AVISO PARA QUIEN QUIERA COMENTAR
¿Dónde está la sabiduría que perdimos en el conocimiento?
¿Dónde el conocimiento que perdimos en la información?
T. S. Eliot, Coros de La roca, I
lunes, 28 de enero de 2013
Escritura y enfermedad (III)
Y con este último capítulo cierro la breve serie sobre Escritura y enfermedad (III) en Ritmos del Siglo XXI.
sábado, 26 de enero de 2013
¡Cuidado, infinitivos apaches!
Tú también lo has notado: en la junta de vecinos, en la reunión del departamento, en la arenga del teniente de alcalde o en la consigna sindical; de labios de la guía del yacimiento ibero, incluso en la ansiedad de la tómbola cuando brama el voceador. Algo se ha incrustado entre tus omoplatos, es un tomahawk: es un infinitivo apache.
(Reconozcámoslo: hemos lanzado alguno alguna vez).
Decir por último...
Tan solo recordar que...
Y subrayar también lo que se dijo antes...
Ese infinitivo que parece tan moderno porque va emancipado de un verbo principal. Ese solecismo que alguien nos envaina con alevosía infinit(iv)a. Esa mascarilla de oficialidad sobrevenida. Esa sentenciosidad pretaporter.
(La expresión no es mía, qué más quisiera, se la escuché a un profesor de latín de la facultad de filología. Se ve que la cosa viene de lejos).
lunes, 21 de enero de 2013
martes, 15 de enero de 2013
La necesidad de escribir
Desde que doy clases de escritura, he ido conociendo una verdad: no todo el mundo quiere escribir una novela.
Escribir, hasta hace no mucho, se identificaba con escribir literatura, y narración en particular. Era eso que hacen personas altamente dotadas para ese fin. Pero la realidad está cambiando.
Internet desde hace unas décadas nos ha puesto a todos a escribir. Antes hablábamos más por teléfono, pero en líneas generales comunicábamos menos y con menos personas. Ahora tenemos diversos formatos en la red para expresarnos y comunicar. Y lo estamos haciendo como nunca en la historia de la humanidad.
Y hay que sumar el boom de la autoedición, digital o en papel: conozco muchas personas que publican sus recuerdos, unas memorias, la historia de su familia, un trabajo sobre un asunto que dominan por afición...
No todo el mundo quiere escribir una novela, pero cada vez hay personas que descubren el sentido narrativo de su propia vida. Y quieren escribir.
jueves, 10 de enero de 2013
Las palabras de la noche, de Natalia Ginzburg: cuatro notas de lectura
I.
Los Reyes me han traído dos libros de la Ginzburg: Las palabras de la noche y Léxico familiar. Le había leído ya Nuestros ayeres, La strada che va in città, Las pequeñas virtudes y algún cuento. Nuestros ayeres, lo primero que le leí, me impresionó con fuerza, es un libro que conmueve; y con él conocí ese modo tan personal de narrar.
II.
Otro día comento Léxico familiar, de Las palabras en la noche descubro otra vez esa estructura de crónica de familia: en las narraciones de Ginzburg, sobre todo, les pasan cosas a las personas. El tiempo va trayendo novedades, y los personajes van encajándolas como pueden. Hay perspectivas temporales dilatadas, y vamos leyendo los vaivenes, los cambios, las leves permanencias. Lo superficial, lo hondo, el chiste, la tragedia, queda igualado en una sintaxis aparentemente sencilla, como al albur del tiempo, que no parece distinguir sentido. Todo va, va, va.
III.
Las palabras de la noche cuenta muchas cosas, cosas que les pasan a unos jóvenes burgueses italianos, que van dejando de ser jóvenes en la posguerra de la II Guerra Mundial. Los personajes van buscando sus pasiones políticas, profesionales, sentimentales a menudo haciendo daño y haciéndose daño. En los zigzags del sentimiento, va decantándose una tristeza de falta de sentido vital... Ginzburg no apunta una posibilidad de salida, ha elegido fijar ahí el foco de la narración, y la falta de generosidad ética se va comiendo a los personajes. Se me hace muy presente la opresión de la inmanencia de la vida, el peso de los mil cuidados del vivir cotidiano -con sus pequeñas sorpresas, a veces- cuando no hay un sentido trascendente. Al final, la levedad es lo más pesado. Aunque Ginzburg lo sazona con un narrar que acaricia, y a menudo lo dulcifica.
IV.
Lo que siempre he valorado de Ginzburg es el estilo: la plasticidad de los detalles, la pedagogía del ver lo cotidiano, la economía de lenguaje y el potencial de sugerencia, la delicadeza para presentar con pocas palabras a un personaje en un momento determinado de su vida, la mirada comprensiva hacia los sufrimientos, la voluntad de mostrar luces y sombras sin juzgar... está todo, casi todo... pero me sigue pesando esa tristeza dulcificada de las palabras del contar la vida, cuando ya ha atardecido y viene la noche.
(La traducción, de Andrés Trapiello, un placer)
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