Pies. JM Mora Fandos, tinta sobre papel
I.
Vuelvo a la Ilíada como a ese lugar que, paradójicamente,
nunca se fue, y hace que las diferencias entre sujeto y objeto —yo y el texto— se
emborronen, como contaba Gabriel Marcel. Hoy vuelvo a sentir que la Ilíada no es
un relato belicoso. La Ilíada, estoy persuadido, es un relato pacifista. Pero no
viene ahormado de pacifismo ideológico —¿cómo sería, entonces, un clásico?—. Y
todo por ese extraño desenlace que lleva el sentido del texto a una inesperada
profundidad: el diálogo entre Príamo y Aquiles.
II.
Esas razones del corazón que detienen una guerra. Habiendo
cedido Aquiles a la petición de Príamo, de que le devuelva el cadáver de su
hijo, Príamo propone un futuro que le afecta a él y a su interlocutor, a
troyanos y a griegos:
Durante nueve días
lo lloraremos en el palacio, el décimo lo sepultaremos y el pueblo celebrará el
banquete fúnebre, el undécimo le erigiremos un túmulo y el duodécimo volveremos
a pelear, si necesario fuere.
… si necesario fuere… Al final de los días del rito
funerario, de los días para que se expanda y adense la verdad grande y radical
de la muerte que más mata, la del otro; los días que aligeran los corazones y
los transparentan de tanta fragilidad… al final, llega a aventurar Príamo, habría
quizás una posibilidad de que nada fuese como antes: el duodécimo día no es un
día más, es el otro tiempo, el tiempo
para otra temporalidad, radicalmente nueva, que reconcilia los opuestos. No
puedo dejar de escuchar aquí un eco de ese otro tiempo radicalmente nuevo que
igualmente viene tras culminarse otro tiempo ritual, y que expresa el final de
un tiempo antiguo. Es el tiempo nuevo contado por otros textos que han hecho
cultura, el tiempo instaurado por la resurrección de Cristo contado en los
Evangelios.
III.
Auerbach dice que la narración de los Evangelios, con su
mezcla radical de cotidiana realidad y de la tragedia más elevada y sublime, había
derribado la barrera estilística imperante en la Antigüedad —temas altos,
personajes altos, estilo alto—, que determinaba un modo de escribir y de leer.
Pero me pregunto si no hay un germen
de esa ruptura —y como una añoranza ya, con implicaciones que me parecen
sorprendentes— en este final de la Ilíada que sacude las expectativas, y lo
trae todo a una acción moral que podría ser actuada por dos sujetos de una
clase inferior, por el simple hecho de ser hijos y padres; y una acción que, por ser buena, es sublime.
IV.
Príamo abrazado a las rodillas del matador y profanador
del cadáver de su hijo. La pasión de Paris y Helena, la impresionante llegada
de la armada aquea, las proezas de Aquiles no justifican la pervivencia y la
preeminencia de la Ilíada en el tiempo, que todo lo disuelve. Son escenas que remueven
nuestra sensibilidad moderna… pero qué inane sería, si fuera incapaz de detenerse
ante este beso a las manos del asesino, ante estos duros corazones derribados; si
no reconociera en este gran final inesperado una propuesta de sentido y
sentimiento para todos los finales de todas las vidas humanas, para todas las
pérdidas; y, a la vez, para todos los inicios de las esperanzas genuinas
de un tiempo nuevo.