la palabra

Cuanto más escribes, más lo notas: surge un órgano nuevo, es un fiel. La ruleta de las palabras corre, oscila, como en una báscula. No es esta, no es aquella... la ruleta se va refrenando, solo quedan dos; el fiel está en medio, firme, esperando el decantado.

A veces las dos palabras se quedan equidistantes, y tú vuelves a saber que, si el lenguaje te permite ver la realidad, también ella va siempre por delante. Y a veces no viene la palabra, la expresión... no existe. Todavía.

Realidad, lenguaje... has de permanecer fiel. 

viernes, 23 de septiembre de 2011

Reglas de puntuación

Anteayer, en el taller de escritura, abordamos el tema. El consenso de partida fue absoluto: a nadie en este país se le ha enseñado a utilizar las reglas de puntuación -si por enseñar entendemos algo más que explicar una teoría en cuarentaycinco minutos de clase, y hacer unos pocos ejercicios-.

Y sin embargo, la puntuación cose nuestra habla, hasta hacer de ella un dechado... o, en su ausencia, un desechado. En la puntuación va nuestro ritmo de sentir, de pensar, de respirar, de mirar. La puntuación, hablando con mayor propiedad, corresponde a la escritura; y alguien que puntúe bien -que se valga de todos los alfileres, agujas finas o esparteras, hilos de seda o de algodón, bolillos y ganchillos para dibujar hilvanes y encajes-  es alguien que razona muy bien. Y muy bellamente.

Pero nuestro sistema educativo, siempre tan racionalista, valora que los alumnos aprendan paradigmas y lo demuestren sobre unos ejercicios prefabricados y ortopédicos. ¿Y para cuándo el aprendizaje de esa costura del pensar, del sentir; del hablar y el escribir?

Bueno, pues anteayer estábamos intentando poner algo de remedio. Vamos a ver si, a partir de ahora, disfrutamos tejiendo.

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Tan bella, tan cerca. Escritos sobre estética y vida cotidiana: cuatro notas


I.
Pues ya ha llegado, Tan bella, tan cerca. Escritos sobre estética y vida cotidiana. El cálido y hondo título me lo brindó Enrique Baltanás (el subtítulo lo añadí yo); el jugoso prólogo es de Enrique García-Máiquez (lectura obligada, ¿eh?); y todo ha sido posible por el gran trabajo de Javier Sánchez Menéndez (pasión, precisión, libertad) en La Isla de Siltolá, y los manos de Abel Feu, que no dejan de hacer poesía también cuando diseñan y maquetan.

Y la viñeta, pues ya sabéis.

II.
¿De qué va Tan bella, tan cerca? Imposible definirlo, más allá de lo que pueda orientar el macilento subtítulo. He intentado -como indica Enrique G-M en el prólogo- hablar de la belleza y lo cotidiano mostrándolo con el propio escribir. Quien leyera Leer o no leer, encontrará, no ya la misma insania narrativa, la adicción a la metáfora, el humor, la intuición por (casi) toda brújula, las macedonias sin previo aviso y un algo de seriedad, que no la pongo yo, sino que la traen ya de sí los asuntos barajados; no, sino unos cuantos pueblos más allá en la misma "dirección".

III.
¿Qué papel tiene la estética en la vida de todos los días? Pues eso, que también he escrito aquí sobre identidad. No hay persona sin estética... bueno, ya me entendéis, o lo entenderéis cuando leáis el libro.

IV.
Los seguidores de Mil lecturas, una vida encontrará una clara sintonía del libro con el blog. No podía ser de otro modo, si las mil lecturas que hacemos se adensan en una sola vida, y esa vida es tan bella, y está tan cerca... 

lunes, 19 de septiembre de 2011

Platero y nosotros

Hay una palabra que aprendí al leer Platero y yo, de Juan Ramón Jiménez: azabache. ¿Cuándo fue? Solo recuerdo que leíamos en clase, yo era pequeño. Y se ha quedado, con este misterioso privilegio. 

Cuando recuerdas el lugar y el tiempo de la llegada de una palabra, debe de ser que algo importante, cordialmente importante, ocurrió. Cuántas palabras, simplemente, han llegado a nuestras vidas, como la intermitente cortina de hojas de un plátano cae a tierra; pero solo hay una en la que te fijas, porque te ha llegado a ti, por su color, porque bajó haciendo molinetes como la diadema que una princesita acababa de perder.

Azabache: "Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro". 

jueves, 15 de septiembre de 2011

En el punto (amarillo de la mirilla) de la analogía


Anteayer, en el taller de escritura, anduvimos buscando tropos. Hay que ver los "tropiezos" que puede dar uno.

"La puerta tenía una mirilla redonda de latón dorado, que parecía una rodaja de limón". (R. Sánchez Ferlosio, Alfanhuí).

-Una metáfora, -responden casi unánimemente.
-Cierto, ¿y cuál es el punto de analogía? -pregunto.
-..., hum, -piensan, pero no necesitan muchas milésimas de segundo para responder. Verdaderamente, el primer propósito era este: despertar la atención hacia los recursos retóricos, ganar más sensibilidad lingüística, detectar operaciones de estética en un texto (ya se sabe, liftings, liposucciones...). El primero. El segundo, identificarlos y explicarlos. Y aquí es donde surgen las sorpresas, las mías. (Recordemos que la analogía es el mecanismo de la metáfora, y el punto de analogía, su eje: lo que comparten dos realidades procedentes de dos ámbitos distintos, pero emparentadas por gracia de la escritura).

-La redondez...
-Sí... -yo.
-El color amarillo...
-Sí, -no hay discusión, hemos pescado una buena aquí.
-Y las rayas que van al centro, -añade M.

¡Flash!, ahora lo veo. Ese tercer punto de analogía no lo tenía previsto. Es cierto, M y algunos más (creo que C, D, E...) me ayudan a confirmarlo. Es esa mirilla más añeja, más difícil de ver ahora, salvo en casas antiguas, que se abre haciendo girar una pequeña plancha detrás de la mirilla propiamente dicha, de modo que deja ver, a través de los radios vacíos que nacen del centro de la circunferencia, a quien está al otro lado de la puerta. Claro, es como una rodaja de limón, con la planta de sus gajos impresa por el corte transversal. Desde luego, en la casa de Alfanhuí todas las mirillas tenían que ser cítricas, faltaría más. 

No lo había visto cuando preparaba el ejercicio. Había pensado en una mirilla típica de la modernidad nuestra de cada día: un pequeño circulito de cristal que pone cara de besugo al que está al otro lado, con un borde dorado como embellecedor. Vamos, como la que -yo creía- tiene todo el mundo. Y así lo comento (reconozco que para justificarme un poco, ¡ay, la vanidad del profesor!).

-No, no, no... no son así, -percibo unanimidad. 
-Pues en mi casa tengo una, -me defiendo divertido. Bueno, les parece bien que tenga lo que quiera en la puerta de mi casa, pero veo que ese bordecillo dorado no es tan pacífica y universalmente aceptado como yo pensaba. Y mucho menos, capaz de suscitar un punto de analogía amarillento con una rodaja de limón. Quizás, por estar en el Levante feliz, proliferan ese tipo de mirillas, y yo estoy en otra galaxia.

Es verdad, no sé por qué se me ocurrió dogmatizar sobre el color de las mirillas modernas. Debe de haber de todos los materiales y colores; pero uno está tan habituado a lo suyo, que tiende a generalizar indebidamente. Ahora: como vaya a casa de algún alumno y no tenga mirilla limonera, me invita a un granizado de...       



miércoles, 14 de septiembre de 2011

Inspiración


Pasa la mañana, pasa la tarde. La drácena junto a la ventana permanece largos ratos inmóvil. Inesperadamente se cimbrea. Noto la brisa. ¿Cuánto durará? Sigo con mis papeles. Levanto la vista distraidamente y ha vuelto a la quietud. Ahora, las puntas de sus hojas elongadas y combas oscilan tenuemente. Un levísimo correr de aire hay, pues. Sigo con mis papeles. 

Quiero creer que todo esto es la musa que aletea en la habitación, que curiosea las portadas de los libros sobre la mesa y que lee ociosa por encima de mi hombro unas líneas en la pantalla del ordenador. Si ella no me dice nada, yo tampoco la voy a importunar. Tecleo, leo, tomo un libro, lo devuelvo a su montoncillo. La drácena está muda.

Sé que sigue aquí. Creo que nuestro triple silencio es presagio de la inspiración.

lunes, 12 de septiembre de 2011

Ahora que empieza el año nuevo

Yo lo vivo así. Hay una enorme diferencia entre lo que pasa al pasar del 31 de agosto al 1 de septiembre, y lo que ocurre entre el 31 de diciembre y el 1 de enero. En esta segunda coyuntura, no acontece nada verdaderamente relevante, uno está en medio del habitual aturdimiento y todo alrededor dice que sí, que sí que ha habido un gran cambio, y que será a mejor. Pues tú mismo verás, que ya tienes algo de edad. Creo que la "felicidad" a la fuerza te aturde más, si no vas provisto de un sentido común bien engrasado.

Bien al contrario, en el paso de agosto a septiembre pasa todo y de todo. El cambio puede ser vertiginoso, el día te sacude, y si no es el 1, será el 2, o el 3... pero llega inexorable. Y el aturdimiento estival se esfuma rapidito. Y haces propósitos, o te los hacen en la empresa, o en el claustro de profesores, o en la mesa del comedor a la hora de cenar.

Ahora que comienza el año nuevo de verdad, no os/me deseo que no se sabe quién o qué os/me traiga prosperidad & co. & etc... 

No me viene a la cabeza ningún deseo. Será este calor.   


viernes, 9 de septiembre de 2011

Comenzó el taller Desarrolla tu estilo personal

Ayer comenzó el taller "Desarrolla tu estilo personal", en el Bibliocafé. Es una continuación del "Primeros pasos en la escritura". Todos los asistentes -salvo mi sobrina- habían hecho el primero. Fue bonito volvernos a reunir después del verano, movidos por el deseo de seguir aprendiendo. 

Cuando le daba vueltas al contenido del segundo taller, pensé que sería bueno seguir ofreciendo posibilidades a los alumnos, mostrando paisajes nuevos, ayudándoles a medirse con nuevos retos para... Al fin y al cabo escribimos para expresarnos y comunicar con los demás. Y se trata de expresar y comunicar, además de contenidos, uno mismo, la personalidad, el estilo vital, en el mismo movimiento. 

Cada persona es diferente; ya solo decir "persona" es decir "irrepetible". Cada cual verá cómo es, cómo quiere ser. Se trata de hacer un uso cada vez más personal del lenguaje. Salir de lo mínimo, de la comunicación cliché, aspirar a ser más y mejor con ayuda del lenguaje. Yo solo intento facilitar medios. Y con tan buenos alumnos -como estos-, es una gozada.

miércoles, 7 de septiembre de 2011

El factor humano, de G. Greene: cuatro notas


I.
"Antes", uno se enteraba de lo que hacía un servicio secreto leyendo novelas como esta. Ahora todo está en internet, aunque la borrosidad se mantiene de algún modo, por el grado de credibilidad de la fuente. En todo caso, la novela -si era buena- te dejaba ahondar en las causas últimas, conectaba el problema con rostros humanos. Ahora tenemos la noticia ilustrada con imágenes duras casi en tiempo real. Pero ya nos hemos acostumbrado. Es el empalago de la imagen impactante. Por eso, sigo yendo con mucha más asiduidad a la literatura que a los telediarios.

II.
Greene, en El factor humano, hace ironía de la ironía inglesa. En el mundo de la guerra fría, contrapone la "Razón de Estado" al comportamiento de seres humanos concretos. En los servicios secretos abundan personajes con una psicología trastocada. Se atiende desmesuradamente a lo trivial en la vida privada -como el modo de cocinar truchas-, mientras se pierde el sentido de lo humano en el "trabajo" realizado por una ideología, y se eliminan personas. 

III.
El amor no puede tener lugar en el mundo de los servicios secretos. La vida del espía ha de ser liviana para no atarse a nada ni a nadie, para no profundizar sobre el sentido moral de lo que se hace. Pero la atmósfera de las liviandades tiene su correspondiente peligro: el otro bando también puede ofrecerlas. Dinero, placeres, protección, inmunidad... soledad. El espía doble está ya inoculado en la esencia del espía. Castle, el protagonista, no es exactamente un espía en este sentido: cuando surge el "factor humano" -el amor, la amistad, el sentido de culpa, el fracaso de las ideologías, la convicción de la propia vulnerabilidad y la necesidad de redención-, se convierte en amenaza para el propio sistema que lo mantiene.

IV. 
Los personajes están bien construidos. Si un narrador actual acometiera una novela semejante, posiblemente trufaría la trama con largos párrafos de desmenuce de la psicología de los personajes -a veces pienso que aún no hemos salido del XIX-. Greene muestra lo justo para que el lector agudice sus entendederas y su mirada lectora, a través de las acciones y las medidas pinceladas sobre el modo de ser del personaje, que va dejando aquí y allá. Solo le objetaría a la novela cierta procacidad al mostrar la detalles de la sexualidad errática de los personajes que no reconocen la dignidad personal del otro -ni la propia-. Creo que con igual justeza para la trama, se pueden referir estas realidades de un modo más elegante.

Un final abierto, un problema abierto; y un cielo cerrado por la tormenta, a través del que se cuela, de vez en cuando, una pequeña luz.  

lunes, 5 de septiembre de 2011

El indigente y las cinco monedas de oro


Esta breve historia ocurrió. Me ocurrió. Con frecuencia se escucha: "A veces, la realidad supera la ficción". Pero creo que este modo de hablar intenta ver de modo separado lo que, en verdad, es inseparable. Un análisis es una abstracción, que pide una vuelta a la síntesis de la realidad. 

Las narraciones quieren incidir en la vida; y la vida tiende instintivamente a configurarse como narración. A veces, el final de algo que avanzaba se nos hace borroso, parece perder su sentido. Hay trayectorias que no sabemos finalmente cómo han terminado, aunque podamos contar con pelos y señales lo que finalmente pasó. Es siempre el sentido, eso que se cumple al cerrarse la historia vivida, lo que da el valor; y tantas veces no acabamos de verlo, o lo vemos mucho más tarde. Cuando se van desarrollando unas acciones, y la secuencia llega a un final con un sentido nítido, es cuando más claramente percibimos la vocación narrativa del vivir; y decimos "La realidad supera la ficción", "Esto hay que escribirlo". 

Solía ir a tocar el saxo al Giardino dell'Orticultura, donde Florencia empieza a escalar su ladera norte. Había un precioso kiosko de música, como si lo hubiera diseñado Brunelleschi. Allí llegaba yo algunas mañanas, montaba el instrumento, afinaba, y tocaba desde la balaustrada durante casi dos horas. El resto de los habituales del parque eran vecinos que sacaban al perro, padres y madres con niños pequeños, jubilados y jubiladas, enamorados... 

"Esta es la última", me digo después de mirar el reloj. Toco. A mitad, un padre con dos niños pequeños sube al kiosko a escuchar. Termino y comienza un curioso diálogo: mi italiano da para entender bastante bien lo que me dicen, pero todavía no para expresar con precisión  lo que quiero decir. El mayor de los niños se llama Cosimo, el pequeño, Tobia.

Recuerdo que es la hora, tengo que llegar a tiempo a la comida. Empiezo a desmontar el instrumento, mientras seguimos "conversando". 

-Ma, hai finito?, -me pregunta Cosimo.
-Sì, ho finito, -respondo sorprendido por su desparpajo, y apenado porque he de irme. 
-Ci vediamo!, -se despide el padre.
-Ciao!, -contesto.
-Ma, hai finito?, -vuelve Cosimo, con insistencia. ¿Piensa que no puede ser que me vaya, ahora que acaban de llegar? ¿Quiere asegurarse de que la situación es irrevocable?
-Sì, ho finito, Cosimo -contesto sonriendo en complicidad con su padre, y con una emoción recién despertada.
-Ciao!
-Ciao!

Bajan los escalones. Me acuclillo para limpiar mínimamente las piezas del saxo y meterlas en la funda. Ya llego tarde. Noto unas pisadas ascendiendo aprisa por los escalones. Me giro, es Cosimo. Ahora es más alto que yo. Sonrío todavía sin saber qué va a ocurrir. Uno de esos momentos en que estás a merced de no sabes aún qué, en que se abren tus verjas sin querer y descubres otra vez cuán vulnerable eres; que había una historia, tu historia, y que ni siquiera tú vas a escribir el final.

Cosimo levanta su mano cerrada, quiere darme algo. Le presento la palma de la mía. Ni él ni yo sabemos todavía que va a poner en ella el final de una breve historia: me da cinco bellotas que, seguramente, ha recogido esa mañana bajo alguna encina. Y, en silencio, se va.

   

viernes, 2 de septiembre de 2011

Adiós a las aulas

Hoy le he puesto el examen de recuperación a mi alumno. Era una mesa grande, y me he sentado enfrente. Él luchaba con las legiones de César, y yo corregía las galeradas de mi próximo libro. Me sentía leve. Desde hoy ya no doy clase de latín, ni de ninguna otra cosa. Las mismas paredes no eran las mismas, ni siquiera el mismo aire. Todo cambia cuando cambiamos. 

Hoy no empieza nada nuevo, en verdad. Lo que realmente se ha terminado hoy es el solapamiento entre la vida de docente reglado y la vida de quien se dedica a escribir. Solo queda la segunda. 

He salido del Colegio y he caminado hasta el apeadero del tren, como muchas otras veces. El verano, que no sabe de fechas de exámenes, seguía ejerciendo su presencia. Pero era otra cosa. Y he podido ver, como no había visto antes, los campos de naranjos, ordenados hacia el mar, en su mansedumbre. 

Caesar, navibus destructis, proficiscitur in silvas.