Porvoo, en el camino a San Petersburgo. Casas de madera, aseadas
con colores pacíficos, suaves, pasteles. Una enorme iglesia luterana en la
cima de la breve ciudad. Casas de antigüedades, tiendas de arte, obra gráfica
sobre papel. Grabados. Dejan las gaviotas su fugaz pincelada sobre el río
dormido.
*
En el Café Cabriole de Porvoo sirven unas tartas al alimón
(seguramente también al limón) con la naturaleza artística del pueblo. Aquí
nació Albert Edelfelt, me dice la hispanista Carmen Heikkilaä. La pintura de Edelfelt
puede contar cosas duras –la misma Finlandia es una dura pelea contra los
elementos naturales-, pero su contar artístico es amable. Una imagen tremenda
como “Llevando el ataúd del niño”, en el Ateneum de Helsinki, muestra la
procesión funeral de una barca, con sus remeros, familiares, la hermanita, el pequeño ataúd, la honda perspectiva... pero
contada con un baño de sol tibio y unos azules claros y vaporosos, con una
delicadeza de líneas que desarma la escopeta de la tragedia. ¿No es una escuela
de la mirada? Y no me refiero a un ejercicio de estética; sino a aguantarle la
mirada a la vida cuando viene así de aviesa. Serena resignación, la vida que
continúa… quizás un atisbo de la dignidad de tratar con la vida y la muerte en
medio de lo cotidiano. Testimonio de la capacidad humana de asumir la
desgracia, de integrarla en la trama de lo vital, de mirar más allá… hacia la
trascendencia.
El arte puede ser mucho más que arte: a ciertas alturas de
la vida, es lo mínimo que se le puede exigir para que lo sea.
La tarta en el Café Cabriole de Porvoo ha sido una Vadelma-tai mansikkajuustokakku,
con bayas autóctonas, equilibrada con la astringencia de un té verde. Nuestra mesa -la de Carmen,
su marido Eero y yo- se cobija bajo un cuadro que recuerda a algún pintor del
postimpresionismo nórdico. Tras el cuadro, una pared blanca que se demora en
alcanzar el techo; y luego amplias ventanas, golosas de luz, altas cortinas de
raso amarillo-de-San Petersburgo, recogidas a un lado como el cabello en una
muchacha de perfil; luces indirectas en las paredes que generan espacios
separados: un pueblo tan celoso de la luz como el finlandés sabe que una
penumbra bien administrada es el alma de cualquier lugar de encuentro. Queda apuntado en el cuaderno.