AVISO PARA QUIEN QUIERA COMENTAR

¿Dónde está la sabiduría que perdimos en el conocimiento?
¿Dónde el conocimiento que perdimos en la información?
T. S. Eliot, Coros de La roca, I



domingo, 25 de noviembre de 2012

No es que te guste escribir, es que no puedes dejar de hacerlo

Alguien podría decir que se es escritor porque a uno le gusta escribir. No. El gusto se queda muy atrás. Se puede elegir muchas cosas por gusto; pero lo grande siempre le elige a uno. 

Y una vez elegido, si se ha tenido la fortuna de escuchar esa llamada -y solo viene acallando muchas otras voces, una y otra vez-, la marca indeleble es que no se puede dejar de escribir. 

Hay muchos escritores. Ocurre que aún no lo saben. ¿Lo sabrán?

domingo, 18 de noviembre de 2012

Higiene de la escritura e higiene del escritor

Lo cierto es que no nos enseñaron a escribir. A redactar, algo. Pero escribir es mucho más. La escritura tiene su higiene, tiene su naturalidad, sus anticuerpos para lo complicado, para las imposturas. Hay modos que no ayudan, ideas preconcebidas de cómo hay que escribir, que desaniman y frustran. No me refiero a esta estética o aquella. Se trata de la facilidad natural para componer, avanzar... natural no quiere decir espontáneo -aquí la modernidad vuelve a confundirnos-. Se trata de seguir, con empeño, el instinto comunicativo, de seguir sus surcos, haciéndolos.

Y también hay una higiene del escritor. Es fácil intoxicarse con el "aura del escritor". En este mundo tan mediado por las imágenes, corremos el alto riesgo de quedarnos en ellas, y nunca llegar a lo que la imagen apunta. Un mundo donde lo penúltimo ha expulsado lo último. Un mundo metonímico: lo que parecía una metáfora que nos prometía llegar a algo-más-allá, resulta ser metonimia, que nos desplaza a algo-al-lado, otra cosa de lo mismo, y esta a otra, sin fin... Ya me estaba yo poniendo metonímico, volvamos. El escritor tiene su naturaleza, su oficio natural, sus buenas prácticas, todo eso que el aura impide ver. Todo escritor ha de tener vida secreta de escritor, si por secreto entendemos interioridad: una íntima conformación para la comunicación escrita, que se va ganado con el ejercicio sensato. Y continuo. Higiene.

Una pequeña cavilación en una pequeña tarde de domingo.

domingo, 11 de noviembre de 2012

Ahora que las tardes


Ahora que las tardes se te echan encima, apetece escribir. Quizás es un deseo vago, pero casi todo comienza así. Yo lo saludo. Es la pequeña confianza que otras veces echó sus frutos. Luego, bajo la gloria de la cosecha, ¿quién recuerda la humilde cepa?

Apetece escribir ahora que la tarde obliga a encender una luz, a buscar un hueco. Una idea, un espacio. Se ha escrito siempre así, no será otra cosa.

Escribir, la tarde, ahora. 

domingo, 4 de noviembre de 2012

En el metro


Eran las siete y pico, yo volvía en el metro. Volvía a casa, y aún quedaba tarde para tomar un tren en Atocha y llegar a Valencia y que la noche no pesara. El metro, otra vez, fascinante. Cierto: qué otra cosa diría quien siempre es una sombra apresurada en Madrid, y en otras ciudades se hizo sus cicatrices… Eran las siete y pico, el vagón iba casi abarrotado, y flotaba ese silencio regido blandamente por un puñado de lectores.  

Ella, con su moño, la tez oscura, su plumas blanco, leía un libro. Sabes que estas escenas te reconcilian con algo, aunque a veces no quieras indagarlo. Tranquilamente, la lectora levantó la vista —es evidente que quería ver algo que no estaba en el vagón—, mediocerró el libro y leí entonces la portada. Yo también lo tengo, escrito por un amigo mío, filósofo.

Fascinante.