I.
Un libro pide un momento: si puede ser leído a cualquier hora, de cualquier manera, pienso que debe de ser intercambiable, prescindible; pero también puede ser tan apasionante que venza la circunstancias. Para rematar, también creo que cuando se es muy joven, es más fácil tener estas experiencias de lectura hipnótica, incluso con libros de discutible calidad. Es misteriosa la lectura, ese encuentro entre la obra y el lector. Así que, si sigo afirmando que un libro pide un momento, lo afirmo con moderada convicción; quizás con reservas. Pero lo sigo afirmando, porque me parece que, con todas la salvedades, es verdad.
II.
La estepa infinita, de Esther Hautzig, ha encontrado en mí su momento, físico y anímico. Ha sido una lectura buena. El interés humano es indudable: la deportación de la familia de judíos polacos a Siberia, la vida dura... Pero sobre todo me ha gustado la voz. Pertenece a alguien que cuenta desde décadas después. Una mujer adulta que cuenta unos años cruciales en la vida de una niña y luego una adolescente. Pienso que hay historias que solo se pueden, incluso se deben, contar mucho después de los hechos. Los hechos yacen pacientes a ese "momento de narración" justo. Justo en la vida del narrador, cuando la historia puede ser integrada en la historia más grande de quien narra. Quizás inmediatamente después de los hechos, estos todavía se resisten; podemos narrarlos, pero ejercemos una violencia sobre ellos, perdemos el sentido. Creo que habitualmente los hechos piden un periodo de paciente diálogo para ser asimilados, y los asimilamos al narrarlos. Esto es lo que supongo, y me cautiva, de La estepa infinita.
III.
Por algunos momentos, la narración se deja llevar por detalles y anécdotas, de algún modo poco relevantes, aunque entretenidos. Pero también es verdad que la autora está contando los hechos, y así la narración transmite ese "efecto realidad" que cualquier puede reconocer porque le recordará el transitar de sus propios días, la impredictibilidad, la condensación inopinada de acontecimientos problemáticos durante una temporada y su contraste con épocas de atonía, de iluminación, de gozo.
La parte final es la que más me ha gustado, pero su buen efecto resulta en buena medida del ritmo contrastante de lo anterior. Creo que cuando Hautizg se permite alguna pequeña conclusión, sabia, le da una especial hondura a la anécdota narrada. Algunas veces no le hace falta, basta con la narración de los acontecimientos y el blanco de los espacios en la página.
IV.
¿Heroísmo de lo cotidiano? ¿Lo ordinario en lo extraordinario? Una sabiduría recorre las páginas... tan acostumbrados como estamos a narrativas-río, rebosantes de detalles, líquidas y sin cauce a alguna esperanza existencial, al descubrir una narración como La estepa infinita podemos experimentar un consuelo. Narrar desde un alejado "momento de narración", hechos tan duros, con una mirada tan humana, es un ejemplo ético para quien se plantee con sentido solidario el sentido de entregar una nueva narración a este mundo de todos.
La estepa infinita, Esther Hautzig, Salamandra.