AVISO PARA QUIEN QUIERA COMENTAR

¿Dónde está la sabiduría que perdimos en el conocimiento?
¿Dónde el conocimiento que perdimos en la información?
T. S. Eliot, Coros de La roca, I



jueves, 30 de abril de 2015

Composición romana

Qué imprevisibles, las cosas. Qué querencias de sí se traen, que no dejan de entreverarse. Qué diversas, y como siempre deseándose. Estos días pasados presenté una ponencia sobre escritura creativa en el congreso Por qué se escribe, para quién - Poetica e cristianesimo, en la Università della Santa Croce, Roma. Una de las tardes, con el profesor de guión cinematográfico, Enrique Fuster, contemplaba los tres frescos de Caravaggio en San Luis de los Franceses; otra, con Marita Caballero y Rocío Arana, por las callejas que vagan mansas y mojadas alrededor del Panteón; y otra mañana escogía una postal con retrato pensieroso de Lord Byron para José Luis Piquero, en la casa museo Shelley-Keats, Piazza di Spagna. Ahora, traído y llevado por otro pastoreo, el de este Madrid, la memoria me impone restricciones: solo este collage, nada más en cabina. Es el low-cost de la vida, y sin embargo, qué a mano te pone la poesía.


viernes, 24 de abril de 2015

Motivos personales, de José Luis Morante: cuatro notas de lectura





I.

Al remate de este catarro que me dura ya demasiado, pergeño estas notas a los Motivos personales, de José Luis Morante. Cuando te encatarras -a mí me ocurre-, todo se achica, multiplica, enrevesa y amogollona; y al torpor racional, la mesilla de noche se abigarra de objetitos dejados por los mil cuidados y por la vida, siempre celosa de su cotidiana ración de obligaciones -te encuentres como te encuentres-. Paciencia. Cabría considerar a este curioso decantado una carnavalesca Crítica de la razón dormida. Y aquí viene el libro de aforismos de Morante: un aforismo es ese aprieto del pensar largo traído a un dedal, ese pensamiento transfigurado a cosa, cosita. Y así, algunos de estos Motivos personales hasta quedan como un objeto vibrando por mi cabez(er)a.


II.

Los hay como este, con el que a modo de estandarte pienso entrar en mi próxima clase del Máster de Escritura Creativa:

ARTESANÍA. Taller de autor. Cálculo técnico. Ebanistería que los románticos llamaron inspiración.

O este, para cuando nos pongamos el delantal:

INÉDITOS de textura adiposa. Necesitan una dieta adelgazante.

Textura, texto de paladeo grasiento, párrafos de compleja digestión. Henry James decía que en arte, la economía es belleza. Y, añado, en la cocina de la escritura, es salud para todos. 

O este, otra brújula impagable:

LOS textos literarios deben transmitir la fortaleza de una cristalización repentina.

Otros me dan para un enjundioso diálogo:

AL argumentar sobre el autorretrato, José Ángel Valente anotó: "El sí mismo solo es visualizable por oposición al otro".

Pienso que la sombra de Saussure es tremendamente alargada, todos los filólogos llevamos algo ginebrino en el ADN -alcoholes aparte-. A mí me gusta ir de la oposición bipolar al encuentro dialógico, allí las imágenes se vuelven dinámicas. Y redescubrimos la temporalidad. Creo que esto daría para una convergente conversación con el autor. 


III. 

Morante bien sabe del visaje moral del aforismo, porque del rozarse de la vida viene y a ese roce retorna, y raspa ahí su fulgurante cerilla contra la cerrada oscuridad:

FRENTE al tirano, la solemne grandeza de Antígona: "Yo no he nacido para compartir el odio, sino el amor".

Que, por cierto, reanima un estimado recuerdo de lectura. O:

LOS escritores de aforismos son moralistas utópicos, empeñados en la corrección de comportamientos ajenos.

Sí, pero la brevedad los redime y civiliza. Tan comprimidos van los aforismos, que integran su propio prospecto: etiología, tomas, contraindicaciones, cortesía y respeto. 


IV.

En algún momento, al pensar en esta serie de aforismos, me he figurado todo lo que habrá descartado el autor (ideas, palabras) para llegar a estos epigramas, estas justezas, este pensar miniado: me he imaginado una montaña de virutas, y he pensado en el generoso derroche que es el arte, y he visto un frondoso roble que, bajo las idas y venidas del cepillo ebanista, resulta al fin un estilizado palillo. Ese que llevar entre los dientes, mientras rumiamos una verdad, una belleza. Nada más, nada menos. Menos es más. Qué bien. Menos mal.


viernes, 10 de abril de 2015

La muerte oculta, de Javier Sánchez Menéndez: cuatro notas de lectura

Resultado de imagen de La muerte oculta Javier Sánchez

I.
La muerte, con el tiempo, se me ha ido haciendo presente, y así, presencia. Imprevisible, pero puntual en traer sus notas, sus apuntes... hasta avisarme de otras maneras, otros colores, otro pesar de las cosas. Ya no sabría vivir sin ella. Curioso. Me lo recuerda La muerte oculta, poemario de Javier Sánchez Menéndez, que lleva ya un tiempo en mi estantería, y así me recuerda leve y me lo recuerda todo leve. Antonio Colinas sitúa el libro en su tiempo histórico de escritura, para de ahí levantarlo al misterioso tiempo de la lectura. La que cualquiera puede hacer, una tarde, al tomar el libro de su estantería.

II. 
Tomás Rodríguez Reyes, en su ensayo de epílogo recorre La muerte oculta en su estructura y explicita sus fibras para que los poemas anuden firmes en referencias y resuenen en ecos, en la gran polifonía de las palabras necesarias. Yo me limito a abrir el libro, a dejar que una estrofa de canción se diga, como al pasar por una calle, una voz. Yo obedezco a 'La siembra':

Te han dejado dormir este noviembre,
cuando comienza la siembra de los brotes,
cuando el invierno ajeno a los espacios
pasea por ese sitio
y me aguarda en la noche de los sueños.

III.
Cuántas veces, al leer unos versos, los descubrimos vividos desde hacía tiempo, nos palpamos el alma, los bolsillos, "Pero, si los llevaba encima". Al acaecer al fin en otra voz, en una voz, sabemos una vez más que la vida está siempre a un punto de decantarse en poesía. Así, al leer:

La noche ya es la noche,
la terrible canción sin fin ninguno.
No hay realidad en la noche
y ya llegó mi vida, mi amor
y mi destino: siempre es la claridad.

IV.
Cuántas noches que no queremos, terribles porque nos disuelven... Y nos parece poco decoroso que todo esto siga sin nosotros, y echamos mano de "mi vida, mi amor/y mi destino: siempre es claridad". Esa intuición que se rebela, esos versos que acuden a la mano vacilante, para trascender la muerte oculta. 

lunes, 6 de abril de 2015

Aprender a escribir con Jane Austen y Maud Montgomery, de Inger Enkvist. Una invitación


Está a punto de salir esta ingeniosa obra de Inger Enkvist, catedrática de español de la Universidad de Lund (Suecia). Investigadora rigurosa y entusiasta, intelectual humanista, a menudo le pone las peras al cuarto a lo políticamente correcto en los ámbitos académicos. Desde Vargas Llosa (de quien es una autoridad mundial) hasta los programas de la pedagogía moderna, entra con paso firme hasta la cocina, y sus propuestas son luminosas, operativas, esperanzadoras. 

¿Puede enseñarse a escribir literatura? ¿En qué sentido? ¿Qué se se puede aprender de autores sólidos, aunque la distancia cultural sea importante? ¿Y si hubiera algo transcultural, humanamente plausible? ¿Qué tiene que ver esto con la identidad?

Pues todo eso en este libro accesible y sensato, que en primer lugar puede enriquecer la lectura/relectura de estas dos autoras, y aportar a continuación orientaciones para quien esté bregándose en la escritura. 

Publicado en la colección del Máster Universitario en Escritura Creativa del Departamento de Filología III, de la Universidad Complutense de Madrid.

Se presenta el jueves 9 de abril, a las 16:30 en la Sala Naranja de la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense, Avd. Complutense s/n. Contará con la presencia de la autora. Entrada libre.


miércoles, 1 de abril de 2015

Campo de coles. Pontoise, de Camille Pissarro. 1873. Estampa

Campo de coles, Pontoise, Camille Pissarro

El Campo de coles, con sus repollos bajo el sol, sus distintas glebas picadas de siena y violeta, como mojadas de claridad, y su senderillo sofocado casi entre las parcelas, venido desde la arboleda de atrás, de abetos y plátanos encumbrados, de frondas amarillentas en los contornos, me recuerda esas impresiones de la infancia que la memoria envuelve en su vaho; impresiones de arboledas magníficas, masas de verdor que se hacen presencias primeras, originales, en la intimidad del niño; aires y ámbitos en que se vive sin advertir, signados de un silencio insondable.

Palabras, pobres palabras; contraseña ya imposible.